Pedropiedra presenta su nuevo disco Emanuel, un trabajo que busca escapar de las letras autobiográficas y desenredar un poco la madeja.
«Negro es el color, de tu pichulón. Flor de callampón. Quiero estar ahí. Ya estoy ahí». Eso pensó Pedropiedra cuando cantaba “Pasajero” en el programa de televisión Mentiras Verdaderas de La Red.
La letra es otra: «Negro es el color, que el cielo eligió. Flor de chaquetón. Quiero estar ahí. Ya estoy ahí».
—Casi me equivoco en “Pasajero”, hueón. Como siempre cantamos las canciones con otras letras en los ensayos, estuve a punto.
Emanuel es el nombre del último acto de escapismo de Pedro Subercaseaux (35), Pedropiedra, y “Pasajero” es su primer single. Un trabajo que busca escapar de las letras autobiográficas y desenredar un poco la madeja. La nueva placa de su discografía busca simplificar el producto. A esa dirección apunta el ex CHC.
—La historia es larga y no es tan buena. Yo quería un título medio místico, que tuviese la hueá de la distancia, sea en tiempo o en metros. Emanuel (2013, Quemasucabeza) es porque yo quería bautizar a mi hijo así, pero al final no quedó. Significa «Dios con nosotros». Yo estaba urgido porque quedaban dos semanas para entregarlo y todavía no tenía título. Álvaro Díaz me decía: «tranquilo, tranquilo, se te va a aparecer de repente». Pasamos por varios títulos y me acordé de Emanuel. Después me di cuenta de que le quería poner Emanuel al disco, no al hijo. Igual las cosas vienen con el nombre elegido, solas, yo siento.
—Emanuel parece ser un disco mucho más oscuro que toda tu discografía, ¿lo pensaste así desde un inicio?
—No, no lo pensé así en realidad. ¿A ti te pareció más oscuro?
—Sí, mucho más que Pedropiedra (2009, Oveja Negra) y Cripta y vida (2011, Quemasucabeza).
—Me gusta esa apreciación, hueón. Me tomó por sorpresa. Si resultó así, fue sin pensarlo.
En Plaza Sucre, Ñuñoa, Pedropiedra está sentado al lado de un árbol. «Estoy más desconcentrado que la chucha». Arranca pedazos de pasto y le dice «¡sale!» a un perro y parece no aguantar un olor mientras el cielo ñuñoíno está violeta y señoras trotan sobre el maicillo.
–Ohhh, el olor a meado, hueón, corrámonos.
Luego, vuelve a teorizar sobre la oscuridad de Emanuel.
–Lo que dices, es una constante en las canciones: la melancolía. Que no es solo mía, sino de todos los cantantes chilenos. Igual Cripta y vida me parece un disco aún más oscuro. No sé, es difícil. Yo quería que tuviese una esencia más borrosa que los otros discos, tanto en el sonido como en las letras. Que no se cachara tanto. Emanuel es más hermético que oscuro. Pero creo que no ha cambiado tanto la manera de hacer las canciones. Es parecida, pero es más desenredado este disco. Ahora es más directo. Y eso creo que contribuye a esclarecer más que a oscurecer. Pero también está la idea del borrón, entonces no sé muy bien qué contestar, la cagó… Llevo como 10 minutos hablando de nada.
—En Pedropiedra hay una búsqueda muy autobiográfica en las letras. En Cripta y vida está presente la muerte y el tedio. Emanuel parece narrar un viaje nocturno, estar hecho en un aeropuerto o camino a uno.
—Un poco, sí. Pero con la idea de salir de la propia mente, hueón. Tiene que ver con eso, porque el primer disco era muy «yo», «yo», «yo», «yo» o «mí». Quería ir saliendo de ese punto de vista porque también empecé, después de un tiempo, a escuchar las canciones y era como «chucha». Por ejemplo, en “Hasta el final” era muy heavy admitirse estar en ese estado, de tanta melancolía. Entonces me empecé a cuidar.
—¿No querías mostrar tanto?
–Claro, o mostrar otro tipo de cosas. Porque es difícil que yo haga una canción más triste que esa, entonces para qué voy a tratar. Hay que buscar hacer otro tipo de canciones.
—A pesar de lo anterior, en tus canciones no te casas ni con la euforia ni con el desastre, ¿buscas ese equilibrio?
–Yo creo que es un egoísmo y una reticencia a dejar que la canción vuele por sí misma y siempre controlarla. Que se mantenga en el ámbito de mi carácter. Es algo que inconscientemente he tratado de suprimir. Tratar de no ser tan original, ¿cachai? No tratar de buscar lo distinto porque eso si se termina escuchando forzado. En ese sentido yo creo que las canciones de Emanuel fluyen por lo menos mil veces mejor que las de Cripta y vida y un poco mejor que las de Pedropiedra. Se está simplificando el producto, yo siento. En lo simple está lo más bello. Hay que tratar de apuntar para allá. Es una hueá que la piensa todo el mundo.
En lo simple está lo más bello.
—¿Dónde te gustaría que te llevara Emanuel?
–Las canciones de Emanuel fueron muy pensadas para tocarlas en vivo. De hecho, el disco está grabado en vivo, en el estudio, con la banda. Casi entero. Entonces, la idea es potenciar un show en vivo con canciones que sean fáciles de tocar. Hacer un disco es una especie de excusa para ejercer tu profesión durante un periodo determinado. Yo la verdad es que no sé qué quiero con mi vida en general. Funciono un poco por instinto. Espero seguir viajando y tocando. Ahí quiero que me lleve: a los escenarios.
Había una vez un mago llamado Handy Bandy que junto a su esposa, Nadia Nadyr, recorría Europa durante la década de 1920 presentando actos de magia al estilo egipcio. La pista de ambos se perdió en la Alemania Nazi, entre 1930 y 1933.
En 2013, volvieron a aparecer en la portada de Emanuel.
–Si el disco iba a tener ese nombre debía tener a una persona en la tapa. Emanuel, hueón con túnica, sonidos raros. Eso buscaba “Emanuel” e “Ignición”. Armar un concepto con lo que hay a mano sin que sea muy rebuscado, que de una idea de estética. Cosas que se correlacionen entre sí. Armar una onda a partir de distintos elementillos.
—¿Qué buscas con las tapas de tus discos?
–Que se parezcan a la música y yo encuentro que igual lo he conseguido. Ponte tú, en la tapa de Pedropiedra, que es la única en que salen rasgos de mi cara, aunque estén rotos y sobrepuestos, representan muy bien lo que es ese disco: yo hablando de mí, todos mis rollos y tratando de descubrirlos. La portada de Cripta y vida también es un poco antojadiza, de manera un poco arbitraria, un poco terrible. Tiene que ver con el título y las canciones. Muy caprichoso. Ese disco es como un collage, siento. Un pastiche.
—Emanuel parece ser un disco hecho entre amigos. Tiene demasiadas colaboraciones de gente muy cercana.
—Son predecibles tratándose de un disco de Pedropiedra. Elegí a puros amigos con los que he estado trabajando mucho los últimos años. Es la manera en que me siento cómodo. Es la gente que conozco, sé qué pedirles y qué me pueden dar mejor. En “Granos de arena” yo sabía que me faltaba una voz y ya escuchaba la de Gepe ahí. Hay mucha más gente que no está en el disco que yo admiro de la escena chilena que me encantaría invitar, pero como que no siento que haya tanta confianza, no es como para llamarlos y hacerlo. Me daría miedo, quizás. Aunque probablemente me dirían que sí.
Por Emanuel se pasean: Álvaro Díaz, Cenzi, Gonzalo Yáñez, Tomás Aguilera (Tomacete), Jorge Delaselva, Gepe y Jorge González. Pero dos son las colaboraciones que más destacan. Díaz, periodista y responsable de proyectos de culto como Plan Z, El Factor Humano, Mira Tú, Un país serio y 31 Minutos. «En una grabación fui a comprar un par de pizzas cuando teníamos hambre», contó la voz de Juan Carlos Bodoque a un diario nacional sobre su aporte a Emanuel. También Jorge González, que escribió e interpretó “Seres”, una rareza que cierra el álbum y da la impresión de que el padre del rock bajó a poner orden. Otra vez.
–Es como jugar a la pelota con “Bam Bam” Zamorano o Elías Figueroa. Una especie de sueño hecho realidad. Aunque al final, después de un rato, dejas de pensar que es Jorge González y que es un maestro. Cuando te acuerdas es la zorra, pero él mantiene una sencillez que te permite relacionarte como si fuese cualquier persona, un amigo muy antiguo. Él ha sido muy generoso con sus conocimientos, es una enciclopedia. Yo le pedí una canción bailable para el disco y me mandó “Seres”, una hueá más rara que la chucha, media new age po, hueón. La zorra tener una canción de él en un disco mío, era como «¿por qué no?».
—¿Cuál fue el papel de Álvaro Díaz en Emanuel?
–Nosotros nos preguntamos lo mismo y llegamos a la conclusión de que era el “productor artístico”. Me ayudó a elegir las canciones. Ponte tú, hay una canción que se llama “Forever young” que yo tocaba harto antes de grabar el disco y que harta gente me escribió «oye, ¡no la pusieron!» y bueno, no le quiero echar la culpa a Álvaro pero…
Díaz como un decorador de interiores. Primero, hay que avanzar por esta pared; acá hay un sillón y después viene un cuadro; y en esta esquina, una lámpara de pie y un colgador de ropa. Así se eligió la columna vertebral de Emanuel.
–Álvaro me decía que teníamos que buscar momentos en el disco. Con ese concepto de armar el disco con distintos elementos. Cuestiones como elegir nombres, terminar letras. Lo de elegir las canciones es lo más importante porque, por ejemplo, el disco tiene una columna vertebral de temas de una misma familia. Está “Eclipse total”, “Carteles gigantes”, “Pasajero”, “Granos de arena”; alrededor de esa columna ir poniendo distintas cositas: interludio, dos temas así; un tema raro, otro tema; otro tema raro.
Rebobinemos: marzo, Festival Neutral, el sol pega fuerte sobre las cabezas que a esa hora miran la presentación de Ases Falsos en la Plaza Zócalo del Centro cultural Gabriela Mistral. En el escenario, Cristóbal Briceño habla de un escupo que cuelga del micrófono. Pide que lo cambien cuando salga a tocar Pedropiedra, el siguiente artista invitado a la celebración de Quemasucabeza. «¿Lo vieron en el Festival (de Viña)? El próximo año anima», dice Briceño y la gente ríe antes de que comience a sonar “2022”.
Días atrás, Pedropiedra se había presentado dos veces en una misma noche del Festival de Viña del Mar, ambas como baterista. Primero, junto a 31 minutos, y luego como parte de la banda de Jorge González.
Hasta ahora, nunca solo.
–Me encantaría ir, pero yo no puedo llamar al director de Chilevisión y esperar ir. Es como la puerta de entrada al mainstream.
Pero alguien parece abrir ese camino. Gepe, el precursor. El que pasó de tocar con una guitarra de palo en locales de 15 personas, al escenario masivo más importante del país. El que les dio el placer a muchos de decir «yo conocía a Gepe desde antes».
—Tres años antes, ¿te imaginaste que Gepe podría llegar al Festival de Viña del Mar?
–Puta, cuando estaba haciendo el GP (2012, Quemasucabeza), sí, caché que venían todas las manos.
Es muy lindo pensar que él viene de lo más underground de un momento y ahora, con el Festival de Viña, va a llegar al verdadero corazón de las dueñas de casa
—¿Qué Gepe vaya abre las puertas para toda la escena chilena?
–Si él lo logró, es que se puede llegar. Es muy lindo pensar que él viene de lo más underground de un momento y ahora con el Festival de Viña va a llegar al verdadero corazón de las dueñas de casa. Pensando en esto, llegar ahí no es un imposible. Están haciendo eso hace ya un rato: invitar de jurado a una figura de la escena chilena. Lo hicieron con Manuel García, Francisca Valenzuela y ahora con Gepe. Es un cupo que está ahí, con buenas canciones y ni siquiera buenos contactos, yo cacho –comenta entre risas.
—¿Te sientes parte del «Chile, nuevo paraíso del pop»?
–Sí y no. Yo en mis inicios tocaba cumbia (Tropiflaite), luego hip hop (Hermanos Brothers, CHC). También soy harto mayor, como 5 años en promedio que toda esta generación. No sé si me siento parte, hay buena onda entre todos. Se está haciendo muy buena música de muy buenos estilos.
Ahora cae la noche y alguien se pierde corriendo por Avenida Sucre. No es Pedropiedra, sino Pedro Subercaseaux. «Tengo que cuidar a mi hijo», dijo minutos antes. Escapismo. Preocuparse del otro recién nacido, ese que finalmente no se llamó Emanuel.
Fotos: Claudia Valenzuela