En 1971 el baterista de Cream cruzó el Sahara en una Range Rover y se instaló en el país de Fela Kuti.
Cuando Neil Armstrong tocó la luna, el trío Cream ya era un recuerdo y su baterista Ginger Baker planeaba escapar de Londres. Adicto a los viajes en heroína y distanciado a los golpes del bajista Jack Bruce, Baker estaba tocado por la muerte de Jimi Hendrix en 1970.
Para ese momento, el baterista había decidido abandonar a su familia y huir a África, el patio trasero de Europa, al año siguiente.
Ese viaje hasta Nigeria, financiado por su legado musical, resulta una verdadera experiencia.
En 1971 el baterista cruza el Sahara en una Range Rover y se instala en el país de Fela Kuti. Ahí es cuando arranca Ginger Baker in Africa, del realizador Tony Palmer, un registro experimental de la travesía, contado desde el punto de vista de Baker, que recorre la cordillera del Atlas y desciende por Algeria hasta Nigeria en medio de un bombardeo musical constante.
En escena, como si acabara de salir de la lavandería y hubiese encogido tres tallas, la versión más vintage del músico explota los sonidos del afrobeat con guitarras eléctricas y tambores africanos, una mezcla de la que fue pionero junto al propio Hendrix y Carlos Santana. Son varios los minutos en que Baker lleva el pulso de una jam rodeado de hombres que gastan sus manos golpeando tambores y chicas que agitan sus caderas con furia. Esa imagen muestra el punto exacto en que se funden los sonidos de Occidente y la tradición africana. El resto del tiempo, cuando no está en el sillín de la batería, el inglés se mueve como alguien que siempre estuvo allí. No parecen, digamos, las maneras de un turista, pero tampoco un documental. Más allá del rigor de los géneros, el sonido de las jams es algo precario y el montaje de la historia poco tiene que ver con el tamaño de la leyenda del baterista.
Interrumpido por animaciones que representan los imprevistos de cualquier viaje y la voz en off de un Baker que resuena como poeta beat, Ginger Baker in Africa crece cuando aparece en escena otro músico que termina por robarse la película: Fela Kuti. Tal vez ese sea el momento mejor logrado de esta sumatoria de jam sessions, que responde más bien a la lectura de un grupo de europeos atravesando a pie la África subsahariana y a una cruza a medio lograr entre el diario de viaje y el cine en directo.
El comentario no es gratuito. Ahí está Beware of Mr. Baker, el documental que mejor perfila al baterista y donde realmente conocemos sus claroscuros, primero, porque entendemos la ausencia del padre albañil que murió peleando en la II Guerra Mundial y le heredó una carta donde lo anima a resolver cualquier diferencia con los puños. Y luego, porque queda en evidencia su adicción a las putas africanas, el polo y las drogas duras, pero sobre todo entendemos que el baterista de Cream, Blind Faith y Air Force, entre otras decenas de aventuras musicales, siempre estuvo más comprometido con la música que con las personas a su alrededor.
Así queda más o menos claro desde los terribles relatos de sus hijos y ex parejas, y también revisando cada uno de sus proyectos musicales que nunca pasaban de los dos años. Una contradicción fundamental parece el motor de su vida.