Dibuja todo el tiempo, sobretodo en los bares de Valparaíso, próxima a una expo, conversamos con María Francis de Agosto.
Próxima al estreno de su exposición Seres In-Mundos, el próximo 2 de julio en el Mirador Cultural Arrayán, conversamos con la artista porteña María Francis de Agosto (23), quien actualmente también presenta EducaciOhm, como parte de Educasión Shilena, exposición de ilustradores en la Galería/Tienda Loba, ubicada en el Cerro Bellavista de Valparaíso.
«El dibujo más brígido que he hecho fue una vez en una prueba global que equivalía como a cuatro notas», reconoce María Francis, entre tazas de té deambulando por el espacio. «Y a mí, que siempre me fue mal en matemáticas, tenía que dar esta prueba como para poder salvar el ramo».
Sigue: «Ya, estudié, hice lo posible por cachar toda la onda, y voy a dar la prueba y me quedé en blanco, ¡pero en blanco! Quedé en blanco total y dije “conchetumare, qué voy a hacer. Ya, relájate”, y me puse a meditar para que pasara el tiempo. ¿Hai cachado cuando justo al final se te ocurre todo lo que tenís que poner? Bueno, pero mientras esperaba que pasara el tiempo, dije “ya po, voy a hacer un dibujo”, para no perder el tiempo. Así que en la prueba, arriba de los ejercicios, de todo, hice un dibujo. Empecé y seguí y no pude parar. Cuando empiezo un dibujo no lo termino nunca. Entonces le daba, le daba, le daba, y la profesora dijo “quedan cinco minutos para terminar”. Y yo como “¡¿y cómo borro esta hueá?!, ¡¿cómo lo borro, cómo lo borro?!”. Al final caché que no me quedaba otra; tuve que asumir mi error matemático. Así que le escribí una carta a la profesora que decía: “No me gustan las matemáticas, me gusta el dibujo».
—¿Y te respondió?
—Sí, con un uno. Con cuatro unos en realidad. Citación con el director y toda la hueá. La profe era buena igual. Me dio pena hacerle tanto daño con mi dibujo.
—Oye y dibujai en bares…
—Todo el rato po. Es que como no tengo un taller fijo y como vivo acá con muchas personas en la casa, ya tengo la costumbre de dibujar donde sea, con bulla y sin luz, incómoda. No me gusta perder el tiempo y estar ahí en un bar con la sensación de estar tomando y hablando puras hueás. De repente igual voy a las tocatas y salto y bailo y bacán, pero otras veces me aburro y altiro agarro un papel y me pongo a dibujar, ¿cachai? Todos los dibujos chiquititos que tengo, todos los empecé en bares.
—Tus dibujos se pueden encontrar online y han estado en varias galerías de Valparaíso. Has participado en eventos fuera de la región y tu obra se ha logrado difundir. Sin embargo, poco es lo que se sabe del trasfondo. ¿Cuáles son los recuerdos que conservas de tus primeros acercamientos al dibujo?
—Siempre dibujé. Mis primeros acercamientos al dibujo datan de chica. Viví una vida muy nómade e inestable, y de repente, quería viajar a mundos que no existían, así que yo me los creaba. De adolescente tuvo que ver con un rollo poético. Ingresé a un taller de poesía en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y a medida que pasaba el tiempo comencé a sentir que a mis escritos les faltaba un dibujo al lado. Sentí esa necesidad de ilustrar mis poemas. Y así, después, mi profe me pidió que hiciera la portada del libro del taller. Se podría decir que esa fue mi primera doble publicación. Mis dibujos han mutado bastante a lo largo de mi vida. Los más conocidos nacieron de una posesión; Andressa, mi hermana, me regaló una croquera para escribir mi poesía, y la primera página me obligó a expresarme a través del dibujo. La segunda también, la tercera, la cuarta y, bueno, así hasta que la croquera se acabó. Intenté comprar la misma, pensando en que la posesión tenía que ver con la croquera, pero nunca la encontré. Pero después me di cuenta de que la posesión nace de mí. Y así me he ido lanzando a otros soportes.
He tenido treinta y seis casas, he vivido en treinta y seis lugares diferentes. Como te decía, he sido muy nómade. Y todo lugar es un ambiente diferente. Hay cambios rotundos entre ciudades, entre poblaciones, entre barrios. Yo creo que la cantidad de información en mis dibujos tiene que ver con toda la información que he adquirido viajando.
—Observando tus dibujos pude reconocer algunos elementos que se repiten, como el piso masónico de tablero de ajedrez, los pasadizos interdimensionales, el ying y el yang…
—Eso todo se relaciona con la dualidad. Por eso dibujo cuadrados en blanco y en negro. Todo tiene un símbolo. Las ventanas que dibujo en los cuellos tienen que ver con el chakra de la comunicación, que está abierto. Aunque muchas veces mis personajes están con la boca cerrada, siempre se están comunicando de todas formas, no necesitan necesariamente el lenguaje verbal. Y también tiene que ver con la inmersión en uno mismo. Es raro, pero suponte mi pololo dibuja puras hueás exteriores, y yo dibujo todo en un interior. Siempre estoy dentro de una casa, de una pieza, de un ambiente. Las ventanas tienen que ver con ese escape, con la noción del posible exterior al estar interiorizado. Lo que está adentro y lo que está afuera se relaciona. Es como un círculo.
—¿Cómo funciona tu disciplina de trabajo?
—Soy bastante disciplinada. Mira, si no estoy comiendo o no me estoy bañando, o no estoy escribiendo poesía o hueveando, estoy dibujando. Fácilmente puedo dibujar ocho horas sin parar, pero trato de no desgastarme tanto, porque hay todo un rollo muscular involucrado. No quiero cagarme antes de tiempo.
—¿Cómo analizas tu campo de desenvolvimiento cultural y la valoración del artista?
—Siento que a nivel nacional hay un abuso con el artista. Voy a planteartelo así: Soy totalmente auto-gestión. Yo soy todo mi equipo de trabajo. Velo por marcos, por montaje, difusión, trámites de imprenta, todo. Si quiero exponer y quiero exponer bien, a un nivel cototo, o humildemente cototo (porque no tengo tanta plata), tengo que invertir.
—¿Y qué opinas de estas instancias u ofrecimientos institucionales en los que se les propone al artista la difusión de su obra a cambio de su trabajo, pero sin un pago de por medio?
—Es bien común, pero yo creo que el problema de la valoración del artista no radica en la institución que no lo valora, sino en el hecho de que el artista no se valora a sí mismo. Algunas veces es entendible. Por ejemplo he expuesto en galerías de Valpo en las que corre todo el rollo de auto-gestión y entiendo que de verdad las lucas son escasas, pero también he estado en otros lugares cototos, como en bares en los que por puro vender copete se deben hacer, no sé po, diez lucas por hora, y más, mucho más. Y no sé po, a cualquier artista que va a hacer su trabajo, a un grupo de músicos, por ejemplo, que le paguen con trago es bien fome. A mí me han pagado hasta con droga. Es brígido, ¿no encontrai? Y el problema no es que me paguen, el problema es que yo acepte esa opción de pago. Aceptarla es como un auto-insulto, porque mi pega no vale eso, ¿cachai? Imagínate que yo trabajo como cualquier otro trabajador. Dedico muchas horas de mi día a lo que hago. Es tiempo. En los trabajos comunes te pagan por el tiempo que tú le estás dedicando a algo.
Un día estaba dibujando en La Cantera mientras todos tomaban, bien ascética, y de repente llegó un caballero a sentarse al lado y me empezó a preguntar por mis dibujos y por mi trabajo. Y yo igual estaba como «y este loco, qué chucha… me quiere no sé». Prejuicios. Bueno, y finalmente resultó ser Rodrigo Acevedo, gestor cultural involucrado con varios artistas. Mientras conversábamos me habló de una seria de cosas que tenía que hacer como pa poder finalmente sustentarme en base al arte. Igual desconfiada, sentí que no tenía nada que perder. En ese tiempo estaba trabajando en Ripley, sacándome la chucha. Las viejas cuicas me gritaban y me trataban mal… así que si podía trabajar vendiendo dibujos, qué mejor. Invertí, chao pega, gasté el último sueldo en imprenta, en material, y de ahí me invitaron a una Feria del Libro en Maipú donde conocí a la Sol Díaz, al Malaimagen, pura gente bacán. El recibimiento fue la raja, un siete, todos súper trabajadores. Tuve que dibujar en vivo y me embalé. Pensé «ya, sí se puede». Aparte me hice hartas luquitas.
—¿Qué le dirías al joven indeciso que considera dedicarse al arte, pero no está seguro?
—Le diría que tiene que puro. Imagínate, yo con dieciocho, frustrada, con ganas de mandar todo a la chucha, «chao vieja, chao viejo». Y me fui lejos, estudié cuatro carreras. No terminé ninguna. Ni siquiera completé el año de cada una de ellas. Era horrible la sensación. Y eso que era súper matea. Matea total. Nadie esperaba esto de mí. Tenía mucha presión sobre mis hombros, habían muchas expectativas. «Podrías ser esto, podrías ser lo otro…» y nada realmente me interesaba. Agarré todas las opciones que tenía y me hice la pregunta: «¿qué es lo que realmente me interesa?». Y valoré la respuesta.
—Y si pudieras elegir una época para vivir en ella, ¿cuál sería?
—Puta, según un test de facebook, debería vivir en el Renacimiento. Pero en realidad me gusta y me atrae mucho la época medieval. Es súper oscura, pero quisiera ser la luz de esa época. Me gusta la parafernalia de ese mundo en general.
—¿Te acordái de tu última pesadilla?
—No, sabís que no me acuerdo, pero mi hermana me escuchó gritando «¡cuidado con las figuras geométricas!», y dijo que me veía súper enojada. Yo cacho que con tanta figura que dibujo ya estoy rayando.
—Si pudierai revivir a un artista muerto para que trabajara contigo, ¿cuál sería?
—William Blake.
—Elige un momento de cuando eras chica.
—Ay, no, qué brígido. Recuerdo mucho, mucho, que una vez en el colegio hubo una exposición de arte, puros dibujos de niños chicos. Y habían unos de cuadritos, puros cuadritos, que tenían volumen. Esos efectos ópticos. Yo tenía como, no sé, siete, ocho años. Y empecé a copiarlos po, y de ese momento en adelante, hasta ahora: puros cuadritos en mi dibujo. Ese es un buen recuerdo: el descubrimiento de los cuadritos.
—Y en cincuenta años, ¿cómo te imaginas?
—Elegante, con el pelo blanco. Fina y elegante. Fina de espíritu. Como una de esas viejas artesanas sabias de pelo blanco, después de haber aprendido muchas cosas a lo largo de los años.
—¿Hay algún artista que quisieras recomendar?
—¿Puedo recomendar mejor una revista?
—Sí.
—Raw Vision Magazine. Recomendándote esa revista, estoy recomendando a un montón de artistas. Trabaja un tipo de arte que se llama “arte bruto”. De repente te encontrái con cosas como los dibujos de un carnicero, que son la raja. Es arte anti-academia, aunque igual intento estudiar a la academia para poder después desestructurarla. Y una película: El Planeta Salvaje, de René Laloux. Todas las películas de ese director, en realidad. Y Planeta Libre, de Coline Serreau. Recomiendo a Toto Duarte, a Juan Kabezas, al Jota Ampuero.
—¿Cuál es el mejor halago que has recibido por tu obra?
—El mejor halago fue de una niña. Me abrazó. Vió los dibujos un montón de rato, me quedó mirando y me dijo “¿te puedo abrazar?. Le dije que sí, todo el rato. Me dijo “tú sabes” después de estar abrazadas como cinco minutos. Y el otro lo recibí ayer por parte de Jucca, el dibujante de cómics. Estábamos conversando y me dijo que yo era trabajadora y que si seguía así, esforzándome con amor por lo que hago, me va a ir bien. Es un buen halago.
Revisa las ilustraciones de María Francis de Agosto en Dibujos de Agosto.