Revisamos La chica del tren, de Paula Hawkins, el último bestseller con meses completos entre los más leídos. Una novela narrada desde la ventana de un vagón de tren.
Después de cubrir los emocionantes vaivenes del mercado, después de años explicando las alzas en los impuestos, la periodista Paula Hawkins se volcó a publicar novelas bajo el seudónimo de Amy Silver. Novelas, digamos, de escasa suerte y muy pocos lectores. Hasta que uno de sus tantos intentos terminó convertido en un thriller que agotó cinco ediciones en dos semanas. De enero en adelante todo es rápido: ventas millonarias, entrevistas, traducciones y un contrato con Dreamworks para adaptar al cine La chica del tren, el último bestseller con meses completos entre los más leídos.
Narrado desde las posibilidades de una ventana de vagón, y lejos de los asesinos seriales y los espías que dominan el género, La chica del tren funde las dudas de las treintañeras con los claroscuros de las relaciones de pareja. Hawkins, al parecer, encontró la conexión con un público siguiendo a las mujeres comunes, imperfectas, esas que no resolvieron su vida como esperaban y que fueron lanzadas a la soledad y el desempleo por relaciones quebradas y algunos vicios. Más interesada en los dramas domésticos, la autora de La chica en el tren se aterra de lo conocido y no de lo extraño, encontrando en el decorado del día a día en Londres, los otros pasajeros anónimos del transporte público, las mismas presiones y los mismos juicios de la vida puertas adentro. La novela, un adictivo y ágil divertimento que acaba de ser traducido por Planeta, sigue la intimidad de tres chicas, una alcohólica, una infiel y una mentirosa, enfocando la historia desde distintos ángulos como esa marca registrada de Gabriel García Márquez llamada La hojarasca.
Rachel, la protagonista de La chica del tren, es un reconocible estereotipo contemporáneo: ha perdido a su marido, su empleo, su casa y a su hija, por lo que atraviesa una crisis personal que la lleva a proyectar su vida en las personas que ve en sus recorridos diarios. Tanto Rachel como Anna y Megan, las otras voces, son mujeres desajustadas por la depresión, el abandono y el vino blanco al desayuno. Una mezcla retorcida de dudas, desesperación y voyerismo amplificado con la obsesión por entenderlo todo.
Cada mañana Rachel toma el tren a la misma hora para viajar hasta un trabajo inexistente y sostener una rutina mentirosa frente a la amiga con la que vive. En esas apariencias, cada mañana el tren se detiene justo frente a su antigua casa donde Tom, su ex, sigue su vida con otra mujer y la hija de ambos. Es en esa repetición desolada cuando la protagonista se fija en una pareja que vive cerca de la línea férrea. Todos los días comienza a fantasear con ellos, hasta que de pronto comienza a estudiar compulsivamente su intimidad. Los nombra Jason y Jess, los dota de una personalidad y hasta moldea su carácter con cada uno de sus gestos vistos a través del vidrio, a la distancia. Una de esas mañanas la chica del tren ve o cree ver algo, y entonces decide comenzar a investigar por su cuenta.
La chica del tren
Paula Hawkins
Planeta, 2015
496 p. — Ref. $14.000