Discursos desde la juventud contemporánea es el primero de Los libros de la Mujer Rota y el debut de su autor, Álvaro Bley. Un libro que es también una forma de habitar un Santiago lleno de emoticones.
Discursos desde la juventud contemporánea es el primer libro de Álvaro Bley y me hizo llorar de la risa. No sonreír, no reír a carcajadas: llorar. No es poco mérito. Y no porque yo sea particularmente difícil de hacer reír sino porque cuesta encontrar libros que enfrenten el humor así, sin miedo de burlarse de todo, o de cuestionar la realidad de tal manera que solo quede reír. O llorar. O ambas.
En la novela seguimos a Sebastián, un joven universitario (también en otro capítulo nos paseamos por la cabeza de una chica en un liceo que está organizando una toma) al que la vida le queda grande. Lo dice él mismo: «Al final somos niños, con cosas que nos quedan grandes: la ropa, el pelo, la voz, las zapatillas, todo». Esa posición distanciada podría molestar, pero no molesta. Y así, acompañamos a Seba en sus deambuleos por la ciudad, en viajes en micro, en filas eternas para renovar el pase escolar, en fiestas a las que no quiere ir y en paseos al Cajón del Maipo donde guitarrean canciones de Los Tres que lo incomodan: «Hay un problema generacional grave, creo, al no tocar canciones nuevas pa el guitarreo fogatero», y también: «Podría haber pensado en el destino como posibilidad de algo, pero no. Me estaba quedando dormido y solo pensaba en qué tenía que pasar para que tocaran música del 2000».
Alguien ya lo dijo en otra crítica, Sebastián trae toda la frescura de un Papelucho. Uno que creció (luego de dislexias, hermanos hippies y demases) y ahora sigue preguntándose cosas con un vaso de piscola o cerveza ya tibia en la mano. Un Holden Caulfield que, en lugar de preguntarse a dónde van los patos cuando el Central Park se congela, divaga acerca de qué piensa la gente que pasea perros por la noche («¿Por qué hay gente que pasea perros de noche? No sé, pero tampoco sabría responder bien a la pregunta de por qué se toma alcohol un sábado en la noche») o le pregunta a alguien en una fiesta: «¿qué estarías haciendo ahora si no estuvieras acá?».
Y lo que estaría haciendo Seba, muchas veces, es quedarse tranquilo en su casa viendo una película («no estoy en condiciones de ir a un lugar a hablar de nada, de contarle qué estoy estudiando y de qué hice en las vacaciones de invierno a gente que nunca más en mi vida voy a ver. Ya pasé por eso y no quiero repetirlo».)
La novela no tiene un hilo (más que seguir a Sebastián) ni una meta, y lo que podría ser su mayor defecto es su mayor gracia. Es el retrato de una cotidianeidad sin pretensiones, en un lenguaje que rescata la oralidad y ese como tartamudeo del whatsapp con sus interrupciones, que hace sentir al lector como si estuviera sentado en la cocina de esa fiesta, con los ojos cerrados y ya bien tarde, mientras en algún lugar alguien habla y habla y habla. Y en ese hablar, en ese discurso desde la cocina de la juventud contemporánea, se asoman anécdotas y reflexiones brillantes —y entonces llega la carcajada y las lágrimas— como las ganas de Seba de crear un Alcohólicos Anónimos pero de gente que no le gusta andar en bicicleta o le tiene miedo (unos anti ciclistas furiosos); o su reflexión acerca de lo poco que le gusta el patriotismo y todos sus símbolos: «O sea, si me encontrara a O’Higgins en un carrete, o a Baldomero Lillo, como que no, no sé, no me caerían bien. Estarían ahí como con un vino en copa. O’Higgins me hablaría y me diría cosas así como: ‘Oye, ¿leíste la constitución de EEUU?’. Y yo le diría: ‘No, no la he leído, no he salido de Chile en toda mi vida’.»
Tenemos a tantos Sebastianes como Papeluchos: Sebastián y los ciclistas; Sebastián y el nacionalismo, y también Sebastián y el amor: porque Seba está enamorado de Tami desde octavo básico, cuando ella fue a su casa por primera vez a hacer un trabajo sobre los diaguitas con su hermano mayor (y dice Seba: «Pa mí todos alguna vez en nuestra vida tuvimos que hacer un trabajo sobre los diaguitas») y leemos algunos encuentros y desencuentros con ella. Y esto podría haber sido el centro de la novela pero no lo es. Porque Tami aparece y desaparece y lo que queda, siempre, son las reflexiones de Seba: su discurso desde una micro llena que va a San Carlos de Apoquindo para ver jugar a la Católica, la anécdota de tener los minutos contados para enviar un cuento a Santiago en cien palabras y correr por la ciudad para mandarlo, cambiarle el nombre a su amigo López por «Pecho» porque «López» suena como «loh peshoh» (en ese video de youtube que todos alguna vez miramos), o prestarle atención al teléfono después de un largo rato, ver muchísimos mensajes acumulados y responder a todo «con un ya y una carita feliz» que esconde y revela a la vez. Porque detrás de ese «ya y una carita feliz» está el movimiento estudiantil, con sus aciertos y desaciertos (dice Seba: «Ya es principios de noviembre, se empieza a acabar el semestre, el año y hay que hacer recuentos de cosas. De lo que fue bueno, de lo que fue malo y de lo que no fue. Y hay algo que particularmente no fue este año. El movimiento estudiantil»), y también esa tristeza «por lo común de la vida» y por tratar de habitar la ciudad de Santiago de alguna forma: desde el aburrimiento, desde la euforia, desde el corazón roto. «Llegamos a una plaza, nos sentamos en los bancos. Pensé en un alcalde inaugurando la plaza, prometiendo mejor calidad para el barrio, más vida comunitaria. Y al final la principal función de la plaza es ser un nuevo lugar para las parejas que quieren terminar. Ese es como el gran beneficio que se le hace a la comunidad».
Discursos desde la juventud contemporánea no pretende dar grandes respuestas: no se trata de un discurso sobre la juventud sino desde, como marcador de lugar, un «usted está aquí» que insinúa tránsitos y contradicciones, con un soundtrack de los Ases Falsos y una forma de habitar la ciudad llena de emoticones y videos de youtube. Y es que si bien un «ya y una carita feliz» no responden ni solucionan todos los problemas, a veces es todo lo que necesitamos para seguir adelante con nuestro día.
Y eso no es poco.
Es más que suficiente.
Discursos desde la juventud contemporánea
Álvaro Bley
Los libros de la Mujer Rota, 2015
175 p. — Ref. $5.000