Sentida columna tras la partida de un grande
El día de ayer, Felipe Cussen -quien ostenta el título de El Poeta de las Cosas Simples– envió una carta a La Segunda (y que nosotros replicamos acá), pidiendo a los dirigentes y empresarios del fútbol profesional que no se farrearan a Marcelo Bielsa. Pero bueno, ya sabemos que desde hoy nos quedamos sin Bielsa y, claro, sin Harold Mayne-Nicholls a la cabeza de la ANFP.
A sólo horas de haber conocido los resultados de la votación que dejó al español Jorge Segovia comandando nuestro fútbol y en medio de la hecatombe que esto ha significado, la furia del hincha, y los, según twitter, más de 15.000 que cancelaron sus suscripciones a CDF, acá van las impresiones profundamente poéticas de nuestro vate favorito.
Recuerdo con mucha tristeza cuando cumplí 30 años, pues ese día se inició con el funeral de mi abuelo. Una fatal coincidencia del destino ha querido que en este nuevo cumpleaños haya debido enfrentarme a un nuevo funeral: hoy ha muerto mi fe en el fútbol chileno.
Ayer por la mañana me había despertado con inquietud. Sentía que, al menos en una mínima parte, podía y debía hacer algo por revertir las terribles profecías que se escuchaban. Me atreví a enviar una modesta misiva que esperaba remover las conciencias de la élite político-empresarial de este país. Esa gestión pública fue acompañada por una serie de llamadas de mis operadores a los más altos niveles gerenciales y directivos de los clubes chilenos. Mis subordinados, sin embargo, retornaron a nuestras oficinas con decepción, pues se habían encontrado con un paredón infranqueable, cimentado por la codicia, la ignorancia y la corrupción.
Con el correr de la tarde, se encendieron las alertas porque Bielsa hablaría. Junto a mi adorada esposa, nos sentamos frente al televisor dispuestos a beber hasta la última gota de ese elixir de la sabiduría. Lo que escuchamos, durante 2 horas y 18 minutos, no sólo fue una lección de fútbol, de política, o de ética, como luego se comentó. Fue también una clase de filosofía analítica, de lingüística y, ante todo, de poesía.
A muchos podrá parecerle que su monólogo alambicado es una señal de confusión o redundancia. Por el contrario, creo que con cada rodeo, con cada digresión, con cada pausa, Bielsa nos estaba marcando una ruta. Al igual que Paul Celan, el más radical de los poetas de postguerra, esta ruta es la del lenguaje que se abre a sí mismo en toda su extrañeza, en toda su complejidad, para ofrecerse como un espacio de reunión. Las palabras con que Celan cierra su discurso más recordado son perfectamente las que podría haber utilizado el rosarino en su última alocución: “Señoras y señores, encuentro algo que me consuela un poco de haber recorrido ante ustedes este camino imposible, este camino de lo imposible. Encuentro lo que une y, como el poema, lleva al encuentro. Encuentro algo -como el lenguaje- inmaterial, pero terrenal, terrestre, algo circular, que vuelve sobre sí mismo a través de ambos polos y a la vez atraviesa -cosa graciosa- los trópicos, los tropos: encuentro… un Meridiano”.
Es ése el fin de la poesía: sacrificarse a favor de un sentido, la tradición simbólica ha querido ejemplificar la posibilidad del sacrificio máximo en la figura del pelícano: un ave que amaba tanto a sus hijos que, cuando no podía alimentarlos, se abría el pecho a picotazos para nutrirlas con su sangre. Anoche, cuando sus palabras dolientes encarnaban una vez más el esfuerzo que ha hecho por todos nosotros, me imaginé a Marcelo Alberto Bielsa Caldera como un pelícano.
Su sacrificio parece haber sido en vano. En esta fría y nublada mañana, las manos enguantadas que mentaba mi querido profesor Mario Banderas hicieron lo suyo. Mientras el precio del dólar caía estrepitosamente, se despedía un compungido Harold y abandonábamos para siempre toda esperanza de retener a Bielsa. Apenas vi a ese muñeco de cera apellidado Segovia trepando a la testera de la Asociación con sus secuaces, apagué el televisor.
No quise salir a la calle. No es necesario. Puedo visualizar perfectamente las escenas de consternación que se estarán viviendo en cada esquina de nuestro país. Deben corresponder exactamente a estos conmovedores versos del Cancionero de Medinaceli (s. XVI), que parecieran haberse inspirado en esta funesta jornada: “Quedaron todas las damas/ sin consuelo ni alegría;/ cada uno de los galanes/ con sus lágrimas dezía:/ ‘El mejor de los mejores/ oy nos dexa en este día’”.
No nos olvidemos nunca de su paso por estas tierras. Así, la poesía no habrá cantado en vano.