Apuntes de Festifunk
Es probable que solo los que estemos llegando a la barrera de los 30 entendamos cuánto esperábamos un evento como este. Aquellos que apenas iniciando la adolescencia mirábamos esos cabellos sucios de colores del video de “Corazón de sandía” y alucinábamos con que algún día nuestros padres nos dejaran comprar el Blondor y vaciarlo por completo sobre nuestras cabezas. Es probable que no seamos una generación, sino solo un intento, pero rastreábamos patios de nuestros primos ya adultos en busca de esas figuras de cerdos plásticos a las que se les había rebautizado como Juanitos, para llevarlas a cuanto recital de los Chancho se anunciara en las paredes de nuestro barrio, es probable que solo nosotros entendamos qué querían decir los Illya Kuryaki con esa mezcla de lunfardo chicano hiperglobalizado. Es probable que aquellos que nos hicimos llamar “funky”, no lo hayamos hecho por más de doce meses. Es probable que hace quince años, algo como Festifunk se hubiera vuelto nuestra meca de culto, un hito imposible de olvidar.
Pero no fue así, y hubo que esperar que Los Tetas y los Illya Kuryaki and the Valderramas se separaran y se volvieran a juntar una década después, así como que los Chancho en Piedra se volvieran una banda de estadios, para luego bajar las revoluciones, para recién poder verlos juntos sobre un escenario. La nostalgia pesa y la cita, aunque tardía, pintaba para revivir algo, para volver a sentir y para cerrar un capítulo de nuestras vidas: una deuda.
Es por estas razones que duele de cierta forma escribir esta reseña: porque pese al entusiasmo propio y a la calidad de las bandas Festifunk no estuvo a la altura de las expectativas, teniendo momentos realmente bochornosos, en cuanto a la producción y organización del evento, que pasaremos a detallar, a pesar de que nuestra alma funk quiera hacerse la loca.
// Reseña: Daniel Hidalgo, Alejandro Jofré • Fotos: Felipe Ojeda.
¿Esta es nuestra fiesta?
Eran las 19:00 horas y se cumplían casi dos de retraso, en donde a los asistentes no les quedó otra que entretenerse viendo las pruebas de sonido de los artistas que vendrían. La jornada oficial se inició nada más ni nada menos que con De Kiruza. Para ser honestos, fue raro verlos abriendo el Festifunk —y sobretodo pidiendo disculpas por la tardanza—, porque la banda de Pedro Foncea, pioneros en fusionar la música afro con la latina, con letras preocupadas por lo social, muy jugadas en un contexto de dictadura, representa el eslabón perdido del funk chileno, un verdadero monumento del género. Eso, Foncea lo sabe bien y se notó: hizo gala no solo de su carisma y versatilidad, sino que también de su voz, quizá una de las más privilegiadas y reconocibles del cancionero popular local, aquella que levantó himnos como “Algo está pasando” (que no sonó esta noche), que ganó la competencia del Festival de Viña junto a Javiera Parra el 91, y que lo hizo participar con De Kiruza en un cameo de la teleserie Adrenalina, y cantar, como solista, el tema central de otra: Amándote. La banda se mandó un repertorio basado en la reformulación que ha significado su último trabajo, Música p’al mundo (2009), tanto en formación —con una coqueta Loretto Canales en coros y su hermano Felo Foncea en los teclados— como en el repertorio, quizá arriesgando demasiado en este punto, muy cercano al world fusion, deleitándonos con solo dos hits de los históricos y para el cierre: la homínima “De Kiruza” y “Bakán”, logrando un gran momento con esta última al hacer corear el rap en coa a los aún pocos pero entusiastas asistentes que a esa hora llegaban al recinto.
Sonó la música envasada, o intentó hacerlo entre acoples y subidas y bajadas de volumen e incluso de un chirrido electrónico que nos acompañaría largo rato, impidiendo que los bailarines (niñas vestidas de gala, breakdancers, rollers con afro, y otros especímenes que deambulaban entre el público) se decidieran a bailar. En eso, y corriendo por el escenario se posicionaron unas siluetas, se detuvo la música. Algo decía Osvaldo Díaz, la voz de Sapien, que era la banda que se ganó la oportunidad de tocar en ese escenario, y no se entendió mucho cuando empezó una batería de rimas, seguida de las difusas notas con distorsión del guitarrista zurdo Miguel Díaz, que apretaba los dientes como si mordiera las notas, mientras el bajo de Matías Arias rebotaba entre los vientos de esta banda de funk subterráneo. Poco y nada vimos de Sapien, que solo estuvo dos canciones y desaparecieron entre medio de las pifias que pedían más de su repertorio, cuando recién empezaban a sonar decentemente.
Comandados desde el 2000 por la voz de Ema Pinto, rápidamente Matahari ajustó la tarde de Santiago a los tintes de su soul de escuela con el cóver de The Temptations “Papa was a Rollin’ Stone”. Fue un repaso por la discografía que la banda dejó en la década anterior, con una mezcla de canciones como “Ángel”, “Mi fe” y “UltraMan”, al ritmo del incombustible bajista Ernesto Duboy, para continuar con otras mezclas de sus éxitos desconocidos: “La tiendita del deseo”, “Discodos”, “Aeropuerto”. Claudio Espíndola es el nuevo tecladista de la banda y también mostraron el trabajo de su guitarrista desde el año pasado Guillermo Jiménez. “Deja el cuerpo”, el sencillo que le dio el nombre a su primer trabajo publicado en 2002, fue uno de los puntos altos a pesar de que, por los recurrentes problemas de sonido, nunca se escuchó la voz del corista Moisés Villanueva.
Con los vatos del funk —mi grupo de amigos, ex adolescentes, ya jóvenes padres, rumbo a los 30— nos preguntábamos si en realidad Emma Lihn (Karen Alfaro) era la organizadora de todo esto, porque no nos calzaba cómo podía hacerse parte de un festival que apostaba a lo histórico y a la memoria reciente, alguien completamente desconocida para todos los asistentes y los que no asistieron. Y nada: fue casi lo mismo que con Sapien, la ex voz de las cuequeras urbanas Las Capitalinas mostró dos temas, uno con clara cadencia soul y otro de un pop melódico muy lejano para la audiencia y el espíritu de la velada, retirándose entre tibios aplausos. Nuevamente quedábamos reflexionando en por qué tardar 15 minutos en armar el backline de unos músicos que interpretarían apenas dos canciones y que el equipo de sonidistas apenas alcanzaba a regular bien durante la presentación. Mala jugada.
Vida Funk
Apuntes mentales: en la segunda mitad de los noventas Raúl Alarcón (AKA) Florcita Motuda estaba indeciso, El Nuevo Rock Chileno se lo disputaba como padre icónico. Por un lado los Pánico lo tributaban y él mismo declaraba en entrevistas ser fan de los Sonic Youth, pero no fue sino hasta que Chancho en Piedra reclamó su paternidad cuando algo hizo click en Flor. Se volvió –¿incluso más?– lúdico y se le atribuyeron epítetos como el Frank Zappa o el George Clinton local. Era un renacer. Reformuló junto a músicos jóvenes, entre ellos sus hijos Olivia y Lucas, un nuevo proyecto sonoro y sacó adelante el disco “Fin de Siglo, bienvenidos al milenio, ¡todos invitados!”, que contenía la canción “Fin de siglo”, con la que había ganado el festival de la OTI en 1998, pero además sus éxitos más recordados remozados en clave funk rock. Es por esto que no era nada de rara su presencia en el festival, de hecho gran parte de lo que mostraría era de ese disco. Así, “El papi del funk” salió de improviso y durante casi 20 minutos tuvo que rellenar, mientras se hacían intentos por apurar el montaje del escenario, en donde Florcita hizo gala de su locura y dotes de comediante para hacer reír a todo el mundo con su filosofía personal, anunciando su retiro que incluiría una gira por todo Chile y una gran despedida en el Festival de Viña («donde todo comenzó») e, incluso, llegando a hacer una serie de Pato Yáñez (¿a la organización?) y mostrar el culo frente a las cámaras de los de la primera fila. Todo impecable, sonó “Pobrecito mortal”, “Duraznos pelados”, “Las máquinas”, “Tírale un ajo”, se hicieron citas a Wild Cherry y a Los Pericos, se armó el slam y se realizó una impecable versión de “Gente”, nuestra propia Space Oddity. Cerrando con un Florcita que solicitaba no ser cortado y saludando a Chancho en Piedra, despertando la esperanza de lo que todos queríamos: que los artistas compartieran más en el escenario.
La cita siguió entre acoples y pruebas de sonido a la rápida, entre discjokeadas cortadas y los asistentes que ya no llegaban, dejando el Movistar medio vacío —ni el más optimista podría decir medio lleno—. Hasta que pasado las 22 horas aparecieron las visuales de Papanegro. A veces uno se olvida, pero esta banda tiene un punto a su favor: formaron una segunda generación de seguidores del funk y soul en Chile, aquellos hermanos chicos de quienes escucharon a Los Tetas y Chancho en Piedra desde sus inicios en el 95, con apenas un par de años de diferencia. Claramente, la entrada de Guayi y compañía apostó al frenesí y descontrol, vestidos con túnicas y parodiando la paranoia del fin del mundo, repasaron hits de su primera época como “Wokman”, “Todo está bien” y “Cortentrete”, llegando a “Placer automático”, de su último trabajo, y añadieron de su disco en preparación, con cortes más pop, como “Iamgod” y “Fragil” junto a Loretto Canales, que nuevamente subía a escenario. Temas coreados y saltados de forma instantánea por una fanaticada más que ganada. Una presentación redondita, demostrando el indiscutible virtuosismo de sus integrantes, sobretodo el de Mario García, reventándola con lo que sería la tónica de la jornada: el entrañable slap.
Una nación bajo el mismo groove
De algún modo, todo se inicia con Los Tetas. No fueron los pioneros pero sí los más visibles, siendo cabeza de una camada de nuevas bandas chilenas que crecieron escuchando a los Beastie Boys y saltando desenfrenados con sus instrumentos como los Red Hot Chili Peppers o Infectious Groove. Fue un secreto que se expandió rápido: esto es funk, yo soy funk, escucha el funk. En pocas semanas, Los Tetas, hijos de la música y del exilio, entraron a la parrilla de MTV Latinoamérica, ranking radiales y portadas de suplementos culturales, vinieron las giras —más afuera que a provincias—, eran admirados en Perú, Argentina, Colombia y México. De atrás venían Chancho en Piedra, de una disquera más pequeña (Alerce), más feos y más parecidos a los vecinos del barrio, más preocupados por descubrir los límites de la identidad. De pronto todo cambió, ir a los conciertos de Chancho en Piedra era un ritual, se convirtieron en la banda más popular de Chile. Los Tetas, por su parte, cambiaban integrantes, intentaban irse del país, se disolvían. Nunca fue una generación, ni una tribu urbana, pero el funk chileno fue el primer ideario nacido exclusivamente en la Transición.
Se aproximaba la medianoche y recién salía el primer plato fuerte. La espera entre banda y banda ya empezaba a definirse en 20 minutos promedio, así que la audiencia aprovechaba estos instantes para sentarse y fumar un cigarrillo a escondidas de la única guardia que los quitaba —el recinto prohíbe fumar—. Ya hace un año que se reunió la formación original de Los Tetas y da para sacar conclusiones: arreglos nuevos en bronces, así como el live autotune de C-Funk para “Porcel”, repaso por los clásicos “La medicina” (acompañados por Emma Pinto), “Corazón de sandía”, “La risa del diablo”, “Papi, ¿dónde está el funk?”. Tea Time reconociendo a Pedro Foncea y a Los Morton como las viejas glorias del funk criollo. Sin embargo, Los Tetas, ya se enfrentan a un momento en que deben tomar decisiones y no solo la inclusión de un tema nuevo (“Música”) o la suma de canciones como “Despertar”, del disco Tómala! (2002) en donde no participaron Pepino ni Rulo, sino de reinventarse en vivo, alejarse del riesgo de parecer monótonos en su repertorio y en su desplante escénico, una vez superada la emoción de la nostalgia. Al cierre, “Cha cha cha”, haciendo explotar en saltos a los presentes y al mismo Flor Motuda que se escabullía por el escenario con ganas de leseo.
Discutíamos con los vatos acerca de quién iba tocar primero, si Los Tetas o Chancho en Piedra. Y el hecho es que al ser estos últimos los que salieran a las 1 am, como previa a IKV, fue una buena idea. Los Chancho en Piedra se la saben por libro; lo hemos comentado acá. Son una banda de festivales porque son creativos y saben cómo adaptarse el espíritu de la cita. Así lo demostró la potente apertura con una intro funkera que dio paso a “Funk del balsa”, un querido clásico de su primer disco (Peor es mascar lauchas), seguida de “Edén”, “Volantín” y “Huevos revueltos”, todas pegadas, una tras otra y con las volteretas de Lalo Ibeas, personificado como Redfoo de LMFAO. Sin duda lo más funk y disco de su repertorio, logrando el clímax de la velada. De pronto, todo se calma y los Chancho invitan a la guapa May Schuster y a C-Funk para interpretar una joyita, “Romance de barco y junco”, poema de Óscar Castro, musicalizado por Los Cuatro de Chile y que la banda funk rock tiene en su disco de versiones Otra cosa es con guitarra (2011) grabado con Juan Sativo y Pedropiedra. La versión en vivo funciona, a tres voces cautivan al público y ese C-Funk que se acerca a un micrófono —que no funciona, y que es rápidamente auxiliado por K.V.Zón— para echar unas rimas leídas desde el piso. Al final, el abrazo fraterno entre ambos guitarristas, un lindo momento que nos transportaba a 1996, los tiempos de la familia chilenita del funky.
Ya pasadas las 2 am, los invitados argentinos que ya habían hecho lo suyo en el Primavera Fauna, se posicionaban en el escenario –para variar, probando sonido rápidamente–, y es lamentable, porque apenas Dante Spinetta se aproxima al micrófono, en una fantasía media punk, media gangsteril, revela que los quieren cortar, que hay problemas con la policía, así que harán todo lo posible para dejar contento a los asistentes. Al inicio, IKV lanza un clásico de los inicios: “Chaco”, seguido de su nuevo corte “Ula Ula” (ojo que Chances su nuevo disco está tremendo y ojalá puedan venir a mostrarlo íntegramente y pronto), pasan por ahí “Jaguar house”, “Latin geisha” y otra de las nuevas, con tintes reggaetoneros, “Funky futurista”. IKV bromea con el público entre cada tema, se burlan de los desperfectos técnicos y del horario en el que están tocando, a la rápida. No hay lentos ni sorpresas, puros calados. Cierran con “Abarajame” y la invitación a Tea Time de Los Tetas, quien les ayuda en el coro e improvisa una estrofa. Ya son cerca de las 3 am y la gente está cansada, tras 9 horas de funk, de recuerdos, de historia. IKV se la jugó, hizo lo suyo, de forma humilde aceptaron salir a la hora del níspero. Paciencia debería haberse llamado este festival.
Nos largamos todos con un sabor agrio. Fue una gran cita, pasaron grandes bandas por el escenario pero la organización fue desastroza: el Movistar quedó grande, la espera fue eterna, el valor de la entrada, así como la separación de una cancha vip no se condecía con el sonido ni las condiciones del evento. Y es que quizá ya estamos viejos, quizá con 15 años menos eso nos hubiera dado un poco lo mismo. Pero ahora, que la entrada la pagamos nosotros y queremos pasarlo al nivel de las expectativas, todo tiene otro sentido.