Diez mil fanáticos llegaron con cintillos de flores al Movistar Arena para Lana del Rey y Travis, y antes Mala Rodríguez y Palma Violets.
Faltan algo así como trece minutos para las seis de la tarde y los roadies de Palma Violets abandonan el escenario. El Indie Fun Fest está a punto de comenzar ante un calor santiaguino insoportable y unas tres mil personas —el catastro final bordearía los diez mil—, donde predominan las distintas versiones locales de Lana Del Rey, el número principal del festival.
Nos perdemos entre ellos.
Palma Violets
Los londinenses, puntuales, inician la jornada, y en pocos minutos demuestran todo el desenfreno y poderío que los tiene como una de las bandas favoritas de la crítica especializada en Inglaterra. La gente aún no llega en masa al domo mayor del Parque O’Higgins, pero en las primeras filas de la cancha alcanza a verse un lienzo con el nombre del grupo como leyenda, y los gritones Samuel Fryer (voz y guitarra) y Alexander Jesson (voz y bajo) responden con un festín de riffs frenéticos y distorsionados que ensordecen el ambiente.
Con un set basado en 108, su ultra celebrado primer trabajo de estudio, Palma Violets proyectó los primeros destellos de una gran tarde/noche, gracias a “Best of Friends”, la mejor canción del 2012 según la NME, y a esos cortes como “Tom the Drum” o “All the garden birds” que los tienen vendidos como los herederos-sobrinos-nietos de The Clash.
Mala Rodríguez
La española conoce el negocio. Conoce también los clichés, pero los esconde con maestría: no levanta banderas, pero hace como que la llaman por teléfono, responde que no puede hablar mucho, que está en Chile. Y la multitud explota en gritos, casi tanto como cuando vieron posar su humanidad sobre el escenario, con unos shorts acalorados que moldearon esas piernas y caderas perfectas.
Su presentación no tiene respiro, es un verso, es una rima tras otra de ese hip-hop duro, «íntimo e intenso», como ella le llama a Bruja —su más reciente disco—, lo que la lleva a volver al público para preguntarle, con su desatada sensualidad, «¿quién va a tener sexo esta noche?». Solo unos pocos responden. «Eso no está bien», dispara, al mismo tiempo en que comienza a sonar esa mixtura de sonidos urbanos tras “Hazme eso”.
A pocas horas de subirse al escenario, la Mala prometió una inyección de fuerza y energía. Y cumplió, revitalizando a todos esos fanáticos que ya se alistaban para disfrutar de los dos platos principales.
Travis
Sin la parafernalia de su debut en el 2007 aparecieron los escoceses. Esta vez no llegaron de boxeadores sino de ellos mismos: un cuarteto ya maduro y admirado, con uno de los catálogos con más himnos del rock británico de los últimos quince años.
Francis Healy inicia el show con “Mother” —que abre Where You Stand, su último trabajo de estudio— y “Selfish Jean” —uno de los últimos clásicos de la banda—. Saluda a los de adelante y a los de la derecha y a los de la izquierda y a los de atrás y a los de al fondo y a los de más al fondo, en esa aprovechadora y mal llamada “tribuna”. La fanaticada agradece el gesto y colabora con el juego de mover las manos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda mientras se escuchan los primeros acordes de “Love will come through”. Y de allí los hits no paran, porque se suma “Re-Offender” y esos cortes que los acercaron mucho al sonido de Oasis en Be Here Now (1997), como “Side” y “Writing to Reach You”.
El guitarrista Andy Dunlop está teniendo problemas constantes con el retorno, pero las rabias se pasan con alcohol y levanta una botella de cerveza esperando la aprobación de los asistentes. Y suena “Sing” que es coreada por casi la totalidad del Arena, que respetuosamente estuvo pendiente del espectáculo, a sabiendas de que la gran mayoría continuaba esperando por Lana Del Rey.
Así, Francis, Andy, Neil y Douglas dejaron una linda postal al cantar “Flowers in the window”, los cuatro concentrados en el medio del escenario, donde Dunlop y Payne aprovecharon de hacer jueguitos tocando juntos la guitarra.
“Why Does It Always Rain On Me?” y “Happy” concluyen la presentación, que nos deja pensando que da igual si a Travis se le pone al comienzo o al final o en el medio de un festival, porque lo dan todo y no tienen que probarnos nada. Ya llegará el momento de recompensarlos cuando regresen en soledad a algún recinto santiaguino.
Lana Del Rey
El debut de Lana Del Rey en Chile era una incógnita. No sabíamos si venía la que mató en Later… with Jools Holland o la que naufragó en el set de SNL. O la que se presentó hace unos días en el Planeta Terra brasileño, sorteando el impacto de cantar ante más de setenta mil personas. La verdad es que anoche sorprendió, tanto por lo que ha trabajado su voz como por el recibimiento que le brindó el Movistar, que desde temprano se llenó de coronitas con flores y dobles de la artista de todos los gustos y tamaños.
Demoró en salir. Primero fue el turno de las cuatro violinistas, los dos tecladistas, el guitarrista y el percusionista. Sonaba el sampler de “Cola” y nada. Incluso, uno o dos gritos conjuntos anunciaban una falsa entrada.
Y apareció de blanco, su sello para este Paradise Tour.
Lana es el diablo disfrazado de ángel. Es el lobo con piel de oveja. Es ingenua y hermosa. Y Lana juega. Es la mejor haciéndolo. Juega a la sorpresa, a la ternura, a la emoción; y al segundo posa su cabeza en la espalda de su guitarrista y se ve tan frágil. Y después se sube la falda descubriendo en plenitud su muslo izquierdo.
Cada canción fue entonada —y hasta gritada— con locura: “Body Electric” (del Paradise EP de 2012), “Carmen” o “Summertime Sadness” (de su primer larga duración Born To Die, también de 2012), pero el set estaba preparado para derretir a través de sus singles y del juego con el público, a los que besó, abrazó y dejó fotografiarse con ella.
El show de Lana Del Rey es una procesión. Por eso la letargia, por eso lo aburrido si uno no camina como apóstol junto a ella. Porque en cada paso, traducido a canción, nos va relevando sus recuerdos, contando sus miedos, hablándonos del alcohol, de sus amores infinitos. De Nueva York. De nacer para morir, de hacer todo por el hombre que ama como en “Video Games”.
O de estar cansada de sentirse una maldita loca como en “Ride”.
“National Anthem” no termina de sonar, la fanaticada agotó el último aliento, y Lana Del Rey se pierde tras el telón. Después de trece canciones ya no la volvemos a ver.