El Leicester y el Atlético Madrid encontraron el éxito tras descubrir que sus oponentes habían olvidado las respuestas para contrarrestar sus anticuadas tácticas. ¿Qué significa esto para la filosofía legada por Cruyff?
Durante un tiempo, el dogma decía que la única manera de jugar, al menos para los clubes que se consideraban a sí mismos como parte de la élite, era al estilo Barçajax. El Barcelona de Pep Guardiola fue considerado como el modelo, produciendo un fútbol de extraordinaria brillantez, empujando los límites de lo posible en términos de control y posesión. Varios equipos lo siguieron, muchos de ellos dirigidos por entrenadores que, como Guardiola, estuvieron en Barcelona a fines de los noventas y que fomentaron el florecimiento de los ideales de Johan Cruyff hacia la ortodoxia.
Ese consenso colapsó en el último par de temporadas. No es solo la edípica guerra que José Mourinho ha librado contra el club que lo formó. El contraataque —o contraataquismo— está nuevamente en boga. La historia de la táctica siempre ha sido así: ciclos de tesis y antítesis, pero es la ruta que está tomando la síntesis resultante lo que hace a esta una época más fascinante que otras.
Guardiola se sintió como parte de la posta de una gran tradición, que viene desde el desarrollo del pase del Queen’s Park, pasando por Bob McColl al Newcastle, pasando por Peter McWilliam al Tottenham, pasando por Vic Buckingham al Ajax, y de ahí a Rinus Michels, Cruyff, el Barcelona y todo lo que vino después. Pero así como ese equipo pasó, también dejó atrás una enorme pregunta: hacia dónde avanza no solo esa tradición sino también toda la evolución táctica. Sería engañoso aclamar el fin de la historia, ya que siempre surge algo nuevo, pero ese Barça llevó una hebra de la evolución, quizá la más importante de todas, a un punto del cual parece imposible llegar más lejos.
El fútbol como un avión
El primer partido internacional que se jugó, entre Escocia e Inglaterra en 1872, fue también el primero en el que existe una relativa certeza respecto a las formaciones utilizadas. «La norma en la formación de un equipo», anotó el secretario de la Football Association, Charles W. Alcock, «era proveerse de siete delanteros y de solo cuatro jugadores para constituir las otras tres líneas defensivas. La última línea, of course, el portero, y frente a él solo había un full-back, que delante suyo tenía dos jugadores más para contener a los forwards contrarios».
Para contrarrestar el 1-2-7 de Inglaterra, Escocia alineó un radical 2-2-6, pasándose la pelota, y a pesar de estar en desventaja de peso frente a los robustos ingleses, consiguieron un valioso empate a cero. Al avanzar la década, Cambridge University, Nottingham Forest y Wrexham experimentaron con un 2-3-5, y desde entonces que existe un retiro gradual de delanteros. En los sesenta, el gran entrenador del Dynamo de Kiev, Viktor Maslov, comparó al fútbol con un avión, cuya punta se va haciendo cada vez más fina y estilizada. Cinco delanteros se convirtieron en cuatro que luego bajaron a tres para después ser dos, uno y ahora, con la evolución del falso nuevo, ninguno.
El proceso no ha sido pulcro, existen muchas excepciones (el esbelto y asmático G. O. Smith, por ejemplo, pudo haber jugado como un proto-falso nueve para el Corinthians en 1890) y hay muchos numerosos afluentes que se salen y luego vuelven a unirse al lecho principal, pero la disminución en el número de delanteros ha sido una clara tendencia. Pero ahora llegamos a cero, con equipos que juegan sin un ariete. ¿Qué es lo que viene a continuación?
El punto final de una teoría
El pintor ucraniano Kasimir Malevich generó una gran conmoción en 1915, cuando pintó su Cuadrado negro, justamente un cuadrado negro sobre un fondo blanco, y lo colgó en la esquina de un salón. Fue el nacimiento del Suprematismo. Más tarde ese año, pintó Cuadrado rojo, un cuadrado rojo en un fondo blanco, y luego, tres años después, mostró Blanco en blanco, un cuadrado blanco en un fondo blanco. Ese fue el punto final de su movimiento: en su búsqueda por lo absoluto, no quedaba ningún lugar al cual avanzar sin convocar al menos una imagen en el lienzo.
En parte por razones políticas —Lenin admiraba a Malevich pero Stalin sospechaba de la abstracción y fomentó el Realismo Soviético— y en parte porque llegó lo más lejos que pudo con el suprematismo, en la década del veinte Malevich regresó a sus inicios y retomó un trabajo más figurativo. A pesar de que su arte tardío trata en gran parte sobre los trabajadores –Una joven en los campos, Jardinero– está lejos de ser naturalista. Es una extraña versión modernista del Realismo Soviético. Malevich, en otras palabras, habiendo perseguido la abstracción hasta donde fue posible, continuó su proceso de reinvención reinterpretando las viejas tradiciones, filtradas con el conocimiento que obtuvo después.
Pareciera que ese es el punto al cual ha llegado el fútbol de hoy: por un lado de su evolución, llegó a su punto final; pero justamente, al no tener hacia dónde avanzar, ha comenzado a invocar elementos del pasado.
Pero incluso la revisitación no es nueva en sí. Grecia en la Euro 2004 entrega quizá el ejemplo más obvio. Otto Rehhagel planteó un equipo de marca al hombre, una tendencia que había pasado de moda dos décadas atrás. Sucedió que sus rivales tenían muy poca experiencia enfrentándola. Los delanteros que habían aprendido a lidiar con sistemas de marca zonal, que conocían las debilidades de esas defensas, que sabían dónde y cuándo buscar espacios, se encontraron de pronto sofocados. El éxito de Grecia en ese torneo no llevó a una masificación de la marca al hombre, pero fue parte de una tendencia por el reciclaje.
La dialéctica de la posesión
La evolución no avanza en línea recta; no es una simple progresión, y tampoco existe un único cause. El otro gran desarrollo que surgió de ese primer partido internacional de 1872 fue el passing, o juego de pase. El fútbol hasta entonces era un juego en el cual se atacaba con la cabeza gacha y hacia delante, pero los escoceses se dieron cuenta que pateándose la pelota entre ellos podían compensar mejor la ventaja de peso que disfrutaba Inglaterra.
En sus comienzos, el fútbol se enfocaba principalmente en tener la pelota y tratar de hacer uso de ella, pero, cincuenta años después, el contraataquismo apareció, practicado por Herbert Chapman, primero en el Northampton y después, más significativamente, en el Huddersfield y el Arsenal. Para mediados de los sesentas, las posiciones estaban atrincheradas: un lado creía que la posesión era lo más preciado y el otro prefería el contraataque (que a su vez se dividía en dos: entre los que veían a las transiciones rápidas como algo necesario para quebrar las cada vez más sofisticadas defensas —y que también estaban preparados para tolerar un estilo más arriesgado— y los que creían que los partidos se resolvían por errores y que los errores, a su vez, eran proporcionales a la tenencia de la pelota).
El último medio siglo ha visto una constante dialéctica entre las filosofías que priorizan la posesión y las que promueven la velocidad en la transición. Cuando Guardiola estuvo en el Barcelona, las posiciones se hicieron inconfundibles: la posesión radical se enfrentó a la no-posesión radical de manera obvia en la semi final de la Champions League 2010, cuando el Barça, con el 81% de la pelota en el partido de vuelta, no pudo conseguir una victoria suficientemente holgada contra los 10 hombres del Inter de Mourinho.
La derrota del Barcelona en la semifinal del 2013, contra el Bayern de Jupp Heynckes, o la eliminación del equipo muniqués, dirigido el 2014 por Guardiola, a manos del Real Madrid, se sienten como reajustes a esta tendencia: era el contraataque contraatacando. Después de los excesos de la batalla Guardiola-Mourinho, y de la dominancia de la escuela Barçajax, una reversión ocurrió y el consenso ha aparecido.
El presente dispar
La presión alta del Borussia Dortmund de Jürgen Klopp obligó a Guardiola a perseguir, en algunos partidos, una estrategia de pases verticales directos, buscando saltarse la presión. En parte debido a la circunstancia, pero también por la presencia de Robert Lewandoski en su equipo y porque el plantel del Bayern no se crió en el juego de pases que se enseña en la Masía, Guardiola se ha hecho menos fundamentalista.
Al mismo tiempo, el Barcelona también ha dado un paso atrás respecto al purismo que dejó Guardiola. La compra de Neymar y Luis Suárez significó, sumados a Lionel Messi, tener a tres definidores de área, mientras que la integración de Iván Rakitic en el lugar de Xavi les dio un estilo de pase más vertical en el mediocampo. Este Barça es más directo y hay una clara división entre los siete de atrás y los tres de adelante; la sensación de universalidad que alguna vez proyectaron —la mayor en la historia, según Carlos Alberto Parreira, con una especie de 4-6-0— ha disminuido.
Al mismo tiempo, hay un creciente número de entrenadores que se sitúan fuera de esa línea, quizá no en directa oposición a la tradición Barçajax como lo hace Mourinho. El más exitoso ha sido Diego Simeone y su Atlético de Madrid. Su carácter es heredado de la tradición del antifútbol argentino. Cuando Simeone tenía 14 años fue entrenado por Victorio Spinetto, quien efectivamente inventó el antifútbol durante su época como director técnico de Vélez Sarsfield, entre 1942 y 1956; sus ideas fueron adoptadas por uno de sus jugadores, Osvaldo Zubeldía, quien lideró al llamativo Estudiantes de fines de los sesentas. Un equipo que presionaba, que hacía la trampa del offside antes de que se masificara en Argentina, y ensuciaban, peleaban y se salian con la suya a como diera lugar. En ese plantel estaba Carlos Bilardo, que dirigió a Argentina en los mundiales de 1986 y 1990, e instaló los cimientos del Estudiantes que Simeone llevó en 2006 a su primer título en 23 años.
Tácticamente, sin embargo, el fútbol de Simeone es muy diferente al de Zubeldía. Aunque el Atlético ha presionado más esta temporada que las anteriores, pillando continuamente al Bayern desprevenido en la ida de la última semifinal europea, su propuesta por defecto contra los grandes clubes es esperar atrás, absorver la presión antes de trabajar la pelota rápidamente hacia delante.
El fútbol de Klopp, si bien comparte ciertos principios bielsísticos con Guardiola, es esencialmente una reconfiguración de la tradicional agresividad inglesa, acosando al rival en la presión. Siendo la paradoja que, los clubes ingleses que realmente prosperaron en competiciones europeas —el Liverpool y el Nottingham Forest— lo hicieron moderando esa tradición y practicando un juego más basado en la posesión.
Incluso el éxito del Leicester, con toda la singularidad de su logro, puede ser visto como una reinterpretación de un estilo anticuado de juego. Incontables cuadros de hace treinta años jugaron con defensas estrechas, laterales bastante cautelosos, dos mediocentros trabajadores, un volante técnicamente virtuoso y un goleador junto a un rápido segundo delantero.
El Watford también, en la primera parte de la temporada al menos, se benefició al tener dos centrodelanteros, aunque uno de ellos, Troy Deeney, jugó bastante más retrasado. Una generación de defensas centrales ha crecido jugando contra delanteros solitarios, yendo uno a la marca y el otro a la cobertura. Con dos atacantes, no hay un central de cobertura y eso cambia toda la configuración de la defensa. ¿Podría haber sido Jamie Vardy tan devastador esta temporada sin la comañía de Okazaki, que siempre mantuvo ocupado a uno de los defensores?
Como la Grecia de Rehhagel, el Leicester planteó preguntas que sus oponentes se habían olvidado cómo responder, un recordatorio de que la evolución táctica no es lineal ni tampoco cíclica, sino una compleja combinación de las dos. Algunas viejas ideas no son redundantes sino que pueden volver a ser propuestas y reempacadas en el juego moderno. Por ahora, mientras el impacto de uno de los equipos más renovadores se desvanece, el pasado es la vanguardia.
* Un artículo escrito por Jonathan Wilson, publicado originalmente en The Guardian y traducido por Cristóbal Bley.