Lollapalooza Chile 2013: sábado

por · Abril de 2013

La tercera es la vencida: bandas que rinden, shows que parten a la hora, el metro dando la hora. Acá la revisión de la primera jornada del festival, por el equipo de pániko.cl. Reseñas, fotos y videos.

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Antes de los fuegos artificiales post Pearl Jam, antes de Jon Theodore poniendo orden en Queens of the Stone Age, antes del español de mierda de Pelle Almqvist y Eddie Vedder, antes de Brittany Howard robándose la película de todo Lollapalooza, antes de Alice Glass metida en la primera fila de un Arena con bloqueo policial en los accesos por culpa del exceso de gente, antes de los colorines de Two Door Cinema Club, antes de Perry Farrell, Josh Homme y todo Pearl Jam tocando sobre el mismo escenario, antes de la islandesa de Of monsters and men igualita a Björk, mucho antes de que el metro que cerraba a las 12 cerrara varios minutos antes, de los shows puntuales, del clima que acompañó, del gringo que se paseaba en zunga, de las rubias brasileñas, antes de todo eso, faltaban quince minutos para el mediodía cuando sonaron los primeros instrumentos en el Parque O’Higgins: la Banda Conmoción abrió los fuegos y para sorpresa de todos ya había más gente que en las dos ediciones anteriores del festival, a la misma hora.

 

11:45.

Banda Conmoción: deshoras

Por Cristóbal Bley

Las 11.45 de un sábado. Una buena hora para despertarse, quedarse en cama y ver fútbol inglés. O para mirarse al espejo y seguir durmiendo, o para sentirse bueno y subir un cerro y creer en algo mejor. ¿Para ver a la Banda Conmoción? ¿Las 11.45 de un sábado?

El primer día de Lollapalooza Chile 2013 no fue bien programado. Y eso quedó a la vista desde el principio, cuando la Banda Conmoción tuvo la poco correspondida misión de inaugurar el festival, un cuarto para las doce del día.

La Banda Conmoción: seguro el grupo de cumbia andina más conocido de Chile, el más prendido, capaz de hacer bailar a las piedras y de prender hasta un velorio.

La imagen, igual, era conmovedora: la gente que llegó temprano bajo el sol de mediodía hipnotizada en saltos y bailes por estos sonidos de fiestas subterráneas, que de tan chilenos parecen no serlo, y que de tan genuinos mueven y emocionan, con temas como “Mentiras” o “Piropera”.

Pero lo que predominó fue ese potencial desperdiciado, esa fiesta que, aunque bailada, terminó trunca por la hora desapropiada, por las energías que todavía no estaban dispuestas. Claramente, el horario —y quizá el escenario— de la Banda Conmoción fueron los equivocados. Este carrete era para gozarlo más tarde, con la soltura que dan las horas de hueveo.

Fue un buen inicio pero que en otro momento pudo haber sido tanto mejor. Fue como amanecer de noche o acostarse aún con sol: el destiempo que arruina lo que debió haber sido perfecto.

 

Por Eleonora Aldea

12:30.

Gepe: bailar y despedirse

Por Javier Correa

«Últimas horas de un día cualquiera», sonaba “En la naturaleza (4, 3, 2, 1, 0)” y Gepe estaba bailando (chaqueta de huaso blanca en clave pop, enjuto) en un Claro Stage que se repletaba. A pesar de la hora, de que el sol cae pesado sobre nosotros, el ambiente es de fiesta desde el inicio. «Duro, duro, duro», grita Daniel Riveros, mientras de fondo lo acompañan Pedropiedra, Felicia Morales y Christiane Drapela en su tardío debut en Lollapalooza.

¿Qué es Gepe después de GP (2012)? Una energía incontenible, una búsqueda desprejuiciada por lo colectivo, por el ambiente festivo. Cambiar, una y otra vez hasta tener el control, hasta ser el dueño de la celebración. Pasan “Con un solo zapato no se puede caminar” y “Celosía”, y el Gepe del bombo y la guitarra acústica parecen un recuerdo lejano. Ahora hay que bailar, con la melancolía andina de fondo, con las imágenes repletas de despedidas.

«Qué bueno que llegaron temprano. Si no tomaron desayuno, acá va esta», dice Gepe y comienzan a sonar los acordes de “Fruta y té” («Cuando este país, deje de venderse así»), quizás el tema de su cancionero en que se mezcla de mejor forma su simpleza en las letras y su vocación por las buenas canciones de amor. «Y no tengo más nada, solo muchas ganas de pasarla bien». ¿Qué demostración de amor puede ser más sincera y simple que un desayuno?

La gente canta, sonríe, mientras Gepe baila su propio reggaetón, su propio reggae, sus propios sonidos huayna andinos. Torpe a ratos, pero con una sinceridad que comparte con todos los que bailan desde las 12.30 de la tarde en el asfalto que comienza a quemar.

Siguen “Bailar bien, bailar mal”, “Platina” y “Libre”, mientras las bailarinas y el diablo de la fiesta de La Tirana vuelven al escenario. Y yo pienso en que esta misma fiesta podría haberse dado a las 7 de la tarde, que eso de “abrir un escenario” es bastante tramposo.

«Últimos segundos para ustedes, fue un agrado tocar acá», dice Gepe antes de que parta “Alfabeto”. Y si que fue un agrado, Gepe. Gracias por la fiesta.

 

Por Daniel Olivares

13:15.

Chancho en piedra no avinagra

Por Cristóbal Bley

Por las pantallas gigantes se veían primeros planos a los integrantes de Chancho en Piedra, y lo que se veía era honesto: arrugas, canas y ojeras. Sin disfraces, apenas alguna peluca y un ligero maquillaje, los Chancho se mostraban tal y cual son. Para un extranjero que no los conocía, quizá, podrá no ser muy agradable a la vista, pero para los fans de siempre no hay mejor agradecimiento que la sinceridad y la transparencia.

La polera de Lalo no escondía su guata y el peinado de Felipe tampoco sus canas. Aquí no hay surf ni gimnasio para mostrar calugas y pectorales ni tampoco una hiperquinesia sobreactuada en el escenario: son cuatro señores llegando a los cuarenta, tocando esas infalibles canciones que los hicieron felices y famosos hace algunos años.

Diecinueve, para ser exactos. Diecinueve años ininterrumpidos son los que Chancho en Piedra lleva tocando, siempre con los mismos integrantes, siempre hacia la misma dirección. Lo hicieron notar durante el show: insistiendo en el largo tiempo que tienen como banda, y también en la elección de las canciones, que aunque muy inclinada hacia los homenajes, no dejó dudas en que el funk es el cuerpo y su alma, lo que mejor saben hacer.

Pasarán veinte años más, con sus desastres y privaciones, pero mientras canciones como “Volantín” o “Discojapi” puedan ser tocatas como las tocaron ayer, con una energía que no envejece y un sonido que no avinagra, los Chancho seguirán vigentes. Al menos para tocar los temas que supieron hacer en sus años desarrugados y descanados.

 

Por Eleonora Aldea

14:00.

Hot Chip: electrofino

Por Gabriel Labraña

Una pieza musical lenta llamada “Boy From School” y un público enardecido que bailaba ante la incomprensión de un cronista que no entendía la hondura de todo lo que veía.

La electrónica llevada al formato banda, con un sonido que alcanzaba a las parejas que se revolcaban en el pasto del Parque O’Higgins, en la que los sintetizadores y beats se toman el espacio, confieso, me hizo sentir ajeno a lo que intentaba observar y dimensionar. No porque fuera malo.

La impecable factura técnica de cada una de las interpretaciones de la banda británica y el paseo por sus cinco placas rompieron cada paradigma rockero que pudiera detener al que pasara casualmente por el Claro Stage: el paisaje de pelolais moviéndose al ritmo de la siempre y afinada voz de Alexis Taylor confirmaban un cuadro que a los más escépticos nos dejó con la boca abierta: buena música, beats, afinación, interpretación y onda con el público.

Estaba terminando de descubrir que me sentía ajeno a eso que miraba con envidia: las rubias en shorts moviendo sus dedos en círculos y apuntando a sus sienes en “Over and Over” cuando me encontré con un amigo, hijo también del esceptismo hacia la electro fiesta, bien cuidada y con arreglos en vivo que no le envidian nada a sus discos, al que le dije: «Es pop electrocuico de alto nivel». «Sí, es buena la huevada, nada que decir», me dijo.

Hasta el final, Hot Chip fue sentir que la música, independiente del estilo y la impecable interpretación, es por sobre todo lograr una conexión emocional con el público, que bailó como malo de la cabeza, le tiró el churro a la baterista (¡Mama mía!) y aplaudió a rabiar la pega bien hecha de una de las buenas sorpresas del primer día de Lollapalooza, con la base de la fórmula más clásica: relacionarse con el otro de forma horizontal y entregar un espectáculo no tan solo auditivo, sino visual, al nivel de un festival de tanto nombre. A Hot Chip no le quedó grande el Lolla.

 

Por Eleonora Aldea

14:45.

Alabama Shakes: el sur

Por Javier Correa

«Qué calor de mierda», dice un mexicano que sostiene su bandera sonriente. La gente se va acercando de puñados al PlayStation Stage. Algunos están sentados en el pasto, pacientes, escapando del sol y a la espera de una ceremonia íntima. Otros aprovechan de sacarse fotografías junto al escenario cuando Alabama Shakes sale en escena.

Comienza a sonar “Hang Loose” y el carisma de Brittany Howard lo envuelve todo. Para qué decir su voz. Y los de Athens suenan gigantes. Por una hora volvemos a las raíces. A esas primeras guitarras. A un sonido análogo, a los orígenes más nobles y puros. Honestidad. La honestidad de unas canciones que llegaron antes que alguien supiera quiénes eran. Tal vez, en esos momentos, ni ellos lo tenían claro. ¿Lo tendrán ahora?

El sur. Howard y su banda nos traen el sonido del sur de Estados Unidos al Parque O’Higgins. Instaura su propia iglesia y nosotros somos su coro gospel. Siguen “Hold On” y “Always Alright” (una canción original para esa maravilla llamada Silver Linning Playbook), pura nostalgia y tristeza. ¿Qué se puede hacer cuando ese estado es permanente? Celebrar, nada más. Que no se note la pena. Podemos disfrazarla de sonidos alegres. Otra vez: Celebremos. Y a pesar de todo eso, Alabama Shakes no pierde la dureza.

Una cuerda menos de la guitarra, que importa. «I feel so homesick. Where’s my home? Where I belong», se pregunta Brittany en “Rise to the Sun” y la respuesta parece estar acá. Porque el público salta y grita con todas las canciones. Y Howard como que no entiende tanta efusividad y sólo le queda responder con un «son magníficos» antes de quejarse del calor con un «Uyuyuy».

Canción tras canción se repite el mismo efecto. Pasa “Be Mine”, “I Ain’t the Same”, “You Ain’t Alone” y seguimos celebrando nuestra tristeza, nuestras pérdidas. Mezclado con letras coquetas, sobre nuevas oportunidades, amigos adormecidos en alcohol y lo difícil que se hace recordar quiénes fuimos hace algunos años.

La celebración va terminando con “Heat Lightning”. Ahí está la vuelta de mano, con una canción plagada de agradecimientos, una alegoría a la comunión que logramos. Esta tarde tuvimos un pedazo del sur norteamericano, fuimos el mejor coro góspel que Brittany Howard pudo tener.

 

Por Daniel Olivares

15:00.

Of monsters and men: trátame suavemente

Por Mariano Tacchi

De la banda islandesa solo conocía una referencia que me hizo arrugar la nariz cuando la oí: «los nuevos Arcade Fire», según la Rolling Stone. Con ese dato, uno se predispone de inmediato a encontrarse con una banda media folk, media buena onda, media engrupida. Una banda a medias. Y hay un poco de eso, de cosas hechas a medias, pero el resultado es óptimo. Lateramente óptimo.

El comentario que hacen en Rolling Stone no es azaroso. Of monsters and men toma muchos elementos de Arcade Fire, pero con un detalle no menor: carecen de ese factor oscuro que hay presente en varias de las canciones de los norteamericanos, convirtiendo a la banda que se presentó en el cocacola stage en un hermano chico buena onda. Más cercana a Edward Shape & The Magnetic Zeros que a los Arcade.

Armados con los singles “Mountain sound”, “Little talks” y “King and lionheart”, todos provenientes de su único disco de estudio, My Head is an Animal; realizaron una presentación limpia, elegante, entregando lo suficiente como para dejar tranquilo al meloso público que agitaba sus cabezas de lado a lado con una sonrisa en la cara. El lado evangélico de Lollapalooza.

La buena onda de las canciones, lo simpático de todo y lo cumplidor del show terminó siendo demasiado suave. La suavidad aburre. A la larga es un gran producto, pero la carencia de riesgo lo convierte en algo para escuchar sentado y relajado, casi almorzando. Bajo ese paradigma es que Of monsters… funciona muy bien. Claro, si lo que se busca es tener un picnic escuchando música.

 

Por Eleonora Aldea

16:00.

Sinergia: cantata familiar para niños (idiotas)

Por Gonzalo Paredes

La voz de Leo Caprile —sí, el mismísimo Leo Caprile— aparece por los parlantes de Kidzapalooza. Son las cuatro de la tarde en punto y la profunda voz del ex-animador de Casi en serio y Cuánto vale el show, comienza a contar la historia de Alfonso y Marina, los protagonistas de la primera cantata familiar de Sinergia.

Está lleno. Más de lo que uno podría imaginar. Mucho niño se entremezcla con veinteañeros de barba y mochila que cantan cada una de las canciones de la banda de Conchalí, que acá suenan en clave familiar. Así pasan temas como “Todos me deben plata”, “Mi señora”, “Mujer Robusta” y “Sopaipillas con mostaza”, en versiones electroacústicas y más relajadas.

El show es entretenido. La banda descansa en su propio virtuosismo. Sinergia suena impecable. Bruno Godoy, acaso uno de los mejores bateros del país, demuestra que se puede adaptar a cualquier estilo. Humitas y Panoramix, impecables en tornamesas y teclados.

En la mitad del show aparece Mc Billeta, el rapero más joven de la música chilena se une para hacer una versión de “Chacalín” —tema del disco Procésalo todo— que saca aplausos cerrados con el freestlyle final del cabro chico y MC.

Cada una de las partes de la historia es musicalizada por los éxitos de Sinergia. Las canciones de la banda de Don Rorro calzan perfecto para una historia que si bien es para niños, a veces se torna demasiado burda. Si hay algo que nos enseñó 31 minutos es que a los niños no hay que tratarlos como idiotas. El show, a pasajes, se torna más un cliché infantil que una creación en la cual poner atención. De todas maneras a nadie parece importarle. El público lo pasa bien y canta fuerte. Los niños miran con detención las morisquetas y muecas de los músicos.

El show termina con uno de los primeros temas de la banda: “Marina”. Una base rítmica completamente distinta a la de la versión original suena mientras Don Rorro canta y los demás integrantes reparten dulces a los niños que están frente al escenario. Aplausos y gritos del público para la primera presentación de Sinergia en Lollapalooza. La voz de Leo Caprile se acaba y son los propios músicos del metal pájaro quienes anuncian que pronto viene Cachureos. El público grita casi por inercia y se confunde entre los que salen disparados y los que entran para quedar con buena ubicación.

 

Por Daniel Olivares

16:00.

Two Door Cinema Club: baila, colorín

Por Javier Correa

En el Claro Stage, Two Door Cinema Club toca “Sleep Alone”. El público baila. La explanada está repleta: el Parque O’Higgins está más compacto entre el mercado, algunos containers, un lugar donde te hacen las uñas y tantas cosas más que a ratos no entiendo. Mucha gente en menos espacio. Eme especula sobre nuestro nivel de fobia social mientras vemos a Alex Trimble, Kevin Baird, Sam Hallyday y Benjamin Thompson sudar desgano e inercia. Un mínimo esfuerzo para tocar sonidos rápidos, urgentes y bailables. Pasa “Undercover Martyn”, el hit “Do You Want It All?” y “This Is The Life”. Y bailamos solos. El público. De frente a unos instrumentos manejados a control remoto desde Irlanda del Norte, tal vez desde el Tudor Cinema Club que inspiró su nombre. Porque ellos no están, los que sudamos somos nosotros. Luego suena el eco de “Wake Up”.

Y seguimos bailando y me da risa el parecido de Kevin Baird con cierto analista de tecnología importante en ninguna parte y los Two Door Cinema Club a ratos suenan tan azucarados y sus letras parecen estúpidas, mientras Alex Trimble cumple con el trámite de decir que nos vemos muy bien, que somos «bloody amazing», para volver a dar el mínimo y pienso que la energía imparable de algunas de sus canciones viene de los chicos que bailan ahora con el peso del sol en sus espaldas y convierten el asfalto en un espacio propio e íntimo.

Two Door Cinema Club va a cerrar con “What You Know”. Pero un minuto antes nosotros nos habíamos ido a comer porque nadie tocaba en el escenario. En el público se sigue sudando. Los otros están muertos.

 

Por Eleonora Aldea

16:45.

Crystal Castles: la bruja del norte

Por Ignacio Molina

En el domo del Parque O’Higgins, Alice Glass se despliega como una bruja poseída por quizás qué demonios.

Clamando por un exorcismo.

De forma similar, por cierto, a la protagonista del filme La posesión (1981). De hecho, el video para “Plague”, primer single de III, el disco que Crystal Castles presenta en este tercer paso por Chile, es un fan-video obtenido de la escena más tenebrosa de dicha película. Una en donde la actriz Andrzej Zulawski pierde el control, físico y mental, en los pasillos de un metro de Alemania. Tal como Alice lo está perdiendo sobre el escenario.

Una pérdida, por cierto, que es un dividendo:

Pasa que en toda locura, en toda psicosis, siempre hay un orden, una lógica. Y pasa, entonces, que la fuerza de Crystal Castles en vivo reside casi por completo en el descontrol de su cantante, la que copa todos los espacios posibles, ya sea cuando intenta subirse sobre el público (“Black Panther”) o cuando salta tomando el atril del micrófono con sus dos manos extendidas, a modo de cetro (“Wrath of God”), o cuando se azota contra el suelo, flagelándose por quién sabe qué culpas (“Alice practice”).

Todo, mientras Ethan Kath, con gorro de lana y una chaqueta de cuero, ambos negros implacables, realiza su clásico headbanger y lanza ritmos y antiritmos y melodías y antimelodias desde Nintendos y Segas imposibles.

Y ante esta mezcla de elementos, la gente que llena el domo no tiene más que dejarse llevar. Tanto por el sonido como por la actitud de esta banda de Toronto. Aunque es inadmisible apartar la mirada de Alice, la fotografía de fondo, el telón propiamente, también impacta. Se trata de Fatima al-Qaws sosteniendo a su hijo Zayed, que está sofocado por gas lacrimógeno, pensando que se muere entre sus brazos. Pensando que se trata de otro mártir de Yemen. Una imagen potente —ganadora del World Press Photo 2011, y portada del tercer disco de Crystal Castles— no solo por su contenido, sino que también por su estética: recuerda la Pietà de Miguel Ángel.

Una imagen potente, tal cual lo es Alice a las cinco de la tarde descomponiéndose sobre el escenario, en un surco, en un epicentro, en un pequeño infierno, en medio de este Lollapalooza 2013.

 

Por Daniel Olivares

17:00.

Kaiser Chiefs: canciones de memoria

Por Daniel Hidalgo

Dieciséis años desde que iniciaron su carrera, casi diez de que sacaron su primer disco, y cinco de su debut en vivo en nuestro país. Los Kaiser Chiefs marcaron uno de los puntos altos de la primera jornada de este Lollapalooza 2013.

Sin duda, caballitos de batalla de las 2 am de antrotecas alternativas, supieron repasar su batería de himnos subterráneos —“Na Na Na Na Naa”, “Everyday I Love You Less and Less”, “Oh My God”, “Ruby”, “I Predict a Riot”— sin tregua alguna, recordándonos que el mejor baile es el que se tiñe de rock, pero además amparados bajo el especial carisma de su vocalista, Ricky Wilson, quien se da tiempo para bromear entre canción y canción, trepar andamiaje, lanzar micrófonos y panderos, destrozar atriles, lanzarse al público, usar una chaqueta de mezclilla, posar para cuanta cámara lo enfoque y todo sin parecer desagradable.

Kaiser Chief hizo bailar tanto a los recién egresados de cuarto medio como a la lola argentina que le habría encantado verlos hace diez años, «cuando tenía dieciséis», según exclamó al aire. Porque son pioneros en eso: en hacer mover la patita a punta de distorsiones y melodías onderas, guitarras grotescas y canciones pop con coros pegajosos. Las mismas que impidieron que fueran categorizados como los que llegaron tarde a la última ola del brit pop para terminar posicionándolos en otra parte. En una que hasta ahora les rinde bien, quizá mejor que nunca.

 

Por Eleonora Aldea

18:00.

Passion Pit: pop peloliso

Por Cristóbal Bley

Una rubia muy pelolais sube sobre los hombros de su pololo zorrón por sobre el nivel de la masa. Una vez arriba, toma su celular, lo apunta hacia su cara y sonriendo una sonrisa ensayada se saca una foto a sí misma. Esto es el show de Passion Pit.

Nunca un intento de mosh resultó tan rubio, y jamás el público de un número de Lollapalooza Chile fue tan homogéneo. Passion Pit, mientras The Hives divierten en otro escenario, arrastra a todo el cardumen de pelos lisos y pieles bronceadas hacia el PlayStation Stage, donde se da un show más efectista que efectivo.

Passion Pit desvió un camino que se había iniciado muy derecho hacia la cima. El 2009 apareció su primer EP, Chunk of Change: un pop ambiguo, que podía ser triste o bailable, pero siempre muy auténtico y original, con un falsetto de Michael Angelakos en el límite de lo adorable y lo soportable. Luego la fama, las revistas, la expectación. Un primer LP más radial y menos personal que lo anterior, y un segundo completamente entregado a las fórmulas del pop de moda.

Esa fórmula es la que reina ahora, mientras todos saltan y gozan con verdadera pasión. “The Reeling” sale de las primeras y es lo mejor que pudieron haber hecho, porque ese estado de energía que entrega el hit se mantiene en las canciones siguientes, todas parecidas entre ellas. Angelakos no hace asco a los clichés del show en vivo, y pide levantar manos, gritar gritos y batir palmas. En los temas que rellenan la lista de canciones no se ve mucho esfuerzo por variar los tiempos ni los esquemas: todo es una línea pegadiza inicial, un estribillo blando y un coro que provoque el salto masivo.

Otra rubia le copia a la primera y una tercera a la segunda, y de pronto está lleno de rubias sobre hombros sacándose fotos. No se saben las canciones y les cuesta seguir su ritmo con las palmas. De atrás les tiran papeles y vasos, que se bajen, y ellas miran con la sonrisa ensayada, ingenuas. Pero no se bajan. Este es su show.

 

Por Daniel Olivares

18:00.

The Hives: odio que digas tanto

Por Daniel Hidalgo

Minutos antes, habíamos tenido un encuentro con un vocalista que equiparaba su ego con su sentido del humor. Ricky Wilson de los Kaiser Chiefs se había ganado a los asistentes de Lollapalooza, que a esa hora estaban a cabezazos con el sol, a punta de canciones y comentarios siempre tan británicos, sacando carcajadas en varias ocasiones.

Quizá por eso, los extensos monólogos del vocalista de The Hives se volvieron algo agotadores. Porque Howlin’ Pelle Almqvist —sí, hasta su nombre es excéntrico— se dio el tiempo para hablar de todo: de cuánto amaba el rock and roll, de cuánto amaba que lo amen, de lo grande que era su banda, de que él era el actual rey del punk rock, de cuánto le gustaba Chile, de lo malo que era no haber venido hace tanto tiempo —a pesar de su show de la noche anterior en La Cúpula del mismo espacio—. Todo en un español chapurreado —medio spanglish, medio grupiento—, que le llevaba a presentar las canciones como “cantantos” y a inventar cuanta palabra extraña se le cruzara con tal de animar —supongo que no horrorizar ni ofender— a los asistentes que bien pacientes fueron frente a tamaño niño símbolo del Ritalín.

Pero antes de enjuiciar del todo a Pelle y compararlo con un Rafa Araneda del rock sueco, habría que detenerse en lo que significa The Hives, y es que entre tanto revival del garage, entre tanto traje de etiqueta mezcla de novio y garzón de restorán, son en sí una gran parodia de otra época, y en este sentido se entiende el especial humor de su vocalista, a pesar de que los gritos y sus intentos por llenar el vacío —el silencio del público que llegó a incomodarle— obtuvieron un resultado disímil. Al punto de que parecía más larga su verborrea que la duración de sus hits que sí estuvieron presentes desde el inicio del show.

“Come On!” a la partida, tras un «hola, mis amigos chilenos», “Main Offender”, “Walk Idiot Walk”, “Hate to Say I Told You So” y tanto éxito de fiesta alternativa, parecía ser un bombardeo sin tregua, en donde la saturación y el exceso llevaban la bandera. Una metralleta apuntando al ombligo del Parque O’Higgins.

¿Son los Hives la banda más importante del mundo? Lo más probable es que no, pero al menos, ellos parecían convencidos de que eso era efectivamente así, y el público, frente a esa actitud, no podía quedar indiferente.

 

Por Daniel Olivares

19:15.

Queens of the Stone Age: a la vena

Por Mariano Tacchi

Mientras el vocalista de The Hives intentaba ganar minutos en el Claro Stage con un pésimo y desagradable español, la gran Q de Queens of the Stone Age se levantaba en el escenario opuesto. «¿No es como poca escenografía?», decía una chiquilla de pelo rubio a su amiga igual de blonda. Minutos más tarde, las amigas rucias huían al ver el estallido humano que provocaba “No One Knows”. ¿Eso significa que estaba bueno? Sí. Realmente bueno.

Uno se da cuenta de que un concierto está bueno por la baja cantidad de lesos sacando fotos. Acá estaba en el mínimo. Si no saltaban, se golpeaban. Mientras que, en menos del tiempo que tenían para ocupar, los californianos se lanzaron uno de los shows insignes de la jornada. Esto trajeron: furia y velocidad. Fuego y parafina. Adrenalina a la vena para el amante del slam.

El que haya visto la primera presentación de QOTSA en Chile recordará lo explosivo del espectáculo. Todos los singles a la parrilla mientras el público estaba en trance. Lo mismo ocurrió esta vez. Las guitarras se adueñaron de la casa.

Estrenando “My God is the Sun”, del nuevo trabajo, QOTSA se lanzó con un show acelerado, con “Monster in the Parasol”, “Hanging Tree”, “Make It Wit Chu” y la icónica “Go With The Flow”. Pero, quizás lo más importante, es cuando todo se fue a la chucha: para “Little Sister” se subió al escenario Eddie Vedder. Después de eso, todo fue un cañonazo. Literalmente, un cañonazo que te deja el oído zumbando y que preparaba el oído para el plato fuerte de la noche.

 

Por Eleonora Aldea

19:30.

Major Lazer: shake, shake, shake

Por Daniel Hidalgo

La chica está con unos argentinos, son muy jóvenes y deciden sentarse estratégicamente delante de mí, tapando toda mi visual, que hasta el momento se intercalaba entre las últimas mezclas de Zeds Dead al frente del LG Optimus Stage y la gente que entibiaba la tarde en un muy bien acondicionado recinto.

Atrás unos adolescentes hablaban de Major Lazer como si fuera todo un ícono de nuestros tiempos, anticipando el repertorio, incluso uno, el que más hablaba, llegó a comentar que nadie merecía estar ahí tanto como él por su nivel de fanatismo y conocimiento, que sí sabía bastante de lo que estaba por venir en cuanto al show, «lo mejor que ha pasado por Lollapalooza», añadió.

No sé si será tan así, pero una vez despejado el escenario y faltando 20 minutos para el espectáculo del proyecto liderado por Diplo, ya se llenaban incluso esos asientos que pensé estarían lo suficientemente despejados tanto para tomarse un vasito de agua del baño del Arena, como para ver el show y a las chiquillas producidas pasando de un lado a otro. Todo se repletó en cosa de segundos y al iniciar el set, explosionó como una bomba de ritmo.

Incluso la chica, la de los amigos argentinos, no dudó en pararse sobre las gradas para saltar sin importarle si se caía al suelo o rompía el inmobiliario, o si me llegaba a tapar definitivamente, cosa que en realidad no le importó nunca, al igual que cada uno de los presentes, este inicio de set se parecía demasiado a un concierto de rock. No me quedó otra que ponerme también a saltar. En eso apareció una amiga de la chica que estaba sobre el asiento, una chica de cabello ondulado y bien escotada que le tomó el culo, desde la espalda, de tal forma que me parecieron ver sus dedos extraviarse entre esa grieta entre nalga y nalga, para luego esconderse a un costado. La aludida me miró indignada y sorprendida, culpándome a mí de tal agravio y yo no supe si arruinar la broma de su quizá compañera de colegio católico o esquivar el irrefrenable cachetazo que me iba a dar. Finalmente se vieron, rieron y se saludaron.

Comento esto porque lo de Major Lazer fue más o menos así: una fiesta tan adolescente como enérgica. Plagada tanto de citas a los espectáculos de rock —gente saltando, brazos en el aire, bola de aire inflable con Diplo dentro pisoteando cabezas y tropezándose sobre la masa, gritos— como de la mejor/peor disco de la antigua calle Suecia —coreografías de lado a lado, la aparición del personaje Major Lazer en la onda del Dr. Simi, sexy movimiento de caderas al son del ragga que popularizaron los programas de Álex Hernández, hasta remezclas de Elvis Crespo, que llegaron a desperfilar a tanta lola hipster y con pinta de pasarela—.

El trío en vivo, completado por el afro Jillionaire y el simpático “animador” Walshy Fire, era una oda al hueveo. Teniendo uno de los puntos más afiebrados al buscar hacer el “Harlem shake” más grande de Chile. Uno que se extendió por largo rato, metiendo muchas mezclas entremedio.

El show no paró en ningún momento, con sus constantes citas a la música de Jamaica, bañadas de electrohouse, pero por sobre todo a la fiesta.

 

19:45.

Puscifer: psicomagia

Por Ignacio Molina

Un show diseñado para teatros y cabarets es lo que Puscifer presentó en este Lollapalooza 2013. Una banda, más bien un proyecto, improbable por donde se mire. Con un Maynard James Keenan (Tool, A Perfect Circle) sacado del corto The cowboy and the frenchman (David Lynch) y una Carina Round (Early Winters) banneada de quizás qué programa de baile.

Es simple: a medida se hilvanan canciones como “Telling Ghosts”, “Dear Brother” o “The Undertaker”, la sensación, en Playstation Stage, es que nadie entiende de qué va Puscifer.

Y la sensación, también, es que eso da lo mismo:

Lo atractivo es percibir como se va desarrollando en sí misma la banda. Una banda que se desenvuelve como un mazo de Tarot.

Con las diversas lecturas que significan el ejercicio de la entrada y salida de sus elementos. Con un Maynard James Keenan a ratos sirviendo y tomando copas de vino —los abuelos de Maynard producían vinos en la zona norte de Italia y él es propietario de viñedos en el suroeste de Sedona, Arizona—, o a ratos sentado sobre el escenario contemplando el público, o interpretando una suerte de versiones de sus propias composiciones. De sus propios discos: V is for Vagina (2007), Conditions of My Parole (2011).

Porque el teatro, el drama, el histrionismo, eso que roza lo histérico, es lo que sobresale en Puscifer. Eso, también, que transita en una línea bastante cercana al absurdo. O quizás a la magia misma. Sensación que abunda, por sobre todo, en “Telling Ghosts”, una canción bastarda de Tool y Twin Peaks, una canción que parece sintetizar por completo lo que implica una rareza como esta banda.

Hace menos de un año, era un anhelo tener a James Keenan en nuestro país. Para qué hablar de esa idea al cuadrado, o dicho de otro modo, de la presencia del líder de Tool tanto en Puscifer como en A Perfect Circle. Este seis de abril ese anhelo ha quedado colmado, saciado de goce, mediante un show extrañísimo, que se ha dejado caer en un costado de Parque O’Higgins, paralelo el grueso del público asistía a la carta segura del atardecer: Queens of the Stone age.

Un público, es necesario decir, que jamás imaginó la calidad del montaje que se desarrollaba a sus espaldas. El de James Keenan en plan Jodorowsky.

 

20:45.

Pearl Jam: típico chileno

Por Gabriel Labraña

«El vino aquí es más rico que la chucha», dijo un extasiado Eddie Vedder en la mitad de la presentación de Pearl Jam. Y podemos aplicar su frase a lo que nos entregó la banda del epicentro grunge, Seattle, la primera noche del festival.

Un comienzo un poco lento que borró cualquier fantasma al ritmo de la locura dejada por los acordes y la batería honda de “Even Flow” o “Do The Evolution”, que fue uno de los puntos altos de la noche.

A medida que tomaba Pearl Jam la idea de que se han vuelto un entrañable amigo de Chile, no por el amor que puedan sentir variadas generaciones por ellos, sino por lo pulcro de cada performance que hacen en estas tierras.

Faltaron clásicos: sí. “State of Love and Trust” y “Betterman”, por ejemplo, pero solo se puede pensar en tal ausencia al ritmo de la vuelta a casa.

El sonido estuvo un poco más bajo que en Queens of the Stone age, pero mejor ecualizado. La interpretación de cada solo es medida y pulcra, a merced, obviamente, de la siempre rendidora voz de Eddie Vedder, que abandonó la plaga de falsetes para sustituirla por un tono quizás más viejo y maduro, lo que le han entregado los años y las idas y venidas como solista (que tienen muchos puntos altos).

Ayudado siempre de un papelito (torpedo), Vedder condujo la fiesta en español y spanglish, mezclando los recuerdos de un “Jeremy” que volvió a hablar por primera vez en clase, con los de una emocionante “Black”, que se extendió por más de nueve minutos.

Un fan (el mismo de hace tres años, “Huan Pabo” según Vedder) se subió a tocar, le cantaron el cumpleaños feliz al guitarrista y la sensación tras Pearl Jam es que el plato fuerte de este Lollapalooza cumplió. No con creces. No al nivel exorbitante de la circense performance de Foo Fighters el año pasado, por ejemplo, pero sí da el ancho para que podamos afirmar con voz clara que no solo los discos de Pearl Jam son clásicos del rock post 90′, que no pueden faltar en la colección de cualquier adicto al guitarreo: en vivo nunca nos han dejado con gusto a poco y este Lollapalooza no fue la excepción.

Sobre el final, uno de los puntos altos, la banda junto a Perry Farrell y Josh Homme tocando “Rockin in the Free World” de Neil Young. Para dar paso a “Yellow Led Better”, que sonó como en sus mejores tiempos de los clubes de rock del Estados Unidos de los noventa y si bien no me sentí de visita en el grunge al cerrar los ojos, sí supe que estaba ante una de las bandas que ha sabido crecer e incorporar a su repertorio las dosis necesarias de siglo XXI para no morir ni transformarse en ratas de estudio. Pearl Jam vive y esta presentación, así como las dignas anteriores, los transforma en algo, como el vino de estas tierras, típico chileno.

 

21:30.

Kaskade: imposible no prender

Por Gonzalo Paredes

Van casi 10 minutos de retraso y Ryan Raddon, el cerebro de Kaskade, aún no aparece. Afuera, una ceremonia. Eddie Vedder y su banda hipnotizan hit tras hit a las más de 60 mil personas que corean: «PEARL JAM, PEARL JAM». Dentro de la cúpula del Movistar Arena, no más de 5 mil esperan ansiosos al dj y productor norteamericano.

El show comienza y es una patada sonora en el hocico. Un adolescente de espinillas y sudadera no para de mover su cabeza y sus brazos. Dos guapas mujeres, en la gradería sur, mueven sus cuerpos vueltas locas al ritmo de un profundo bajo que hace retumbar el hormigón del lugar. Los demás saltan y a veces tratan de seguir con sus cabezas el impresionante y alucinante juego de luces que acompaña a Raddon.

Es imposible no prenderse. Los que estamos sentados nos paramos a movernos como sea. Si hay algo entretenido de Kaskade y de muchos otros proyectos de progressive house es que da lo mismo como lo bailes. Nadie está ni ahí. Nada comparado a aquellos años en que el brasileño axé te obligaba a aprender coreografías que si no sabías no eras nadie.

En graderías nadie fuma. Los guardias de amarillo y la ley antitabaco lo prohíben tajantemente. En cancha, pasa de todo. Muchos fuman, otros paran un poco para tomar agua o cerveza sin alcohol y otros simplemente no dejan de bailar. Cada redoble de cajas rítmicas antes de los clímax de cada una de las mezclas de Kaskade, son un éxtasis. Es impresionante ver tanta energía a esta hora de la noche.

Pese a haber sido un día largo e intenso el público pide más temas. El dj que ha hecho remixes para Justin Timberlake, Katy Perry y Usher, ya está pronto a despedirse. Apenas baja del escenario entra a camarines y tuitea: «Chile goes sooooo hard!!! Increíble – la raja!». Y sí, cuánta razón tiene Raddon en esto. Podría asegurar que si no es por la organización este show habría seguido hasta mañana. Quedaron muchos con ganas de seguir bailando.

Las postales

Por Eleonora Aldea

Por Daniel Olivares

Lollapalooza Chile 2013: sábado

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PANIKO.cl (@paniko)

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