Filosofía para todos

por · Julio de 2015

En Ideas de perfil, publicado este año por Hueders, el filósofo Carlos Peña se atreve a perfilar las voces con que discute sus ideas como columnista: un sesudo catálogo de autores como Foucault, Arendt o Locke, entre Parra, Zurita y Vargas Llosa, pero sobre todo Immanuel Kant.

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Semana a semana, como un termómetro de la actualidad política, el abogado Carlos Peña escribe una columna en el diario El Mercurio. Hace más de diez años, en casi todos esos escritos donde muestra las contradicciones de la elite y el mundo del poder, el rector de la UDP cita a algún filósofo o teórico político para interpelar y blindar sus veredictos. En Ideas de perfil, publicado este año por Hueders, Peña, que también es Doctor en Filosofía, se atreve a perfilar todas esas voces con que discute sus ideas: un sesudo catálogo de autores como Michel Foucault, Hannah Arendt o John Locke, pero sobre todo Immanuel Kant: «No se exagera un ápice en decirlo —escribe Peña del filósofo de la Ilustración—, es el pensador más influyente de los últimos dos siglos de cultura humana. Sobran los grandes nombres de la cultura pública contemporánea —Frege, Wittgenstein, Austin, Putnam, Rawls, Habermas— que no lo habrían sido si este filósofo, poseído por la neurosis e inundado de inteligencia, no hubiera escrito lo que escribió».

Fundamentales al momento de analizar problemas como la paradoja de las clases, la comprensión de la locura o las funciones del sistema escolar, Ideas de perfil dialoga con autores que estiraron la reflexión racional hasta el límite de sus propias posibilidades. «En vez de discutir acerca de cómo debemos vivir, el debate público o político parece estar enfocado más bien en cómo vivir de manera más eficiente, cómo elevar los niveles de productividad, bajar los niveles de cesantía y cosas así —escribe Peña—. Somos pasajeros de un barco preocupados del confort del viaje, pero no de su destino. Es como si el telos o el sentido de la vida común —la respuesta a la pregunta qué debemos hacer— estuviera ya prefijado por algo o por alguien cuya voluntad, desgraciadamente, no podemos torcer», ensaya en el capítulo dedicado a Hayek y Lenin. Más adelante también hay espacio para voces polémicas y contemporáneas, como el estadounidense Francis Fukuyama, que popularizó la muerte de las ideologías, o el esloveno Slavoj Zizek, de quien anota: «su radical marxismo lacaniano ha sido especialmente bien acogido en las universidades inglesas y americanas; aunque allí, la verdad sea dicha, tiene tantas posibilidades de ser tomado en serio por las masas norteamericanas, como el veganismo de transformarse en la dieta preferida de los habitantes del mediooeste». Ya lo dijo Ortega y Gasset, la claridad es la cortesía del filósofo. Y en estos treinta y cinco ensayos, al modo del autor español, el rector privilegia la elocuencia y la claridad que tiene el buen periodismo. Para aterrizar sus lecturas de vanguardia, muchas de ellas ensayadas en revistas y diarios en el año 2000, cuando comenzó a escribir de manera permanente en medios de comunicación, Carlos Peña sale a la caza de poemas, cartas, conferencias y opiniones de revistas como The New Yorker para ablandar pero también para seducir. «Es el tipo de libro que me hubiera gustado leer cuando estudiaba», dijo recientemente en una entrevista. Allí Darwin, Spinoza y Freud aparecen interpelados no solo por el columnista, sino además por Marx, Tolstói y una nutrida biblioteca de clásicos. Para pensar por sí mismo, uno debe hacer el esfuerzo de conocer lo que otros han pensado. Así discurre este libro de 600 páginas que respira ideas y va directo a la sustancia, sin prólogo salamero ni el infierno de las notas a pie de página al final del libro.

«Una persona que lee, un lector de novelas, no puede ser un fanático. Leer exige adentrarse en la complejidad de las relaciones humanas», aclara Peña como una carta de navegación para la propia existencia. En esa máxima que abriga a la literatura, pero también a la cultura, el filósofo ofrece uno de los buenos pasajes del libro. El momento donde examina los cambios de ánimo intelectual en el escritor Mario Vargas Llosa, para perderse en la sintaxis más o menos enrevesada y retorcida de Raúl Zurita y exprimirlo contra la muralla de Heidegger y Sartre, o, en otro pliegue, reconocer en Nicanor Parra una poesía que tiene más que ver con el comportamiento humano que con eso que llaman belleza tradicional. «La condición humana arrastra un resto, un residuo fracturado, un vacío que la cultura trata de llenar y al que quizá solo podemos asomarnos mediante el silencio, como sugirió Wittgenstein, o mediante el sueño de los santos y los poetas, como dijo Russell», comentó Peña en otra entrevista reciente. «Tanto la poesía de Parra como la de Zurita se asoman a ese residuo, a ese vacío que la cultura intenta, pero nunca logra del todo, suturar. Parra muestra que las palabras prometen y a la vez defraudan, que mediante ellas formulamos preguntas que nadie responde y Zurita subraya la condición significante y por eso mismo paradójica que para el ser humano tiene el tiempo: el tiempo arrebata la experiencia, pero, al arrebatarla, lo sabe bien Zurita como lo sabía Hegel, la constituye».

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Ideas de perfil (Lee un extracto en este link)
Carlos Peña
Hueders, 2015
602 p. — Ref. $16.000

Filosofía para todos

Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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