Las enfermedades mentales están en aumento: solo en Chile más 2 millones de habitantes supera los 60 años y más de 170 mil sufre de Alzheimer. Un desorden mental que no cubre la salud pública. Acá, cifras para el olvido.
Las enfermedades mentales están en aumento: solo en Chile más de dos millones de habitantes supera los 60 años y más de 170 mil sufre de Alzheimer. Un desorden mental que no cubre la salud pública. Acá, cifras para el olvido.
Jorge viste un pantalón café y chaleco un tono más claro, y cuando levanta la cabeza deja ver unos profundos ojos azules. De cerca, una cinta de género que pasa por su cintura lo amarra al sillón de colores gastados en el que está sentado.
Se mueve mecánicamente tratando de levantarse. No habla: balbucea. No camina: sus piernas ya son demasiado frágiles para levantar su cuerpo.
Berta, su esposa desde hace más de 53 años, le conversa, pero él sigue mirando al piso.
Ella pone un tango que rompe con el silencio de la habitación. «¿Te acuerdas cuando bailábamos, Jorgiño, te acuerdas que me enseñaste?».
A mediados de 2002 Jorge se paseaba nervioso por la sala de espera de la clínica Santa María y allí mismo su familia lo vio llorar por primera vez. Derrumbado por el resultado de los exámenes y chequeos médicos, las sospechas que tenían sus más cercanos se hicieron reales: un Alzheimer lo haría lentamente empezar a olvidar.
La enfermedad es un tipo de demencia senil, que en simple significa la muerte progresiva de neuronas. «Los síntomas se pueden dividir en tres grandes áreas: síntomas de corte cognitivo, que tienen que ver con el rendimiento; síntomas de corte conductual, que equivalen al comportamiento; y por último los síntomas del orden motor, que terminan por imposibilitar los movimientos del paciente», explica el médico Víctor Hugo Carrasco, jefe de la Unidad Geriátrica de Agudos del Hospital Clínico Universidad de Chile y profesional que trató el caso de Jorge desde el comienzo.
En febrero del 2001, Jorge Rodríguez (79) salió sin avisar de su casa ubicada en Pedro de Valdivia con Dublé Almeyda y caminó hasta Estación Central sin ningún motivo. Por varias horas anduvo a través de Santiago toda la mañana y por la tarde regresó. «Cuando le pregunté qué había ido a hacer allá, él respondió que no tenía idea», dice Berta Díaz (74), su esposa.
Este tipo de salidas comenzaron a hacerse frecuentes, lo que preocupó a la familia.
El doctor Carrasco dice que «dentro de los síntomas del comportamiento está el vagabundeo, que es la imposibilidad de estar tranquilo», pero el comienzo del Alzheimer también incluye alucinaciones e ideas delirantes.
«Jorge se acercaba a los bancos y pedía préstamos que después regalaba a personas desconocidas», cuenta su esposa, quien todavía sigue pagando esas deudas.
Pero luego, como si no fuera suficiente, vendrían los episodios de agresividad.
Una tarde Berta, la esposa, manejaba su auto y llevaba de copiloto a Jorge y en la parte de atrás a Camila, su nieta. Avanzaban a través de Irrarázabal y su esposo estaba inquieto. Se movía e intentaba sacarse el cinturón de seguridad. «¡Me quiero bajar, Berta!», repetía el hombre, cuando de un impulso tomó del pelo a su mujer y la sacudió contra el manubrio. Berta, aturdida y con una herida sangrante en la frente, frenó bruscamente y evitó chocar contra otro auto. El joven que lo conducía y que presenció la escena se acercó, llamó a Carabineros y denunció la agresión. «Está enfermo, no lo hace con intención», justificaba la mujer.
Fue ese hecho el que hizo que la hermana de Berta le aconsejara la posibilidad de internar a Jorge en un hogar geriátrico. «Si no lo haces te vas a volver loca junto con él», le dijo un día, y Berta lo meditó durante semanas que se hicieron eternas hasta que, con el apoyo de sus hijos y sin encontrar ninguna otra alternativa, decidieron internarlo.
Que no se te olvide acordarte
En 2006 Jorge ya se encontraba en la habitación de un hogar geriátrico en la comuna de Providencia. Su esposa lo visitaba a diario y pasaban juntos unas seis horas, donde almorzaban y conversaban. Sin embargo las despedidas eran la parte más dolorosa para Berta. «Dejar a la persona que amas en lugar así es como si te fueran a sacar el alma».
Seis meses después, Berta llegó al hogar mucho antes de lo acostumbrado y descubrió que las enfermeras calmaban las pataletas de los ancianos con baños de agua fría. Cuando entró al baño, escuchó los gritos de su esposo y lo vio en la ducha, desnudo, temblando de frío.
«En ese momento pensé que tenía que sacar a Jorge de inmediato y hasta me cuestioné el hecho de internarlo de nuevo en un hogar», pero sabía que vivir con él era un peligro.
Por recomendaciones de personas del mismo centro, Berta llevó a Jorge hasta Atardecer, un hogar de la comuna de Ñuñoa que lo recibió de inmediato.
Atardecer es un edificio de paredes amarillas. La entrada es un pasillo celeste, oscuro, con olor a naftalina, del que se desprenden habitaciones de tres metros de ancho por seis de largo. En algunas hay televisores que destellan la mayor parte del día. Cada minuto allí el silencio sepulcral del recinto se interrumpe por quejidos, suspiros y toses que raspan las gargantas de los ancianos.
Las enfermeras se pasean rápido entre las habitaciones y se escucha el eco del chirrido de sus zapatos anti-deslizantes contra las baldosas.
En el patio central de Atardecer hay doce abuelos sentados, callados e inmóviles, que voltean la mirada hacia la entrada cada vez que viene alguien. La mayoría padece demencia senil y otras enfermedades mentales degenerativas.
La habitación de Jorge es la principal y una de las más grandes: la comparte con otro enfermo, el papá de la administradora y dueña del hogar, que desde hace un año está en riesgo vital, conectado a oxígeno y a una sonda urinaria.
Sobre la cabecera de Jorge hay un letrero escrito a computador que dice «La ropa se la lava su señora». Por eso en uno de los baños del departamento de Berta están colgadas cinco camisas que pertenecen a su esposo. Están perfectamente planchadas y almidonadas. En el piso hay un par de zapatos lustrados que dejó listos para llevárselos en su próxima visita.
Cuando el reloj marca las 12:15 del día, Berta se termina de arreglar y se lleva en un par de recipientes su almuerzo y el de su esposo, además de algún postre.
«No todos los familiares son como la Bertita. Muchos de los abuelitos de acá ni reciben visitas», dice una enfermera.
Según un estudio realizado el 2010 por Winblad & Jonsonn, el costo total de demencias como el Alzheimer en países latinoamericanos es de casi US$14 mil anuales por paciente. Berta paga $750 mil al mes por el servicio de Atardecer, que es la pensión completa de su marido. Aparte de eso invierte otros $50 mil en útiles de aseo y dos veces al mes debe comprar Ketiapin, un medicamento que cuesta otros $38 mil pesos.
También, Berta contrató un servicio de ambulancia Help, en caso de emergencia, que mensualmente cobra $32 mil.
«El Alzheimer tiene costos directos e indirectos» dice la neuróloga Andrea Slachevsky. «Los directos agrupan las consultas médicas, los exámenes, fármacos, el pago a instituciones y a cuidadores profesionales; mientras que los indirectos son los cuidados no remunerados, los cuidados de los familiares, que terminan siendo los más costosos».
A pesar de que los tres hijos de Jorge tienen buenos ingresos económicos, ninguno aporta en los tratamientos que él necesita y tampoco acuden al hogar a visitarlo muy seguido. «Es terrible… es muy desgastante ver a tu papá así, como un bulto, sin poder moverse ni hablar. Yo no puedo, he tratado pero no puedo», afirma Rodrigo, hijo del medio.
«Estoy agotada, esta es una enfermedad maldita que le hace daño a la familia. Él no sufre, pero yo sí. Nunca me imaginé que diría esto, pero la verdad es que me voy a sentir muy liberada cuando Jorge fallezca» se sincera Berta, contando los días para que la pesadilla termine.
Sin embargo esta enfermedad puede prolongarse por más de 15 años, sobre todo en pacientes que son sanos físicamente, como es el caso de su esposo.
«El Alzheimer, así como todas las demencias seniles, tienen que ser parte de las patologías de salud pública para que se pueda elaborar un plan de acción y ayudar a los afectados, y así también a sus familiares, que son los que más sufren» dice la doctora Slachevsky.
Según su visión, la población chilena tiende envejecer y las políticas públicas destinadas a los ancianos son deficientes. Un estudio de Coprad (Corporación Profesional Alzheimer y otras demencias) asegura que en Chile hay actualmente más de dos millones de personas mayores de 60 años y que para el 2050 se estima que esa cifra suba a casi seis. Por esto la neuróloga Slachevsky lucha por establecer al Alzheimer como un tema país y propone implementar el Plan Nacional de Alzheimer y otras Demencias.
Por mientras, Berta, la esposa, todavía recuerda la forma en la que Jorge sujetaba sus manos, firme y con fuerza. Él, al ser un hombre de pocas palabras y más bien tímido, «hablaba con los ojos».
«Ahora que ya no puede hablar, me sigue hablando con los ojos y yo le entiendo».
Berta sigue visitándolo todos los días, se sienta durante horas y le habla a Jorge, él balbucea y ella cree entender todo lo que le dice. «¿Me amas?» le pregunta la mujer, pero su marido sigue balbuceando. «Yo también, viejo mañoso», le responde Berta y se sienta otra vez a mirarlo, mientras el tango sigue sonando de fondo.