4 AM

por · Julio de 2013

Cuentos No recuerdo bien en qué momento comencé a despertarme en la madrugada. A las cuatro, como si mi cuerpo tuviera un reloj interno que ha fijado su despertador a esa hora. No es muy agradable, para nada, pero ya me he ido acostumbrando al ritmo. Tampoco es completamente de noche en verano, ni completamente […]

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Cuentos

No recuerdo bien en qué momento comencé a despertarme en la madrugada. A las cuatro, como si mi cuerpo tuviera un reloj interno que ha fijado su despertador a esa hora. No es muy agradable, para nada, pero ya me he ido acostumbrando al ritmo. Tampoco es completamente de noche en verano, ni completamente tarde en invierno. Es un punto medio que he tenido que aceptar durante un buen tiempo. Al principio despertaba asustado, después podía seguir durmiendo. Ahora me levanto y me paseo por el departamento, salgo al balcón y me fumo un cigarrillo. Mala rutina me dijo alguna vez un doctor, buena terapia pienso, si ese lapsus sirve un poco para pensar.

Desde mi terraza se pueden ver los curados tambaleándose entre reja y reja o a los enamorados refugiándose de la noche con un beso que abrigue del frío. Los martes y jueves sagradamente pasan los de la basura, ellos ya me conocen, me levantan la mano en medio de la oscuridad y me saludan con un gesto rápido y apurado. Yo les respondo. Qué pensarán, me pregunto, debo ser un freak para ellos, una especie de sonámbulo. ¿Me habrán puesto algún apodo? A esta altura no me extrañaría. Menos de mí, si lo único que se puede divisar es una sombra desde el lugar donde ellos me ven. Y es que lo he hecho. Hay noches en que salgo de mi departamento y llego hasta donde están los tarros de la basura y miro hacia mi balcón. Trato de imaginarme allí, pero no me veo. No me reflejo.

No me gustan las casas.

Algunos amigos me han dicho que podría aprovechar el tiempo y me ponga a trotar a esa hora. No me gusta trotar y menos sentir el sacrificio propio por correr hacía ningún lado. Uno corre porque arranca o trata de escapar, pero no para matar la noche.

Desde mi balcón se ven cuatro piezas del edificio del frente, hay veces en que algunas luces están prendidas a esa hora, otras en que solo a través de las cortinas se pueden ver los cambios de color que producen las imágenes del televisor. Cuando están prendidas pienso en que no soy el único que está despierto. Podrían estar haciendo el amor, tal vez, agotando la pasión con la vista, con el escenario claro para que no surjan sospechas. Me agrada, hacerlo a oscuras es esconder algo, tratar de que la carne no evidencie encuentros anteriores, ni amantes pasados.

El balcón me ha servido también para imaginar. A veces cierro los ojos y el ruido de los autos lo trato de asimilar como si fueran olas, y ese frío intenso que tiene Santiago, cuando no ha llovido en días, me lleva un poco al mar. Me relaja y ayuda a dormir. A veces, hasta puedo sentir el olor al vino entibiándose con el calor de mis manos. Incluso puedo recordarla a ella, mirándome frente a una fogata bien encendida en la arena. Con esa mirada cómplice que siempre la caracterizó. A través del fuego la veo. Sus ojos brillan, su risa también. Pero luego vuelvo y me quemo. El cigarro se apaga entre medio de mis dedos. Santiago again —pienso— el insomnio otra vez.

No me gusta el silencio.

Tal vez tenía 15 años, incluso puede haber sido menos. Yo aún dormía cuando sentí que una ventana se abrió en la casa de mis papás. Me levanté y desde mi pieza miré hacia la terraza, no vi nada. Sentí ruidos en el living, me quedé en silencio. Ya podía distinguir mejor los sonidos, solo una persona, dos pasos apurados y en puntillas. Unos jarrones de mi mamá se quebraron. El corazón se me aceleró y comenzó a faltarme el aire. La adrenalina comenzaba a subir. Lo único que pensaba era en no paralizarme, que el miedo no me pegara los pies al suelo. Salí de mi pieza, caminé por el pasillo y no había nadie. Llegué hasta el living y encendí la luz, estaban los trozos del jarrón desparramados en el piso. Miré la repisa y faltaba el mini componente, en la pared no estaban los cuadros. Volví a apagar la luz.

Gatié hasta mi pieza nuevamente, no encontraba el teléfono para llamar a Carabineros. Mis manos temblaban y me empezaba a dar frío. No te paralices, no te paralices, me decía a mí mismo. Desde la pieza de mis papás comencé a sentir que movían cosas, los cajones caían al suelo, luego el ropero se abría y sentí como la ropa la sacaban de cuajo desde los colgadores. No te paralices, no te paralices, me repetía.

Me escondí bajo la cama, pero pensé que podría ser muy evidente y con la respiración acelerada sería fácil encontrarme. Los pasos siguieron avanzando hasta otros cajones, creo que ahí mis papás guardaban la plata, en el que estaba bajo el televisor, pero ellos estaban de vacaciones. No iba a encontrar nada.

El enchufe se quebró, había tirado el cable del televisor con fuerza. No se lo va a poder llevar pensé, era muy pesado. Sentí un gemido y una fuerte quebrazón. Definitivamente no había podido contra el peso. No te paralices, no te paralices, me repetía a mí mismo. Los pasos siguieron y se acercaban a mi pieza. Yo me acosté y traté de hacerme el dormido. Desde el marco de la puerta divisé una sombra, borrosa, pero logré identificarlo. Se quedó en silencio y se pudo escuchar solo la respiración de ambos. Me paralicé del miedo, mi mantra había fallado, mis pies eran dos rocas pegadas a la cama. Él se mantuvo ahí por un rato, para mí fueron horas. Me miró tratando de asegurarse que todavía dormía. Su cara era de rasgos marcados, una mandíbula pronunciada y una nariz aguileña, se notaba que había más de una historia detrás de esa piel endurecida por el destino. Desde su mano se dejaba ver un cuchillo.

Traté de controlar la respiración y después de unos segundos lo logré. Él continuaba mirándome. Yo aún sin poder moverme. Se acercó aún más, puso sus dedos en mis narices para asegurarse que respiraba como lo hace la gente que duerme. Se quedó quieto. El cuchillo, me va a apuñalar, pensé. Sacó su mano de mi cara, se alejó y salió por el marco de la puerta. Los pasos se alejaron lentamente, escuché como se molían aún más las piezas del jarrón de mi mamá que estaba quebrado en el living. Luego vino el silencio. Y esa madrugada pensé que no iba a morir.

4 AM

Sobre el autor:

Sebastián Fuentes (@SebaFuentes).

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