Podemos llenar horas de noticieros y páginas de diarios con llanto, frustración y amenazas para el que quiso matar. Pero lo que lo creó sigue ahí, escondido y silencioso bajo los escombros del bombazo.
Pasadas las dos de la tarde, bombazo en Escuela Militar. Primeros reportes: cuatro heridos, ninguno de gravedad. Seis heridos, dos de gravedad. Ocho heridos, dos con riesgo vital, uno argentino. Doce heridos, el argentino era venezolano y está fuera de peligro. Los ministros le dicen «asesinos» y «dementes» a unos criminales que no han matado a nadie y que nadie conoce porque nadie los vio. Sabemos que escaparon en un chevrolet, suponemos que son de alguna universidad donde «no se controló a tiempo el trostkismo». Y de inmediato y sin demora nos llenamos la boca con que no tienen ningún apego al pueblo, que están contra él y que quisieron matar a chilenos inocentes.
Suponemos, también, que pueden ser de extrema derecha o de extrema izquierda. No los vimos. Y repito que nadie los vio. Los heridos, con el correr de las horas, tienen rostro, historia. Una señora que hacía el aseo sirvió como ejemplo para muchos (oportunistas de turno, vestidos de derecha, izquierda, indignados y no indignados, periodistas o blogueros con tiempo libre en sus empleos financiados por quien dicen que es su enemigo). No conocemos la cara de los «asesinos dementes». Y miramos, así como vimos en youtube a una persona tirarse del Costanera Center, a los ministros poner chapas que servirán en un juicio como atenuante.
Mientras permitíamos que una «leona pasara la escoba todo el día por el sueldo mínimo», y nos reíamos construyendo una narrativa que normalizaba lo que nos debería indignar, estalló el extintor. Y pensamos que un bombazo es eso, el acto de un enfermo que tenemos que condenar como si no fuera ni un poco nuestra culpa y de los que nos mal representan. Como si los posibles «asesinos dementes» llegaran en naves de otro planeta a plantar la oportunidad para que todos se ruboricen o hagan apologías a la clase obrera de la que en la normalidad de su escritorio se ríen, con la excusa de estar caricaturizando desde el cariño, cuando en realidad lo hacen por un par de clicks. Esa clase que se sienten felices de abandonar y comenzar a mirar con distancia.
Porque no es solo la bomba lo que dejamos de ver. Porque nadie entiende, menos los que pusimos ahí para entenderlo, que como si fuera un cuento de Stephen King —donde el odio que se engendra en el subsuelo de cualquier pueblo de mierda como Santiago— esto es culpa de todos. Porque estamos demasiado preocupados de hacer falsos mimos a la clase trabajadora, que antes celebró la llegada del crédito como la movida para salir de la pobreza estadística. Porque una bomba es más que una o cien bombas. Porque hacer mapas y periodismo de datos con los lugares de unas cuantas explosiones no alcanzan para entender lo que dejamos de ver. Porque no sabemos qué o quién es lo que dejamos de ver. Porque todavía hay personas que creen que esto se acaba cuando agarren a los «asesinos dementes», o al malo de turno. Como si no fuéramos nosotros los que no sabemos escapar de la violencia sin violencia. Como si no vinieran siendo todos, las víctimas del bombazo y quien lea esto, violentados por un otro desde el momento que nacemos (lean los comentarios de cualquier nota en Internet. Partan por esta si quieren).
Yo no le presto ropa a quien puso la bomba. Comparto la condena y apoyo la persecución a la gente que mata gente. Pero también quiero que persigamos al que permitió que esto pasara desde su origen. Porque es fácil escribir desde el llanto y el dolor de lo que perdimos, es hasta cómodo detrás de un escritorio, como yo hago en este mismo momento. Porque podemos llenar horas de noticieros y páginas con llanto, frustración y amenazas para la gente que quiso matar gente. Pero lo que los creó sigue ahí, escondido entre el humo, silencioso bajo el estruendo. Y me da miedo que eso me siga explotando en la cara a mí o a los que quiero y querré. No es la bomba lo que no vimos. No es quien la puso lo que no vimos. Persíganlos, enciérrenlos. Todo lo que sea posible legalmente. Pero no olviden que fuimos ciegos frente a algo más grande y terrorífico. Y eso sigue ahí.