Esta parcela, la novela que Guadalupe Santa Cruz escribió antes de morir en enero pasado, recientemente editada por Alquimia, explora el lenguaje a través de la memoria pero también de lo imaginario.
La lectura de Esta parcela, la novela que Guadalupe Santa Cruz escribió antes de morir en enero pasado, fiel a su estilo poético, guía el sumidero de un estilo distintivo, a veces parecido a una voz desdoblada, otras como un personaje que articula a través de la memoria pero también desde lo imaginario. Parece un escrito en clave, pero son divagaciones de la escritora y artista chilena, mezclados con algunos de sus grabados impresos entre los breves capítulos. El hermetismo de sus páginas, el esfuerzo por dificultar una imagen y el abuso de las figuras literarias, encierran la lectura con el fantasma de una seriedad innecesaria. Su ritmo juega con la paciencia del mismo modo que un asistente telefónico de algún servicio de telecomunicaciones ante un reclamo. Algo nos distancia. El exceso de imágenes, la idea de volver a las palabras un material maleable, una greda que al secar tiene una forma irreconocible: «Me hice caca, Tolhuaca. Me hice pichí, Puchuncaví. Me hice sangre, Puangue / Y me volví a hacer caca, Reñaca. Y me volví a hacer pichí, Reloncaví. Y me volví a hacer sangre, Rungue. / Me hago no está en los idiomas que traduzco: es solo hago. / Me vuelvo, en la lengua que yo hablo, me vuelvo eso. / Y lo he hecho antes ya, en las rocas, entre los arbustos, en la tierra del ciruelo frente a mi casa, estar sujeta al suelo.» ¿Qué nos aleja de Santa Cruz? Quizás sea la academia. El tipo de escritores que, como buenos escritores, interrumpe su ciclo de sueño por el lenguaje. El tipo de escritores que no cree en las historias como sí lo hacen, por ejemplo, los periodistas; o en el suspenso, como los sentenciados. Ahí están Raúl Zurita y Diamela Eltit, dos referentes en la materia. Aunque con Santa Cruz, al menos en esta novela póstuma, quizá escrita en la habitación en llamas que supone la propia muerte, el lenguaje se dirige a un lugar empantanado, inconcluso. Un foso de metáforas que de improviso no encuentra salida. El problema o el ruido de esta novela es que el lenguaje debe tener algún sentido, y quizá ciertos puntos de llegada. Eltit, en su particularidad, más allá del lenguaje, siempre alcanzó a tocar el registro de lo político y social. Algo que nunca ocurre con Esta parcela.
En Lo que vibra por las superficies, un compilado de los materiales críticos de Guadalupe Santa Cruz, hay un intento por explicarlo: «Mi escritura ha querido experimentar con distintos espacios y emplazamientos, por asistir a la palabra que secretan allí diversos cuerpos en su mal de espacio; mal de espacio que no es más que las estrechas coordenadas que condenan a un lugar, a una ubicación, al entendimiento unívoco. Tal vez piense hoy que lo que empuja mi mano desea desenvolver, para mi regocijo, los distintos tiempos que se juegan en una situación, la taquicardia de una experiencia que se encuentra aún abierta. Mi mano desea fabricar tiempo para que las voces puestas a rodar en un texto dejen traslucir el latido del lenguaje ante ciertos recintos, ante ciertas encrucijadas. Estos recintos o estos paisajes ceñidos, obturados, la mayoría de las veces retienen una cierta velocidad que podría ser la vocación de los cuerpos.» La novela finalmente es eso: un experimento, la exploración del lenguaje hacia ningún sitio, a cualquier lugar.
Esta parcela
Guadalupe Santa Cruz
Alquimia Ediciones, 2015
138 p. — Ref. $8.000