Obama lee tu correo

por · Mayo de 2014

Sobre el libro Sin un lugar donde esconderse —de Glenn Greenwald— y el golpe de las filtraciones de Snowden a la vigilancia de Estados Unidos.

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¿Cuándo nos volvimos más sociales y, de paso, más vigilados?

Avanza la mañana entre teléfonos que suenan al unísono por todo el planeta. «America is under attack» dice la pantalla de CNN y muestra a las torres gemelas aguantar hasta desaparecer en una nube de polvo y humo y posiblemente borra de piel humana. Es duro. Varios cientos mueren en el momento y otros más tarde. A las semanas, Bush reacciona con una ley secreta que permite ampliar el control del Estado mejorando las agencias de seguridad. La ley busca combatir el terrorismo y es invisible hasta 2005, cuando se revela que permite a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) escuchar en secreto las comunicaciones de los norteamericanos sin órdenes judiciales.

El bombazo mediático marca al abogado Glenn Greenwald, que comienza a cuestionar públicamente desde la vereda de los derechos civiles. El columnista estadounidense piensa que al ordenar escuchas sin autorización judicial, el presidente ha cometido delitos y debe asumir su responsabilidad. Algo completamente disonante en un ambiente político cada vez más opresivo y patriotero en su país.

Así es como en diciembre de 2012, Edward Snowden lo escoge como contacto para filtrar los planes de la NSA a escala mayor.

Ver sin ser visto

Greenwald, que es autor del libro A tragic legacy y fundador de First Look Media (The Intercept), relata a modo de crónica los primeros chats encriptados con Snowden, hasta su encuentro cara a cara, meses después en Hong Kong —acompañado por la documentalista Laura Poitras—, y los días que siguieron a la publicación de las escandalosas filtraciones en The Guardian US y The Washington Post.

En ellas, el ex NSA revela una serie de documentos secretos que comprueban, entre otras prácticas de espionaje corporativo, económico y político, el registro pormenorizado de toda la actividad telefónica estadounidense, la manipulación de equipos fabricados en Estados Unidos para instalar dispositivos de espionaje antes de ser exportados y PRISM, el programa que opera desde 2007 y permite la vigilancia omnipresente a usuarios de Microsoft (Skype, SkyDrive, Outlook), Yahoo!, Google (Gmail, YouTube), Facebook, Paltalk, AOL y Apple.

Algunas empresas de Silicon Valley relacionadas con PRISM se han referido a la retención de datos. En 2009, Eric Schmidt, presidente de Google, dijo: «Si haces algo que no quieres que sepa nadie, quizá para empezar no deberías hacerlo». El sitio de tecnología CNET reaccionó publicando su sueldo, donaciones a campañas y su propio domicilio, con datos obtenidos a través de Google.

En 2010, Mark Zuckerberg de Facebook dijo sobre el mismo tema: «La gente está realmente cómoda no solo compartiendo más información de diferentes tipos, sino también de forma más abierta y con más personas». Según Greenwald, en Palo Alto el conocido CEO gastó más de US$ 30 millones para comprar las 4 casas adyacentes a la suya de manera de garantizar su intimidad.

Sin un lugarSegún las filtraciones, la NSA obtiene chats de video y audio, fotos, mails, documentos y registros de conexión de usuarios en el mundo, un campo que estaba acotado a los escritores de ciencia ficción, como la serie Person of interest (2011), donde construyen una máquina que predice crímenes, o incluso en The Dark Knight (2008), cuando el murciélago ocupa cada celular de Gótica como un ojo propio. Mucho antes la idea estaba en la novela 1984 (1949), de George Orwell, donde la Policía del pensamiento tiene un sistema tecnológico para controlar acciones y palabras.

El capítulo más interesante del libro de Greenwald, «El daño de la vigilancia», ensaya esas relaciones de poder, vigilancia y libertades individuales.

Lo que vuelve efectivo a un sistema de control de la conducta humana es saber que las palabras y acciones de uno son susceptibles de seguimiento.

Escribe Greenwald: Todas las autoridades opresoras —políticas, religiosas, sociales, parentales— se basan en que si alguien va a estar siempre observándote y juzgándote, en realidad no eres un individuo libre. La privacidad es esencial para la libertad y felicidad humana. Las personas cambian de conducta cuando saben que alguien las está mirando, se esfuerzan por hacer lo que se espera de ellas. Solo cuando creemos que nadie nos observa nos sentimos realmente libres —seguros— para experimentar de veras, poner límites a prueba, indagar nuevas maneras de ser y de pensar, ser nosotros mismos.

En sus comienzos, Internet era tan atractivo precisamente porque permitía hablar y actuar de forma anónima, algo importante para la exploración individual. Es ahí, en la privacidad, donde surgen la creatividad, la rebeldía y los desafíos a la ortodoxia, escribe el autor.

Ahora, lo que vuelve efectivo a un sistema de control de la conducta humana es saber que las palabras y acciones de uno son susceptibles de seguimiento. En la práctica, el libro concluye que la NSA no puede procesar todos los correos ni llamadas ni metadatos que tiene en su poder. La idea es generar ese miedo, la sospecha de saberse vigilado.

El control de la conducta humana invita a la pasividad, obediencia y conformidad. «Si te portas bien, no tienes de qué preocuparte», insinúan pero no lo dicen.

Es la relación que ensayó Foucault en Vigilar y castigar: «Quien sabe que se encuentra vigilado, reproduce por sí mismo lo que el poder vigilante intenta hacer que se haga, sin necesidad que el poder use la fuerza para el cumplimiento de sus fines: basta el solo hecho de sentirse vigilado». Es lo que el autor de Microfísica del poder llama panoptismo (Bentham), un funcionamiento automático del poder, de crear la ilusión de libertad posibilitando el control de personas que se creen equivocadamente libres.

De esta manera, la vigilancia masiva de un programa como PRISM acaba con la disensión en un sitio más profundo e importante: la mente. Así, los individuos se acostumbran a pensar conforme a lo que se espera y se exige de ellos; entonces, una ciudadanía consciente de estar siempre vigilada se vuelve dócil y miedosa.

Cualquiera puede cambiar el mundo

«Quiero provocar un debate mundial sobre privacidad, libertad en Internet y los peligros de la vigilancia estatal», dice Snowden, con el reloj de su libertad casi sin cuerda, sobre su motivación. Está hastiado de los abusos de Estados Unidos al iniciar guerras, torturar y encarcelar a gente sin mediar acusación, o cometer asesinatos extrajudiciales al bombardear objetivos con drones.

Se había maltratado y procesado a delatores de ilegalidades, se había amenazado a periodistas con penas de cárcel, incluido el autor de este libro y su círculo cercano. De alguna forma —escribe Greenwald—, la administración de Obama procuraba por todos los medios demostrar al mundo que su poder no estaba condicionado por la ley, la ética, la moralidad o la Constitución.

«Lo único que me preocupa es hacer esto por nada», teme Snowden, desde la habitación donde se registró su testimonio en un video que dio la vuelta al mundo.

Pero la serie de artículos publicados por Greenwald en The Guardian y otros medios sí hicieron eco. En la práctica, significaron un terremoto mediático en Estados Unidos y sus relaciones con aliados estratégicos como Brasil o Alemania. El país del mundial, por ejemplo, suspendió la compra de aviones caza por US$ 4500 millones a la norteamericana Boeing, favoreciendo a la firma sueca Saab.

Obama: «No voy a enviar jets para atrapar a un hacker de 29 años».

Cuando Snowden se transformó en el hombre más buscado por el país más poderoso del mundo, Obama dijo: «No voy a enviar jets para atrapar a un hacker de 29 años».

Greenwald explica la respuesta en el capítulo final, «El cuarto estado», donde también analiza la situación actual del periodismo en Estados Unidos y su cobertura del caso. Para el autor, los medios de comunicación deben garantizar transparencia gubernamental y procurar un freno a sus extralimitaciones. «Lamentablemente, los medios norteamericanos han renunciado a menudo a este papel, supeditándose a los intereses del gobierno, amplificando incluso, más que examinando, sus mensajes y llevando a cabo su trabajo sucio».

Muchos de los periodistas influyentes de Estados Unidos son en la actualidad multimillonarios. Viven en los mismos barrios que las figuras políticas y las élites financieras, para las que ejercen la función de perros guardianes. Comparten amigos y fiestas, sus hijos van a las mismas escuelas privadas. Escribe Greenwald: Un ejemplo es el cruce entre periodistas de Time Magazine (Jay Carney y Richard Stengel) que trabajan para el gobierno y los asesores de Obama (David Axelrod y Robert Gibbs) que hacen de comentaristas para MSNBC.

El establishment mediático norteamericano está plenamente integrado con el poder político dominante, advierte el autor. Por lo tanto, el periodismo de confrontación es visto como maligno, incluso criminal, y la transparencia es inoportuna. Sobre todo cuando aparece el argumento del terrorismo. Entonces, se ataca a las voces disonantes. Lanzar ataques contra los críticos del statu quo le resta efectividad a sus críticas: pocas personas quieren juntarse con alguien loco o raro, entonces se les expulsa de la sociedad que recibe un incentivo para no ser como ellos.

Pasó con Ellsberg y la administración de Nixon, que buscó ver con quién se acostaba entre los archivos de su psicoanalista. Pasó con Assange y las filtraciones de Manning publicadas en Wikileaks: «No está en su sano juicio», describió el New York Times al tiempo que publicaba las atrocidades de los militares en Irak.

Aunque Greenwald se presenta como un periodista análogo, este libro sigue la línea del documental The Pirate Bay: Away from keyboard (Klose, 2013) y la investigación de los periodistas de The Guardian en Reino Unido Wikileaks y Assange (Leigh y Harding, 2011). Es periodismo que no reescribe el cable de la agencia, ni reproduce la cuña del ministro o el diputado, menos el que está pendiente del hashtag en Twitter o la noticia bizarra. Por el contrario, critica el statu quo y transparenta los abusos. El premio Pulitzer Seymour Hersh dice que «para arreglar el periodismo en Estados Unidos hay que cerrar las oficinas de NBC y ABC, despedir al 90% de redactores y volver a la tarea fundamental de los periodistas, que es ejercer de outsiders. Hay que promover a los redactores que no se pueda controlar. Los redactores cobardes están acabando con la profesión, no se atreven a ser un francotirador, un outsider».

Parafraseando al histórico David Halberstam, incómodo cronista de la guerra de Vietnam, «se trata de correr riesgos, enfrentarse a los abusos de poder, no someterse a ellos».

De ahí que el acento de Snowden, sin un lugar donde esconderse, un libro que también entrega un par de datos para comunicarse de manera segura por la red, esté en una idea simple e inspiradora: cualquier ser humano puede cambiar el mundo.

Lo dice Greenwald, sobre Snowden: Una persona normal en todas sus vertientes —criada por padres sin riqueza ni poder, carente incluso de estudios secundarios, trabajando como gris empleado de una empresa gigantesca— ha alterado literalmente, en virtud de un simple acto de conciencia, el curso de la historia.

Snowden, sin un lugar donde esconderse
Glenn Greenwald
Ediciones B, 2014
316 p. — Ref. $15.000

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Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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