Gustavo Cerati: El jinete pálido

por · Septiembre de 2014

Osses entrevistó a Cerati en 1994, cuando el argentino venía de editar su debut solista Amor amarillo y vivía en Santiago de Chile. «Siempre me salvó la música. Es mi vía de rescate. Siempre».

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El crítico musical Julio Osses entrevistó a Gustavo Cerati en febrero de 1994, cuando el argentino venía de editar su debut solista Amor amarillo (1993) y vivía en Santiago de Chile. La entrevista apareció en el suplemento Zona de Contacto de El Mercurio.

Gustavo Cerati Amenábar

Esta entrevista, esta larga entrevista —algo así como la versión doble de nuestra sección anexo 1458— se realizó hace poco en el hogar de los Cerati-Amenábar. La conversación duró por lo menos una hora (al menos lo que está en cinta magnética) y es imposible poner acá todo lo que allí se habló. Pero igual estuvimos con Gustavo Cerati, el líder de Soda. Con toda su historia y con su momentánea calma santiaguina.

—Antes que todo, ¿cómo está tu hijo Benito?

—Divino, gracias.

—Igual que Cecilia. Oye, si Buenos Aires era “La Ciudad de la Furia”, ¿qué es Santiago?

—El adjetivo ese fue una cosa del momento. Compuse la canción el ’88, cuando allá se vivía un instante tremendo. Pero es obvio que Buenos Aires tiene otras facetas, ¿no? En todo caso, Santiago para mí representa la calma. Me resulta un lugar muy amable, sobre todo por la relación con la gente en la calle. Reconozco, eso sí, que este entorno familiar de hijo y pareja te da un bienestar especial…

—¿Qué tan distintos somos los chilenos?

—El argentino, cuando te aborda para algo, sobre todo si eres un personaje público, es terriblemente irrespetuoso. Se caga en todo y te dice «ché, fírmame un autógrafo» en cualquier momento. Te estás por comer un tallarín y te agarran en la mitad del tallarín. Acá es al revés. Hay una timidez respetuosa que no sé cómo llamarla, pero que me encanta. Y, sobre todo, acá veo gente con ganas de hacer cosas, gente que se moviliza en un momento en que parece no pasar nada. De hecho la propuesta general es como si no pasara nada.

—¿Cuánto conoces realmente Santiago?

—No tanto. La primera vez que vine, el ’86, pensé que Santiago era el sector oriente. Había como mil personas afuera del hotel y solo pudimos salir, disfrazados, a algún paseo por Las Condes y Vitacura. Entonces creímos que la ciudad no era más que eso. Ahora conozco más y veo más matices. Poco a poco tengo una relación de pertenencia lo suficientemente importante como para sentirme cómodo. De hecho tiendo a comparar Santiago con otros sitios que conozco. Por momentos me parece Los Ángeles, México o el mismo Buenos Aires. Depende, esta es una ciudad muy contrastante.

—Pasemos a otra cosa, al cine. ¿Qué película te ha matado en el último tiempo?

Mortalmente parecidos. Es tremenda. Soy un seguidor de Cronenberg, desde sus películas clase “B”. También me gusta mucho Jim Jarmush. Las he visto todas. Una noche en la tierra era genial.

—Hay canciones tuyas que se asemejan a una película… “Té para Tres” o la misma “Ciudad de la Furia”, por ejemplo…

— “Persiana Americana” también…

—”Persiana Americana”, claro. ¿Sueles usar el cine para hacer canciones?

—No. Solo “Persiana Americana” está influida directamente por el cine.

—¿Te inspiraste en Vértigo?

—…y en Doble de Cuerpo, de Brian de Palma, y en La Ventana Indiscreta, también de Hitchcock. En todo caso, las canciones son películas que uno mismo se hace…

—¿Y la letra es el guión?

—No necesariamente. A mí no me gusta escribir, pienso que es algo que no consigo desarrollar bien. Digo tantas cosas con la música que cuando llega la parte de las letras no me satisface como me expreso. No alcanzo a dominar las palabras como domino la parte musical. Solo escribo de vez en cuando. Soy contrario a los argumentos. Mis canciones no tienen argumento de desarrollo.

—¿Cómo trabajas, entonces?

—Una vez hecha la música, balbuceo encima. Algún día me gustaría mostrarte lo que son las versiones de los temas antes de tener las letras. En realidad algunas palabras aparecen, están. Otras son solo balbuceos que mezclan consonantes, sonidos, cosas musicales que me salen de la boca. Eso lo canto con el micrófono muy cerca, después me pongo a escucharlo tres, cuatro, cinco veces ¡y la letra está ahí! O sea, ya estoy diciendo muchas cosas que aparecen después. No soy del tipo de compositores que escriben letras todo el tiempo. Es más, odio cuando llega el momento de ponerlas.

—¿Siempre es después de la música?

—Casi siempre. Son muy pocos los casos en que escribí antes una letra. A lo largo del tiempo voy anotando situaciones que me parecen buenas. Frases, pedazos. Tengo un cuadernito que me hice en los setenta, cuando quería empezar a escribir canciones. Lo llamé «Diccionario Artístico» (risas). «El Diccionario Artístico de Gustavo Cerati». Es como una guía de teléfonos. En cada letra puse todas las palabras del diccionario que me gustaban, ¡todas! Aún lo sigo usando.

—Una vez dijiste que pretendías que tu música sonara tan bonito en castellano como en inglés…

—Sí, aunque no recuerdo bien qué es lo que quise decir con eso (más risas). En realidad encuentro que el castellano es un idioma muy rico. Siempre me he dedicado a exprimir las palabras, la estética de ellas más que su significado. Pienso que si uno tiene cierto automatismo para escribir no importa mucho que diga algo con sentido. Cuando al final uno lo mira desde arriba y pasa por encima y lo relaciona con los sonidos que vienen detrás, como un mantra… todo empieza a tener sentido y puede transformarse, sin querer, en un trabajo autobiográfico.

—Fuguet dice que una de sus inspiraciones para empezar a escribir fueron tus letras…

—Mmm. Yo me acuerdo que una de las cosas que más me impresionó de pendejo fue leer a Edgard Allan Poe. Ahora soy mínimo lector, tengo poca paciencia con los libros. Pero me acuerdo que en esa época alguien hizo un análisis de la obra de Poe y dijo que él usaba las palabras, más que por los significados semánticos, por la sonoridad. Citaba la palabra «evermore». Había pocas palabras que tuvieran tanto terror como «evermore», ¿entendés? Eso me impresionó muchísimo. Y creo que trasladado al castellano pasa lo mismo, hay palabras…

—…que generan sensaciones, reminiscencias…

—Eso. Por ejemplo Spinetta… Sus letras no tienen sentido. Uno llega a un punto en que dice «este tipo escribe cualquier cosa». ¡Y está bien! A mí me encantaba eso. Había palabras que se reiteraban todo el tiempo: día, sol, noche, luna… Palabras que a mí me marcaban mucho. Palabras super concretas que, puestas de la manera que él las ponía, eran lo menos concretas que había, lo más volado, surrealista y sicodélico que había. Eso me entusiasma mucho más que la linealidad de una historia, ¿entendés? Que él se fue para allá o que la chica hizo esto o aquello… No, yo no puedo escribir así. No me gusta.

—¿Cómo ves lo que pasa hoy en Santiago, musicalmente hablando?

—Todavía no hay ningún grupo que me cope, pero sí hay cosas que me interesan. Siento que en Argentina, en cambio, se vive un momento muy poco interesante para la música, un momento de recapitulación. Antes se criticaba la música progresiva y la complejidad innecesaria… pero se fueron al otro extremo y ahora se cultiva mucho el tritonal: todo tiene que ser rockanroll de tres tonos… ¡Pero si con un solo tono se pueda hacer una gran canción! Ese intento por resucitar la mística del rock and roll es una fórmula que ya está exprimida. Siento que la música, para llegar a algo nuevo, para mejorar realmente, tiene que estar todo el tiempo rompiendo moldes. Como la sociedad.

—¿Quiénes te llaman la atención de los que has visto acá?

—El otro día fui a ver a los MalCorazón y me pareció que estaban bien. Todavía me parece que el modelo de donde salen es muy palpable, pero sentí que las canciones eran buenas, que tenían un espíritu. Siento que la cosa musical, en general, anda bien acá. También veo que, curiosamente, hay mucho dark, mucha ropa negra. Están como pegados, desfasados en el tiempo. Pero no sé, todavía no me siento tan inmerso acá como para analizar profundamente.

—Ahora que ha pasado el tiempo, ¿cómo recuerdas lo de Viña?

—Me divertí mucho con esa historia, pero no lo haría nunca más. Aunque Viña desencadenó muchas cosas para Soda Stereo y nos divertimos… me preocuparía que me pasara algo parecido a esta edad. Nos costó demasiado deshacernos de esa imagen como de Menudo que nos dieron. Pero bueno, pasó y fue divertido.

—Dicen que, después de un tiempo, la fama vuelve loca a la gente…

—La gente que tiene demasiada exposición tiene que terminar loca. Necesariamente. A mí me gusta cierto nivel de locura, pero hay una locura en la que se sufre. Esa sensación de agobio, de no pertenecer a ningún lado, de estar cada vez más solo a pesar de que todos te conocen. Yo trato de buscarle el punto justo a la exposición. Hubo un tiempo en que francamente me lancé. Estábamos en todas partes: diarios, televisión, revistas. De pronto comencé a tener accesos de inseguridad tremendos, realmente peligró mi estabilidad ahí por el ’89 ó ’90.

—Estaban en el peak…

—Soda Stereo llevaba 250 mil personas a la Avenida 9 de Julio, mi padre estaba muy enfermo, éramos más conocidos que nunca. La verdad es que era muy fuerte, yo estaba muy cargado. Me venían períodos depresivos. Y siempre me salvó la música. Es mi vía de rescate. Siempre.

Gustavo Cerati: El jinete pálido

Sobre el autor:

Julio Osses (@osses) es crítico musical y autor del libro Exijo ser un héroe: La historia (real) de Los Prisioneros (2002).

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