Nave, el nuevo espacio artístico del barrio Yungay, mezcló la música de Daniel Klauser con el clásico del cine alemán Berlín, sinfonía de la gran ciudad, de Walter Ruttmann.
Hace poco, y por esos asuntos que cuesta explicar en la vida, me junté con una ex para ver la película Berlín, sinfonía de la gran ciudad, de Walter Ruttmann; un poema a la máquina desde la Alemania entreguerras. En una hora, Berlín aparece como una protagonista improbable, un poco como C (llamémosla así) en mi vida: una ciudad que existe pero al mismo tiempo no (la capital de la película es anterior a los planes de Hitler). Lo que sí existen son las sensaciones y los ruidos que muestran el comportamiento programado de algunas personas —la mayoría—, de movimientos previsibles, que incluso se visten iguales, y caminan guiadas por un orden invisible y mecánico.
Tras la película, con C hicimos un resumen de los asuntos que han pasado. Caminamos al metro como dos humanos que por miles de motivos no se volvieron a ver más y me fui con la sensación de que vimos una película que no fue filmada para ver con una ex. Antes, mientras escuchamos al DJ Daniel Klauser, en la oscuridad de Nave (un lunar en medio del barrio Yungay), la película se transforma en un retrato de masas y no individuos, que solo enfoca a las personas en momentos de desmadre y angustia (por cierto aparece un suicidio). Entonces la película-muda-del-siglo-pasado vibra con la música-electrónica-actual y anuncia que la repetición de un comportamiento es el mejor control social posible. Incluso hoy, casi cien años después, cualquiera que salga de esa norma, será marginado, expulsado y empujado afuera. La segregación, sabemos, ordena el tránsito, la duración de los viajes, el paisaje humano y las costumbres. Pero no solo cambian los edificios, por ejemplo, recorriendo una ciudad como Berlín en 1927 o Santiago en 2016: también lo hacen los cuerpos de la gente, sus oficios y lo que esperan de la vida. Por supuesto, debe haber una palabra en alemán para nombrar todo esto y no es precisamente la traducción de sinfonía.
Ahora, toda esa no ficción de una ciudad que solo existe en la pantalla es más fácil de acomodar que la vida real: si a uno no le gusta el ritmo de las imágenes, mira para otro lado; si no le gusta la tracción animal de la época, puede ver al DJ apretar los botones. En la vida real no siempre se puede. Por eso el cine mudo mezclado con música electrónica es una experiencia alucinante.
Cuando me distraigo, mientras los beats siguen los latidos de un corazón acelerado, busco la mirada de C entre la oscuridad, pero no siempre la encuentro. Cuando nos despedimos, doy cuatro pasos largos y giro para buscarla, pero ya ha desaparecido entre un montón de gente que se mueve exactamente como se mueve la gente, a las nueve de la noche, en el metro.