Termina la serie de Canal 13
Existen muchos mitos con relación a cómo fueron los ochenta; una época llena de colores y en donde la ambigüedad entró a la música de la mano del pop y de las modas extrañas y que hoy en día son pilares de la cultura pop. Pero esos ochenta son una parte ínfima de lo que realmente representó esa década que vivía los finales de una guerra fría dura y llena de divisiones. Y acá en Chile lo sabemos mejor que nadie porque las discotecas y la música de Michael Jackson y Madonna no era precisamente lo que nos identificó como sociedad en aquellos años.
Esto lo ha tratado de graficar la gran serie Los 80, dirigida por Boris Quercia (cuesta creer que haya sido el mismo que dirigió Sexo con amor, o El Rey de los hueones) mostrando a una familia típica de esa época, especialmente de clase media baja y algo despolitizada, uno de los ejemplos más lúcidos para mostrar con cierta objetividad cómo un país sufre una dictadura militar. Las escenas con colores especialmente elegidos y con un piano de fondo magistral de Camilo Salinas (Los Pettinellis, Los Tres, Chico Trujillo, etc..), ha logrado que esta serie nos transporte hacia los momentos más complejos e inestables de un país que, en ese entonces, parecía más sudamericano que nunca. En esta tercera temporada que terminó este domingo, hubo treinta capítulos que lograron mezclar a la perfección el complejo contexto (1985, un país post terremoto, sumado al difícil momento político) a las instancias personales que vivía la familia Herrera: iniciaciones sexuales, posibles engaños maritales, una mujer que trabaja por primera vez luego de haberse dedicado por años a ser dueña de casa y una hija mayor que mantiene amores con una un tipo buscado por los servicios de inteligencia de la época, son las cosas que mueven una historia delicadamente contada y que se mantiene lejana a proselitismos de cualquier índole.
En el último capítulo, cada historia se cerró a la perfección, de manera sutil y casi sin palabras: La relación compleja que mantenía Juan, el padre de familia, con su padre, quien había estado ausente durante su niñez culminó con la muerte del abuelo de los Herrera y una escena simple en donde el hijo le lee al padre una carta del nieto menor en donde le propone un negocio de volantines. La silenciosa discusión que mantenían los padres por el trabajo de la madre y la supuesta aventura del padre terminó –en un tren de vuelta del sur, del funeral del padre de Juan- con un abrazo lento, tranquilo y lleno de ese pudor que los chilenos sentimos en los lugares públicos. Por otro lado, la relación del hijo adolescente con la chica media punketa que le mostró a Los Prisioneros y a Los Pinochet Boys, se estabiliza convirtiéndose en una de las historias más débiles de la serie. Quizá el mejor cierre argumental es el de un tímido Juan Herrera y la posible aventura con el personaje interpretado por Berta Lasala (que de hecho no hubo).
Las violaciones a los Derechos Humanos –tema poco tocado en esa época, pero que fue el eje de toda una política de estado- también estuvo presente en este final de temporada en donde un compañero del novio de la hija menor aparece desnudo siendo objeto de vejaciones por parte de unos tipos que al mismo tiempo telefoneaban a sus familias explicándoles se retrasarían un poco en llegar a casa -¡en plena navidad!-, porque estaban terminando un trabajo. Con estas escenas, se plasma a la perfección lo que se hacía en aquellos años, en donde el catolicismo y la religiosidad extrema escondía la tortura, la muerte y un proceso de lucha contra una dictadura incluso por la vía armada. De hecho, la escena final retrata muy detenidamente cómo un miembro de una familia típica chilena de aquellos años, decide tomar ese camino, y que esta decisión no es más que un síntoma de la época confusa que se estaba viviendo y del escenario en donde la familia crece, se desarrolla y aprende a convivir.
Claramente, durante la historia no sucede demasiado de lo que quisiéramos que se mostrara y esta sutileza que marca la serie en sus tres temporadas, ha sido por algunos criticada a destajo, tratándola de poco cojonuda, pero si uno se detiene a mirar capítulo a capítulo, esta historia muestra perfectamente lo que una familia de estas características vivió en años tan difíciles y complejos para quien no vivía de Plaza Italia para arriba ni tenía un apellido lindo y compuesto. Y esto se logra porque los personajes son queribles y si bien no viven grandes experiencias, cuando llegas a quererlos, te logras compenetrar con lo que viven, donde lo viven y por qué lo viven.