Gerard Hopkins, un jesuita de modales afeminados que aborrecía su condición de homosexual y tuvo el mérito de estirar las búsquedas formales en la poesía decimonónica, acaba de ser traducido al español por Neil Davidson. El papa Francisco, de hecho, declaró que está entre sus autores preferidos.
Nació en Stratford, no la de Shakespeare, sino otra que terminó absorbida por la expansión de Londres. Poeta y jesuita, su obra supo mezclar la experimentación literaria con el cristianismo del último periodo victoriano. Gerard Hopkins, un sacerdote de modales afeminados que aborrecía su condición de homosexual, tuvo el mérito de estirar las búsquedas formales en poesía, haciendo escuela con su experimentación rítmica, un estilo casi personal conocido como sprung rhythm, que fue absorbido por los modernistas. El papa Francisco, de hecho, declaró que está entre sus autores de cabecera. A veces alambicado y salpicado por la emoción que puede haber en la vida de un religioso decimonónico, El ceño radiante (Ediciones UDP) traza la biografía de un hombre repudiado por sus contemporáneos, pero que terminó influyendo en la obra de Pound, Eliot, Woolf y Huxley, entre otros célebres de las letras. «Hopkins produjo algunas de las obras maestras del siglo XIX, y si se parece a algo —escribe el inglés Neil Davidson— es al lugar que más veneraba, el pozo milagroso de Santa Winifreda, en el norte de Gales: un manantial inagotable cuya superficie temblaba con la fuerza de sus fuentes». Davidson, que desde el año 2000 vive en Santiago de Chile, es el autor de esta biografía, la primera de Hopkins en castellano, que además traduce algunos de sus poemas donde la belleza de la naturaleza aparece sublimada:
“La noche estrellada”
¡Mira las estrellas! ¡Mira, mira al cielo!
¡Mira a la gente ardiente sentada arriba!
¡Los barrios brillantes, los alcázares-criba!
¡Oquedades de diamantes en negras selvas! ¡duendes en desvelo!
¡Incoloros prados fríos, prendido de oro blanco el suelo!
¡Mostajos que el viento bate! ¡álamos de lumbre viva!
¡Palomas-copo de corral que manda un susto a la deriva!—
¡Bueno! es todo una compra, todo es una oferta para el anhelo. (p. 435)
Si la colección “Vidas ajenas” de Ediciones Universidad Diego Portales se destacó por acercar a los autores a través del trabajo de cronistas, principalmente con la argentina Leila Guerriero como editora, El ceño radiante toma un desvío y entra derechamente en el relato coral, siempre dentro de esa mirada en primer plano sobre los trabajos y los días que es el perfil, aunque en un tono profundamente literario y más histórico (¿será porque el periodismo es el borrador de la historia?) y distante. A modo de advertencia, para los que buscan en este libro los materiales del periodismo narrativo de títulos como Los malos (editado por Guerriero), Corea: apuntes desde la cuerda floja (de Andrés Felipe Solano) o Un hombre flaco (de Daniel Titinger), probablemente El ceño radiante tenga la emoción de un volumen de contabilidad.
Al parecer, Hopkins dudaba, siempre: se convirtió del anglicismo al catolicismo, destruyó parte de su obra por considerarla incompatible con su oficio, y se limitó en vida a un par de lectores: los poetas Richard Dixon y Robert Bridges. Como en los diarios de Ribeyro, el inglés parecía permanentemente agobiado, infeliz y lejos de lograr nada grande. Convencido de escribir una obra condenada al fracaso y la inconcreción, como queda más o menos claro, padeció de diversos grados de desdicha y devastación, hasta morir joven y enfermo cuando no había cura, probablemente después de vivir en contra de su época, de su circunstancia y de su entorno. La vida es una frazada corta: tenía 44 años y un legado que hoy, 126 años después de su muerte, aparece doblado al español.
El ceño radiante. Vida y poesía de Gerard Manley Hopkins
Neil Davidson
Ediciones UDP, 2015
457 p. — Ref. $15.000