El festival Neutral es como la comida anual del sello Quemasucabeza. Este año hacía frío en el restorán y los mozos se demoraron en traer los platos.
Por Javier Correa, Matías de la Maza y Alejandro Jofré • Fotos: Felipe Avendaño
El sol prácticamente no aparece en el GAM. De forma extraña, marzo llega cubierto y algo frío. A diferencia del año anterior, el sol no juega en contra. Aunque el comienzo de #Neutral2014 es algo molesto y las nubes no tienen que ver en el hecho.
Debajo de las tiras de papeles de colores, en la entrada, no entregan ningún folleto con los horarios de cada artista y escenario (y si fue así, debe haber durado muy poco), lo que da una leve sensación de desorden al minuto de decidir qué ver.
Ese sentimiento aumenta con el retraso del escenario zócalo, la breve explanada de asfalto que en un principio no tiene mayores consecuencias, pero que, al final de la jornada, pasará la cuenta.
Son dos pero parecen más. En el acuario abierto de puma lab Ervo Pérez, Catalina Burgos y sus juguetes. Se llaman o se hacen llamar Bending Toyz y tocan o parecen jugar hombro a hombro con sus pequeñas máquinas. Porque lo que tienen delante suyo son teclados infantiles y juguetes musicales intentando sonoridades inéditas y ruidistas. Parecen sacados del pasillo de una estrecha juguetería de Patronato o Estación Central tres días antes de navidad. Coloridos como el montón que a esa hora asoma curioso en el espacio conocido como #MiniNeutral.
En la sala a1, Felicia Morales aparece junto a Pablo Muñoz y Paloma Otárola. La chelista, que está vestida de dorado, se ve difusa entre la luz roja y el humo, con “Caribbean Blue” de Enya y Felicia Ep de fondo, en una escena tan íntima como perturbadora. Ahí mismo, entre la oscuridad y la luz tan roja, esas canciones parecen la música incidental de series como Twin Peaks o The Killing. Se oyen perversas. Como instrumentales en donde podrían moverse los personajes sin esperanza o los cuerpos de chicas quebradas por el abuso. Si el infierno de Seattle o Twin Peaks era azul y lluvioso, acá es rojo y brumoso.
El espectáculo es simplemente hipnótico y a ratos pone la piel de gallina por la claridad del sonido. Lo orgánico del chelo se mezcla a ratos con efectos sintetizados con una sutileza espectacular. Todo encaja perfecto. El silencio es sepulcral mientras construye capas sonoras con su instrumento y con simples miradas dirige a su banda. Su carrera de solista está recién comenzando, pero un puñado de composiciones basta para abrir el hambre de un álbum a escala completa.
A la hora que debía tocar Congelador prueba sonido el argentino Coiffeur. Rodrigo Santis, que es el guitarrista y voz de la banda insignia de Quemasucabeza, parece multiplicarse bajo el escenario. Le preguntan por el atraso, por unas vallas, que a qué hora abrir el acceso al público, que ahora pruebe sonido con su Epiphone.
Pasan varios minutos y una gotera de gente se amontona en el zócalo del GAM. No se puede negar la categoría de Congelador —que completan Jorge Santis en batería y Walter Roblero en bajo—, pero al ser el primer acto del escenario no hay mucha gente mirando. Además, buena parte del público hace fila para intentar entrar a Jorge González confinado a la sala a2. Quizá el noise de esta banda que va por las dos décadas de historia habría funcionado mejor con la oscuridad de las salas, que ofrecen desde el encierro un sonido más claro, sobre todo ahora que incorporaron a Estefanía Romero-Cors en voz y teclado.
Atom™ es el alemán Uwe Schmidt, conocido por tocar a Kraftwerk en clave tropical bajo el nombre de Señor Coconut y por hacer en vivo el disco Corazones, junto a Jorge González y Cecilia Aguayo. Encargado de abrir la sala a2, con lleno y oscuridad totales, es la primera gran carta del festival.
Sobre el escenario aparece bien justificado al costado derecho, apenas visible, con un pequeño haz de luz sobre sus máquinas. Lo suyo es una mezcla de cine y fiesta IDM con butacas. El centro del show son sus visuales proyectadas a lo ancho del espacio, sacadas de una bienal de videoarte experimental, con sus virtudes y clichés, como bombas atómicas detonando en cámara lenta o el minimalismo de vectores fluorescentes sobre fondos negros.
Parece otra época, es otro país acá adentro. Atom juega en otra liga sobre un Tenori-on o una MPC 3000 alcanzando un ruidismo elegante, como un maestro del glitch, con voces de robots que hace cantar en buena parte de su reciente HD, donde incluye canciones como “Ich Bin Meine Maschine” o “Stop (imperialist pop)”. Con discursos como «Sony Warner RCA/ Disney Channel day by day/ sonic invasion/ from nation to nation/ Gaga, Gomez, Timberlake/ give us a fucking break».
Cuando hace “Empty”, un track con el ruido que hacen los celulares cuando pierden su señal, el propio Atom aparece en la proyección arrojando papeles como Dylan en el video de “Subterranean Homesick Blues”, con la letra «MP3/ killed the MTV/ I am thrilled/ yeah».
Tomás Preuss y Jessica Romo —que lideran a los cinco músicos que forman Prehistöricos— cantan a dúo y con cintillos en el puma lab. Pasan temas como “Que suba el momento”, “Sonidos sagrados” o la íntima “Saltar de tu universo”, a guitarra y acordeón. Pero el espacio no da abasto y desde el zócalo un sonido interrumpe.
En la explanada, Guillermo Alonso ya no está solo y Coiffeur ya no es solamente una voz dulce acompañada de seis cuerdas. Desde el disco Conquista de lo inútil —el homenaje a Herzog del argentino— que el proyecto mutó a un trío de electropop, donde caben éxitos de su pasado como “Crujen”, ahora con sintetizador y batería electrónica, o nuevos como “Ovo”.
Alonso, de cutículas pintadas de negro, ocupa la misma guitarra de Rodrigo Santis de Congelador y a veces un pandero. Muy poca gente para uno de los buenos actos del festival.
A simple vista, la decisión más cuestionable de #Neutral2014 fue ubicar a Jorge González dos veces en la sala a2, considerando el arrastre de público que implica su presentación. De entrada, una extensa fila marca el ingreso y sostiene el argumento. Pero una vez adentro, una vez que González se cuelga la guitarra al hombro, la verdad es que todo empieza a hacer sentido y lo cierto es que fue una petición del propio músico.
Comienza a sonar “100 años” y González cierra los ojos, aprieta la mandíbula, parece quebrarse. Cuando los abre, mira un punto perdido. Mientras, el público, guarda silencio. Aplauden lo justo. Una mezcla de respeto y devoción. Sólo algunos sacan fotos con sus celulares.
El contexto íntimo, con un González a centímetros del público, transforma el espacio reducido en algo perfecto. Un puñado de canciones, acompañado de su Fender Telecaster, da paso al ingreso de su banda: Gonzalo Yáñez en guitarra, Pedropiedra en batería y Jorge del Campo en bajo. «Chiquillos, ojalá se prendan un poco, porque hasta ahora, en toda la gira que he hecho este verano, son el público más fome que me ha tocado», dice González riéndose.
Siguen “Curación”, “Fran” y “Novena”. González no canta. Lo suyo es leer cartas de amores quebrados. Finalmente, Libro es eso: papeles, apuntes, cartas que le permiten lograr algo parecido a la sanación. Ahora todo se termina con una excelente versión de “Father Figure” de George Michael. Pero eso importa poco. Es extraño como esta nueva etapa de González hace creer que Los Prisioneros no existieron nunca. O son un mal recuerdo o, al menos, uno en donde sus canciones sonaban con menos fuerza. Jorge González está más presente que nunca en Chile. Extrañamente feliz, al igual que el público, que disfruta como sus canciones lo desnudan por completo en el escenario.
En paralelo, la sala a1 se tiñe de un show casi elegante, tan íntimo como centrado exclusivamente en el último disco de Colombina Parra, Detrás del vidrio.
No hay más canciones que esas. Solo tres músicos —ella, su hermano y guitarrista Juan de Dios Parra y el baterista Aldo Benincasa— y Colombina pidiendo a ratos que bajen las luces, con esas guitarras inspiradas en desiertos, caballos y vaqueros.
Los fanáticos son más peligrosos que un hombre con un arma porque andan persiguiendo algo invisible, algún «algo» imaginado. Por lo menos con una pistola sabes a lo que te enfrentas.
Cuando el dúo de Mariana Montenegro y Milton Mahan anunció su receso, después del troleo masivo al ahora platinado guitarrista, reclutaron tres nuevos músicos y Dënver volvió a las pistas con el fantasma del arrebato.
Atardecer frío en el zócalo, suenan “Profundidad de campo”, “Olas gigantes”, “Diane Keaton” y el dúo cumple con un show que bebe y mezcla de sus dos últimos trabajos de estudio. Juguetones, a veces sensuales, las menos erráticos. Qué bien les queda cuando Mahan explota la distorsión de su Fender Jaguar y Montenegro simula las cuerdas de “Lo que quieras” sobre el Nord Electro 3. O cuando cantan a dúo el cóver de Juan Gabriel “Pero qué necesidad”. Las primeras filas dan cuenta de seguidores incondicionales capaces de acercarse a las luces igual que las polillas. Los tienen de vuelta, en el bolsillo y por montones.
No alcanzó a ser una hora de show, pero bastó para que la argentina Juana Molina luciera sus credenciales de pop de avanzada. Acompañada de dos músicos, en esta tercera fecha en Chile mostró temas como “Un día”, “Vive solo” y “Sin guía, no”.
Hace poco comentó que mientras terminaba su sexto disco Wed 21, hubo un corte de luz en su casa y encontró en ese nombre la oportunidad de salvar su trabajo y bautizar al disco con el que aterrizó en el zócalo del GAM. Como pasó con Dënver, sus seguidores se avalanzaron en el epílogo para tomarse una foto y conversar con ella.
Antes Congelador había firmado algún vinilo y Colombina Parra se paseaba por el GAM junto a otros músicos que no tocaron pero estuvieron expectantes: Protistas, Camila Moreno, Oddó, entre otros.
Probablemente, tras González y Molina, el show de más jerarquía es el de Electrodomésticos. Siempre subvalorados al minuto de hablar de lo mejor de la música nacional, su sonido es indiscutible. Concentrados exclusivamente en sus dos últimos discos, con el gran Se Caiga el Cielo como su demostración de excelencia más reciente, los Electrodomésticos son pura energía. El público cabecea y aplaude a rabiar cada canción. La dinámica entre Carlos Cabezas y Silvio Paredes para crear estruendos sonoros sigue intacta.
La gente toma un cariño especial hacia Paredes, el más aplaudido sobre el escenario. Cuando se termina el show, todo el público se para y corea la necesidad de otra canción. El telón se mantiene abierto unos minutos, pero finalmente se cierra, desatando las pifias. Quedan ganas de más, pero de todas formas Electrodomésticos es la cuota de desorden necesaria para el Neutral. El único “pero” fue el escenario. La sala a2 permite una genial limpieza en el sonido, pero es imposible no preguntarse qué habría pasado con esa explosión de energía en el cielo abierto del zócalo. Habría permitido un show más movido.
Momento del sorpresivo anti-clímax de la noche. Astro cierra el escenario zócalo y la jornada, y por sonido se podría haber esperado una fiesta. No es así. El retraso del escenario finalmente alcanza a su víctima y es el grupo liderado por Andrés Nusser. Presentan apenas cinco canciones y por una cosa de tiempos —y organización— deben bajar antes del escenario. Eso es todo. Cerca de media hora de presentación para el show principal de la noche. Un horrible déjà vu con el año pasado, cuando Gepe y Álex Anwandter vieron su presentación —como Álex & Daniel— empañada por problemas técnicos. Ahora un cable no deja de emitir un sonido saturado, entre temas como “Druida de las nubes”, “Mono tropical” y “Colombo”.
Fin de la fiesta. Tal vez fue el karma acumulado del día, pero lo de Astro no está a la altura. Treinta minutos de show que no le hacen justicia al sonido y puesta en escena de la banda de Nusser. «Nos están diciendo que tenemos que cerrar», dice el músico después de sólo tres canciones.
A esa altura, la noche parece una escena del Día de la Marmota. Un año antes, explosiones y cortes de luz de por medio, Rodrigo Santis sale al escenario a decir que Álex & Daniel sólo tocarán una canción más. Gepe y Anwandter, con mucha decencia, siguen el libreto en pésimas condiciones. Ahora, todo termina anticipadamente con “Maestro distorsión”.