Viaje por el mundo de Nicanor Parra

por · Septiembre de 2014

Para Parra es fácil adaptarse desde Oxford a Niblinto, en todas partes parece hallar su elemento, es siempre él mismo, escribió en Árbol de Letras el poeta Jorge Teillier.

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En julio de 1968, el escritor Jorge Teillier entrevistó a Nicanor Parra en las páginas de Árbol de Letras, una revista interesada en la literatura latinoamericana, que fundó junto a Antonio Avaria, y que se presentaba como una publicación de opinión y visión crítica.

Nicanor Parra

I (4 de septiembre)

Nicanor Parra ama los restaurantes parecidos a los hoteles de provincia a donde nuestros padres nos conducían a desayunar o almorzar a la bajada de los trenes, mientras llegaba la hora del trasbordo, en los largos viajes por el sur.

Caminando por Macul donde los plátanos orientales pronuncian un mediodía verde oscuro como diría e. e. cummings llegamos hasta un Club que parece de otro tiempo y de otro lugar, situado frente a la Plaza Ñuñoa. El poeta pide una cazuela de ave con un acompañamiento no muy folklórico: agua mineral, mientras yo bebo la bebida favorita de Dios según dice Juan Emar en Miltín: cerveza. Concertamos la futura entrevista para Árbol de Letras interrumpiendo el vetusto silencio de los muebles de este comedor donde sólo almuerza un vendedor viajero. Yo le entregaré un cuestionario. Y en este ambiente provinciano hablamos de New York, ciudad que lo ha deslumbrado, escenario de la reunión internacional organizada por el Poetry Center, donde fue el único poeta de lengua hispana invitado, además del ecuatoriano Jorge Carrera Andrade. Me cuenta: «En el recital todos los poetas eran presentados con una nube de incienso de los críticos. Vi que se debía hacer un cambio y le dije a Miller Williams a quien le tocaba presentarme, que omitiera todo elogio y se limitara a leer las diatribas que me dedicaron el Padre Salvatierra y Pablo de Rokha. Éxito completo. Casi se vino abajo de aplausos la sala. La mayoría de los asistentes eran hippies. Ellos me comprendieron. Son una magnífica gente».

Salimos a caminar y hablamos de cómo ha cambiado el Instituto Pedagógico en donde enseña el poeta y cuyos patios ha recorrido tantas veces. A los cuatro edificios (de sobrio ladrillo y enredaderas del cuerpo original, se vienen agregando en sucesión informe, pabellones y pabellones. «Es el culto a lo feo que tiene el chileno y que notó el Conde de Keyserling», me dice. «El Liceo de Chillán donde yo estudié era bastante feo, y cuando lo echó abajo el Terremoto del 39, fue reemplazado por otro más horrible todavía». Habla de la impresión de tristeza que le dejan nuestros pueblos, en su mayoría monótonos, de casas como tumbas, cuadradas, blanqueadas, del exterminio implacable de los árboles. Por contraste, recuerda la ciudad más bella que ha conocido: Praga, que recorrió siguiendo las huellas de su admirado Kafka.

Pasamos frente a un Liceo y me hace ver un espectáculo que califica de poético; los alumnos atrasados están como pájaros detrás de los barrotes de la puerta que les ha sido cerrada. Llega atrasada una profesora, y Nicanor le dice que deje entrar a los niños. Ella se niega. El poeta recuerda que en el Liceo fue buen alumno de los ramos humanísticos, pero que «por orgullo» decidió seguir estudiando en la Universidad aquello que le era más dificultoso: matemáticas y física.

 

II (8 de septiembre)

Hace años que no vuelvo a leer en su totalidad Poemas y antipoemas. Pero es preciso empezar desde el comienzo. Cancionero sin nombre, es totalmente garcilorquiano en estructura, pero hay allí una materia chilena y el propósito de tomar como poeta culto las formas populares. Veo también la antología 8 Nuevos Poetas Chilenos que Tomás Lago recopilara en 1939. Ya hay Otro Nicanor Parra, apenas dos años después. Por ejemplo en “Esquinazo” están todos los elementos de La Cueca Larga:

No quiero ser presidente / tampoco quiero ser sabio, / tampoco quiero ser cura / ni tampoco millonario, / que para vivir en Chile / me sobra con una mano.

Curioso y melancólico placer de hojear antologías en este día domingo, mientras escucho el concilio de los gorriones y luego el canto de la procesión evangélica que todas las tardes recorre el barrio. De los ocho poetas seleccionados por Tomás Lago, sin duda (me permito el lenguaje deportivo) quién está ahora primero en un ranking basado en la popularidad, en la continuidad de su labor poética es Nicanor Parra. Óscar Castro y Omar Cerda eran junto con él las cabezas de los “guitarreros”. Castro murió y cuesta realmente hallar vigencia a su poesía, aun cuando era un verdadero artífice. Omar Cerda es juez en algún perdido pueblo del sur y se enoja si es acusado del pecado de juventud de haber escrito poemas. Jorge Millas se pasó a la filosofía. Victoriano Vicario, ya fallecido, y que tal vez era el mejor dotado en el sentido del uso musical de la palabra, publicó su último libro en 1942, y sus posteriores poemas no reflejaban ninguna evolución expresiva. —«Yo era maquiavélico, se podría decir, me ha señalado Nicanor Parra. —Siempre me cuidaba, trataba de llevar vida ordenada. Ponía el trabajo poético por encima de todo. Y por otra parte, debía trabajar duro para ganarme la vida. A veces pienso cuánto habría escrito si hubiese contado con más tiempo, con más facilidades». La rama de laurel ha llegado tarde.

Pero estoy digresivo hoy día. Sigamos con los otros poetas: Alberto Baeza Flores es un desterrado en cualquier sentido de la palabra. Sólo Luis Oyarzún (aun cuando un poco como “violon d’Ingres”) y Hernán Cañas prosiguen en la brecha poética. Si Nicanor Parra se hubiera detenido en su labor hacia 1940 habría sido hoy día tal vez un poeta olvidado, pese a que “La mano de un joven muerto” por ejemplo, tiene valor perenne.

 

III

Le he entregado un cuestionario con 40 preguntas a Nicanor Parra. Miller Williams, en una entrevista aparecida en varias revistas norteamericanas dice que el 40 es un número predilecto de NP. (Parra responde en esa interview que en realidad él no lo había reparado, pero tal vez el uso del 40 se deba a la reminiscencia de la brisca, que jugaba de niño en Chillán). Bien, mis cuarenta preguntas no han tenido mucho éxito. Nicanor Parra dice que son muy interesantes, pero que necesitaría varios meses para contestarlas. Me entrega sólo estas respuestas:

—¿Qué le parece la afirmación de Vicente Huidobro de que «el poeta es un pequeño dios»?

A pious líe. (Una mentira piadosa). El poeta es un hombre de carne y hueso como cualquiera.

—¿Su opinión sobre Pablo Neruda?

—Admiración y respeto religioso por el hombre y por su obra.

—¿Le gustaría dar consejos a los jóvenes poetas?

—Me limito a repetir lo que ya ha sido publicado en varias partes:

Escriban como quieran.
Ha pasado demasiada sangre bajo los puentes
Para seguir creyendo —creo yo—
Que sólo se puede seguir un camino:
En poesía se permite todo.

—¿Qué le parece el “antihomenaje” de Gonzalo Rojas?

—Responderé con un ‘artefacto”:

UN BALAZO AL ESPEJO

—Qué le parece el antihomenaje que le rinde su ex amigo Gonzalo Rojas en uno de los últimos números de “Punto Final”.

—Un balazo al espejo.
Pero la bala sale del espejo
y adiós que me voy llorando

Esas son las respuestas al cuestionario.

Naturalmente, insisto. Por ejemplo, le digo, usted debiera indicar cuáles son los poetas jóvenes que más le interesan en este momento. Pero el poeta ha retrucado. Sostiene que sería una injusticia nombrar sólo a algunos, desde el momento que no los conoce a todos. —«Mejor es que hablemos de poetas del pasado que del futuro», me dice. —¿Quiénes le interesan? —«Salvador Sanfuentes por “El Campanario” y Carlos Pezoa Véliz». En su devoción por el primero se hermana con otro compañero de generación, nuestro ex surrealista Braulio Arenas, ahora tornado casi criollista, mientras que Parra de criollista ha pasado a las vecindades de Dadá y el surrealismo. En cuanto a Pezoa Véliz, ve Parra en él al poeta esencialmente chileno. Su poema predilecto es “Nada” y luego “Entierro de campo”. En cambio no le gusta mi poema preferido “El pintor Pereza”. Mucho Lugones, dice. Eso si, como poeta «a lo humano» era bastante malo Pezoa Véliz, agrega. Tampoco quiere decir nada sobre los actuales novelistas hispanoamericanos, tema que se impone dentro de todo reportaje literario de esta hora. Sostiene que esa es especialidad más bien de crítico, y que sería superficial opinar de paso. Pero, conversando, conversando, expresa que Julio Cortázar es quien le está más próximo, ve en el autor de Rayuela concisión, estructura, cada frase cuidadosamente pesada y medida. A García Márquez le encuentra gran talento, pero lo halla «demasiado brillante». «Un novelista, creo yo, no tiene necesidad, creo, de recurrir a tantos efectos». Vargas Llosa tiene capítulos notables en La Casa Verde, aun cuando a veces se torna monótono».

Hablamos también de cómo empezó a escribir poemas. «En esto de escribir poesía algo tiene que ver la herencia. Mi padre, como usted sabe, era profesor primario y se dedicaba a hacer discursos. Discursos patrióticos, sobre todo. En Lautaro, donde vivió algunos años (1927 Lautaro / Tu delantal manchado de maqui le dice a su hermana Violeta en la “Defensa”), era el encargado para las Fiestas Patrias de hacer el discurso alusivo, como profesor del Regimiento. Yo escribí mi primer poema a los doce años, cuando estaba en primero de humanidades. Y no se crea que era un poema breve. Se trataba de un extenso y ambicioso poema épico, dividido en tres partes: Parte primera: Los indios. Segunda parte: Los españoles. Tercera parte: Los chilenos. Usted puede darse cuenta que yo ya observaba leyes de la dialéctica y hacia la síntesis de las contradicciones. Era un poema rigurosamente medido y rimado, escrito en alejandrinos, por la influencia del poema “Señor” de Alejandro Flores, que por ese tiempo todo el mundo recitaba. Yo todavía lo conozco de memoria. No volví a escribir poemas hasta varios años más tarde, para concursos de la Fiesta de la Primavera y cosas así. Eso era por cuarto o quinto de humanidades. Cuando llegué a Santiago, me encontré con un grupo de jóvenes poetas ya formados, donde estaban Luis Oyarzún, Jorge Millas, Jorge Cáceres. Porque en Chillán había figuras menores, más bien anecdóticas: Absalón Baltasar, Aliro Zumelzu (a quien está dedicada “La mano de un joven muerto”, pues él murió en el Terremoto del 39)».

Así habló, más o menos, Nicanor Parra. Debo confiar en la memoria para repetirlo, pues no tengo cinta magnética, ni me interesa tenerla: me parece que la máquina “mediatiza” cualquiera entrevista. Pero claro está no puedo reproducir el tono inimitable de la charla de Nicanor Parra su dejo sardónico, sus intervalos, sus frases que siempre están lanzando anzuelos al interlocutor.

Bien, es preciso renunciar a la entrevista. Pero si es posible después de todo seguir viajando por el mundo de Nicanor Parra, a través de encuentros y re-encuentros.

 

IV (5 de septiembre)

Anoche he ido a casa de Nicanor Parra a dejar el cuestionario para Árbol de Letras en compañía de Rolando Cárdenas y el joven poeta peruano Miguel Paz, asimismo notable intérprete de huainos y valsecitos. Largo viaje hacia La Reina, en donde nos mortifica «un horizonte de perros». Después del terminal de la micro hay que subir a un cerro, como se sabe, y esto parece —me dice el amigo peruano— un ejercicio apto sólo para aspirantes a guerrilleros. El silencio y la oscuridad rodean la casa de Nicanor. Y nosotros sólo oímos las coiguillas y los amenazantes ladridos de “Violín”, el viejo perro guardián. Pese a nuestros llamados nadie atiende, ninguna luz se enciende. No hay duda que el poeta duerme y no en una silla precisamente. Debemos volver a la ciudad. Rolando Cárdenas debajo de su sombrero de quilineja siente aumentar su sed tras las caminatas por estos andurriales. «No hay derecho a que un poeta en día sábado esté durmiendo tan temprano», rezonga. «Tomaré mi venganza inventando los “axiomas”». Nos explica que los axiomas son los “antiartefactos”, (el artefacto es la última creación de Nicanor Parra).

He aquí algunos axiomas de esa lluviosa noche sabatina en un bar de la Plaza Egaña mientras los panaderos mapuches escuchan corridos mexicanos y tangos de la guardia vieja en un Wurlitzer:

—El axioma destruye el artefacto.
—El axioma es la línea recta de la poesía.
—Ningún cartero es tonto.
—La luz está a la izquierda.
—Amemos al hogar porque es nuestro segundo bar.
‘—No se comulga con ruedas de autobús
—Hay que cultivar las letras y no las letrinas.
—La poesía nace, la antipoesía se hace.

La facilidad de ser parodiada indica tal vez una de las excelencias de la obra de Nicanor Parra. Pero los defectos, creo, se miden por los discípulos, así como en un tiempo aconteció con Neruda. La poesía de Nicanor Parra es «suya en él». Seguirlo no provoca, me parece, la liberación del discípulo (como ocurría a los de Huidobro), sino que los lleva a un facilismo dudoso. Claro que eso no es culpa de nuestro antipoeta.

 

V

Carnaval de los estudiantes de la Universidad Católica, presenciado en la Alameda. Una de las comparsas se hace preceder de un cartel que dice: «USA: donde la libertad es una estatua». Se trata de un “artefacto” de Nicanor Parra. Esa es una de las fuerzas de Nicanor Parra: sus términos actúan con la eficacia de “slogan”. Recuerdo que siempre Enrique Lafourcade repetía: «La poesía no molesta a nadie», perteneciente a uno de los Versos sueltos.

 

VI (6 de septiembre)

Antonio Avaria me dice que puedo escribir sobre mis primeros recuerdos de Nicanor Parra. No recuerdo la primera vez que lo vi. Pero sí la sorpresa de salir hace más de diez años de la casa de mis padres en Lautaro, una mañana, hacia el correo y encontrarme con Nicanor Parra que caminaba solitario por el pueblo. Me contó que había vivido allí unos años cuando era niño (como también Pablo de Rokha). Andaba buscando la casa donde había habitado, pero ya estaba demolida. (Como ahora han demolido el Hotel Lautaro en donde se alojaba, ese hotel remecido por los trenes, con sus hermosos muebles antiguos, su dueña una anciana señora que recitaba versos de Verlaine). Lautaro donde el tiempo es una blanca tempestad de arena y al crepúsculo se regresa a saludar una a una a las ovejas. Lo acompañé, recuerdo, en la tarde y caminamos hasta el río Cautín en compañía de un amigo ahora vagabundo, que en esos años ya era una especie de Huck Finn del pueblo. Para Nicanor Parra, un reencuentro con su infancia, esa patria de los que no tienen patria en el tiempo, y la que aparece sólo ocasionalmente como fondo de su poesía (ahora último, sólo en un poema “lárico” que publicó en la revista Portal). En el atardecer, cruzado el puente, nos dirigimos a una cocinería muy modesta, de Guacolda, esa “Villa Alegre” como la de su infancia pobre de Chillán, donde junto a algunos mapuches consumimos tomates con queso y ají verde, plato veraniego de la Frontera. Para Nicanor Parra es fácil adaptarse desde Oxford a Niblinto, en todas partes parece hallar su elemento, es siempre él mismo, cualidad también de otro de sus compañeros de generación: Luis Oyarzún. Por ese tiempo yo conocía de Nicanor Parra sólo algunos poemas aparecidos en antologías y libros de lectura, en donde no se le trataba bien, precisamente, además de un poema de tono mistraliano aparecido en un libro de lectura, Defensa del árbol. Fue el año de la aparición de Poemas y antipoemas, seguramente uno de los libros que tuvo mayor resonancia crítica en los últimos años: «Los cuentos de Herbert Müller y los poemas de Nicanor Parra son, sin duda, las dos altas cumbres de la expresión literaria chilena de 1954», escribía Gonzalo Rojas en Extremo Sur, Número 1. Teófilo Cid lo saludaba como«un libro que hubiera amado André Breton», elogio máximo en un ex-surrealista. Alone, que por esos tiempos era Supremo Pontífice le dio también su entusiasta bendición. Es curioso que los poemas de Nicanor Parra fueran bien recibidos por todos los sectores, pese a ser una poesía de choque, por llamarla así. De todos modos, fue el primer poeta de fuera de la órbita nerudiana (pese a ser apadrinado por Neruda) que obtenía una enorme notoriedad, lo que se vio en la inmediata aparición de varios seguidores. Por mi parte, lo que más me llamaba la atención en la obra de Nicanor Parra eran más bien los poemas como “Es olvido” y “Hay un día feliz”, en donde había una chilenidad esencial, un encanto y humor soslayado, a veces sólo alcanzado por López Velarde en sus poemas provincianos. Porque no me alcanzaba la angustia de “La víbora” y “La trampa”, por ejemplo. Más tarde, sí me conmovieron los “Ejercicios retóricos” llenos de una terrible soledad, de destierro (claro, fueron escritos en Estados Unidos). Pero nunca se me produjo rechazo ante la “antipoesia”, como a muchos compañeros de generación. Siempre la vi inserta en un contexto que me gustaba, el de Jacques Prevert, T. S. Eliot, William Carlos Williams, Alfred Kreimborg.

 

VII (7 de septiembre)

Hablando de sueños, Nicanor Parra dice que no los anota nunca, que siente angustia y una especie de «punzada en el cerebro» si intenta rehacerlos. Se le ocurre que el organismo, como defensa, pide su olvido y que debemos borrarlos. Sí, ha soñado con poemas, pero nunca los ha reconstituido, sólo ha podido recordar una frase. Me habla de un sueño de su hermano Roberto, el celebrado compositor de cuecas, por el cual siente una singular admiración. Es un cuento digno de Lewis Carroll, me dice, al cual Roberto no ha oído ni nombrar. Él se ve elevando un volantín que de pronto lo lleva por los aires, hasta llegar a una torre a cuyos pies queda. En una ventana última ve a una hermosa mujer que lo llama. Él se da cuenta que se ha hecho pequeño y el hilo del volantín es una enorme cuerda por la que empieza a trepar hasta llegar a la ventana. Ya no está la mujer, y al mirar hacia dentro se ve a sí mismo durmiendo en una cama de la pieza.

—Es un tema literario —me dice—, el del doble, que se ha explotado bastante. Aquí en Chile hay un poeta joven que lo trabaja mucho: Gonzalo Millán.

 

VIII

El crítico Ignacio Valente se ha transformado en el mejor paladín de Nicanor Parra, que es su actual CDB, para utilizar una expresión acuñada por Enrique Bello (me explico: según Enrique Bello toda persona tiene su CDB, es decir, su «caballo de batalla» al cual destaca, nombra, hace presente y promueve en todo momento posible; así Miguel Arteche era el CDB de Alfredo Lefebvre para dar un solo ejemplo). Según el poeta Eduardo Molina Ventura, esto se debería a que Valente ve en Parra a un hombre sin salida, una especie de personaje de Beckett y un posible converso. Le hablo a Nicanor Parra por su poema “El Cordero Pascual”, al que Valente da una interpretación cristiana. —No, ese cordero pascual no es un símbolo, dice el poeta. «Nunca trabajo con símbolos. Pero tampoco puedo decirle que creo o no creo en dios, si soy religioso o agnóstico. No puedo responder a nada de eso. Siempre trabajo con un método de hipótesis múltiples. Eso se puede aplicar a todo. En el amor, por ejemplo. Un hombre hace el amor con una mujer, se levanta desnudo de la cama, se mira en un espejo y se pregunta: ¿Por qué se acostó conmigo esta mujer? ¿Usted cree que se daría una sola respuesta? Seguro que no. Así ocurre en todo. Por eso soy enemigo de las generalidades». Almorzábamos juntos ese día, y en una mesa vecina una pareja, ante la molestia de Nicanor, ponía especial atención a los “artefactos” de la «cintura para abajo» que el poeta recordó sobre la marcha. Uno de ellos muestra a un caballero vestido de rigurosa etiqueta que de una mesa Luis XIV saca un revólver y frente a un espejo procede a sacar sus órganos genitales y dispararse en ellos un balazo.

 

IX

Pese a que dice no ir nunca al cine, Nicanor Parra ha expresado numerosas veces que su personaje preferido es Chaplin, en sus primeros tiempos. Para él el cine es molesto porque excluye el azar, todo está hecho por la misma mano, todo dispuesto sin sorpresa. Cree, eso sí, en las posibilidades del cine documental (tampoco Kafka iba al cine, le recuerdo, así que tiene un buen antecesor en ese sentido).

 

X

(Domingo 8 de septiembre en La Reina, el suicidio, un poema chino, Ginsberg y Pound)

La agresividad de las gallinas japonesas es notable. No sólo picotean a los gatos y al viejo perro sino tratan de alcanzar a los visitantes. Los domingos siempre hay visitas en esa casa de la colina del poeta. Un poeta y su familia, un biólogo, un médico toman té y beben vino al aire libre, mientras Nicanor Parra, más bien silencioso, sólo una que otra irónica acotación. El viento de la tarde empieza a hacerse presente y es preciso entrar a la rústica casa de madera, especie de cabaña de sabio poeta chino de los tiempos de Wang Wei o Su Tung Po. En su escritorio, ayudo a Nicanor a buscar referencias, datos críticos, fechas de publicaciones, traducciones, antologías en un maremagnum de papel impreso. El poeta no tiene mayor amor propio por su obra, ni siquiera hace encuadernar sus libros, no se preocupa de llevar un archivo. En esto se parece a Pablo de Rokha. En cambio hay otros que guardan como joyas hasta sus últimos manuscritos o el recorte sobre su obra aparecida en cualquier perdido y oscuro diario provinciano. No hallamos ninguna publicación cubana, por ejemplo, pese a que Nicanor es en este momento tal vez el más influyente de los poetas extranjeros entre los jóvenes poetas de la patria de Fidel y mucho se escribe sobre su obra. El poeta aprecia particularmente todo lo que se refiere a Cuba. Han tenido conmigo extremas atenciones, me dice. Y quiere que deje constancia en estas páginas que gracias a la gentileza de Cuba se pudieron traer de regreso a Chile los magníficos gobelinos creados por Violeta Parra que corrían inmediato riesgo de perderse en Europa. —Por mediación cubana pude pasar por Ginebra, de regreso de La Habana, y traerlos. En cambio en Chile se realizaron toda clase de gestiones y siempre llevaban a cero. Para él, Violeta tuvo la tragedia de vivir «rodeada de pigmeos», situación endémica de la gente que vale en el país. Está muy conmovido por el accidente automovilístico ocurrido a su viejo amigo Tomás Lago, al cual también califica de «víctima de los pigmeos» que le quitaron con una zancadilla el Museo de Arte Popular que creó y mantuvo durante años.

Pese a que el domingo es para él un día como cualquier otro, creo que es conveniente no molestar demasiado al poeta con investigaciones literarias más bien propias de nuestros amigos del Instituto de Literatura Chilena. Pasamos a la sala de estar de la cabaña donde hay una chimenea de piedra y donde —según sus palabras— «hasta hace poco no tenía agua ni luz». Sentados a la sombra de un fonógrafo de bocina, miro las planchas económicas que ha comprado como adorno, y que son un símbolo de su infancia, al parecer. Los visitantes bebemos pisco, que el poeta no prueba. Aparece su hijo de un año de edad y baila con él en brazos al compás de una música que él mismo ha inventado para adormecerlo, mientras el niño se aferra a sus orejas. «Para mi esto es el LSD», le dice a un amigo doctor que se encuentra hoy día en La Reina. Nicanor Parra desaprueba totalmente el uso de las drogas: «Me parecen bien los beatniks pero yo me baño y no uso drogas», le dijo a Miller Williams en una entrevista. Ve con pesimismo la vida familiar a pesar de su amor a los niños. Las familias chilenas, dice, me recuerdan aquellas familias rusas que aparecen en los dramas de Chéjov. Todos se van quedando solos o van acumulando resentimiento que de pronto se encarnizan en echarse en cara unos a otros. Sí, el poeta está pesimista este domingo. «Nos doramos la píldora, dice en una expresión muy suya, con las ideas del trabajo, el éxito, la familia, todo lo que nos ha sido impuesto. Pero de pronto al llegar a cierta edad hay que hacer un balance y ahí vemos bien el buquecito en que estamos embarcados. Creo que es un poeta chino el que ilustra bien nuestra situación: un hombre está colgando a un gran precipicio, apenas colgado de una ramita que se cortará de un momento a otro. Ve unas uvas al extremo de la ramita y se distrae en alcanzarlas, olvidándose de su próxima caída». Llegamos así a hablar del suicidio, y es inevitable que aparezca la presencia de Pablo de Rokha. Para Nicanor el suicidio es un acto que redime la vida, un gesto digno. «Ahora, en poesía, nadie puede negar que Pablo de Rokha fue uno de los “4 grandes”, juntos a la Mistral, Neruda, Huidobro. Lo que a mí me parece dudosa —continúa— es la chilenidad de Pablo de Rokha. Dije en una ocasión que él era la antítesis del chileno medio, que es quitado de bullas, ladino, introvertido, que no pone su yo por delante, y si le preguntan acaso es poeta suele contestar que sí, algo le pega, que escribe unos versitos. Todo lo contrario de la sicología rokhiana». Por eso, cree Nicanor Parra, que Rokha nunca será un poeta que llegue a las masas, como llegó Neruda. «O compare usted un público que escuche mi “Cueca larga” o cualquier poema de Pablo de Rokha, y verá por quien se siente más interpretado».

La conversación salta a poetas de otras lenguas. Nicanor Parra admira a William Carlos Williams, que también, dice, es el predilecto de los poetas jóvenes norteamericanos junto a Pound, mientras que T. S. Eliot y Dylan Thomas se han caído de espaldas. Alguien interviene hablando cómo le molestó una actitud de Ginsberg, que aparece en un encuentro con Pound reproducido en un magazine local. Ginsberg trataba por todos los medios de hacer hablar a Pound, el cual sólo guardaba silencio. Un acoso sin nombre. Nicanor dice que para él Pound ha alcanzado la extrema lucidez, ya no quiere que nadie lo moleste, no confía para nada en sus versos pero los sigue escribiendo y puliendo interminablemente. «Es inexplicable que no se haya suicidado».

Otro tema del domingo: las lolitas muy estudiadas por NP: «Es increíble, dice, cómo han cambiado los tiempos. Las mujeres de la Generación del 38 andaban con faldas hasta el suelo, agachadas, sus encantos había que adivinarlos, y la equivocación era lo más probable. Ahora es completamente al revés. Todos los encantos están al descubierto. Y suele ser la mujer la que hace la elección. Cosas de la píldora, tal vez».

El día domingo ha terminado. Hay que bajar de la montaña rusa donde se ha instalado el antipoeta y volver a Santiago cuyo río de luces tinta a lo lejos. Hemos hablado de muchas cosas, a lo humano y lo divino. Y término del domingo indica también ya la sabia actitud de silencio del punto final.

ATAUD

en espléndidas condiciones
desearía contraer matrimonio
con urna joven – inteligente- sensual
dirigirse personalmente a la Administración del
………………………………… Cementerio Católico

domingos y festivos
de 11 a 12P.M.

Especial Nicanor Parra

Viaje por el mundo de Nicanor Parra

Sobre el autor:

Jorge Teillier (1935-1996) fue un destacado poeta chileno de la llamada generación literaria de 1950.

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