Una reflexión a partir de la Singularidad tecnológica y Her, la película de Spike Jonze.
Un Tera (1 TB). En 2001, cuando explotó el Escándalo Napster, esa cifra, equivalente a mil gigas, era la que correspondía a la cantidad de información que estaba disponible en la ahora prehistórica red de descarga de canciones del gatito con los audífonos. Y era una barbaridad. Si cada canción pesaba 4 megas, un tera correspondía a 250 mil canciones. Parecía que el universo completo de la música podía caber en esas 250 mil canciones, porque, mal que mal, a su vez correspondía a unos 25 mil LPs, algo como la biblioteca completa de discos del legendario John Peel. Y tener la discoteca de John Peel era como poseer el mundo.
Hoy cualquier PC que uno compra por doscientas lucas tiene –por defecto– un disco duro de 1 TB. Hoy cualquiera puede tener el Napster completo de 2001 en su notebook, llevarlo para la playa, escuchar sus canciones en el parque o subirlas a su DropBox. 1 TB ya no es nada.
Si apretamos fuerte el “rewind” y volvemos más atrás que 2001, nos podemos encontrar con imágenes en Internet de lo que era la información electrónica años o décadas antes que eso, cuando el disco duro de 5 MB lanzado por IBM en 1956 pesaba 1 tonelada. De aquella misma época, un poco más tarde, data una tristemente célebre frase de IBM, por boca de Thomas Watson: «El mercado mundial de computadoras podría estabilizarse en algún lugar alrededor de cinco».
Estaba equivocado. Demasiado equivocado. En el libro The Fourth Paradigm se cita una anécdota de Clay Shirky en una conferencia denominada “Las lecciones de Napster”, quien, como cualquiera, reconocía que Watson se había equivocado… «Sobreestimando el número cuatro».
Es verdad, parece que los computadores hoy están por todas partes, pero en realidad nos aproximamos a pasos agigantados al momento en que habrá un solo computador que lo gobierne todo. Pensemos en el mail. Hace cosa de una década, el mail era un programa que revisábamos en el PC o Mac de la oficina y luego de la casa. Pero eran dos versiones diferentes del mismo programa. Hace cosa de dos años (6 de julio de 2012), uno de esos programas, el “Mozilla Thunderbird”, simplemente fue abandonado por los creadores suyos y de FireFox. Ya no tenía sentido ese mail en cada PC. Todo el mundo usaba GMail: un solo programa, instalado en la red, y asequible desde cualquier lado.
A qué voy.
Pensemos no en computadores, ni en Teras, ni en Napsters. Pensemos en la inteligencia humana.
Los replicantes y la Singularidad
Desde hace cerca de un siglo, cuando se inició la lógica matemática que luego derivó en los computadores, una de las preguntas capciosas que se podían hacer era si la mente humana, –con su creatividad, sensibilidad y memoria– podrían algún día ser “replicados” por las máquinas. La pregunta en esa época tenía una forma bien particular y un caballero llamado Alan Turing (1950) dio con una respuesta brillante: «Si una computadora puede comportarse como –o simular a– un ser humano, hacerse pasar por uno, entonces debemos aceptar que esa máquina tiene una inteligencia como la humana». Esto es, en resumidas cuentas, lo que se conoce como el “Test de Turing”.
En 1950 ni siquiera existía el disco duro de una tonelada de IBM, por lo que la pregunta no podía ir más allá.
Pero ahora sí.
Pasados algunos años desde que Turing formulara la idea brillante de la simulación, Isaac Asimov expandió la idea. ¿Y qué pasará cuando las computadoras ya no solo alcancen sino que superen la inteligencia humana? De eso se trata quizá su cuento más profundo, La última pregunta (The last question), publicada en 1956, también, en el Science Fiction Quarterly. En aquel cuento, una supercomputadora llamada Multivac respondía afirmativamente que la entropía podía revertirse y consecuentemente iniciaba el Universo una vez más, desde cero, en una nueva “Singularidad” (el nombre que se da al momento del inicio del Universo).
Desde entonces se ha dado el nombre de “Singularidad tecnológica” al momento pronosticado para un futuro no muy lejano en que el ser humano logra construir una computadora tan inteligente como él, que pronto construye computadoras más inteligentes que ella y que, tal como pasó con el volumen de Napster respecto de los discos duros actuales, en pocos meses supera todo lo imaginable.
De eso se trata HER.
Pensadores contemporáneos como Vernor Vinge o Raymond Kurzweil afirman que «la Singularidad está cerca» y que no pasarán más de dos décadas de ahora en adelante antes de que la encontremos. Entonces acabará el mundo como lo conocíamos.
Es cosa de ponerse a pensar. Computadoras superinteligentes lograrán cosas como que los seres humanos no mueran, o que podamos viajar en el espacio… y en el tiempo, y que la inteligencia se expanda en todas las direcciones imaginables e inimaginables.
¿Y qué monos pinta el ser humano en todo esto?
El filósofo chileno Remis Ramos lo ha dicho claro. Esta es la pregunta más importante de nuestra era. ¿Cómo haremos frente a —y nos hará frente a nosotros— la “Singularidad tecnológica”?
Hay varias respuestas, la más obvia y la que trata la mayoría de las películas que abordan directa o indirectamente este hito en la historia del Cosmos, es que las máquinas nos eliminarán tan pronto se alcen con el poder: Terminator (Skynet) y Matrix son odas a esa respuesta.
La segunda es que nos las arreglaremos para “parar la máquina”, como en el Jihad Butleriano de la serie de libros Duna.
La tercera es que la superinteligencia que emane de la empresa del Homo Sapiens, simplemente nos trascienda y siga por su propio camino.
Esa es la respuesta de Her.
Pero quedará algo… la sensación del ser humano de haber sido desterrado de aquello que todavía lo hacía sentirse algo especial en toda la Creación, su inteligencia, su autoconciencia, la sensación de que él (o ella) era lo único en el Universo que podía maravillarse y comprender el Universo. Luego de la “Singularidad Tecnológica” ya no irá más esa complacencia.
Y eso es, a fin de cuentas, lo que atormenta a Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) en la cinta de Spike Jonze. La idea de que él, con su creatividad, con su sensibilidad, con su memoria, ya no es capaz de ir más allá en su búsqueda del sentido del mundo y de la existencia. Que su sistema operativo, Samantha (Scarlett Johansson), lo ha desplazado del centro de la búsqueda de los porqués del Universo. Y que él jamás podrá alcanzarla.
Ese golpe es demasiado fuerte: es demoledor.
Creo que realmente Jonze se anota un enorme punto al explicar todo esto que hemos estado comentando acá en clave de “drama romántico”. Porque la “Singularidad Tecnológica” ya había sido abordada por la Sci-Fi cinematográfica, por las películas de acción y hasta por el terror, pero nadie había reparado en lo irreparable emocionalmente que sería para nuestra especie encontrarse siendo sobrepasada por su propia inventiva.
Llegará ese momento (pronto), en que la superinteligencia que logremos construir deberá decirnos, tal como la pareja que pide la separación: «No eres tú… soy yo». En este caso, «No eres tú… soy yo… y la singularidad».
Aparecido en cinepata.com