Sobre la reedición internacional de “Camanchaca”
Salió hace algunos años con harto ruido e instalando un nuevo nombre en el catálogo editorial chileno. Hoy, su autor, el periodista Diego Zúñiga, muestra contento la reedición internacional de Camanchaca, su primera novela. Aprovechamos de hablar de libros, del norte, y de su nueva etapa. ¡Atentos, hay un ejemplar de regalo!
// Fotografía de portada: Carolina Vera.
Le digo que no recuerdo cómo se llama el protagonista, me dice que no tiene nombre y que le digamos así: protagonista. Ya sabe que leí la primera edición de su novela hace un tiempo y le digo que no percibí mucho los cambios en esta segunda edición, me responde que sí los hay, que «es una edición corregida», que «hay pequeños cambios, un capítulo más, pero nada que altere la historia».
Sobre el libro, sobre esa historia. Originalmente publicada por la editorial La calabaza del diablo en el 2009, hoy re-editada por Random House Mondadori, Camanchaca es una novela tan bella como siniestra. Precisamente como la camanchaca, esa neblina costera de la que los nortinos saben muy bien. Una especie de libro de carretera, en donde un joven protagonista —el protagonista—, hijo de padres separados, realiza un viaje de Santiago a Iquique, con su distante padre al volante, reencontrándose con sus fantasmas infantiles. Con una oscura y brumosa historia familiar.
Sobre el autor. Diego Zúñiga tiene 25 años, es blogger desde los 18, hoy mantiene la bitácora Otras tardes, no fue muy lector cuando niño: «los libros obligatorios del colegio, nada más», cuenta. Que un profesor de castellano en Santiago, fanático de José Donoso, le enseñó a leer a Enrique Lihn, a Boris Vian y Céline y lo incentivó a escribir. Trabaja, como periodista, en la revista Qué Pasa y saltó al panorama literario cuando tenía 22. Camanchaca tuvo buena acogida en los medios y entre sus pares más consagrados, pero no mucha presencia en librerías, dándole a Zúñiga un aire del escritor emergente que había que buscar para leer. El resto fue el curso natural: participación en congresos, antologías en diversos puntos de Latinoamérica, una traducción al italiano (Passeremo per il deserto, Caravan Edizione), una reedición internacional y entrevistas como esta.
Hola Diego, ¿qué tal? Oye, reeditaste tu primera novela. Me gustaría saber cómo ves Camanchaca a tres años de su primera publicación y qué hay con esta nueva versión.
—Hola, Daniel. Se ve extraño todo, porque finalmente te das cuenta —tarde— que los libros tienen una vida propia. Cuando publicas tienes la ansiedad de que todo ocurra inmediatamente, pero nada: los libros tienen sus tiempos y esta reedición creo que tiene que ver con eso. Lo nuevo, en el fondo, es que ahora está en librerías en las que la edición anterior nunca estuvo. Y estará en otros países a los que nunca llegó.
Con respecto a eso, pareciera ser el año de tu internacionalización: vas a la feria del libro de Guadalajara, te tradujeron al italiano. Camanchaca pareciera ser una novela muy del norte de Chile y de su cruza con Santiago, ¿qué comentarios te han llegado desde afuera? ¿Cómo se lee la novela sin ser chileno?
—Ha sido curioso. Los italianos se han enfocado mucho, también porque el traductor y las editoras lo vieron así, en el tema de que la novela ocurre después de la dictadura. Leen a esta familia desde ese lugar. Hay una escena en Camanchaca en la que se hace alusión a Chacabuco (centro de tortura de Atacama), que al traductor le dio pie para armar, también, una lectura así. Es válida. Es extraña, aquí casi nadie la hizo, pero también me parece genial que genere distintas lecturas, más allá de lo que ya se ha dicho acá.
Tu novela, además, pareciera ser sobre ese margen delgado en que la infancia se convierte en otra cosa. Hay harta literatura tanto sobre la infancia como de la adolescencia. ¿Con qué libros crees que se emparenta Camanchaca, en ese sentido, o qué libros te sirvieron para su escritura?
—Recuerdo que en la universidad tomé un taller de escritura autobiográfica, y uno de los ejercicios consistía en escribir la biografía de un familiar a la manera en que Borges armaba las vidas de los protagonistas de Historia universal de la infamia. Releer esos cuentos, con esa mirada puesta en la estructura de los relatos, fue una suerte de epifanía, supongo, que terminó derivando en que Camanchaca fuera una novela fragmentada. O, mejor dicho, me ayudó a darle valor al fragmento como recurso literario. Pero no sé. Desconfío de los escritores que tienen tan claro sus referentes. Creo, más bien, que todo es medio confuso, y está bien que así sea. Muchas certezas me parecen sospechosas.
Me gustaría pensar, de todas formas, que en la novela hay ecos de cosas que leía mucho en ese tiempo: la poesía de Enrique Lihn y de Gonzalo Millán, los cuentos de Cheever, las novelas de Bolaño, El empampado Riquelme de Mouat, Pedro Páramo de Rulfo. Pero eso es solo un deseo. Me encantaría que la novela se emparentara con las películas de Lucrecia Martel, por ejemplo, o con las novelas de Alejandro Zambra, que me gustan mucho, o con dos novelas que leí después de publicar el libro, que son La ciudad en invierno, de Elvira Navarro y El viento que arrasa de Selva Almada. Sentí mucha sintonía con esos libros, pero estoy seguro que no soy el más indicado para responder esto.
Sé que está en la novela y que Hernán Rivera Letelier lo ha hecho bastante, pero ¿cómo describirías el norte de Chile a una persona que jamás ha estado allá?
—Yo me vine a Santiago, desde Iquique, hace ya varios años. Entonces, lo que te describa del norte más bien tiene que ver con mis recuerdos que con otra cosa. Va a ser inexacto. Aunque también estoy seguro de que el norte que describe Rivera Letelier está lleno de lugares comunes que no tienen sentido.
Entiendo… ¿te pareces en algo al protagonista de tu novela? ¿En qué?
—Nos parecemos en muchas cosas, en las más terribles espero que no. Pero claro, ese viaje de Santiago a Iquique, atravesando el desierto en auto, lo he hecho varias veces. Mis padres son separados. Supongo que, de alguna forma, también tengo problemas para expresarme, aunque no de forma tan severa como le ocurre al protagonista. Él es parco, silencioso, inteligente, aunque con poca capacidad de comunicación. Supongo, también, que se parece, en muchos sentidos, a los que fuimos niños en los noventa.
Es curioso eso porque está esa cruza entre los 90’s y 00’s pero este joven no ve MTV, hay poco uso de los objetos de memoria pop que marcaron esos años. ¿Hay un modelo de escritura ahí?
—Lo que pasa es que no me interesa centrar el foco ahí, la infancia de él está marcada por otras cosas. Hubiese sido impostado, en realidad inverosímil, que ese protagonista viera MTV. ¿Lo imaginas enamorado de Ruth Infarinato? La verdad es que yo no. Siento que hay historias en las que estas marcas pop tienen sentido, pero en general creo que es difícil manejar “lo pop” sin que suene impostado, la verdad. Los objetos pop, como los llamas, son algo que está ahí, que pasa, como un ruido de fondo, no como algo protagonista. Al menos yo lo veo así. Si no resultan cosas intragables, ahí tienes a casi toda la generación de la Zona de Contacto perdida en esos referentes. Harto mejor les hubiese hecho leer un poco más, ¿no?
Lo que sí hace el protagonista es recorrer hartas picadas de comida del centro de Santiago, se ve que hay experticia ahí. ¿Cuáles son tus mejores picadas?
—Jajaja, me gusta mucho que ese personaje ande por el centro de Santiago y que coma en el Portal Fernández Concha, pero en realidad eso es un clásico. Un lugar que me gusta mucho es el Gyros, pero bueno, como el menú es reducido, no es posible ir tan seguido. Pero en realidad no sé qué otras picadas. Un dato, que recuerdo ahora por la nostalgia, en realidad: en una cafetería de Iquique que se llama Cioccolata, vendían la torta de los siete sabores. Era increíble. Y un día, caminando por el centro, aquí, encontré una sucursal de esa cafetería. Y vendían la torta. La recomiendo mucho. Y no, no tiene nada que ver con Angie y la flor de los siete colores.
Cuando salió Camanchaca, muchos se sorprendieron de tu corta edad (22 años), como si la lectura tuviera que ser contextualizada con eso, en fin: ¿qué piensas de esa categoría de escritor joven? ¿Es Camanchaca una novela joven o para jóvenes?
—Da lo mismo la edad, es un dato irrelevante. Si le dieras valor tendrías que estar consciente de que es algo que se va a acabar muy pronto. Dejamos muy rápido de ser jóvenes, entonces da lo mismo. Piensa en Aurora Venturini: se ganó, con 85 años, un premio que buscaba autores jóvenes y que terminó premiando su novela Las primas, que es un libro deslumbrante, con un lenguaje nuevo, con un mundo grotesco. Lo mismo pasa con Hebe Uhart, que tiene más de 70 años y me parece que hace una literatura muy viva, muy sorpresiva, también. Supongo que eso es una literatura joven. No sé si Camanchaca entra en esa categoría, ojalá que sí.
Hiciste el salto, como algunas bandas de rock del under al mainstream o como Aléxis Sánchez de Tocopilla a Europa. La primera edición de la novela fue por una editorial independiente (La Calabaza del Diablo) y ahora estás en una transnacional como RHM: ¿volverías a publicar en una independiente?
—No lo veo tan así. Suena muy grandilocuente eso del salto. De hecho, creo que en este momento las luces apuntan más a las editoriales independientes y no hacia las transnacionales, y eso con absoluta justicia. El tema es que en Chile las editoriales independientes recién están armándose con más fuerza, construyendo catálogos arriesgados, apostando por autores nuevos y rescatando los libros que hay que rescatar. Pero hay temas pendientes, como la distribución, por citar uno de los problemas.
No volverías a publicar en una independiente en Chile, entonces…
—Depende. Si cambian algunas cosas, sí. Lo que está haciendo Hueders, por ejemplo, me parece genial, arriesgado, distinto. Y me siento muy orgulloso de que Camanchaca haya aparecido en La Calabaza del diablo. En ese catálogo hay libros de autores que admiro mucho, como Andrés Anwandter y Marcelo Mellado, por citar solo dos. Está ese libro bellísimo que es Alameda tras las rejas de Olavarría y los cuentos de López-Aliaga, Pablo Toro y Simón Soto. Se me escapan nombres, seguramente. El trabajo que hace Marcelo Montecinos es importante y muy valioso. Pero claro, Mondadori ofrecía, para esta novela, posibilidades que antes no tuvo. Y sentí que publicar ahí tenía sentido porque me siento cercano a varios autores de su catálogo: Alejandra Costamagna, Iosi Havilio, Patricio Pron, Julián Herbert…
¿Cuál fue el último libro que te dejó knock out?
—He pasado las últimas semanas leyendo distintos libros de Héctor Libertella y creo que esa descripción, la de quedar knock out, es muy precisa para explicar lo que pasa cuando lo lees. Son libros extraños, inteligentes, escritos como en el futuro.
¿Qué sientes cuando lees un buen libro? ¿Envidia o admiración?
—Admiración, sin duda. Si sintiera envidia me habría vuelto loco hace rato. Hace poco leí el libro de conversaciones como Mario Levrero que publicaron en Lolita Editores y le preguntaban algo parecido a Levrero, y él daba una respuesta a la que suscribo completamente: «con un texto ‘literario’ yo solo me río, a veces, de admiración. Cuando no me cabe en la mente la grandeza de lo que leo, me río a carcajadas y digo, incluso en voz alta, ‘qué hijo de puta’.»
Y, cuéntanos, ¿estás en algo nuevo ahora? ¿Preparas algún libro? ¿Puedes adelantar algo?
—Tengo un libro de cuentos más o menos terminado que creo que se llamará Niños héroes. Y una novela que parece que no terminaré nunca y que tampoco tiene título, pero nada, te obsesionas con una historia, con un personaje, con algunas palabras y no hay vuelta atrás.
// LANZAMIENTO. El remix de Camanchaca se presenta el próximo viernes 19 de octubre, a las 19 horas, en la librería Ulises de Lastarria.
// CONCURSO. Por cortesía de Random House Mondadori sorteamos copias de Camanchaca entre quienes respondan, en nuestro módulo de comentarios de Facebook ubicado abajo: ¿Cuál es tu libro o película favorito sobre un viaje de carretera?