Revisión de la pasada de Alex Scally y Victoria Legrand por el Teatro La Cúpula. «Space is the final frontier», dicen los Beach House.
Cae el telón. Sobre nuestros ojos florece una serie de figuras cuadradas que se asemejan —geométricamente— al árbol de las almas de la película Avatar. Hay tres espacios dispuestos delante de él: a la izquierda del público, el de Alex Scally, a la derecha, la batería de Daniel Franz, y en el centro, el trono en forma de teclado de Victoria Legrand; vibrantes e hipnóticos, el dúo de Baltimore —transformado en trío para la ocasión— nos inducirá a diecinueve sueños distintos, uno por canción, en un espectáculo que tuvieron guardado durante casi diez años para el público nacional.
Pasadas las 21:30 horas aparecen los protagonistas. Comienza a sonar “Wild”, el segundo track de su último trabajo de 2012 Bloom, que los embarcó en gira mundial, con presentaciones en los festivales más importantes del hemisferio norte.
Al iniciar el sampler da la impresión de estar escuchando el disco, pero en el instante en que disparan las primeras notas, con ese cóctel de efectos futuristas, los norteamericanos se transforman en una tromba. Cada canción suena más potente que la anterior: primero “Gila”, segunda “Lazuli”, luego “Norway”.
Allí está Victoria sobre el escenario, suponemos. No sabemos si es real. No sabemos si es ella. No sabemos si es la de los videos, si es la que nos canta al oído en nuestro reproductor de música. Está pero no. Se esconde al son de las luces, se difumina junto al humo. Y esa voz venida desde otro mundo, tan profunda como resonante, se esparce por cada rincón de La Cúpula. Alcanzamos a ver su silueta, a fijar la mirada sobre su hombro izquierdo cuando su chaqueta plateada lo descubre, pero, cuando más tangible parece, vuelve a desaparecer tras la humareda. Nos habla de cuando en cuando, pero puede ser también parte de nuestra construcción mental.
La fantasía se rompe únicamente con las señas que le hace al sonidista en medio de “Other People”. La perfección se quiebra, ahí recién nos damos cuenta. Pero vuelve en sí, tal como la queremos: con su pelo desordenado sobre el teclado al punto del caos, mientras distorsiona el desenlace de “New Year”. Scally, en tanto, intenta contenerse: da pequeños saltos o se sienta en el suelo, como si fuese una fogata en medio de la arena, mientras la niña más linda de la playa baila, medio loca, emulando el ritmo del fuego.
La atmósfera es única y completa. Pero los sueños cambian con cada canción. Ahora las luces se reflejan como estrellas sobre nuestras cabezas, musicalizan con “Take Care”, que habla de un amor tímido pero sensato, expectante: «Yo cuidaría de ti si me lo pidieras». Y el show continúa como esa serpiente que, dicen, encontraron mientras nadaban en el lago, esa que es real pero luego es falsa. Porque el escenario cambia de color con cada parpadeo —con cada golpe de Franz— y se vuelve verde, luego naranjo, luego morado.
Como el R.E.M.
Y tras ella, nace un aterrador inicio de “Master Of None”, de su debut homónimo, con Legrand gimiendo al igual que los controles de su teclado. Pero de a poco se enternece y juega con Alex. Estira una pierna y le patea el trasero. Ambos ríen, y esa misma complicidad los separa. Como los amantes que desearían ser algo más. El ambiente se vuelve tenso, debido a las luces que giran como a punto de explotar. Y suena “Silver Soul”, otro de sus singles.
Entre canciones que desempolvan una vez cada tantos meses, el universo de Bloom reaparece en el el teatro: la impaciente “Wishes”, que duda de la realidad de los deseos como nosotros de los acontecimientos, y también “Myth”, que nos devuelve al principio como si todo comenzase de nuevo, como si retrocedieran nuestra memoria y nos devolvieran al adormecimiento.
Y con eso despertamos, durante unos instantes. Pero antes del desenlace irreversible, la pareja regala “Astronaut” con el guiño a Star Trek en palabras de Legrand: «Space is the final frontier». Y sí, desde otra galaxia los amantes construyen sueños con astronautas y gatos amarillos, proyectan nuevamente las estrellas en el cielo de La Cúpula, se vuelven infinitos sobre el escenario, alargan las notas, intensifican los efectos. Al final, “Irene” remece a la masa trastornando los oídos. Recobramos el sentido. Alex se despide mientras Victoria se acerca a la primera fila para regalar un setlist. Su mano no es una ilusión.
Ahora sí nos convencemos que todo fue real.