Video y reseña del show de Jared Leto y los suyos por la Ciudad del Rock brasileña. 30 seconds to Mars en Rock in Río 2013.
Para Jared Leto todo es parafernálico y exagerado, tanto como sus ojos azules que solo descubre en medio del show desatando por enésima vez las pasiones de sus fanáticos.
Estamos en la tarde-noche de sábado de Rock in Río, y media hora antes de que se inicie el espectáculo un par de tipos encapuchados y de terno se pasean por el escenario apuntando con linternas a algunas personas repartidas por el público, con todo el ambiente y la estética de Love, Lust, faith and dreams, el último disco de estudio de los estadounidenses.
Si hay un evento musical en Sudamérica que sigue paseándose al resto de sus pares es este. Ninguno de los tres cabezas de cartel del fin de semana pop pasó por Chile ni por Argentina: ni Beyoncé ni Muse ni Justin Timberlake. Entre los de segunda línea, solo Alicia Keys llegará al Movistar Arena el próximo 23 de este mes —The Offspring hizo lo propio la semana pasada en el Teatro Caupolicán, y ahora deja la piel sobre el palco Sunset—.
En Río cada número del festival parece más grandilocuente que el anterior, y 30 seconds to Mars cae de cajón.
A segundos de comenzada la percusión de “Birth”, con Shannon Leto estremeciendo por completo la Ciudad del Rock, aparece el actor/cantante como un Aragón del nuevo siglo. De inmediato maneja los tiempos de su presentación: nos manda a saltar, a saltar, gritar e hincarnos. La dinámica de 30 seconds to Mars sigue siendo la misma que conocemos desde su visita a Chile para el debut del Lollapalooza criollo: Jared actúa como un animador, sube gente al escenario y le da todo el espacio posible a sus fans para que participen, escondiendo sus notorios ripios vocales que —para su suerte— no importan tanto en el momento en que se planta frente a las ochenta y cinco mil personas que repletan la explanada.
Dice que esta ciudad es uno de los lugares más jodidamente mágicos del mundo, mostrando una polera con las mangas arrancadas que dice «I <3 Río», repite varias veces «oi» y «obrigado», bebe un vaso con açaí y unas cuantas canciones después el trío se viste de verde-amarelo con bandera brasileña incluida (¿dónde está su mesías ahora, fanáticas nacionales?). A esta altura del show, la música hasta parece accesoria. Sin embargo, “This is war” (paradójicamente «una canción sobre la paz») y “Do Or Die” se empinan como parte de las buenas postales de la noche. Pero hacía falta uno de esos momentos que, como nos vende la organización, solo ocurren en Rock in Río: los protagonistas se van del escenario dejando a dos acróbatas, similares a los de las linternas, que hacen malabares con sus saltos en un balancín; y apenas terminan de hacer lo suyo, el menor de los Leto aparece encaramado en una tirolesa (cortesía de una marca de cerveza) que recorre de lado a lado el escenario Mundo. Arma un mini-acústico con “Hurricane” y un extracto de “The Kill” y se lanza hacia el otro extremo como si fuese un asistente más del festival. Ya solo queda espacio para “Closer to the edge” y “Up in the air”, pero mucho no importa. Con lo último ya lo vimos todo y ahora viene Florence and the Machine.