Presenta su novela “Mentirosa”
Yuri Pérez (1966) viene de presentar su última novela Mentirosa (Narrativa Punto Aparte) en la Feria del libro de Santiago; un texto agresivo y delirante, que perfila y consolida su imaginario narrativo. De su neutralización como poeta, de sus territorios y del peligroso periodismo secuestrado por estereotipos, entre otros temas, habla en la siguiente entrevista.
Algo tiene preocupado al poeta sanbernardino Yuri Pérez, algo pasa que su pluma está peleada con la lírica, ya que —como él mismo cuenta— hace más de cuatro años que no ha escrito poemas decentes. No obstante esa dificultad, Yuri Pérez se ha erigido con una voz provocadora en el panorama narrativo local. Tras su debut en la prosa para Editorial Puerto Alegre con el conjunto de relatos Suite (2009), la casa independiente porteña Narrativa Punto Aparte se anotó un golazo al publicar su primera novela Niño Feo (2010), que se llevó el Premio de la Crítica en 2011. Este año vio la luz Mentirosa ―su segunda novela― donde, en síntesis, la fe de una narradora evangélica se ve trastocada por la mundana cotidianidad del barrio y el culto. Con un súbito y delirante final plagado de aberración y violencia ―donde además se dan cita personajes tan dispares como Juan Gabriel y Harry Potter ― Mentirosa constituye una ácida reflexión sobre el estado de la cultura y del país.
¿Cómo es que un poeta deviene en narrador? Como se deja entrever en Mentirosa, ¿consideras el cambio de género una especie de traición a la poesía o a los orígenes?
—Sí, me parece una traición al oficio de la poesía y a veces tengo sentimientos de culpa, porque tengo por la poesía la máxima admiración como expresión de arte. Tengo por ella un sentimiento de religiosidad que a veces lastima. Lo otro y no menos importante es que no he podido escribir poemas decentes hace más de cuatro años, he escrito penosos ejercicios poéticos que no son ningún aporte, donde la composición ha funcionado pésimo… estoy escribiendo malos poemas. Por lo mismo no deja de sorprenderme el hecho de que haya autores que editan poesía como si ese gesto fuera algo parecido a tirar un chicle a la vereda. Y hay tanto poeta que me parece sospechoso. No puede haber tanto poeta junto y si la escena de tantos poetas juntos es real, por alguna razón, varios debieran marcharse a tejer chalecos.
Ahora, claro, estoy trabajando narrativa, y escribir narrativa o lo que sea, siempre será bueno en la medida en que te mantenga con la mano activa, trabajando con el lenguaje y con tu propuesta estilística y estética como escritor. También se pueden meter guiños poéticos en la narrativa y esto en mi opinión, le otorga quiebres a la prosa, para sacar a la narrativa de su monotonía habitual, tan torpe y muchas veces al borde de la idiotez estructural. Por ejemplo, y para decir que mantengo guiños poéticos en mi actual obra, me he negado a utilizar diálogos en mis libros de prosa, para no estar demasiado cerca de la narrativa tradicional.
Tanto Niño feo como Mentirosa tienen como escenario Santo Bernardo (San Bernardo), no obstante esto, las señas específicas de lugar —a excepción del cerro Chena— aparecen algo desdibujadas o más bien pueden ser compartidas por varias comunas periféricas, ¿te interesan las escrituras arraigadas a un territorio? ¿tiene alguna significación especial para ti el lugar desde donde tú hablas?
—Claramente tiene una significación especial para mí. En Santo Bernardo me formé como poeta, desde chico, desde los 12 años, acá sentí esa curiosidad literaria y como me formé acá es cierto que tengo sentimientos de arraigo: ahora, no sé muy bien si me interesa la escritura arraigada a un territorio, pero he llevado hacia allá mi trabajo, a veces sin darme cuenta de eso, pero cuando el tema se ve demasiado estático y demasiado atado, intento abrir el contexto para que desde la lectura que hago del lugar que habito también se lea el lugar que otros habitan.
Lo otro es que en Santo Bernardo está casi todo lo que uno espera ver en una ciudad contemporánea, lo único que falta es una playa y minas paseando en patines o en bicicletas por la plaza de armas. Cuicos hay re pocos y eso es bueno porque no son reales en la vida de muchos de los que nacimos acá, acá son una ilusión. Y claro, es bueno que no bajen para que todo se mantenga puro.
Pobreza y referencias pop (TV, Hollywood, best-sellers, cantantes latinos), son dos tópicos que por contraste sobresalen en tu obra, donde la exclusión y la marginalidad adquieren ribetes complejos por estos mismos cruces, ¿cuál es tu visión al respecto en el Chile actual?
—Tiene algo que ver con lo que te dije antes, los ricos, afortunadamente, están lejos de la calle, eso es bueno porque son elementos distractores. El Chile de hoy, distinto al que nos prometió la clase política de los 80, una clase política tan pilla y de un carerajismo extremo, es un Chile partido en dos y todo el mundo lo sabe, sin embargo, este mismo estado de la nación proporciona el elemento justo para que el arte en sus múltiples áreas arme bloques discursivos de protesta y de malestar frente a este Chile que cada vez se parece más a Miami, o a alguna localidad de Puerto Rico. Claro, está este Chile con dos o quizás tres caras distintas, que es un escenario preciso para la observación, para mirar como un voyeur aquello que nos distingue del resto de Latinoamérica. Y ahí uno encuentra bastante material creativo. Tampoco digo que todo en Chile sea un asco, no, es un buen país, hay gente enorme en todo sentido, pero de que somos una rareza humana, sin lugar a dudas. Es como decir, «ni chicha ni limoná», somos unos grandes mentirosos.
En Niño feo la voz es la de un repudiado poeta adolescente, en Mentirosa narra gran parte de la obra una joven pobladora atravesada por el deseo y la religión, ¿te interesa hacer visibles o audibles estos cuerpos obliterados por la oficialidad?
—Sí, siento que la oficialidad —que no se limita nada más al poder político de algunos pocos que aún son militantes de los precarios partidos, sino que también abarca los medios de comunicación, la tele y los diarios, sobre todo los diarios chilenos, hablo de todos los diarios, incluyendo al The Clinic, que está manejado por un montón de sujetos acomodados que miran desde un balcón aquello que ocurre en los barrios— nos tiene con la soga al cuello, aunque los medios se esmeren en representar a los oprimidos, no pueden hacerlo, porque ven con otros ojos y esos ojos no saben ver. Ahí hay que poner sobre sus cabezas aquello que no miran o no comentan porque no es conveniente; mira tú un ejemplo súper habitual: cada vez que hablan en la tele o en los diarios de los barrios marginales de Chile, hablan de rancheras, de cumbia sound, de reguetón, como si no fuera posible que en el barrio alguien escuche, por ejemplo, a Spinetta o a Morphine. Ahí se ve que los periodistas y los que crean estos monstruos no saben nada, son unos tarados. El periodismo chileno, el que vemos, es un asco, debiéramos encerrarlos en alguna cueva de guarenes para que los guarenes les muerdan la lengua por peligrosos.
¿Tienes algunos escritores favoritos, que admires o a los que siempre vuelves? Te han comparado con César Aira…
—A César Aira lo he leído poco, no lo conocía hasta hace un par de años. Por suerte no lo he leído mucho, así me mantengo descontaminado de alguna influencia obvia y si me topo con él es un asunto casual. Hay algunos autores que leo una y otra vez, ahí están Gogol, Manuel Rojas, la Bombal, el peruano Clemente Palma, Marcela Paz, Cortázar, Mailer y Miller, Capote y por supuesto a grandes poetas, de quienes más he aprendido sobre la escritura: Pasolini, Nerval, Pound, Poe (en su faceta poética), Baudelaire, el chileno Pedro Antonio González, Lihn, Uribe y por supuesto a la gran Mistral, se me van algunos otros referentes, pero con ese listado está bien.
¿Por qué en tu obra narrativa siempre hay un lugar para los escritores y los críticos literarios?
—Ese es un tema muy simple, me gusta vincularlos a mi obra porque forman parte de mi obra, están ahí, en las discusiones o conversaciones, han estado desde que comencé a relacionarme con el círculo de los escritores y solo hago el traspaso de esas conversaciones a la obra literaria. No he ganado nada con ellos y no pierdo nada con ellos, por lo tanto tengo libertad para hacerlo. Por cierto, dudo que en Chile existan más de cinco críticos literarios, no hay más de cinco, el resto es solo paja molida, ociosos con hambre de demostrar que son hábiles contorsionando el lenguaje.
Algo que me llamó la atención, ¿por qué en los créditos de Mentirosa aparece dirigiendo la obra Teresa Wilms Montt?
—Sencillamente porque es un ícono de la historia literaria nacional, un gran referente de la insolencia y de la movilidad del arte, además de ser la escritora más bella que hemos tenido. Por cierto, el trabajo que hizo TNV sobre ella es un asco de serie, otra vez los medios hacen las cosas mal.
¿En qué está Yuri Pérez?, ¿tienes una nueva obra en mente, algo en lo que estés trabajando?
—Trabajando una obra que no sé para dónde va, pero trabajando. Algo de eso apareció hace poco en la antología .CL (2012), que editó la Universidad Alberto Hurtado, ese es un anticipo. También estoy intentando retomar algo de una serie de poemas que están ahí guardados hace años, espero sea tiempo de tomarlos y que la poesía me dé autorización para escribirla, ella es completamente caprichosa.
El siguiente extracto pertenece a su libro de poesía Cumbia (2003).
EL BOLICHE DE MI MADRE
Robaron el boliche de mi madre. Hoy martes. Se llevaron el aparato telefónico. Una docena de huevos. Desapareció el cubrepisos adquirido en la feria persa. Se ha perdido el bicarbonato de Sodio. La receta de Fluoxetina. Los malditos abrieron la caja de las monedas y sacaron de ella 1800 pesos que mi madre había destinado a la compra de papas, cebollas y ají de color. Robaron dulces, chocolates, galletas, arroz, jurel en tarro, lápices Bic, canela y el letrero CON QUÉ CARA PIDE FIADO SI CUANDO TIENE PLATA COMPRA EN OTRO LADO. Los tomates no existen, ni el ajo, ni los repollos, ni la caja de cartón habilitada para la sal, ni la foto del Papa. Se llevaron el talonario de boletas, no sé con qué fin, una tira de Metamizol Sódico, el paño para limpiar la vitrina de los dulces, el pan añejo, las tabletas antiácidas, la guía telefónica, la libreta de los créditos, la calculadora y los libros de contabilidad. Quemaron la silla de Coca Cola. Los Mercurios del siglo pasado. Los calendarios eróticos de Gloria Trevi, sus memorias, sus descargos. Quemaron la sonrisa de la casa. Robaron la ampolleta, los enchufes, la pala de la basura, la comida de los perros, el desodorante ambiental, las monedas de cinco pesos. El papel higiénico no, ni el cloro, ni la cera, ni el champú, ni el Rexona, ni el aceite emulsionado, ni el óxido de zinc. Tampoco las máquinas de afeitar traídas a Chile por un turista Quechua. El jabón Lux está en la repisa de siempre. También la pasta de zapatos y la crema para el acné. Dejaron el cortaúñas, los encrespadores de pestañas, el maquillaje y los espejos de bolsillo tipo Barbie. El libro de Nerval no fue tomado. Ni Vallejo. Ni De Rokha. Ni Esenin. Ni Stella Díaz. Ni Romeo Murga. Las obras completas de Mistral siguen sobre la misma mesa. También las de Pedro Antonio González. Las de Pezoa. Las de Carlos Pezoa Véliz. Los poemas de Miguel Serrano. Se llevaron Los Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada de Neruda y los torpes intentos líricos de un vecino de infancia. Decidieron no llevarse el suplemento económico de La Cuarta. Ni la bomba cuatro, ni sus primas, ni sus hermanas. Ni el calendario de la Cicciolina. Mi madre gana 60.000 pesos al mes por concepto de ventas libres de impuestos. Con esta plata alarga su vida y huye de la trombosis. Con esta plata compra ansiolíticos. Calcio. Complementos vitamínicos. Fierro. Ropa usada. Chancletas. El resto lo gasta en los caprichos de Modesto Segundo Pérez Pérez. Vino tinto. Aguardiente. Sucedáneo del café. Sucedáneo del jugo de limón. Hoy quise saludar a mi madre por teléfono.