Review del pasado concierto de los argentinos
«No seas infeliz, dejate arrastrar por el carnaval / noche de máscaras, dejate influenciar por el caos / chicas ricas no le tengan miedo, esto es solo una fiesta popular», dicen los argentinos Babasónicos en “Fiesta Popular”, una de las canciones que componen su más reciente disco, A propósito. La letra calza como la postal perfecta para lo que se vivió el pasado miércoles 7 de diciembre en el Teatro Caupolicán de Santiago.
El llamado era a celebrar los 20 años de historia de la banda, pero más allá de algunas sorpresas —interpretaron o hicieron mashups de temas que parecían haber quedado extraviados en el tiempo, desde sus primeros discos—, la participación de Javiera Mena en la apertura y una fiesta para el socialité post-show, la atención se concentró en presentar en vivo su última placa, la cual fue interpretada casi en su totalidad. Así, en un teatro repleto, fueron instalándose todas esas fantasías pop que los argentinos han venido alimentando con los años: luces, pantalones de cuero, chicas anoréxicas, softporn, drogas, sodomía y baile descontrolado.
Algo que queda claro con la micro-retrospectiva de esa noche es el proceso que ha sufrido Babasónicos en estas dos décadas de existencia, casi como si su historia fuese cortada en dos: 1) la banda friki que mezclaba psicodelia, cultura trash e ideología under. 2) la banda que sodomiza el pop, una de las más importantes a nivel latinoamericano.
Es una buena trayectoria, de esas que no se estrellan. De esas que ha hecho que su otrora bajista, ahora multi-instrumentista, Carca, vaya y vuelva de la formación; que hayan perdido a otro bajista, Gabriel Mannelli, víctima de un extraño cáncer; que hayan encontrado coordenadas cercanas en la música con Ian Brown, en las letras con Rodolfo Fogwill y en el cine con su hija Vera Fogwill; que hayan hecho los mejores videos que una banda hispanoamericana haya realizado jamás.
De pronto, y casi asfixiados entre la multitud, nos acordamos de lo tremendos que son Babasónicos en vivo. Una cruza extraña entre divos de otra era y rockstars sudacas. Por supuesto, mucho de esto tiene que ver con lo frenético que es su vocalista, Adrián Dárgelos, quién es capaz de, por momentos, hacer desaparecer al resto de la banda —casi la mayor parte del tiempo inmóvil o posando para las cámaras en el caso de Mariano Roger—, a punta de coreografías cósmicas que parodian sutilmente a las figuras clásicas de la canción romántica, antes del rollo decadente que el tiempo les coló encima. Dárgelos revierte una tradición irregular que deriva de cantantes como Leonardo Favio, Nino Bravo o Sandro, cuyo mejor mérito es haber hipersexualizado su figura de hombre poco agraciado, reivindicando al galán sudaca.
Más allá de si fue o no un buen repertorio —obviaron singles de Infame y Anoche, quizá sus discos más populares por estos lados—, o los constantes problemas de sonidos, acoples, guitarras que jamás lograron sonar del todo claras, el paso de Babasónicos mantuvo intacta esa aura que los ha caracterizado en los últimos años, mezclando baladas de amor carnal, con flashes y baile desorbitado.