La gran literatura tiene la capacidad de hacernos sentir raros e incómodos. Eso ocurre, gratamente, al leer los cuentos de Pájaros en la boca, de la escritora argentina Samantha Schweblin.
La gran literatura tiene la capacidad de hacernos sentir raros e incómodos, a la vez que procura mantenernos deseosos de seguir en ese estado de perplejidad. Eso ocurre, gratamente, al leer los cuentos de Pájaros en la boca, de la escritora argentina Samanta Schweblin, libro que resultó ganador del premio Casa de las Américas en 2008. El año pasado, Random House tuvo el acierto de reeditarlo. Los quince relatos que lo componen, herederos de Cortázar, Borges y Carver, mantienen la tensión de principio a fin, logran finales sorpresivos, y formulan personajes memorables (la niña con los dientes ensangrentados por comer pájaros vivos, el pintor golpeando la cabeza de un coreano contra el asfalto, el hombre llorando arrastrado a fuerzas por su anciana madre en una juguetería), como solo los mejores cuentos pueden hacerlo.
Hay dos clases de relatos en el libro. La primera la componen aquellos de corte más «realista», pero con un final inquietante, ambiguo y sorpresivo para el lector. Entre ellos están “Irman”, “El cavador”, “Papá Noel duerme en casa”, “Cabezas contra el asfalto”, “Perdiendo velocidad”, y otros. La segunda clase la integran los relatos donde lo fantástico y lo real se entrecruzan dejando a quien los lee en un estado de duda: “Mariposas”, “Conservas”, “El hombre sirena”, son algunos de ellos. En su mayoría, los cuentos del libro son cortos, mientras que los más largos se hallan tan bien narrados que la longitud deja de notarse. Ubico allí, quizá, uno de los atributos fuertes del libro: estar magistralmente escritos.
Buena parte de los relatos tienen como asunto la crueldad. Como lector, uno no puede dejar de preguntarse si la crueldad puede ser hermosa. En los cuentos de Schweblin, belleza y crueldad se hacen sinónimos. Del conjunto, puede que “Mariposas” sea la mejor muestra de lo que digo. En ese breve texto, unos señores esperan la salida de sus hijos frente a unas puertas cerradas, de un lugar que asumimos como un colegio. En la espera, una mariposa se posa en el brazo de Calderón, uno de los padres, quien la toma con su mano y, posteriormente, «la pisa con firmeza». Calderón se siente feliz porque su hija se ha puesto un lindo vestido que «le queda tan bien con esos ojos almendrados, por el color». Al final del relato, las puertas se abren, pero los niños no aparecen. En cambio, miles de mariposas salen volando en distintas direcciones, y «los padres intentan atraparlas. Calderón, en cambio, permanece inmóvil. No se anima a apartar el pie de la que ha matado, teme, quizá, reconocer en sus alas muertas los colores de la suya». Final descarnado, pero de una sutileza que nos lleva a afirmar que sí, la crueldad puede ser, efectivamente, bella.
Sobre la poética de Schweblin, quizá podemos extrapolarla de una breve cavilación del protagonista del relato “Cabezas contra el asfalto”. El personaje central reflexiona sobre sí mismo y dice: «hay muchas cosas que me ponen nervioso. No entender algo es una de las peores, la otra es esperar». Justamente los cuentos que componen Pájaros en la boca se caracterizan por esos dos elementos: ponen nervioso al lector al mismo tiempo que le generan ansiedad por ver qué sucederá al final de cada historia.
En suma, Pájaros en la boca llegó para encajar como pieza indispensable de la historia del cuento latinoamericano; a la vez que nos deja con ganas de leer más narraciones de su autora.
Pájaros en la boca
Samanta Schweblin
Literatura Random House, 2015
139 p. — Ref. $12.000