Testimonio de una habitante de El Melón, amenazada por el embalse de relaves mineros El Torito, a punto de provocar una nueva tragedia, como la del terremoto del 28 de marzo de 1965.
La Rita (51 años, artesana y apicultora) fue mi compañera de asiento en un bus de Santiago a La Calera. Admirada del calor que pudiera un ser humano soportar en un bus y del precio de una botella de medio litro de agua mineral semi congelada (500 pesos que en carros de supermercados venden cubiertas de escarcha de hielo en el frontis de la Estación Central), me dijo que vino a Santiago a una entrevista que le hicieron en una radio comunitaria de El Bosque, que ella era de la localidad de El Melón, en la Quinta Región Cordillera y que a sí misma se consideraba como a «una de las habitantes en peligro de extinción en el valle de El Melón». Porque allí, a escasos 130 kilómetros de Santiago, está a punto, nuevamente, de reventar una tragedia.
—Rita, ¿qué es lo que ocurre en El Melón?
—Lo que pasa, es que la gente de AngloAmerican cree que somos unos estúpidos.
—¿Por qué, Rita?
—Porque son ellos los responsables de que vivamos con un respeto a la mina que más que respeto parece estupidez, que más que estupidez parece miedo, que es peor.
—¿Estái enojada Rita?
—Más que enojada. Estoy sentida. La gente del pueblo no quiere darse cuenta, porque simplemente a muchos no les conviene, del peligro y del daño que representa el funcionamiento de la mina. Este año, el 28 de marzo, o sea el próximo lunes, se cumplen 51 años del terremoto del 65, en el que la rotura del tranque de relaves El Cobre cubrió por completo el valle habitado por campesinos y mineros, con una capa de barro de 3 a 5 metros de altura, sepultando vivas a lo que podrían llegar a ser mil personas, si es que alguna vez se pudieran desenterrar los cuerpos. La verdad es que todos en El Melón tenemos a alguien, familiar directo o simplemente por el hecho de ser vecinos o amigos, de muchas personas que perdieron a alguien en esa tragedia. Si uno cometiera la desfachatez de narrar en público las escenas del horror experimentadas esa tarde, ese mediodía del 28 de marzo de 1965, solo estaría cediendo al morbo. Pero hay que recordar que por culpa de los desechos de la minería, hace más de 50 años, murieron todas estas personas y, lo que podría llegar a ser lo peor de todo, la historia está punto de volver a repetirse como una pesadilla. Todo nuestro valle está a los pies de un tranque de relaves mineros cuyo muro de contención es de más de 80 metros de altura, y AngloAmerican, que son los actuales dueños, y a pesar que están por superar el límite de la capacidad del tranque, continúan arrojando sus desperdicios, alimentando una bomba de tiempo que nos amenaza a todos diariamente. El año pasado las abundantes lluvias estuvieron a punto de rebalsar el tranque. Imagínese la embarrada y el horror hace un año en el norte, cuando la mezcla de relaves y lluvias se llevaron las casas, las personas, inundando con un barro infértil Copiapó y Chañaral. Por su parte, las autoridades, y lo dijo el intendente hace un tiempo, no están actualmente preparadas para enfrentar una urgencia como el rompimiento del tranque. ¡Cómo no van a estar preparadas, organizar planes de emergencia es evidenciar el peligro que representan las actividades de la mina! ¿Y tú crees que a alguien le importa? AngloAmerican lleva años practicando una caridad coercitiva disfrazada de beneficios «sociales», que consiste principalmente en entrega de recursos a microempresarios, escuelas y actividades culturales chabacanas, solo les falta que cerquen el pueblo y que comiencen a repartir fichas y comida enlatada. Pero no, lo que hacen es dar puestos de trabajo potenciando la idea de una clase media consumista, poco reflexiva y sin respeto por el futuro de la tierra que habitan. El tranque de relaves está ahí, como una gigantesca sonrisa plateada, la sonrisa del diablo, la sonrisa del dios que es AngloAmerican en nuestra comuna.
—¿Estabas presente, tú, Rita, para el 28 de marzo de 1965?
—Mi mamá estaba embarazada de mí ese día, ella tenía unos burros por el sector de Las Guías, en la periferia montañosa del campamento minero que fue sepultado por el desplazamiento del relave, justo ese día tuvo que ir al pueblo para hacer unas diligencias, pololear yo creo, porque mi mamá era jovencita, y ahí, pasadas las doce del día, viene el terremoto, se rompe el tranque y en cosa de minutos una lengua gigantesca y plateada lo cubre todo. Yo nací el 3 de abril de 1965, en Calera. Unas primas mías desaparecieron en el relave. Mi mamá perdió a su abuela. Fue horrible. Y horrible es ahora observar el tranque El Torito, yo pienso que nadie quiere que vuelva a pasar una tragedia, pero a veces creo que no tanto, yo creo que AngloAmerican sí quiere, porque es una empresa negligente, inescrupulosa, que oculta información a la gente del pueblo.
—¿En qué actividades cotidianas se puede observar la presencia de AngloAmerican en El Melón?
—La primera que se me ocurre es que cómo pueden ser tan viles, tan sucios, como para tener instalados, en el pueblo mismo de El Melón, 15 pozos de extracción de agua sólo para ellos, cuando el año pasado estuvimos todas las personas del pueblo con cortes al suministro, bañándonos por presas, ¡abasteciéndonos en camiones que la misma AngloAmerican le «prestaba» a la municipalidad, una locura, un desprejuicio moral total! Y para más recacha, y disculpe mi lenguaje, la mayor parte del agua que extraen del pueblo, dejándolo seco, para sus faenas, termina inutilizada en la mezcla con los áridos de la extracción minera, cuyos millones de metros cúbicos están a punto de colapsar. ¿Tiene alguna lógica todo esto? Más allá de la ambición, del saqueo, que de por sí es egoísmo puro (pero que lo disfrazan de progreso, de desarrollo, que el sueldo de Chile y la cacha de la espada), está la nada y la destrucción.
—Rita, ¿cuál es el futuro que ves en la comuna?
—Veo dos futuros, uno corto y uno largo: en el corto, que es como el ahora después que nos separemos, o sea, algo muy cercano, veo que la gente del pueblo sigue pegada al televisor, hombres y mujeres, niños y ancianas, creyendo todo lo que ven, un pueblo en el que los jóvenes que tienen la oportunidad se van a estudiar a Valparaíso, pero los que vuelven, vuelven como funcionarios municipales u operarios o técnicos o subcontratados por AngloAmerican, en este futuro corto, la gente del pueblo continúa asintiendo desprejuiciadamente los dictámenes de una empresa transnacional sustentada en una ganancia mínima, efímera, comparada con el saqueo y el daño irreparable a la tierra que están provocando. En el futuro largo sólo espero que dejemos de ser tan sumisos, tan competitivos, nuestra felicidad es colectiva y si la gente de acá encuentra normal el hecho de tener que comprar agua envasada para cocinar y beber es que estamos con el agua de relave hasta el cuello.