5 libros para decorar tu repisa

por · Agosto de 2014

Perdonen lo trivial: A falta de decoración, los libros más bonitos o pretenciosos saltan a la vista. Acá algunos de esos: de los que uno hojea pero no lee. De los que uno ordena, pero en realidad está decorando. O presumiendo.

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Cuando no hay decoración, los libros desparramados sirven.

En una sala de estar, en un living o el dormitorio. Incluso cuando falta un tema de conversación. Los libros bonitos o pretenciosos saltan a la vista. Estos libros son de esos: de los que uno hojea pero no lee. De los que uno ordena, pero en realidad está decorando. O pretendiendo. O presumiendo.

El opuesto de ser y no parecer.

(Aviso: No cuentan los Taschen¹ ni las revistas de arquitectura o viajes.)

Revisemos.

diarios warhol
Diarios, de Andy Warhol. No está claro quién se pasa de listo acá: si Anagrama, que le da el mismo rojo de su colección Compactos (o sea: Perec – Vida instrucciones de uso, Capote – A sangre fría, Auster – El país de las últimas cosas, Oé – El grito silencioso, Vila-Matas – Hijos sin hijos, Wolfe – La hoguera de las vanidades, Bolaño – Los detectives salvajes y varios más), o Andy Warhol (el genio y figura excluyente del Pop-Art y The Factory y el cine y el arte plástico y las carátulas de RCA y la leyenda de Thelonious Monk y The Velvet Underground), que dictó por ¡17 años! un diario de vida. A primeras, la ansiedad, como pretensión por la figura del artista, aprieta el pecho. Aparece el respeto por la tapa con el «Walt Disney de las anfetas» hundiéndose en una lata Campbell’s, un producto que consumió compulsivamente y que también terminó inmortalizando. Adentro, a través de pretenciosas 979 hojas de biblia, en tapa dura, leemos los dictados del propio Warhol a su «secretaria y amiga» Pat Heckett. Pequeños párrafos, a modo de blog, que van desde el turismo social de encuentros con ricos y famosos de su época (Capote, Lennon, Madonna, Jack Nicholson, Julio Iglesias), a la descripción voyeur de personajes, fiestas, amigos, conocidos, enemigos, sus gastos, chismes, tamaños de penes y, en realidad, casi todo Nueva York y el beau monde del 50′ al 80′. Me ayudó a dormir varias noches, pero reconozco que se siente el ambiente de la calle 47, que las pocas fotos en blanco y negro son muy graciosas, y que subrayé un par de frases. Ahora, por lo que cuesta, mejor el vinilo del plátano y una sopa de tomates con conservantes. (1989, Anagrama. Edición de Pat Hackett. Traducción de José Aguirre e Isabel Núñez)

JPG2
JPG 2, de Tomoko Sakamoto. Esto es alta literatura para estetas. JPG significa Japan Graphics y en 420 páginas resume el trabajo de veinte equipos y nombres del diseño gráfico nipón. Cada página es realmente un potencial afiche, póster o postal, con un toque muy urbano y la intención de interpretar todo desde el dibujo. O la fotografía. O las técnicas digitales. Bonito como un Taschen, pero mejor. Es menos obvio. Punto para la tapa con relieve. Punto para el índice que seduce con los conceptos que atraviesan este libro-objeto: paisajes imposibles, fotos desteñidas, el tendido eléctrico, ilustraciones para tatuarse, stencil, calcomanías, errorismo, 2D y 3D, retratos, ruido, rayas y todo el imaginario visual de los habitantes de esas ciudades llenas de símbolos tan extraños. (2010, Actar. Traducción de Tomoko Sakamoto)

errata
Breaking Bad. 530 gramos (de papel) para serieadictos no rehabilitados, de V/A. Con voces como Vince Gilligan, Enrique Vila-Matas o Chuck Klosterman, Breaking bad —el libro— muestra una ilustración de los dos Walter White que conocemos. Están ahí el profesor White —rasurado, bien peinado y de camisa— y Heisenberg —de overol amarillo, barba descuidada y cabeza rapada—, presentando una serie de ensayos ágiles, la mayor parte del tiempo tan aburridos como predecibles. La lectura avanza como un dossier de corte pop, con algunos disparates como que la serie ambientada en Albuquerque «gana a Mad Men, Los Soprano y The Wire», o el análisis de sus cold opens (donde, sabemos, figura una canción de Ana Tijoux). Siempre con la música interior dando vueltas y esa cocina fusión de la ética que hizo tan único al protagónico de Bryan Cranston. Lo cierto es que tiempo ha que Errata Naturae viene profundizando desde diferentes disciplinas y autores las más exitosas series de la televisión estadounidense. Producciones que algunos entusiastas —y a esto me sumo— han planteado como la gran novela contemporánea: dotadas de una arquitectura de raccontos, arcos de transformación y personajes tan entrañables como ambiguos. Series que gozan de alcance global, gracias a Internet, sobre todo si hablamos de lo hecho por HBO (The Sopranos, The Wire, Girls, Game of Thrones), AMC (Breaking Bad, Mad Men) y ahora último Netflix (House of Cards). Qué hermosa sería una edición dedicada a True Detective. Agrava la falta descuidar lo que pasa fuera de ese país: Black Mirror y Utopia son dos grandes aciertos británicos y Les Revenants saluda a la altura desde Francia. Puntos en contra: los textos fueron trabajados y publicados convenientemente antes del final de Breaking bad. La contratapa asegura que se trata de «un libro imprescindible que deberían leer hasta los camellos». (2013, Errata Naturae. Coordinado por Sergio Cobo Durán y Víctor Hernández-Santaolalla)

savagedetectives
The Savage Detectives, de Roberto Bolaño. La hermosa y también barata edición en inglés de las aventuras de Arturo Belano y Ulises Lima es obra de Rodrigo Corral y la tipógrafa Jennifer Van Dalsen. Nada, ni siquiera lo leí (perdón a la traductora). ¿Será el inverso de esas traducciones-para-tropezarse-con-las-palabras que publica Anagrama? No lo sabemos. Está ahí, de centro de mesa, para hojear y para observar de a pie. Es que se ve tan linda. A veces, también sirve para recordar que los mejores libros de Bolaño son Estrella distante y Nocturno de Chile. O para tomarlo y recitar esa primera línea que no dice mucho pero que inevitablemente dice tanto: «November 2. I’ve been cordially invited to join the visceral realists. I accepted, of course. There was no initiation ceremony. It was better that way». (2008, Picador. Traducción al inglés de Natasha Wimmer)

parra
Obras públicas, de Nicanor Parra. Hoy estuve en casa de mis viejos y por un rato me detuve mirando un póster añejo y adolescente de Parra tapándose la cara, a mal traer por la falta de un marco, que está en mi habitación (o lo que fue mi habitación). Me quedé unos minutos pensando en la adolescencia que no tuve, leyendo al Parra más primitivo, el de Cancionero sin nombre (1935), Poemas y antipoemas (1954), Versos de salón (1962). Ese de la seriedad aburrida y desafiante que entendí en la universidad cuando el antipoeta ya era otra cosa: había sido secuestrado por The Clinic y después por la UDP. «Lo han rebajado al estatus de un viejo buena onda pero inofensivo, cuya máxima provocación habría sido escribir poemas con garabatos. Alguien que los divierte, y del que siempre podrán esperar un chiste», advierte, a propósito, una columna lustrosa. Lo cierto es que este libro de gran formato muestra el paso de Parra desde la escritura a la gráfica. El agotamiento de un lenguaje o la búsqueda de uno propio, como ese antecedente del arte conceptual chileno conocido como El Quebrantahuesos o la intención de transformarlo en un artista plástico, el Duchamp chileno, el Picasso del collage objeto. No seamos ingenuos: Obras públicas es cristalizar parte de Artefactos (1972), pero también una forma de elitizar a Parra y volverlo alta cultura. Parra —se sabe— se burla de lo grandioso, pone delante suyo el problema colectivo antes que el personal, fue admirado por gente tan diversa como los beatniks (Ginsberg: «Su poesía es más explosiva, más sofisticada e inteligente que la de Neruda»), Bloom («Es, incuestionablemente, uno de los mejores poetas de Occidente») o Piglia («De toda la gran tradición de poetas, el que para mí está por encima de todos es Parra») y odiado por gente tan diversa como Pablo De Rokha («Es nada más que un snob, plebeyo y populachero, no popular (…) escandaloso trepador a máquina, un pingajo del zapato de Vallejo») y el padre Prudencio Salvatierra («¿Puede admitirse que se lance al público una obra como esa, sin pies ni cabeza, que destila veneno y podredumbre, demencia y satanismo?»). Ahora que el antipoeta cumple cien años y la ciudad se va cargando de merecidos homenajes (GAM, UDP, Biblioteca Nacional y hasta la revista Qué Pasa), es saludable plantearse estas cuestiones. Ese póster de Parra —tapándose la vista, pero no la mirada— siempre va a estar ahí, en esa pared o la de otra casa, como esas cosas importantes que pasaron hace tanto tiempo, como esas cosas fatales que se arrastran sin saber bien por qué. Ahora esa imagen no solo me parece lejana como la casa de mis viejos, como el poeta de Obra gruesa. Por eso, antes de que aparecieran otros recuerdos, acomodé mi bolso, cerré la puerta y me fui. (2009, W.R.S. Ediciones. Diseño gráfico, edición y conceptualización: Colombina Parra y Hernán Edwards. Asesoría editorial, selección de textos y prólogo: Patricio Fernández)

¹ «Editorial alemana reconocida por sus libros de arte de excelente calidad a muy bajo precio», según Wikipedia.

5 libros para decorar tu repisa

Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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