Ya se fueron, la banda del escritor Roberto Merino, prepara su inminente segundo disco y una aparición en Puro Chile, el programa de sonido en directo de TVN.
—El impulso de hacer canciones lo experimenté de adolescente, pero lo abandoné conscientemente cuando entré a estudiar literatura.
Quien habla es Roberto Merino, escritor de libros importantes como Horas perdidas en las calles de Santiago y el poemario Transmigración, además de columnas que mezclan el diario íntimo con el ensayo y la aguafuerte urbana.
—Yo creo que por neurosis me obligué a optar por una cosa en desmedro de la otra. No me había dado la libertad de darle espacio a la música hasta hace poco, porque consideraba equivocadamente que esta actividad no me correspondía.
Hace más de un año que Merino, además de escribir y dar clases, mantiene la banda Ya se fueron. Allí abandona la soledad de la escritura para compartir los instrumentos con su hijo Clemente, el poeta Nicolás Letelier (autor de Violencia barroca y Al sol invicto) y los músicos Juan Ariztía, Felipe Correa y Sebastián Astorga.
—La participación de mi hijo en la banda se dio de un modo azaroso. Al segundo ensayo le dije que me acompañara para que no se quedara solo en la casa. Apenas llegamos Sebastián Astorga le pidió que nos ayudara con la batería. Después pasó a la guitarra y al bajo y no se fue más. Si yo lo hubiera invitado a tocar probablemente se hubiera negado, las expectativas de los padres son a veces una presión difícil de sobrellevar.
Entre mayo y agosto de 2014, Ya se fueron grabó y publicó Uno, un disco de media hora exacta de rock psicodélico, que suma más de 7 mil reproducciones en Soundcloud.
En adelante, el grupo hizo todo lo que las bandas nuevas hacen: vinieron algunas presentaciones, la grabación de un inminente segundo disco, pero hace poco fueron invitados a tocar en televisión abierta. Algo que hacen pocos.
Ya se fueron estará en la primera temporada de Puro Chile, el programa de sonido en directo de TVN.
—Hay bandas que componen en grupo y compositores que firman canciones en solitario. ¿Cómo es en el caso de ustedes?
—Hay temas que alguien ha llevado ya hechos, otros que han salido de improvisaciones entre todos, también alguna vez alguno ha presentado una estructura de base y en los ensayos eso se ha ido convirtiendo en un tema. Hemos procedido de varias maneras pero siempre está el filtro de lo colectivo. Hilando fino se pueden ver ciertas diferencias dependiendo de quien haya presentado tal o cual tema. Yo, por ejemplo, tiendo a lo melancólico y Letelier a una cuestión más brillante, más como de himno sicodélico.
—Además de ti, vi que Astorga y Letelier escriben letras. ¿Te acomoda la democracia de las bandas?
—No hay democracia, no estamos preocupados de ninguna clase de paridad. Más bien hay adecuación a la necesidad de salir adelante con una canción. Por ejemplo, en el tema “Un animal se puso hablar” yo había inventado la estructura, los arpegios y la melodía, y un día Astorga llegó con una letra porque creo que yo me estaba demorando mucho.
—¿Por qué incluir un poema de Philip Larkin (“This be the verse”), que justamente habla en contra de la familia?
—Eso es totalmente responsabilidad de Letelier. A mí me incomoda la posibilidad de sacar a un poema de su «música interna» y proyectarlo en otra. Pero de hecho es posible hacerlo. Letelier también tiene un tema en base a un poema de Hopkins, un poema complicado, y funcionó muy bien según nuestro amigo Neil Davidson [autor de El ceño radiante], que es un experto en Hopkins.
—Y en el caso de Rafael Gumucio, ¿cómo llega a escribir letras de sus canciones?
—Cuando supo que estaba en una banda, Gumucio me dijo que él tenía muchas letras de canciones, las que hacía sin música, puras letras no más. Me mandó un archivo como con cincuenta. Las vimos y adaptamos dos a unos temas que en ese momento eran pura música sin letra: “A punto de llover” y “Test de ronchas”.
—Más temprano que tarde se demuestra que la magia de lo nuevo tiene un plazo de expiración. Descontando esta entrevista, ¿qué es lo peor de tener una banda?
—Coordinar los tiempos de todos, eso me pone muy neurótico. Que falte uno a un ensayo modifica todo el programa. Todos trabajamos y mi hijo estudia, así es que el tiempo que le damos a la banda es marginal. Eso me incomoda pero es inmodificable.
—Me parece que el sonido de ustedes está entre una jam session de Dead Meadow y Sleepy Sun, y uno puede ir más atrás y hasta hablar de Led Zeppelin. ¿Estás de acuerdo?
—Cuando conocí a Dead Meadow todavía no se había formado la banda. Era la época en que tocaba solo con la guitarra y grababa los temas en el celular, luego le agregaba un bajo de una manera igualmente precaria. Entonces le mostré a Dead Meadow a mis hijos y les decía en broma que estos tipos me estaban copiando, que me habían hackeado el celular. Hay una cierta onda común en las guitarras con Sleepy Sun y también me han mencionado un parecido con Psychic Ills. Yo creo que muchas cosas se filtran, andan por ahí, se cuelan inconscientemente. Hay un tema que tiene algo de la canción “Lullaby”, que Krzyzstof Komeda hizo para la película El bebé de Rosemary. Salió así no más, pero en la grabación enfatizamos el parentesco con un teclado medio ominoso.
—¿A qué discos vuelves siempre?
—Louder than bombs de los Smiths, las Variaciones Goldberg de Bach, Changes de Catapilla, Patti Smith, en fin, tantas cosas, me da por épocas. Más que discos hablaría de listas anímicas de reproducción, compilaciones que me hago el celular. Música para noches de verano, o para desplazamientos en auto, o para momentos de euforia.
—¿Con esto de la banda, ha bajado tu ansiedad por escribir?
—No, más bien se me han multiplicado las actividades. Mi semana es un desastre entre clases, compromisos de escritura y ensayos con la banda.
—¿Y escuchas música mientras escribes?
—Imposible, la escritura se hace en base a ritmos alternados, cualquier intromisión acústica demasiado intensa desbarata todo. Puedo escribir perfectamente con el ruido de fondo de las conversaciones de un café, pero si una de esas conversaciones se destaca mucho de las demás no puedo evitar seguirla y el texto se va a la cresta.
—Estaba viendo en el Soundcloud que cada canción tiene una imagen distinta. ¿Quién está detrás de esa estética?
—Esos dibujos los puso Nicolás y son suyos, antes había unas fotos. Lo hizo porque se le ocurrió no más. Nunca hemos hablado mucho sobre eso.
—Siguiendo la lógica del tema “Lollipop”, ¿te proyectas en la música?
—No sé. Seguiré hasta donde llegue, aceptando lo que aparezca en el camino. Fantasiosamente me encantaría dedicarme a la música a tiempo completo pero ya tengo la vida un poco armada de otra manera. A veces experimento las cosas habituales que he hecho siempre como una interrupción a mis intereses musicales, pero claro, estas interrupciones son mayoritarias y sistemáticas.
—¿Y qué te gustaría que pasara con Ya se fueron?
—Me gustaría que un día alguien me contara que tal o cual canción fue importante en su vida, que le marcó un verano o que le quedó adherida al recuerdo de un gran amor.