Cristian Geisse acaba de publicar Ricardo Nixon School, una novela delirante y graciosa, a la vez que perturbadora y adorable.
La obra de Cristian Geisse, como la de los poetas que ha creado su döppelganger Fernando Navarro Geisse, se encuentra dispersa en distintas editoriales que, con más o menos recursos, han apostado por colocar primero el criterio literario antes que el comercial: Inubicalistas, Perro de Puerto y Cinosargo, por nombrar algunas. Este año, sin embargo, Geisse debuta en Planeta con Ricardo Nixon School, una novela delirante y graciosa a la vez, perturbadora y adorable. En esta entrevista conversamos sobre el diablo, la educación chilena y los autores perdidos.
—Hablemos sobre la novela: en algunas entrevistas has contado que tiene un fuerte componente autobiográfico. ¿En qué momento decides convertir tu experiencia como pedagogo en material literario?
—Lo que me interesa enfatizar cuando cuento eso, es que las condiciones de trabajo y estudio descritas en la novela no están exageradas. Y si resulta grotesco es porque la realidad es grotesca. En otros lugares yo hice clases en cursos casi fantasmas. Le pedían a uno que no pasara la lista de manera normal dando explicaciones truchas, pero al final era porque había alumnos que jamás fueron ni existieron. Y arreglaban las asistencias para cobrar la subvención y ganar plata. Por boca de otros colegas uno sabe de cosas aún peores. Colegios con cursos totalmente fantasmas, donde no había alumnos. Los casos de tipos que se fundían con la plata, cagándose a profesores y alumnos campeaban. Y campean. Los colegios cayéndose a pedazos y los sostenedores y directivos en los medios autos, con los hijos en los colegios más caros. Liceos donde se estudiaba electricidad y computación, pero los cinco computadores charchas que tenían no funcionaban porque no había energía suficiente para encenderlos todos. En general esto aplicado a la gente más pobre. Era verdaderamente indignante. Y nada de esto ha cambiado mucho al parecer, aunque es importante decir que no se puede generalizar del todo.
—Se ha dicho que Ricardo Nixon School es una crítica al sistema educacional chileno, ¿cómo te tomas estas lecturas?
—Mi interés al escribir la novela no era la denuncia, quizás era escribir una historia grotesca, pero ni siquiera de eso estoy seguro. Como te digo, gran parte de lo descrito en la novela se ajusta bastante a la realidad. Y la verdad es que los pobres reciben una educación de mierda y eso no ha cambiado nada. Y ellos siguen en la huella, mientras los más ricos siguen yendo a colegios de calidad, a las mejores universidades, y parten al extranjero con becas que podrían costearse ellos mismos. Este sigue siendo un país profundamente injusto. Si la novela sirve para visibilizar ese problema, a mí me parece bien.
—Esta es tu primera publicación en una editorial, digámoslo así, grande. ¿Crees que eso abre oportunidades para una obra como la tuya, en general dispersa en proyectos más independientes como Cinosargo, Perro de Puerto o Bordelibre?
—A todas esas editoriales que mencionas yo les debo mucho, porque me acogieron cuando nadie me conocía y se la jugaron por mí, creyendo en mis proyectos. A esos editores —Daniel Rojas Pachas, Cristóbal Gaete, Ignacio Herrera— yo los considero mis amigos, más allá de una relación editorial. Creo que no tendría ningún problema en seguir trabajando con editores independientes, sobre todo en la parte más experimental de lo que escribo, porque es más que seguro que las editoriales grandes no van a apostar por textos como esos. Una de las mayores diferencias que veo entre las dos experiencias es el grado de visibilidad inmediata que ha tenido mi trabajo. No me lo tomo como otra liga, mi compromiso con el juego es el mismo, pero el partido ocurre con más gente en el estadio. Tiene que ver con toda la plataforma mediática y crítica que son capaces de mover editoriales como Planeta. El mismo relato que es la base de Ricardo Nixon School —con cambios por supuesto— apareció en otro libro mío y no pasó absolutamente nada. Nada. Responsabilizo a un trabajo de difusión que la editorial podría haber hecho y no hizo. Igual hay editoriales independientes que hacen esa pega muy bien, casi tan bien como una grande, por lo menos en lo que a nuestro campo cultural respecta. Pienso por otro lado, que toda la visibilidad alcanzada por la novela, quizás me permita publicar más fácilmente. Espero, por lo menos, no tener que pagar por hacer un libro, que es algo que hice en varias ocasiones. Sigo buscando editor para la trilogía sobre el diablo que ya está terminada. Se me ocurre que ninguna editorial grande va a apostar por ese proyecto que es —hasta el momento, espero— lo más importante que he hecho. Además pienso que mi situación no ha cambiado mucho, más allá de esta pasajera visibilidad. Estuve tentado en algún momento a pasarme a caca y ponerme tonto. Pero no duró nada. Un día, quizás. Vivo en Vicuña y no estoy en las redes sociales, entonces como persona esto no me ha afectado casi nada. Lo que a mí me interesa es escribir bien y en las condiciones más dignas posibles. Si lo que ha sucedido con la novela me permite quitarme horas en el colegio y encontrar condiciones de escritura más holgadas, yo estaría feliz. Si me ayudan a proyectar mejor mi trabajo, también. Pero por el momento todo sigue más o menos igual.
—Llama la atención el uso de ciertos elementos fantásticos en la novela: la aparición de Terri, por ejemplo, que introduce una cuota de delirio y humor al mismo tiempo. Cuéntanos cómo decides romper el hilo narrativo, y el idilio imaginario entre el profesor y la alumna, con la figura de un perro.
—Al Terri yo lo vi por primera vez en la casa en que vivía Mario Verdugo en Valparaíso. Estábamos tomando cerveza y esa imagen vino a mí. El perro gris con chaqueta de mezclilla. Con chapitas y bien grasoso. En la sala, rascándose. Si no me equivoco, fue Mario el que le puso Terri. Supe inmediatamente que tenía que escribir sobre eso, sobre esa imagen. Además estaba toda esa experiencia grotesca que estaba viviendo yo como profesor. Cada día era una historia nueva. Yo sabía que alguna vez tendría que escribir sobre eso. Pero el Terri estuvo en el centro de todo desde el principio. La ruptura sorpresiva del hilo narrativo quizás tenga que ver con ciertas estrategias que alcancé a ver en algunos relatos de Nabokov, como Desesperación y Lolita, pero tampoco estoy muy seguro.
—Pasando a otro tema, el año pasado se publicó El arado de cinco dedos de Alfonso Alcalde en Das Kapital, cuya recopilación estuvo a cargo tuyo. Me parece que tanto en tu obra poética como narrativa hay mucho de Alcalde: el humor y la muerte —en el caso de tu obra, esos personajes que caen irremediablemente en la desgracia— como dos polos que están en constante diálogo. Una especie, si me permites la siutiquería, dialéctica constante. ¿Sientes que tus textos reflejan tu trabajo con la obra del autor?
—Claro que sí, y de muchas maneras. Pienso que soy amigo de Alcalde desde este lado de la muerte. Nunca lo conocí, pero he soñado con él como siete veces. Nunca dice nada. A mí me zumba el pecho y me dan ganas de abrazarlo. En serio yo lo quiero como amigo. Y le debo muchísimo al hombrón. De hecho, el efecto Terri —delirio y humor— tiene una clara influencia suya. En sus cuentos, en su novela y en sus poemas aparecen leones, caballos, perros, chanchos, toros, culebras que se mueven con soltura como un cristiano más. Sin duda Alcalde estaba ahí, riéndose conmigo, cuando escribía sobre el Terri. Tiene que ver también con la forma que tenía de lanzarse al abismo, los muchos riesgos que adoptaba, estilística y vitalmente. No le llego ni a la punta del zapato. Su vida es una extraña obra de arte, desmesurada y delirante, totalmente alucinada. Quiero pensar que todavía no termina, que esta segunda parte, donde estamos resucitándolo le va a dar un mejor final al que tuvo en algún momento; que va a ser un final tipo El peregrino del golfo.
»Y bueno, pienso que en mi caso los polos que se tocan son el humor y el terror. Es una mezcla curiosa, que se da con bastante frecuencia, no tengo mucha idea de porqué. Se da en Poe, se da en Dostoievsky, que son dos grandes a los que admiro, por dar solo dos ejemplos. El terror como un enfrentamiento desnudo a la ansiedad y el dolor que produce la muerte. El humor como un paleativo, como una salvación provisoria a la ansiedad y dolor que produce la vida. El grotesco y el absurdo como formas de risa o llanto. Pero no llanto, miedo. La risa y el miedo como emociones primitivas, animalescas. Soy bastante primitivo en ese sentido. Diría que me gusta serlo.»
—¿Hay algún otro autor chileno que rescatarías, por decirlo de algún modo, del «olvido» como lo hiciste con la obra de Alfonso Alcalde?
—Creo que ya hay bastante gente trabajando en el rescate de autores importantes y abandonados. Pienso que hasta hace poco estaban tirados escritores capísimos como Manuel Rojas, Pedro Prado, González Vera, Juan Emar, Daniel Belmar, incluso Pablo de Rokha y Droguett. Me parece notable lo que hace al respecto la editorial Tajamar con gente autores como esos y otros como Alfredo Gómez Morel. Algo supe sobre gente que está reeditando a Franklin Quevedo. Destaco trabajos hechos por Bordelibre y otros en torno a la obra de Estela Díaz Varín y Rolando Cárdenas. También el trabajo en torno a Martín Cerda hecho por Ediciones Universitarias de Valparaíso. Sé que hay gente que quiere reeditar a Luis Cornejo. Tengo una intuición importante sobre Mario Ferraro y un tipo llamado Pablo García de quien he leído un solo libro que estaba bastante bien. Pienso que debiera hacerse algo con Jaime Lazo. Son los que se me ocurren por ahora, pero sin duda son muchísimos más. Todavía peor puede ser lo que sucede con algunos vivos, que están en situaciones difíciles como la que estuvo alguna vez Alcalde. Quizás habría que centrarse más en esos.
—¿Hay planes de re-editar tus cuentos y los gólems que has publicado con el seudónimo Fernando Navarro Geisse?
—No es un seudónimo. Es un heterónimo. Quizás un doppelgänger. Es lamentablemente parecido a mí, pero es más fiero y está quizás aún más confundido que yo. Esa es una mezcla muy mala y peligrosa. Tiene una importante tendencia al suicidio y a la autodestrucción. Si bien vive en Vicuña, como yo, y Vicuña tiene apenas 10 mil un habitantes, nunca me he cruzado con él. Le tengo un poco de miedo. Supongo que alguna vez ocurrirá. Dicen, en todo caso, que nada bueno sale de un encuentro con tu doppelgänger. Como sea, entiendo que los inubicalistas quieren sacar una reedición de Los hijos suicidas de Gabriela Mistral, vamos a ver si se da. Pienso que sería genial tratar de reeditar Los nortes que hay en el norte o El pequeño odioso, que son libros —que sin ser el autor— me gustan mucho.
»En el caso de los cuentos, me han llegado algunas ofertas, algunas muy tentadoras y serias, o eso quiero pensar. No hablo de plata, por supuesto, porque no tengo esperanzas de ganar dinero con los libros, hablo de la posibilidad de llegar a más lectores de la mejor forma. Lo que más yo quisiera es publicar la trilogía sobre el diablo completa, en un solo tomo. Está lista y quiero apostar por eso, pero parece que voy a tener que hacerme de un poco de paciencia.»
—A propósito de la anterior: hasta ahora has publicado dos libros donde la temática específica tiene que ver con el diablo, ¿de dónde nace el interés por esa figura?
—En algún momento me di cuenta de que estaba escribiendo sobre él casi obsesivamente. Empecé a acumular varios cuentos donde Él aparecía. Así salió “En el regazo de Belcebú”. Y me di cuenta de que tenía otros cuentos de temática similar. Me agarré de ahí. El diablo es un magnífico. Es hermoso y terrible, da para tanto. Háblale a un niño del diablo y vas a ver cómo pone los ojos redondos y captas toda su atención. Es importante conocer al demonio, ojalá perderle el miedo, aunque es muy difícil. A mí ya no me visita tanto como antes. Quiero alejarme un poco de él, de todas esas temáticas. No me es tan fácil. Incluso hay días en que le rezo. El diablo está cambiando de formas continuamente, quisiera llegar a dejar de verlo como algo espantoso o temible, me gustaría llegar a entenderlo como una fuerza de la naturaleza a la que es posible abandonarse de cuando en cuando. Hace poco leí la extraordianaria intoducción a Queer que hizo Williams Burroughs. Ahí se refiere al Espíritu Feo. Creo entender perfectamente de lo que habla. Ya no quiero volver a enfrentarme con algo así. Quiero ver al diablo de otras formas. En eso estamos. Pero la trilogía está ahí, lista, esperando. Llámenme para ver si hacemos pacto. Acuérdense eso sí de “Symphaty for the devil”: «If you meet me, have some courtesy, have some sympathy, and some taste».
Ricardo Nixon School
Cristian Geisse
Planeta, 2016
144 p. — Ref. $11.000