Por ahí leía que ganó la abstención. Así es fácil. Para eso le gano el pique a Bolt sin ir a correr, para eso saco campeón a mi equipo sin salir a la cancha. La peor protesta es quedarse en la casa.
Me acuerdo que fui al Registro Civil de Ñuñoa el día después de mi cumpleaños. Cumplí dieciocho y, como aún me daba lo mismo aprender a manejar, mi mayor certificado de adultez era el carné de votante en la mesa 81V del Estadio Nacional. Aunque no era solo eso; siempre quise votar porque mi mamá me contó sobre los diecisiete años en que no lo pudo hacer. Me hablaba de esa nostalgia de ver en la tele las elecciones en otros países, mientras que acá se discutía durante diez años cómo iba a ser el plebiscito del 88. Yo quería aprovechar. Era el año 2005 y tenía más que decidido mi voto por Michelle Bachelet.
Seis años antes, en la fachada de mi casa de ese entonces, había un cartel gigante con un viejo pelado que decía «Para crecer con igualdad». No duró mucho tiempo limpio, le tiraron huevos y tarritos de pintura unas nueve veces, pero ahí estaba, estoico, el señor Lagos: con los brazos abiertos invitándome a votar. Yo juraba que nos habían pagado algo, que los vecinos no quisieron y que nos lo habían ofrecido a nosotros. Pero no. La propaganda estaba ahí, en la cornisa de la ventana de mi pieza, y yo entendía de a poco lo que era una elección.
En línea, desde que lo puedo hacer, voté por Bachelet, Frei y Bachelet. El mismo voto en ambas vueltas. Sin chistar. Me ha tocado ¿defender? mi voto en varios carretes, con todo tipo de contras, desde amigos incrédulos hasta zorrones curados anti sistémicos. Pero acá el tema es por qué voto: Primero, creo que no me puedo dar el lujo de quedarme tirado viendo las notas de cómo la gente compra en Meiggs, si tengo la posibilidad de ejercer un derecho que le fue robado a este país durante tanto tiempo. Obvio. Segundo, para mí, sí había una opción que me representaba y que tenía cierta dirección, en modo realista, sobre los cambios y políticas que debe tener Chile.
Pero en el caso de que ninguna de las dos señoras me representara, ni mucho menos me motivara, creo que la peor protesta es quedarse en la casa. Ya, te la compro: hay poca oferta, los mismos de siempre y, pucha, no pasó Sfeir, pero yo, en tu lugar, iría a anular con la tula, a escribir que se vaya el Fantasma Figueroa y, por último, a contar que quiero otra constitución. En cambio, la abstención es una marcha invisible. Al final, el que prefirió no ir a votar quedó guardado en el mismo cajón de los pajeros. Esos que andaban en la playa o que no se podían el cuerpo después del sábado en la noche.
Pero allá ellos, los que no quieren votar. No es obligatorio y el voto voluntario venía con la etiqueta pegada. Tienen el mismo derecho de ir o no ir. Además, tampoco se trata de seres inferiores no pensantes que ya no podrán opinar, eso es una hueá, la cuestión es que no es ningún triunfo. ¿Qué ganaron? ¿Quiénes ganaron? Por ahí leía que ganó la abstención. Así es fácil. Para eso le gano el pique a Bolt sin ir a correr, para eso saco campeón a mi equipo sin salir a la cancha. Mejor aprovechar e ir a votar antes que hacerle el juego a gente como Von Appen, que ya está buscando a otro mono dictador que nos haga recordar el paquete completo que trae la democracia, esa que tanto esperó mi vieja.