30 Rock se va tras 7 temporadas y el vacío empieza a crecer. El ascensor se cerró la noche del pasado jueves 31 de enero por última vez para Jack y Liz Lemon.
Si se puede decir algo completamente grandilocuente y pretencioso, 30 Rock es una serie fundacional. Una piedra elemental para levantar una iglesia, de esas que aparecen cada 10 años y hacen algo tan increíble que después de que terminan nadie intenta llenar su espacio porque simplemente no se puede. ¿Alguien trató de ser la nueva Arrested Development o reemplazar a Seinfeld? Claro, se puede hacer una Friends con un The Big Bang Theory, pero es imposible suplantar la serie de Tina Fey y Alec Baldwin. Pero, y como lo han sabido aprovechar Parks & Recreation o Community, hasta Louie, se puede tomar un referente sin copiarle y sin pretender competirle.
Y hoy, jueves 31 de enero del 2013, tras siete temporadas, termina.
Bienvenidos al mundo, viudos de 30 Rock.
EL 2006 NBC anunciaba, con bombos y platillos, la primera serie original de la en ese entonces cabeza de Saturday Night Live, Tina Fey. Un programa sobre estrellas de televisión con poco cerebro, guionistas flojos y mal pagados, directivos inescrupulosos y soberbios, y el público, un animal cambiante. Ahí es donde cualquier fanático lee entre líneas y ve que Fey trataba de hacer un retrato del programa que la convirtió en lo que es. SNL y The Girlie Show, el programa ficticio que está a su cargo, son la misma cosa. Y Tina Fey —bajo el nombre de Liz Lemon— hace de Tina Fey.
Cualquier fanático de 30 Rock va a decir que es la raja. Si no la ha visto, no vea el último capítulo, vea el primero. La trama, basada en el paso de Tina Fey por Saturday Night Live pero disfrazada de un programa femenino de poco éxito, es maravillosa. Los personajes, impecables. Pero lo más destacable son los diálogos, las frases sueltas, los flashbacks y lo mejor de todo, las subtramas. Fey lidera este casting que tiene un personaje que a esta altura es un ícono del republicanismo en la televisión: Jack Donaghy, el mejor Alec Baldwin que se ha visto en años y un Tracy Morgan —con el nombre de Tracy Jordan— que puede ser uno de los personajes más remarcables que se pueden definir.
Pero se acaba. Crea un agujero en la comedia. Uno grande. Y quien intente llenarlo se irá al carajo por una simple razón: 30 Rock es una escuela de hacer comedia. Fey se preocupó de revelar el funcionamiento de Saturday Night Live en la serie, desde el proceso de escritura hasta producción, homenajeando a Lorne Michaels cada vez que se puede. Hizo un programa de un programa sobre como se hace otro programa. El resultado es un ejercicio metadiegético, una narración llena de intertextos, hecha con la mayor puntillosidad posible. Por lo mismo, es muy fácil que se convierta en un referente, ya que este mismo ejercicio le permitió hacer todo lo posible dentro de la comedia. Desde sketchs absurdos de Kim Jong Il presentando el tiempo en Corea del Norte, hasta programas en vivo, con un nivel de producción sacado de la vieja escuela de Fey. Si en los ’90 Los Simpsons lo hicieron todo, 30 Rock lo hizo en la segunda mitad de los ’00. Trae de vuelta el viejo espíritu de la comedia de situaciones absurdas, mezclada con esa de chistes llenos de referencias difíciles de entender, además de esa técnica que terminó de explotar Family Guy de la escena fuera de contexto.
Y con todo eso se atreve a dejarnos.
30 Rock es de esas series que si te agarran en un mal momento, te reforman. Te obligan a cambiar la cara con chistes tan estúpidos como que el nombre real de Kenneth Ellen Parcel (uno de los pajes que trabajan en NBC) es Dick Withman (el mismo nombre real de Don Draper de Mad Men). Saca a relucir programas falsos como Milf Island, que cualquiera desearía que existiera. Logra cosas inimaginables con una galería de invitados espectacular: desde Seinfeld hasta James Franco, además de varios ex SNL. Con ese cast ilimitado se puede lograr de todo, como poner al serio de Jon Hamm en un papel completamente ridículo.
30 Rock se va y el vacío empieza a crecer. No hay un sentimiento similar, salvo la muerte de una abuelita muy querida o la partida de Bielsa de la selección. Al menos, la desaparición es con honor, sin una cancelación de por medio, con la frente en alto y un número de viudos considerable, que de ahora en adelante le sacarán fotos al Rockefeller plaza con la garganta apretada y el “por qué me dejaste” a punta de lengua. El ascensor se cierra esta noche por última vez para Jack y Liz Lemon, creando un nuevo lugar en el panteón de las mejores series que han existido.