Lollapalooza Chile 2014: domingo

por · Marzo de 2014

Reseñas, videos y fotos. La noche del domingo en Lollapalooza, en la mirada del equipo de paniko.cl.

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La jornada de cierre de Lollapalooza estuvo marcada por los cintillos de flores Lana del Rey, la puntualidad perfecta de cada escenario, las banderas —de Venezuela, Perú, México, Magallanes—, el desastre de Julian Casablancas —lo peor que le ha pasado a Chile desde el terremoto—, Lorde —oh, Lorde—, unos inmejorables Arcade Fire —que seguramente ya figuran como el mejor show en la vida de varios adolescentes—, y los taxistas ladrones que cobraban quince lucas para poder abordarlos en Matta o Tupper con destino al Centro.

Varios ingenuos vieron pequeños espacios cercados, ubicados a un costado de los escenarios y los apuntaron como canchas VIP. En realidad, se trataba de zonas para personas con dificultad auditiva y plataformas para facilitar el acceso de sillas de ruedas. Bien.

Entrada la tarde, una avioneta se paseaba sobre el parque con un aviso estilo Coachella de Radio Universo. ¿Era necesario echar humo en un festival verde para mostrar un dial? Y más: ¿Interrumpir la música en vivo con el ruido del motor de una avioneta? Pésimo.

Revisemos la jornada.

Rama: comunión

Por Bastián García

«Este triunfo también es de ustedes», le dice al público el vocalista Sebastián Cáceres. Segundos antes, el resto de la banda —Daniel Campos en guitarra y Cano Céspedes en bajo— se para frente a la batería de Helmuth Wellmann, y en ese instante la conexión es total. Es rendir tributo a esos amantes del nü metal de los noventa, que siguen a Rama desde sus inicios en 1996 —con Disco amarillo y Fugitivos— y que hoy, desde temprano, quisieron que sus hijos pequeños también fuesen parte de un ritual que compartieron con los amantes de Imposible, uno de los mejores discos chilenos de la temporada pasada, que vino a refrescar el sonido de la agrupación, con canciones como “La señal” o “Alarma”. Y no es solo el triunfo de subir al escenario de Lollapalooza, sino de demostrar que en una pequeña escena también se pueden hacer cosas grandes.

Fotos: Rayén Luna

Hoppo!: documentos latinoamericanos

Por Gonzalo Paredes

A los cuatro puntos cardinales saluda Rubén Albarrán en su primera canción. Tres bailarinas vestidas y caracterizadas como indígenas selknam acompañan los siguientes temas del setlist escogido por el mexicano y su banda compuesta principalmente por músicos chilenos. Uno de ellos, Rodrigo “Chino” Aros, domina uno de los instrumentos más complejos y misteriosos de la música, como es la sítara, con la cual acompaña de forma impecable “Mariposa de luz”. Percusiones, vientos y Albarrán, que debe ser uno de los frontman más carismáticos de Latinoamérica. Sus discursos pachamámicos y sus buenas intenciones son reales o al menos se ven así, cuando hacen el hermoso cóver para “Te recuerdo Amanda”.

Fotos: Felipe Avendaño

Red Oblivion: parejito

Por Javier Correa

No es más que un puñado de personas a las 1.00 en el PlayStation Stage. En el escenario, Red Oblivion parte con “Don’t Let Go”. Algunos miran tímidos desde el pasto. Y a pesar de los entusiastas gritos de su vocalista, Zach Adams, con alguna mentira sobre Chile y su público para prender el inicio de la jornada, el show de los de Boston no es memorable. Sincero, directo al hueso, pero discreto.

Son virtuosos. Destaca como se juntan las potentes voces de Adams y la guitarrista Emma Torres. Pero, a ratos, Red Oblivion parece estar tocando una sola larga canción. Y eso no se arregla con los gritos de Adams y las poleras de merchandising lanzadas desde el escenario, literalmente el momento más atractivo para el público.

Fotos: Felipe Avendaño

Ana Tijoux: resistir

Por Alejandro Jofré

Lo mejor de lo nuestro en esta edición de Lollapalooza. Sonido fresco y orgánico. Bronces, teclado, batería, bajo y guitarra. A veces Hordatoj. La música de Tijoux es como su vestido, el diseño del huipil indígena en colores fosforescentes. La carga y lucidez de sus letras sobre una banda sonando en vivo. El brillo máximo que puede lucir el rap. No debería sorprender el momento que vive Tijoux. Requerida por la prensa extranjera, con apariciones a cuenta gotas en medios nacionales, y una excusa de peso para estar inubicable toda la semana previa al festival: se bajó del avión solo unas pocas horas antes de su concierto, proveniente del Vive Latino mexicano.

Con cuatro discos, su carrera solista es robusta, pero ella sigue rapeando sobre la vida en el modelo neoliberal, sobre mantenerse fiel a los valores y las cosas sencillas. Pasan “Shock”, esa extensión del libro y el documental de Naomi Klein, una remozada “La rosa de los vientos” y algunos temas de su recién lanzado disco Vengo (2014): el manifiesto “Antipatriarca” o la radial “Los peces gordos no pueden volar”. Un tema juguetón escrito a un hijo con frases como «el mall no es una plaza» y «ese celular a los amigos no reemplaza». Completamente vigente, Ana Tijoux sigue disparando buenas canciones después de La bala (2011) y tiene para rato.

Fotos: Felipe Avendaño

Mistah Dijah: odisea reggae

Por Daniel Hidalgo

Desde su aparición a principios de la década pasada, Mistah Dijah ha ido mutando, desde solista raggamuffin —ya venía del hip hop, junto a la agrupación Lexicología— hasta lo que es actualmente: una banda que incluye percusiones, coristas –la talentosa Maka Meléndez incluida–, vientos, teclados y todo lo que uno puede imaginarse de un combo reggae.

Así, los asistentes que apenas llegan a la Cúpula, se sueltan a punta de dance hall, reggae, ragga, y todos los matices tradicionales de cualquier agrupación que tribute a la movida jamaiquina. ¿Será imposible ser novedoso en el género? La fórmula, sin embargo, funciona. No faltan los discursos de igualdad, respeto y pro legalización de la marihuana, en el repaso de sus dos producciones, Nueva Era (2010) y Tell Dem Again (2013).

Fotos: Christian Yáñez

Natalia Lafourcade: sol de México

Por Bastián García

Natalia Lafourcade brilla. Es su atuendo metálico que refleja los tenues rayos de sol. Es esa voz amigable y romántica que mezcla con un repertorio a ratos alegre, a ratos cadencioso. Es la simpatía que proyecta, con su mirada juguetona y sincera sonrisa, al decir que esperó por mucho tiempo volver a nuestro país, para dar paso a ese hit radial de doce años llamado “En el 2000”. Nos regala un dúo con Gepe en la canción “Amor, amor de mi vida” y otro con su compatriota Emmanuel del Real de los Café Tacvba. La mexicana es como el sol que dibujan los niños en Kidzapalooza, con carita feliz incluida.

Fotos: Christian Yáñez

Natalia Contesse y la odisea de Nano Stern

Por Gonzalo Paredes

En uno de los muchos fardos frente al escenario de Kidzpalooza, sentado, Nano Stern tiene dos tareas a la vez: tratar de mirar el show de Natalia Contesse y malabarear con decenas de adolescentes que se acercan para fotografiarse con él. En el escenario, Contesse y su banda suenan perfecto. Son un ejemplo de prolijidad. Contrabajo, piano, violín, guitarra y batería acompañan a la chilena que varía en un sonido folk que pasa por diversos estilos, tales como la resbalosa y las cuecas en décimas. Hace una versión para “Miren como sonríen”, de Violeta Parra, que hace cantar a los papás de los niños que juegan entre la paja y la tierra del lugar. El show termina, Contesse se despide y le desea un feliz cumpleaños a Stern, que sale raudo para saludar a su colega y escapar del flagelo de la selfie.

Portugal. The Man: cuestión de actitud

Por Matías de la Maza

Cuando salen a escena, y después de despachar un par de canciones, juzgué apresuradamente que lo de Portugal. The Man iba a ser un show genérico de acto alternativo a las primeras horas de la tarde, lugar que antes han ocupado bandas como Gogol Bordello. Craso error. Después de un comienzo correcto con “Purple Yellow Red & Blue”, el show se pierde brevemente en el sonido psicodélico del cuarteto que resulta un poco distante. Pero algo hizo clic en los temas siguientes. El público prende y la banda responde.

Las voces en armonía de John Baldwin Gourley y Zachary Carothers dan lugar a una seguidilla de interpretaciones inspiradísimas, que logran conectar inmediatamente a nivel emotivo. Carothers se dirige al público en varias ocasiones para agradecer el recibimiento a la banda en nuestro país. Para varios (incluyéndome) en la mayoría de los casos eso es sólo parte del libreto. Pero el bajista se ve tan genuinamente emocionado con lo que ve frente a él, que es imposible no contagiarse de la energía y la épica del momento. Finalmente, el set de Portugal. The Man se transforma en una de las horas más sorpresivamente redondas de la jornada de domingo de Lollapalooza. Impecables y dejando ganas de escucharlos más atentamente.

Fotos: Felipe Avendaño

Sanfuentes: la juventud es electrónica

Por Cristóbal Bley

Durante los dos días, el sonido que surge desde el Arena es casi siempre el mismo: los beats de un brostep saturado que arrasa con los cuerpos de miles de adolescentes embobados. El sonido de la juventud más joven es electrónico, como ya lo comprobó Skrillex hace dos años, y como hoy lo vuelven a hacer otros djs que prolongan su testimonio. Sanfuentes (Vicente, 36 años, radicado en California) no cae en ese sub-género, pero entiende rápido cuál es el objetivo de ese escenario. Los niños quieren partirse la cabeza. El productor chileno, entonces, se pone a su servicio, y sin traicionar su esencia electro house, les da a los chicos su merecido. Sin la desmesura de The Bloody Beetroots, pero con la sutileza que le ha dado reconocimiento. Lo que comenzó con veinte muchachos curiosos terminó con niñas flacas desaforadas y hombrecitos saltando fuera de control. El mundo, incluso a la hora de almuerzo, es de los djs.

Fotos: Claudio Reyes

Somos Manhattan: y todo ese jazz

Por Mariano Tacchi

Hasta el día de la presentación, sobre esta banda chilena sabía que uno de sus temas había sido usado en Soltera otra vez y nada más. Con eso, uno puede crearse un prejuicio instantáneo —y probablemente no para bien. Por lo mismo, cuando comienza el show y aparece Daniela Lhorente cantando “And All That Jazz” del musical Chicago, la cosa se pone interesante. El dúo compuesto por María Paz del Río y Federico Fauda hace bien la pega: utiliza un estilo musical similar al aplicado por bandas como Glenn Miller Orchestra con rockabilly y algo de jazz, logrando una propuesta interesante, que quizás no ha cuajado del todo, pero interesante. Quizás, lo más agradable de ellos sea lo bien armados que están en los bronces, algo difícil de lograr de buenas a primeras. Para ser una de sus primeras presentaciones, teniendo un solo trabajo, no está nada mal.

Fotos: Christian Yáñez

Perry Etty versus Joachim Garraud: Nina discotheque

Por Alejandro Jofré

Una clase de baile entretenido, Nina discotheque para lolos. Puntuales, Perry Farrell canta, Etty Lau baila de espaldas a la gente y Joachim Garraud apreta play. Uno sospecha de los DJs que pasan poco tiempo encima de sus equipos. Parece tan poco en directo cuando la música coincide perfecto con las letras en las visuales, cuando hay cambios bruscos sin que nadie toque nada. «Calling her», «Are you free, come to me», y otras frases chulas dice la esposa de Farrell en una voz tan perfecta. Al minuto, Perry se abre de piernas y salta, Etty sigue de espaldas mientras baila como en los conciertos de Jane’s Addiction. El DJ, un poco fuera de sí, pide un ruido y regala poleras que vuelan como frisbee. Lo interesante de este sketch simulado ocurre cuando Garraud, el DJ, se cuelga una keytar y toca las melodías de “Satisfaction”, de Benny Benassi, o “Kids”, de MGMT. O cuando suena una mezcla de “Stop”, de la banda de Farrell, y Perry canta encima, «here we go». Bailar y atrapar poleras voladoras. No hay más emoción que eso. Pintoresco, luminoso, pero todos debimos haber ido a Johnny Marr.

Johnny Marr: buena mano

Por Gonzalo Paredes

Es increíble que el sonido de un solo instrumento pueda caracterizar y hacer reconocible a una banda, sin siquiera mirarla. Precisamente es lo que pasa con Johnny Marr. El otrora guitarrista de The Smiths es el alma del sonido de la agrupación que, por historia, por prensa, se ha identificado más al nombre de otro monstruo de la música como Morrissey. Marr, que venía de una lesión en su mano que hizo peligrar hasta última hora su actuación, comienza con “The right thing right” y prosigue sin aspavientos con un temazo de Smiths: “Stop me if you think you’ve heard this one before”. El público del Coca-Cola Stage baila y se mueve pese a que el sol pega fuerte y molesta. Siguen “Bigmouth strikes again”, el cóver de “Getting away with it” —tema que grabó con el líder de New Order, Bernard Summer, en su proyecto Electronic— y el hit de The Crickets, popularizado por The Clash, “I fought the law”, que hace saltar a todo el respetable.

Para despedir, “There is a light that never goes out” y no faltan los que en vez de corear «To die by your side», entonan a todo pulmón «Morir por ti», tal como el cantante español Mikel Erentxun lo hiciera en su propia versión de “Esa luz no se apagará”, a principios de los noventa. Más tarde Arcade Fire quienes tributaría a Marr con este mismo cóver.

Fotos: Felipe Avendaño

Inti Illimani: el cruce

Por Pablo Donoso

Inti Illimani es de esos grupos que ya han sido documentados extensamente, tanto en sus distintas etapas de crecimiento como formaciones, por lo que hablar de su calidad musical sería obviar una trayectoria y perder el tiempo. Los Inti son secos. La idea de incluir a una banda así, en un festival contemporáneo e internacional, vale la pena. Lo interesante del show que dan en el escenario de PlayStation es la llegada a nuevas generaciones y la respuesta por parte del público al sentir este encuentro. Jóvenes drogados, entusiastas e inexpertos, aquellos que suponen que el grupo Matanza es el puntapié al género andino en el país, bailan, corren y arman círculos durante un despliegue de sentimientos que cruza generaciones.

Fotos: Christian Yáñez

Julian Casablancas: perdónenlo, incluso si no lo lamenta

Por Cristóbal Bley

Desde Austin llegó un video y todos dijeron uh. Unos con cara de risa pero muchos más con pena, porque el mayor ídolo de tantas juventudes, deseo de las chicas y referencia de los hombres, estaba hecho un desastre. Julian Casablancas en vivo es lo más parecido a una tortura imprevista, que parece injusta después de tanta espera y fidelidad.

Un error lo comete cualquiera, pero dos es a propósito. En su show paralelo, celebrado el viernes previo a Lollapalooza, Casablancas dejó la misma imagen para cientos de chilenos, con la salvedad de que fue en vivo, en directo y con cuarenta lucas menos en sus bolsillos. Las sospechas se vuelven a comprobar el domingo, cuando con algo de retraso salta a uno de los escenarios principales del festival. Un sonido horripilante, que apenas cobra sentido con “11th Dimension”, su primer single solista. «Perdónalos / incluso si no lo lamentan», canta. Es fácil pensar que es negligencia, o falta de práctica. Más parece, eso sí, una provocación, una catástrofe autoinflingida. Un desafío a los límites del afecto: a ver, hasta dónde son capaces de quererme.

Niño Cohete: espacio Íntimo

Por Matías de la Maza

Hacia el final del set, el tecladista dirá al público «Muchas gracias por venir a apoyarnos, sobre todo con todos los nombres importante que están tocando allá afuera». La Cúpula responde con un vitoreo. Solo sonrisas hay en las caras de los miembros de Niño Cohete. Y es que la convocatoria y el ánimo en el Paris Stage es realmente sorprendente considerando que afuera están tocando artistas como Savages y Julian Casablancas (claro, me enteraría después que el hombre de The Strokes fue una tortura, pero no lo quita mérito a lo otro).

El conjunto nacional generó una comunión especial con quienes lo veían. Su propuesta suave, de texturas arpegiadas y ritmos de balada folk, fue un cambio necesario para tomar una pausa de la euforia de los escenarios al aire libre. Acá la cosa es la música y el sonido por sobre todo y Niño Cohete cumple a cabalidad. De paso se dieron espacio de interpretar junto a Fernando Milagros (quien produjo el reciente LP debut del grupo) el tema “Puerto Tranquilo”, el punto alto del show. Durante cada tema pensé en cómo lo haría un grupo así, que se encuentra creciendo rápidamente, abriendo algún otro escenario en un par de años. Y perfectamente tendrían las capacidades. Pero claramente, esta es su casa. Un espacio íntimo, donde fueron más que una alternativa al sol.

Savages: incontrolables

Por Bastián García

Si acercamos el cuadro, un colgante verde se mueve sobre el pecho de la vocalista francesa Jehnny Beth, casi al descubierto por gracia de su camisa sin abotonar hasta arriba, mientras grita «I am here» en dieciséis oportunidades, como dieciséis orgasmos rabiosos, salvajes. Si lo movemos, unos tacos color fucsia destacan sobre esa escena donde prima el blanco y el negro. Si lo retrocedemos, escucharemos “Husbands”, “She will”, “No face”, “Shut up” y “I am here”, y veremos a Ayse Hassan —con los ojos cerrados, casi en la totalidad del show— dominando el bajo con un ritmo avasallante, al tiempo en que Gemma Thompson distorsiona el sonido de su guitarra, mientras que Fay Milton golpea su batería como si quisiera partirla en pedazos. En medio de ellas, la frontwoman se sacude como una bailarina clásica y post-punk, al compás de la inédita e intensa “Fuckers”, canción que hacen durar por más de siete minutos y que presentó en español como «conchatumadre, hueón, culiao». Esa imagen lo resume todo.

Monsieur Periné: caramelo swing

Por Daniel Hidalgo

Catalina García, la voz de Monsieur Periné, es encantadora. Y sí, también la acompañan buenos músicos: dos guitarras acústicas, batería, percusión, contrabajo y un vientista que se pasa del clarinete a la flauta y de la melódica a la trompeta pocket, con la misma facilidad con que respira, pero todo se soporta en el encanto de ella. Con voz prodigiosa y una presencia escénica tremenda, Catalina engancha con el público que ya llena la Cúpula, además de varias —principalmente señoritas— que corean las canciones de su disco Hecho a Mano (2012), pieza producida desde la independencia discográfica.

Su show es una fantasía pop, desde lo estético hasta lo musical, en donde validándose de elementos del gipsy jazz y el swing, redefinen un mapeo de la cultura colombiana —su país—, dándole aires mestizos y nuevos al reggae, a la cumbia, al bolero, al rock y a cuanto estilo se les cruce por delante, otorgándole, además, un dulce sabor.

Vampire Weekend: good vibrations

Por Mariano Tacchi

Después de una nueva caída de Casablancas —de la que el público migró rápidamente—, se ve justo y necesario un break antes de Pixies, y Vampire Weekend es la mejor excusa. Los neoyorkinos, con tres discos encima, cumplen con su cometido. Decir que son “hipster” sería caer en sencilleces para describirlos, pero en este caso aplica: rock suave, simple, pero pegajoso, ese que tanto le gusta poner a las multitiendas en el fondo de sus comerciales. Empezaron con “Diane Young” (de su tercer disco), pasaron luego “White Sky”, “Cape Cod Kwassa Kwassa” y “Unbelievers”. Mientras esto ocurría, una ex presentadora de Rock & Pop gritaba desde el fondo «YAJEI, TOQUEN YAJEI», refiriéndose a “Ya Hey”, el último corto de su disco Vampires of The Modern City. Y finalmente la tocan. Explosión adolescente que se eleva mientras el escenario de Claro prepara los equipos para Pixies.

Fotos: Franco Moreno

Lorde: heroína

Por Matías de la Maza

Su figura es imponente desde el minuto que pisa el escenario. Con 17 años, algo tiene Lorde que me hace sentir pequeño. Debe ser el hecho de lo jodidamente talentosa que es. Pero también está su madurez. Esa actitud que se percibe innatamente en su álbum debut, Pure Heroine, también está ahí, cuando es el turno de actuar en vivo. Es una frontwoman completa, que hace suyo el escenario. El público, una mezcla entre indies y niñas pop (como Lorde misma) estalla apenas comienza con “Glory and Gore”. La neozelandesa baila con cada bit, se acerca al público y sonríe casi hiperventilada, pero en ningún minuto pierde el control. Su show es simplemente brillante.

Pasan “Tennis Court” (primer gran karaoke), “Buzzcut Season” y el cóver de Son Lux, “Easy”, pero probablemente el momento más significativo es la introducción al tema “Ribs”. Su historia sobre el miedo a crecer y su pánico con su estatus de superestrella son un acompañamiento perfecto al tema más potente de su disco, que en vivo es brutal. Curiosamente, el clímax no es “Royals”, independiente de ser coreada por todos los presentes, sino “Team”, en el que el estallido de papel picado en el último coro se transforma en una postal imborrable del show y el festival en general. Tras el cierre con A World Alone, queda la sensación de haber visto algo a un nivel superlativo. Lorde es una de las estrellas de Lollapalooza. Y yo nunca he estado tan feliz de sentirme disminuido frente a alguien.

Fotos: Christian Yáñez

Pixies: ola mutilante

Por Mariano Tacchi

De todas las bandas noventeras que vinieron a poner nostalgia al festival, la mejor aceitada fue Pixies. La razón no entra en que nivelan sus singles con canciones de su nuevo disco (que, a decir verdad, no es la gran maravilla), sino que todos conocen una canción de ellos. Por lo mismo, desde que empiezan hasta que terminan no se detienen. Ni un solo segundo, ni siquiera para tomar aire. Así pasan las clásicas “Vamos”, “Wave of mutilation”, “Hey”, “Here comes your man” y la titánica “Where’s my mind” (que suena oportunamente al atardecer), intercaladas por las más recientes “Andro queen”, “Blue eyed hexe” e “Indie Cindy”, canción que le da el nombre a su próximo disco.

Un punto alto es Paz Lechantin, quien hace la pega tan bien como Kim Deal, pero con menos desplante escénico, algo heredado de su pasado en A Perfect Circle. Eso sí, raya para la suma, tienen demasiado metido en la cabeza que están en un festival con un tiempo limitado. Interactuar un poco con el público no hace daño. Sin embargo, son los Pixies, qué importa, su nombre es sello de profesionalismo y grandes presentaciones en vivo.

Nicole: la reina

Por Javier Correa

Pixies se presenta en el Claro y Lorde en el Playstation Stage. Es complicado lo de Nicole. Pero ahí está, partiendo con “Baila” ante una Cúpula repleta. El setlist de Nicole mezcla muy bien sus éxitos pasados con el reciente Panal (2013). Y se agradece esa valentía. Aunque parece estar destinado a ser un secreto, Panal es un excelente disco. Extemporáneo, pero sorprendente. “Pequeñas cosas buenas” y “No somos extraños”, suenan como incendiarios llamados a bailar.

La reina. A pesar de los prejuicios, Nicole es la reina del pop chileno. Es agradable ver a una artista sin esa timidez casi endémica de la escena. Pasan “Despiértame”, “Esperando nada”, “Extraño ser” y el cierre con la infame “Hoy” de la banda sonara de la infame Soltera otra vez. Dos generaciones contenidas en La Cúpula.

Fotos: Carlos Müller

Kid Cudi: la muerte del hip hop

Por Daniel Hidalgo

El Movistar Arena está arrebatado de adolescentes en su mayoría y el escenario, a su vez, lo está de visuales, tanto así que cuesta ver la figura de Kid Cudi que se pasea, supuestamente, de un lado a otro. Con un par de hits a su haber –”Day n’ Nite”, “Make her say” y “All of the lights”—, con casi un disco por año desde 2009, y con colaboraciones con Kanye West y Rihanna, el show se cimenta en la nada misma. Sin músicos, sin djs —hay uno que se limita a ponerle play a las bases—, sin bailarines pero, sobre todo, sin sorpresas.

La primera visita del rapero a Sudamérica carece no solo de pretensiones, sino que de cualquier afecto por el público. Las canciones de Kid Cudi, además, no tienen militancia: puede pasar del hip hop más electrónico, cercano a Kanye West, al pop más simplón, tipo Radio Disney. Es interesante, sin duda, viendo a los nuevos artistas del género, ver qué ha pasado con el hip hop hoy por hoy. En el caso de Cudi, entendiéndolo como el blanqueamiento total de sus códigos históricos, puliendo o desvalorizando hasta convertirlo en material para discotecas, condenado a la pronta extinción.

Arcade Fire: inmortales

Por Matías de la Maza

Suena el golpe de batería que da inicio a “Reflektor” y es como si todo el universo se hubiera detenido. Arcade Fire ya está aquí, sobre el escenario y todo pasa a ser surreal. Porque una experiencia así no se vive todos los días. El show en vivo de los canadienses te invade inmediatamente, no da respiro. Termina la primera canción y queda claro que esto es histórico. La calidad, el sentido del espectáculo, la habilidad de los músicos, el carisma de Win Butler y la delicadeza de Régine Chassagne, todo da para quedar hiperventilado. Es casi demasiado bueno para ser cierto.

Pero es cierto y Arcade Fire se encarga de demostrarlo rápidamente. En los primeros 20 minutos de show ya despachan ese combo mortal de “Power Out” seguida de “Rebellion (Lies)”. Y el efecto es lo contrario a un agotamiento emocional. Es una catarsis, es una fiesta, es un momento de liberación. La banda más importante de una generación se escapa de cualquier expectativa, es apenas descriptible. La gente corea “The Suburbs”, baila con “Ready to Start” y tararea la melodía de la preciosa interpretación de “Tunnels”. Cuando Chassagne toma el centro del escenario para “Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)” pareciera que la música alcanza dimensiones inmortales.

Cuando suena “Wake Up”, tema que despide todo, los pulmones dan un último gran esfuerzo. Y vale la pena. Porque lo de Arcade Fire fue algo que estuvo a un nivel que es desde ya imposible de superar durante este año. Fue la perfección en un show en vivo, en ambiente, en conexión emocional, en todo. El mejor show de un headliner en la historia de Lollapalooza Chile y entra a pelear en lo mejor que haya pasado en nuestro país.

Fotos: Felipe Avendaño

New Order: bailar con sonrisas fracturadas

Por Javier Correa

New Order canta “Crystal” en el PlayStation Stage. Bernard Sumner se mueve mecánico. Bailamos con sonrisas fracturadas. Lo de New Order es una casa llena de puertas pero sin salidas. Sumner se ve viejo, con menos voz, se mueve menos. El frío, tal vez. Pero pasa, cuando comienza a sonar “Blue Monday” y todos saltan y bailan y contienen la respiración al ritmo de los sintetizadores.

Pasa la emotiva “Ceremony” y estamos en un rito y el polvo del Playstations Stage se convierte en un espacio íntimo. Mientras, las pantallas proyectan imágenes de Ian Curtis, en blanco y negro, suspendido, como un santo o un pariente lejano. Y terminamos bailando con “Love will tear us apart”.

Soundgarden: museo abierto

Por Alejandro Jofré

Año 2012. Chris Cornell promete volver a Chile, nada menos que con Soundgarden, en medio de su show en el Club Hípico. Un concierto precedido de dos potentes y extensas presentaciones en Espacio Riesco —el 2007— y en Movistar Arena —el 2009. Todavía no son las diez de la fría última noche de Lollapalooza y el estadounidense cumple su palabra. Ahí están sus socios musicales, Kim Thayil, abrazado a su Guild S-100 blanca, el bajista Ben Shepherd, y el discreto Matt Chamerlain, encargado de reemplazar al ausente Matt Cameron en batería.

«Gracias por esperarnos tanto tiempo». Debería ser una reunión alegre, pero el tono es más bien oscuro, como la respuesta de Seattle a Led Zeppelin y esa cruza negra con Black Sabbath. Soundgarden es eso, un conjunto desesperado y de la medianía de la tabla —en el umbral del estrellato del grunge—, hasta que editan Superunknown (1994) y se hacen compositores. De esa cumbre discográfica revisan “Fell on black days”, “The day I tried to live” y, un poco antes, dos himnos: “Spoonman” y “Black hole sun”. Bien al principio. Para despachar temprano a los curiosos y dejar solo a los fanáticos duros de esta discografía sobre impotencia y depresión, escrita desde la vereda de Staley, Cobain y también Vedder. Soundgarden es un museo —con un pabellón relativamente nuevo como King animal (2012)—, pero son veinte años de ese efemérides y de accidentes tan disímiles como Audioslave (2002), Probot (2004) y Scream (2009).

Fotos: Felipe Avendaño

 

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Lollapalooza Chile 2014: domingo

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