Una vida crítica, de Héctor Soto, comprime en casi 800 páginas el trabajo de 45 años de cinefilia. Revisamos esta nueva edición aumentada del libro a cargo de Alberto Fuguet y Christian Ramírez.
Detrás del columnista DC que votó por el Sí, redactor de discursos de banco, tan cercano al poder y su capa difusa, Héctor Soto (Valparaíso, 1948) escapó por más de 45 años.
Lo hizo con la crítica de cine. En distintos medios. Quizás demasiados.
Lo hizo, durante algunos años, con 4 películas diarias.
Trabajando de editor o de redactor para ganarse la vida y así poder ir al cine, y escapar de algo, de todo, del mundo, de relacionarse, del privilegio de volverse un dios frente a la pantalla.
Una pequeña poética del crítico de cine: sentarse en la butaca y sentirse turista o extraterrestre. Escapar del movimiento estático de la intemperie. La oscuridad a medias, antes de los adelantos o los presentadores aburridos y Wikipedia, como un portal a ninguna parte, como la señal para apagar la imaginación. Mirar fijo al frente. El sonido de huevo frito que hace el proyector. Las hormigas y larvas que bailan en efecto estroboscópico. Entrar y salirse de la historia. Volver a la pantalla. Evitar creerle. Sumergirse. Confiar en el rumor.
Es mejor el mundo cuando la pantalla es lo único que queda.
Al final, las películas no se acaban con los créditos ni el pantallazo negro mezclado con las sombras apuradas. Las películas mueren cuando uno las comenta con un amigo o un montón de desconocidos leyendo/escribiendo un blog como este.
Se cae la tarde, leo. Se supone que Una vida crítica (2013) es la edición corregida, reordenada y aumentada, con más de 300 críticas, publicadas en más de cuatro décadas, de Héctor Soto como cinéfilo o cinépata: Alberto Fuguet y Christian Ramírez son los encargados de la selección y el montaje de estas pestañas publicadas por Ediciones UDP (la primera edición apareció el 2007, por Aguilar).
Acá hay cine europeo, estadounidense, asiático, argentino y chileno.
De Godard a Bergman, de Alien a Gatos viejos.
Oculto en los entrelíneas, supuestos y dobles lecturas, Soto se pone del lado de Martin Scorsese y últimamente Clint Eastwood, pero se distancia con Woody Allen.
«Vaya que me duelen sus últimas películas» dictamina al comienzo. Más adelante dirá que «en honor a la verdad, la tentación de Woody Allen nunca fue treparse al pedestal del cineasta social, sino la de parecer ingenioso a toda costa».
En algún momento Soto define que «el cine tiene un pacto genético con la realidad», que por eso «me atraen más las películas que me remiten a la realidad que las que me alejan de ella», parafraseando al crítico de cine y fundador de Cahiers du Cinéma, André Bazin (1918-1958).
Una vida crítica no es un libro fácil. Con el tamaño de una guía telefónica escapa de la sanción experta, se mimetiza con el apunte reflexivo, habla del oficio: «no es tarea del crítico llevar público a las salas de cine. Pero pienso que sí debiera serlo el hecho de salvar las películas que están en riesgo de ser pulverizadas por la industria del espectáculo».
Su lectura crece acompañada de un buen índice de trackers y Transmission abierto.
Pero a pesar de los cuarenta y cinco años de películas y realidades, ningún crítico es infalible. Con los años las apreciaciones van cambiando, por mucho que la percepción de las películas esté contaminada de biografías y contextos varios.
Para Soto, que hace décadas tuvo entre lo más extraordinario que vio a la película Rocco y sus hermanos (1960) del italiano Luchino Visconti, es cosa de vida. «Al final el tiempo suele imponer sus verdades por encima, tanto de las modas culturales como de las presiones del marketing».
Una pequeña pista: «Es por películas como esta (Volver al futuro) que todavía el cine es un fenómeno cultural capaz de calificar en la vida y en el imaginario de la gente (…) Son estas las realizaciones que le dan al cine una fuerza todavía salvaje, una bravura que lo induce a hincar los colmillos en donde importa o donde duela» y es palabra de cinéfilo.