La primera temporada de Master of None, de Aziz Ansari, parece el modelo a seguir por las comedias del futuro.
Los protagonistas de las series de televisión suelen seducirnos por un rasgo que los hace excepcionales. Walter White brilla como experto en química, Tony Soprano resalta como el paradigma del mafioso, y Dr. House es el Sherlock Holmes de los casos médicos extraños. Ahora bien, Dev Shah (Aziz Ansari), el personaje central de Master of None, es un experto en nada, y nos atrae que sea así.
Esta nueva producción de Netflix, que todavía no se ha confirmado si tendrá una segunda temporada —aunque la merece—, ganó este año el Critics’ Choice Television Award a “Mejor Comedia”. Ambientada en Nueva York, la serie sigue la vida de Dev Ansari, un actor de comerciales cuyas preocupaciones son tan banales que lo llevan a perder una hora investigando en Internet cuál es el mejor sitio de comida mexicana, para luego ir hasta el lugar y sufrir al enterarse que ya se han agotado los tacos por ese día. Esa es su típica tragedia. El propio personaje reconoce que, gracias a un comercial que hizo, no tiene que preocuparse por cosas como buscar trabajo. De ahí que sus aflicciones sean asuntos intrascendentes. Ansari, entonces, representa —como ya se ha dicho en infinitas reseñas— a una generación cómoda a la vez que perdida, cuyo propósito fundamental termina siendo pasar un buen rato (¿una suerte de carpe diem?) y no comprometerse con nada.
Los diez episodios de esta primera temporada son joyas. Ninguno decepciona. “Padres”, por ejemplo, hace un homenaje a los inmigrantes de Estados Unidos, con una ternura rara de ver en una comedia televisiva. Lo particular de Master of None se halla justamente en cómo puede ser tierna pero a la vez crítica con una generación que parece trabajar menos y distraerse más.
Sin embargo, no todo es fenomenal en esta serie. Sería extraño que lo fuera. Decepciona que algunos personajes no tengan más protagonismo que el que merecen. Entre ellos, destaco a Arnold Baumheiser, el amigo gigante de Ansari, al cual podríamos imaginarlo como el hijo perdido de Joey Tribbiani (Friends) y Kramer (Seinfeld). Arnold da un contrapeso estupendo a la dinámica de la serie, no solo porque visualmente impacta su altura y contextura con respecto a la de Ansari (un dúo tan opuesto como adictivo), sino que, a la vez, genera una gran empatía. La otra amistad clave de Ansari es Denise, una lesbiana afroamericana, cuya voz me parece novedosa en la pantalla chica. Lamentablemente, quizá por los pocos episodios de la temporada, quedamos con ganas de escucharlos más a ambos.
Presiento que Master of None servirá como modelo, junto a Girls y Louie, para las comedias televisivas del futuro: presupuestos bajos, episodios centrados en un tema particular, nada de risas falsas añadidas (¡gracias!), el retrato de una generación que lo tiene todo pero no sabe qué hacer con ello, y protagonizadas, escritas y dirigidas por una misma persona. Desde la comodidad de mi cama, espero con ansiedad que Netflix le dé una segunda temporada a esta serie, manteniendo, eso sí, el mismo ritmo y los buenos diálogos de la primera, pero otorgándole más peso a los otros personajes.