“Las novelas policiales actúan como muy buenos laxantes”, recomienda el crítico literario.
«Las novelas policiales actúan como muy buenos laxantes en el caso de las personas con problemas de estreñimiento», dice nuestro invitado de hoy, el crítico literario, escritor y columnista Camilo Marks, que inaugura esta nueva sección de lecturas en el retrete.
Los amantes de la literatura, con el ajetreo actual, escasamente tienen tiempo para deleitarse con alguna novela o antología poética. Entonces, surge la necesidad de usar cualquier momento y lugar para experimentar los placeres de la lectura, incluso el retrete. Por eso que invitamos a Camilo Marks, para que nos aconseje qué obras debe llevar el lector moderno —y debe evitar llevarse, también— a la hora de sentarse a leer en el WC.
—Primero que todo, ¿Te parece el retrete un lugar adecuado para la lectura?
—Personalmente, nunca he sido un fanático de leer en el baño y en concreto, leer sentado en el wáter, porque el baño cumple, además, otras funciones. Claro que es imposible hacerlo en la ducha y en estos tiempos, la tina, que podría ser un lugar agradable, es casi inexistente en las casas actuales. Cuando chico, usé los baños del colegio, que eran apocalípticos, con el pretexto de lectura, pero en verdad era un sitio donde encerrarse a fumar, con la puerta entreabierta para ver si llegaba un inspector o junto a un compañero que se turnaba con uno para compartir el pitillo y avisar si había peligro.
—¿Te parecen apropiadas las lecturas que lidian en lo escatológico?, ¿o se convertiría esto en un despropósito?
—No sé, en realidad, qué tipo de lecturas son apropiadas para estar sentado en el retrete, pero me parece que no tienen por qué ser libros de tipo escatológico, ya que si uno mismo está efectuando sus deposiciones, es casi redundante leer sobre lo mismo que uno está haciendo. El Ulises, de Joyce, tiene un capítulo en que el protagonista, Leopold Bloom, realiza la ceremonia diaria de vaciar los intestinos, pero es una novela que me resulta imposible imaginar leyéndola en el baño, debido a su densidad y a la enorme concentración que exige al lector. Los textos de Sade y Sacher-Masoch contienen bastantes elementos excrementicios en un contexto de sexualidad inusual, pero tampoco me los imagino apropiados para el baño.
—Como crítico, ¿qué tipo de libros recomendarías para llevarse al inodoro?
—La respuesta depende, creo, del tiempo que cada uno emplea en ir al baño, mejor dicho, a sentarse en el retrete. Porque si demoras 5 minutos, o 10 minutos, es difícil recomendar algo, a lo más, alcanzarías a leer la solapa y la contraportada del libro. Pero si tomas, digamos, una hora o dos horas, perfectamente te puedes llevar Don Quijote, alguna novela de Proust, La guerra y la Paz, David Copperfield, en fin, cosas muy extensas o, por qué no, las poesías completas de Neruda, Borges, Whitman, hasta libros de filosofía de Nietzsche.
—¿Qué autores y libros son indispensables para combatir el tránsito lento?
—Yo diría que las buenas novelas policiales, las muy buenas, esas con tanto suspenso que incluso adelantas las páginas para ver qué es lo que va a pasar, si van a matar o no a la actriz, si se escapa o no el criminal, si hay sorpresas en cada capítulo. Creo que deben actuar como muy buenos laxantes en el caso de las personas con problemas de estreñimiento.
—El año pasado, Koji Suzuki, autor de la trilogía El Aro, editó una novela de horror en un rollo de papel higiénico, ¿Qué te parece este tipo de iniciativas? ¿Más autores deberían sumarse?
—Ya que estamos en el tema, supongo que se trataría de papel higiénico limpio. Como iniciativa, es bastante original, pero la originalidad en sí no tiene valor, a menos que vaya acompañada de textos de calidad o interesantes. Francamente, la idea de Suzuki me parece muy poco práctica y ello es evidente, dada la consistencia del rollo de confort. Si es por ser originales, también podríamos proponer el uso de cáscaras de papa, entradas al cine, boletas de restaurant, etc., para escribir, pero más que traducirse en realidades literarias, esos esfuerzos son, no sé, especies de acciones de arte, protestas, gestos simbólicos, vaya uno a saber qué.
—Cuenta la leyenda que Rimbaud escribía sentado en el escusado, específicamente en una letrina afuera de la casa de su madre…
—La información sobre Rimbaud es dudosa, porque él nació y se educó en Charleville, a unos 60 u 80 kilómetros de París y toda su producción poética la realizó entre los 16 y los 19 años, después no escribió nunca más, es uno de los casos únicos en la literatura de genio adolescente que luego abandonó para siempre las letras y llevó una existencia —mercader y traficante en Abisinia— por completo ajena a los libros. Pero no tengo nada contra quien escriba en el wáter, arriba de los árboles, en la cama, en la cocina, en el bus, en la cuneta, donde le de la soberana gana.
—¿Qué lecturas te dan dolores estomacales?
—Dolores estomacales tal vez me produzcan los thrillers de Le Carré, Ruth Rendell, Karin Fossun, Sara Paretsky, por supuesto Agatha Christie, los buenos policiales. Aunque en verdad es ansiedad, nervios, ganas de saber qué es lo que va a pasar, imposibilidad de dejarlos. Ahora, si la pregunta está hecha con sentido peyorativo, bueno, dolores estomacales propiamente tales no, pero sí impaciencia me producen Rivera Letelier, Ampuero, los libros de autoayuda que ahora son una epidemia.
—Para cerrar: ¿Qué obra te merece ser tragada por el inodoro?
—Son tantas que enumerarlas llenaría muchas páginas. Además, es altamente inconveniente tapar los excusados, porque si a tus propias deyecciones le sumas basura en papel impreso, entonces te queda la tendalada en el baño.