Si fuera un multimillonario, no estaría escribiendo esto. Seguramente, no escribiría nada, nunca, apenas la firma en los cheques o mi teléfono a la escort, doblado en un papelito. Pero si de todas maneras fuera un multimillonario —nada extraordinario, sólo US$3 mil millones en la cuenta, una fortuna piola, en el top 700 del Forbes— […]
Si fuera un multimillonario, no estaría escribiendo esto. Seguramente, no escribiría nada, nunca, apenas la firma en los cheques o mi teléfono a la escort, doblado en un papelito. Pero si de todas maneras fuera un multimillonario —nada extraordinario, sólo US$3 mil millones en la cuenta, una fortuna piola, en el top 700 del Forbes— y estuviera gastando mis dedos en un teclado escribiendo para un sitio mediocre como este, así sería mi vida, más o menos.
Primero, habría sido incluido en el último censo de multimillonarios, hecho por Wealth-X y la financiera suiza UBS, y estaría dentro de los 2.325 tipos con más dinero en el mundo. Dinero que no hace falta contar: se pesa, se mide. Tiene volumen, ocupa espacio y da poder. Es como un globo que no puede dejar de ser inflado. Si para de crecer se desinfla, pero si deja de hincharse revienta. Expandirse o morir, no hay otra manera. Así sería yo, si tuviera demasiada ambición y ninguna misericordia. Frío como water en invierno, nada de culpas. Así son los multimillonarios.
Y si yo fuera uno de ellos, tendría 63 años. Un viejo culiao. Tendría también US$600 millones en efectivo, listos para ser gastados. Seguramente, los habría amasado invirtiendo —¿con información privilegiada? ¿con empresas cascada?— inteligentemente en Wall St. Estaría casado, tendría un par de hijos y una amante extranjera exquisita con la mitad de mi edad. Eso último lo inventé, pero me encantaría que fuera verdad.
Si fuera multimillonario, estaría entre el 0,00003% de la población. Habría ido, por supuesto, a una universidad de la costa este norteamericana, probablemente a la University of Pennsylvania. Aunque yo le diría Penn. ¿Adónde estudió?, me preguntaría una periodista de economía, porque sólo dejo que me entrevisten mujeres. En Penn, le diría yo, pronunciando las dos enes, disfrutándolas en mi paladar mientras ella me mira, no sé si excitada o muy asqueada.
Habría hecho mi fortuna a mis cuarentas, casi llegando a los cincuenta, haciendo muy buenos movimientos financieros. Casi la mitad de mi riqueza provendría de mis empresas privadas, y un tercio por controlar entidades públicas. Mis cuatro casas —incluyendo los departamentos en Manhattan y Miami—, avaluadas en US$20 millones cada una, y mis helicópteros y mis dos yates y mi colección de rolls royce y las joyas de mi señora son apenas el 5% de mi infinito patrimonio.
Sería dueño, con mis otros amigos multimillonarios del mundo, del 4% de la riqueza mundial. Si no viviera en Nueva York viviría en Hong Kong, o en Londres, o en las tres ciudades al mismo tiempo. Jugaría golf, mis hijos harían polo y mi hija, cuyo rostro sería idéntico al mío, dirigiría una galería de arte de permanente presencia en las sociales de El Mercurio, montando exposiciones que yo no sería muy capaz de entender.
Donaría harta plata. O sea, harta plata para ustedes, que babean por salarios de un millón de pesos al mes. Donaría en total, entre la Escuela de Comercial PUC, el Techo y alguna otra instancia de beneficiencia lais, algo así como US$100 millones, lo que es mucho pero no es nada. Lo que me ahorraría en impuestos es mucho más.
¿Qué más? Trabajaría más que la mierda, supongo. De reunión de directorio en reunión de directorio. Esas oficinas están siempre en los pisos más altos, el tiempo gastado en ascensores es mucho. Tendría halitosis, aunque muy bien tratada. Mis sábanas serían más suaves que la mierda. Olvidaría el calor y el frío, y sudaría solo al trotar en mi trotadora y al comer thai. Mis hijos, esos flojos culiaos que nunca le han trabajado a nadie, que jamás hicieron su cama, que ninguna navidad se emocionaron al abrir un regalo, serán parte de la generación que más plata va a heredar en la historia de la humanidad. Espero estar muerto mientras la tiran a la basura esos conchasdesumadre.