Javiera Mena en Lollapalooza.
Parte así: miles de personas esperando en el Itaú Stage. Minutos después, Javiera Mena entra al escenario con una especie de bata blanca con capucha. Alcanzamos a ver unos anteojos de aviador naranjos. También unos botines brillantes color cobre. Mientras, camina hacia sus máquinas con el arrojo y la tranquilidad de una boxeadora veterana. No dice nada cuando comienza a sonar “Los olores de tu alma”, seguida de “Otra era” y “La joya”.
Es el primer día de Lollapalooza Chile 2016 y canciones como “El amanecer” o “Sincronía, pegaso” son bailadas y coreadas por un público transversal: desde la juventud que repleta habitualmente sus presentaciones hasta padres con sus hijos pequeños. El show de Mena continúa como un espejo de su show en el Festival de Viña del Mar, a excepción de una emotiva interpretación de “Esquemas juveniles” con un guiño final a Juan Luis Guerra: «Ay, ayayay, amor. Eres la rosa que me da calor», cerró.
Antes, casi un mes atrás, el escritor Álvaro Bisama lo dijo mejor en una columna: en el Festival de Viña del Mar no importa la música, las polémicas extrañas intensas y delirantes sí. Y si alguien padeció con dureza la exageración de un show que mantiene a sus televidentes en un estado infinito de angustia fue Javiera Mena. Luego de una presentación emocionante, vanguardista y, ante todo, robusta; no se habló de la importancia y consecuencias insospechadas de su show. La sustancia se perdió en medio de las caricaturas algo idiotas sobre su voz y el olvido de una letra cuando cantó con Alejandro Sanz, la poca sintonía con el público de Wisin y Don Omar o la degradación del humorista Ricardo Meruane.
Ahora, lejos de la parafernalia festivalera que lo consume todo, uno de los puntos fuertes de esa presentación fueron las coreografías provocadoras de las bailarinas dirigidas por Tuixén Benet, las pantallas con imágenes fantásticas y espaciales, como sacadas de un capítulo improbable y lisérgico de Star Trek. Y otra cosa: la manera en que alargó y deformó la extensión de sus canciones como un solo cuerpo, poderoso y único.
Todo lo anterior, parece perderse en una presentación de explanada a las 2.00 de la tarde. Por lo mismo, el show de Mena habría adquirido una potencia particular en el Perry’s Stage by VTR.
Con la aparición de Otra era (2014) quedó más que claro que lo que Javiera Mena busca en un escenario no es sonar como una banda en vivo, sino con la magnitud de un DJ de festivales. Pienso en lo impresionante que habría sido escuchar “Espada”, “Luz de piedra de luna” o “Yo no te pido la luna” —con su cara que canta en las visuales, en medio de una luna con un fondo morado— en el Movistar Arena. En el riesgo de romper con la dictadura del dubstep y del electro house. No era tan difícil: el año pasado MKRNI hizo un show impresionante con adolescentes que solo buscaban un DJ con el cual romperse la cabeza. Yo no pido la luna.