Radiohead, LCD SoundSystem, Sigur Rós, PJ Harvey, Tame Impala, Brian Wilson, The Last Shadow Puppets, Air, Beirut y más.
Música junto al mar
Todo empezó con un cartel de un peso descomunal, que fue algo así como si Godzilla emergiera de pronto del Mediterráneo y pusiera un pie sobre Barcelona sembrando la histeria colectiva que agotó en tiempo récord los abonos: Radiohead, LCD SoundSystem, Sigur Rós, PJ Harvey, Tame Impala, Brian Wilson, The Last Shadow Puppets, Air, Suede, Beirut,… era los primeros nombres que alcanzaba la vista y aceleraban el corazón en el cartel del Primavera Sound 2016.
No fueron pocos (me incluyo) los que con comprensible incredulidad pensaron inicialmente en Photoshop, en otro de esos carteles fakes, pero no, estaba pasando. Las noticias anunciaban que Godzilla había llegado y resulta que su cola era más larga de lo que habíamos imaginado.
Porque aparte de los grandes nombres y los récords de asistencia que superaron los 200.000 espectadores, este año el fenómeno del Primavera Sound ha tenido un importante eco en la ciudad de Barcelona, expandiéndose desde su sede en el Parc del Fòrum (alejada del centro) para llegar a distintos barrios, salas de concierto e incluso bares donde la oferta de tocatas gratuitas, encuentros y charlas de profesionales en torno a la música, ha llegado a más personas que nunca.
Todo como parte de un destacable esfuerzo por no convertir el crecimiento del festival en lo más cómodo: un exceso mezquino que se recrea en sí mismo. Por el contrario, el éxito del Primavera Sound se proyecta cada vez más en un diálogo con la ciudad que equilibra los intereses privados con los públicos. Un sello que a modo de gestión y tendencia vale mucho la pena seguir de cerca.
Jueves 2
Iba en el metro camino al primero de los tres días principales del festival. Reviso una vez más el programa que tengo marcado y no importa con cuántos meses de anticipación haya estado preparándome, en el último momento todo se vuelve inabarcable otra vez, incluso aparecen nombres de bandas o artistas que jurarías que antes no estaban ahí, amenazando con descalabrar todo intento de itinerario.
Es que dejando atrás a los cabeza de cartel se desplegaban una cantidad de nombres y estilos que al final eran el verdadero cuerpo del festival. Como en los contratos, aquí la letra chica es clave. En este enorme buffet (para el que sabemos nuestro estómago no dará abasto), se encontraban las tres bandas chilenas de este año: Tunacola, Planeta No y Chicago Toys, que además de sus presentaciones en el Fòrum (no siempre fáciles por horarios poco concurridos o coincidencias con grandes presentaciones) eran parte de los encargados de animar las jornadas de conciertos gratis en el emblemático barrio del Raval.
Llego. El Parc del Fòrum es un espacio gigantesco y gris, entre a medio terminar y a medio abandonar. Un aborto de la época pre crisis española donde se construía sin control ni vergüenza.
¿Queda alguien en la ciudad? Podía preguntarse uno al ver el recinto atestado de la más variopinta fauna proveniente de 124 países. Evitaré demorarme en la descripción de las tenidas, los hipsters y lo dicho ya tantas veces en reseñas festivaleras. Solo diré que hasta ahora en la predicción de futuros post-apocalípticos va ganando por lejos Her contra Mad Max.
Aunque el festival se hace al lado del mar, no había en versiones anteriores un aprovechamiento tan tácito de este factor como este año, donde entre otras novedades se inauguró un espacio de 7.000 m2 llamado Beach Club, que no solo da al Mediterráneo, sino que cuenta con camarines, toallas y hasta salvavidas para que los perlas se refresquen al ritmo de las últimas tendencias electrónicas con exponentes como Todd Terje, Maceo Plex, Maars, Simian Mobile, entre otros.
Pero no habíamos venido a la playa, por muy embetunados de protector solar que anduviéramos. Te distraías y te perdías el show audiovisual de Suede Night Thoughts a puertas cerradas, para el que necesitabas avivarte y conseguir entradas gratis o te perdías a Lee Renaldo & El Rayo, con el ex Sonic Youth presentando nuevo álbum o el carismático show multimedial del compositor y director de cine de terror (clásico a estas alturas) John Carpenter. Y esto era solo el comienzo.
Air
Es el primer nombre grande del día. El dúo francés se presentaba en uno de los dos escenarios principales, el de nombre de marca de ropa (no caeré en su sucia trampa auspiciadores) y sería una de las cumbres del festival en cuanto a calidad de sonido. Nitidez y perfecta sincronía entre sintetizadores e instrumentos análogos, donde destacaba la batería que dotaba de particular fuerza a las melodías característicamente etéreas de la banda. Esto quedó claro desde un principio con una potente ejecución de “Don’t be Light”.
Podía apreciarse desde ya también una muy buena dirección en los videos que acompañaban la presentación (y que sería la tónica en todo el festival), no solo limitándose a hacer primeros planos o planos generales, sino que aportando intención y dinamismo a la presentación de la banda.
Comienza a atardecer y como perfecta banda sonora para ese momento, tocan una impecable “Cherry Bloosom Girl”, que por primera vez genera una verdadera respuesta por parte de un público que nunca terminaría de entrar en calor, en parte por un repertorio que no fue todo lo contundente que podría haber sido, considerando que el dúo está celebrando con esta gira sus 20 años de trayectoria. Tiene sus desventajas ser banda de tipografía grande y empezar a echar a andar la máquina festivalera. Todo está muy frío aún.
Kamasi Washington
Sonaban como una de las presentaciones más esperadas del festival. No son una banda de jazz que rompa esquemas ni mucho menos, pero despliegan un show potente, divertido, virtuoso y emotivo por partes iguales, partiendo por el mismísimo Kamasi, que con saxo en manos rememora la figura casi mítica del viento principal llevando el peso de una banda de jazz. Ya habían empezado cuando llegué, pero pude presenciar el duelo de solos de batería que dejó entre espalda y asientos a toda la audiencia, el arrojo de la cantante Patrice Quinn quien se empeñaba en demostrarnos con su canto (más que con su voz) que ese tremendo teatro le quedaba chico y un momento íntimo cuando Kamasi hacía agonizar su saxo tocándolo muy, muy suave, generando un sonido rasposo de fondo como la aguja de un tocadiscos que acompañó la tenue melodía, seguida atentamente por un teatro enmudecido, hasta que a un pelmazo le sonó el celular. Al final del concierto el público aplaudía de pie, tan eufóricos que podrían haberse ido felices para la casa altiro, aunque estuviera recién comenzando la jornada.
Explosions in the Sky
¿Qué se puede decir de esta banda de rock instrumental que comienza a ser fetiche del director de cine David Gordon Green? Tocan bien lo que tocan, su música gana bastante en vivo, logran generar atmósferas y se retuercen un montón hasta con los pasajes más sencillos, pero pese a todo, personalmente no me prenden. Quizás influya el nombre de la banda, tan rocambolesco y sobre prometedor. No sé. Aún así no se puede culpar a nadie que le gusten, de hecho el público se mostraba afectado positivamente con el show, especialmente con el apoteósico tema final “The Only Moment We Were Alone”, que fue muy agradecido por el respetable que se fue raudo al concierto que empezaba justo atrás…
Tame Impala
Los australianos salieron a escena con un público mucho más grande y expectante que en su anterior presentación en el PS de 2013. Se nota la consolidación y masificación de la banda liderada por Kevin Parker, que con su cercanía usual dijo antes de empezar que este regreso al festival era algo que esperaban hace mucho tiempo. Y sonaban todo lo bien que uno esperaría, sin embargo, aparte de incluir las canciones de su último disco, no ofrecían a grandes rasgos algo muy diferente a su performance anterior. A nivel sonoro, los instrumentos se unificaban tras una especie de filtro saturado como si estuviesen sumergidos, dando esa identidad característica de la banda. Pero esta misma estética hacía echar de menos que alguna guitarra o bajo se saliera de esa contención para golpear de vez en cuando con un sonido más potente y menos estilizado, sobre todo en canciones más fuertes como “Elephant”, “Let it Happen” o “Apocalypse Dreams”.
El setlist fue bueno y bienvenido, el tercer disco le viene muy bien al repertorio de la banda, que en formato festival, no tiene cómo no ir de hit en hit de principio a fin y aún así, dejar la sensación de quedarse cortos. Y a propósito de cortos, pasada la mitad del show se cortó el sonido de golpe en mitad de “Eventually”, y pese a la buena disposición del público que siguió coreando el tema y a los gestos de comprensión y paciencia de un descolocado pero siempre amable Kevin Parker, no fue hasta 10 minutos después que pudieron continuar ante una audiencia fiel que retomó la parte final de la presentación con gritos de apoyo y aplausos.
LCD Soundsystem
Resumen en una imagen: una aplanadora con el cilindro ese grandote que tienen, lleno de espejos como una bola de disco.
Es que esto fue de una contundencia inapelable. Impecable sonido, impecable interpretación, energía, euforia multitudinaria y el cuerpo que volvía a moverse con fuerzas de no sé dónde pasadas las una de la mañana después de un día de festival agotador. Todo era culpa de James Murphy y compañía, que no querían dejar duda alguna que estaban de vuelta tras su parón de 2011. Desde el escenario de la bebida alcohólica, bajó una bola de espejos gigante acompañando la percusión inicial de “Us V them” y de ahí fue un fiestón de no parar, tanto así, que en un momento hasta se me activó esa parte del cerebro que se pregunta si no estaremos molestando a los vecinos (parece chiste fome pero fue en serio).
Siguieron con “Daft Punk is Playing at My House”, “I Can Change”, “Tribulations” “Movement”, “Yeah”, “Someone Great”, “New York I love you but you’re bringing me down” y así hasta cerrar con “All my Friends”.
La particular figura de Murphy en el escenario, que a primera vista remite más a un oficinista de rango alto-medio dándolo todo en un karaoke después de la pega, pasa rápidamente a ser la de un líder con una identidad única. Estamos hablando de alguien que produjo a Arcade Fire y participó en el Blackstar de David Bowie (de quién claramente bebe inspiración, solo basta con escuchar “New York I love you but you’re bringing me down”). Es todo. Su forma de cantar, cómo desarrolla las canciones, cómo se mueve por el escenario como si de repente se le olvidara donde está o como si se hubiese cansado y fuera a decir en cualquier momento: hasta aquí no más llegamos. Cómo se relaciona con la banda, que de repente presenta a un músico a pito de nada en mitad de una canción, nombrándolo por su nombre a secas y apuntándolo con el dedo seriamente sin dar más pistas. La primera vez el público no captó la dinámica y quedó más bien descolocado. Pero Murphy no se inmutó y después de un rato siguió su juego, hasta que el público entendió cómo se jugaba y llenó de aplausos sus presentaciones. Parece enojado, pero está contento. Parece ser el tipo de persona que llama indignado a la policía por el ruido pero no, él es la encarnación misma de la fiesta y la fiesta disco-funk-house seguirá con un nuevo disco que ya anunciaron para pronto.
Battles
¿Cómo, después de lo anterior no nos vamos para la casa? Son las 3 de la mañana y ya me hablo a mí mismo en plural como Gollum, ha sido un día intenso pero justo camino a la salida del Festival queda el escenario de una famosa marca de lentes de sol donde toca el trío neoyorquino Battles. Contratiempos, síncopas, experimental, todo lo que a esa hora se agradece. No mucho público porque el día siguiente es laboral, asumo, pero el suficiente para que la banda sienta que el pique ha valido la pena. Andan presentando su nuevo disco La di da di que es el primero íntegramente instrumental y que mezclado con temas de sus discos anteriores, desparramaron enérgicamente sin ningún tipo de pirotecnia adicional. Esta es una de esas bandas hechas para ver en vivo. Cuando escuchas sus discos sabes que solo terminarán de tener sentido una vez que los veas sobre un escenario. Y así fue.
VIERNES 3
Temo que los guardias no me dejen entrar la Redbull que intento disimular dentro de mi chaqueta. Todos los guardias que me topo están tomando Redbull. Tras la noche anterior, somos todos amigos.
Poleras de Radiohead everywhere. Por lo general por estos lares la gente no llega con anticipación enfermiza a los conciertos, pero algo me decía que esta vez sería distinto gracias al cabeza de cartel y como a estos prefiero verlos de cerca (ya habían habido quejas además en el festival que de lejos se escuchaban muy bajos algunos conciertos), fui a echar un vistazo al escenario de la bebida alcohólica donde tenían previsto tocar, y ahí, tres horas antes de su presentación, ya estaba casi copada hasta la primera barrera de división.
Savages
Me quedé entonces y cambié mi itinerario. Le dije adiós a Lush y me quedé a ver lo que viniera antes de Radiohead y la sorpresa fue más que grata: Savages, un cuarteto de chicas inglesas que no voy a hacer que conocía de antes (qué es eso de andar quedando bien en todas como reseñista, qué mentira más grande) con cuatro cortos pero intensos años de trayectoria con un estilo duro y directo de post-punk.
Por calidad y actitud, se entiende que la mayoría se apure en defenderlas cuando se sugiere que la gran cantidad de público presente en su actuación se debía solo a que venía Radiohead después, pero las cosas como son: poleras del cabeza de cartel por todos lados, conversaciones sobre Thom Yorke y los suyos que no paraban de escucharse. Yo preferiría verle el lado bueno al hecho de tener un montón de gente delante (público tuyo o no) a quien darle un espectáculo. Lo digo porque su misma vocalista, la incansable Jehnny Beth, interpeló a los presentes poco después de comenzado su show diciendo rudamente algo así como: «Porque ustedes están aquí por la música, ¿no? Están aquí solo porque aman la música, ¿verdad?», como asumiendo que estaba ante muchos fans incondicionales de una banda que no era la suya, pero que aún así tomaría el reto de sacarlos de su ensimismamiento a punta de canciones filosas y actitud. Y lo logró.
Pese a que la luz del día tampoco terminaba de poner en contexto a las oscuras Savages (excepto a su baterista Fay Milton que lucía casi siempre una dulce sonrisa), se mandaron una presentación trepidante con una Jehnny Beth demoledora, que se movía de un lado a otro, mirando con agudeza entre el público como si alguien le debiera plata, desafiando a los asistentes, acercándose a ellos, gritándoles en la cara, saltando entre la multitud para cantar arrastrada por los brazos, dando instrucciones (literalmente) de cómo comportarse en un concierto a gran parte de esa panda de niños sensibles indie que por azar tenía en frente, en síntesis: una verdadera coaching de las tinieblas y la desesperanza. Pese a como suena todo esto, el gran mérito era que lograban conexión con el público y se veían felices y agradecidas. Cerraron con la canción “Fuckers”. Igual sonó como a dedicatoria.
Beirut
Nadie se movió un ápice así es que me quedé en el escenario de la bebida alcohólica, pero en el de atrás, el escenario de la marca de ropa, empezaba a sonar Beirut que pude escuchar de lejos pero ver de cerca, porque en las pantallas que tenía frente a mí transmitían íntegramente el concierto. Pese a que Zach Condon salió bien forrado con una banda que incluía los vientos necesarios para darle todo el sonido que uno espera a sus canciones, fue al final una presentación algo falta de alma. En parte por el repertorio que partió bien hasta “Santa Fe” pero que después se diluyó por canciones quizás adecuadas para una presentación más larga, y en parte por la disposición ambigua del público que tenía un pie en Radiohead. Un concierto correcto pero, hay que decirlo, más aburrido que bostezo de notario.
Radiohead
Pasaban las horas y la gente se seguía amontonando atrás. Alguien dijo después 50.000 personas. Eso es casi toda la asistencia de un día. Puede ser, había muchísima ansiedad con este concierto, se podía sentir. Con todo el oleaje de cuerpos que orquestó Savage yo había terminado bastante delante y ahí me quedé hasta que se fue el sol y la salida de Radiohead, tras ocho años de ausencia en la ciudad, se hizo al fin realidad.
El inicio es potente con “Burn the Witch” y como se sabe lo vienen haciendo en esta gira, tocaron de corrido los cinco primeros cortes de su nuevo álbum A Moon Shaped Pool. Lo mejor de esto es que como son canciones no tan hits y muy recientes, nadie las canta y se puede escuchar a la banda un buen rato de forma muy nítida. Hubo algunos problemas técnicos de sonido al inicio, a veces la guitarra, a veces la voz, pero nada que se escape a los típicos ajustes de las primeras canciones en un festival. No se extrañaban los preponderantes arreglos orquestales del disco, las adaptaciones estaban deliciosamente ejecutadas, y contaban con la participación adicional en percusión de Clive Deamer, baterista de Portishead que también acompañó a Radiohead en su anterior gira.
Terminada “Ful Stop”, como en un acuerdo tácito entre el público y la banda, cerraron el ciclo del nuevo álbum (del que solo se volvió a escuchar “The Numbers” más adelante) y se desató la toletole con “The National Anthem”, que abrió lo que sería un trepidante y generoso repaso de las canciones más emblemáticas de la banda. Casi como un mediador entre la primera y la segunda parte del concierto saltó sorpresivamente “Talk Show Host”, célebre lado B de la época del The Bends, que a nivel sonoro según yo, está emparentada con A Moon Shaped Pool (compárenla con la melodía central de la guitarra de “The Numbers”) y luego “Lotus Flower”, “No Surprises”, “Pyramid Song”, “The Numbers”, “Karma Police” con un emotivo final donde el público siguió coreando la parte de «I lost myself» y la banda se mostró visible y positivamente sorprendida, tanto que Thom volvió a tomar la guitarra y con una sonrisa en la cara acompañó al público en los acordes finales. Un gesto pequeño pero que para mí fue clave en el concierto. Por muy parcos que puedan parecer a veces los Radiohead, como a cualquier banda los determina muchísimo el ánimo del público, entonces sí, tocaron con mucha intensidad lo que siguió, lo que es bueno, pero a veces los cánticos de la masa eran tantos que se perdía al menos la voz de Yorke entre el griterío, lo que no es tan bueno, pero una cosa por otra, parte de la comunión.
Siguieron “Weird Fishes/Arpeggi” “Everything in its Right Place” “Idioteque” “Bodysnatchers” y “Street Spirits”. Se fueron en un amague que no se lo creyeron ni ellos y volvieron rápidamente con una intrincada “Bloom”, llena de recovecos sonoros, luego la ineludible “Paranoid Android” y después “Nude”, “2+2=5” y “There There” y aquí podría haber terminado la cosa, de hecho el público si bien entusiasta, no tenía la coordinación suficiente para gritar algo que sonara con más fuerza, así todos juntos. La desventaja de tener a tanta gente de distintas partes del mundo supongo. Entonces pensé: puede que no vuelvan. Pero volvieron y con una canción que no estaba en el setlist oficial impreso: “Creep” y fue gracioso el gemido de la gente ante los primeros acordes, duró solo unos segundos, pero fue algo así como un amasijo de risas, lamentos y euforias. Muy raro. Yo pensé que estaba superada ya la polémica de “Creep” desde que la banda la retomó esporádicamente en vivo por ahí por el 2006, pero al parecer Radiohead tiene mejor asumido y se toma con más calma algo que al público, al parecer, todavía le cuesta digerir.
Sin embargo el final fue épico, con Thom acercándose al público, apuntándolo enfáticamente con el dedo para decirle: «You’re so fucking special!». Y así fue como los que estábamos frente a ese escenario nos llevamos dos «Fuckings» de final de concierto como dedicatoria a nuestro desempeño. Nada de mal.
The Last Shadow Puppets
El bajón del festival.
El dúo compuesto por el vocalista de Arctics Monkeys, Alex Turner, junto a Miles Kane, ex cantante de The Rascals, volvía a las pistas luego de su contundente álbum de rock/pop/soundtrackdepelículantigua de 2008 The Age of the Understatement. Ocho largos años pasaron y hace poco estrenaron su Everything You’ve Come To Expect, que siguiendo una línea similar, aunque no tan efectivo, logra ser una colección de pequeñas joyitas pop, muy bien logrado a nivel de estudio.
Entonces había muchas ganas de escucharlos, sobre todo para ver cómo trasladaban su sonido del disco, lleno de arreglos de chelos y violines, a la experiencia en vivo ¿El resultado? Una burla. Técnicamente partieron sonando muy mal en el escenario de la marca de ropa. Un cuarteto de cuerdas que no se escuchaba en las primeras canciones y una suciedad en la interpretación que bueno, se podría transar porque en vivo la cosa es distinta y la actitud de la banda tiene algo de desparpajo que tampoco queda mal, pero rápidamente te dabas cuenta que no se trataba realmente de una propuesta sonora, sino de una presentación descuidada y en esto el principal responsable no era otro que Alex Turner, que en evidente estado de ebriedad (como mínimo) sobrepasaba rápidamente la delgada línea que existe entre el showman y el «ya tío vaya a acostarse» del bautizo. Se lanzaba al suelo, se contorneaba grotesca, innecesaria y tristemente, se paseaba por el escenario poniendo evidentemente incómodos al resto de la banda, que apenas lo miraban como para no darle más cuerda. Daba risa en el momento, claro, es que no paraba, se ponía a hablar en español y gritaba a cada rato: «¡Priiiiiimaveeeeeeerrrrrrraaaaaaaa!», con acento gringo y arrastrando toda la frase como si fuera el nombre de la mujer por la cual estaba ahogando sus penas. Alguien del público cerca de mí dice: «Amy Winehouse» y se me va la sonrisa de la cara. El asunto es serio. No es una noche. Hasta en entrevistas recientes sale en mal estado Turner y según me han contado amigos que los han visto en otros conciertos de esta gira, el jugo es el mismo en todas partes y el punto es que antes no era así, ni en Arctic Monkeys ni en las performance de The Last Shadow Puppets en 2008. Algo anda mal y Miles Kane, que intenta echarse la banda al hombro, lo sabe, pero hace que no pasa nada. Cuando ya no lo puede evitar porque tiene a Turner sobajeando su cuerpo contra el de él, le pega una sonrisa y se hace el dicharachero, pero se le nota en otra sintonía, se le nota que prefiere no tocar a la gallina de los huevos de oro y parece rezando para que un milagro lo devuelva a sus cabales.
Cuando estás asimilando todo esto ya se te fue como la mitad del concierto y tu atención a estado en cualquier parte menos en la música, que dadas las circunstancias evidentemente no puede salir del todo bien. A Turner se le cae el micrófono y no se da cuenta y sigue cantando, a Turner se le olvida devolverle el micrófono a Miles quien corre a arrebatárselo bruscamente para cantar su parte, Turner se tropieza con el atril del micrófono que cae, luego lo levanta enajenado y por un momento parece que lo va a lanzar al público, pero vuelve a apuntar y lo hace violentamente sobre el escenario.
Asumo que gracias a que gran parte del respetable estaba a esas horas más o menos en el mismo estado que Turner, la respuesta en general era buena y el concierto llegó a tener genuinos momentos altos (al menos en entusiasmo) con “The Age of The Understatement” o “Bad Habits” o el cover de “I Want You (She so Heavy)” de The Beatles y pese a todo Turner cuando tomaba el micrófono lo hacía bien, pero lo lamentable es que uno sabía que fácilmente podría hacerlo aún mucho mejor.
Sé que son cosas distintas, pero me acordaba de cómo el disco Mondo Cane de Mike Patton (con mucha orquestación y estética pseudo mafiosa como los Shadow Puppets) subía aún más de nivel en vivo alcanzando una nueva dimensión y más lamentaba cómo este regreso desperdiciaba la oportunidad de tomarse en serio. Una pena realmente. Terminé pensando en la mamá de Alex Turner ¿Qué pensará la señora al ver a su hijo así? Debe estar pasándolo mal. Le mando un saludo y un abrazo desde acá si está leyendo esto señora Turner.
Retirada
Había tocado por mientras Animal Collective en el escenario de la marca de lentes de sol, mientras que en el de la bebida alcohólica empezaban los Beach House que contaban con un público fiel repletando la explanada. Buen sonido y una Victoria Legrand saliendo a escena como si la cosa recién comenzara y ninguna otra banda hubiese pasado durante el día. Pero sí lo habían hecho y el pop de pompas de jabón de los de Baltimore no fue suficiente para reconquistarme a esas alturas. A guardar fuerzas para lo que se venía.
SÁBADO
No importa que tan impecable sea la ropa o el peinado que lleve la gente hoy. Todos muestran signos de mella y cansancio. Hay actividades y talleres para niños. Mucha pareja joven con guagua, mucho coche y, curiosamente, mucha gente con muletas también.
Brian Wilson
Una de las crestas más altas en la historia de la ola del pop, el disco Pet Sounds de los Beach Boys, cumplió 50 años y Brian Wilson, su principal compositor y productor, estaba dispuesto a hacer oídos sordos a las recomendaciones de su médico (asumo) para celebrarlo.
La cita es temprano, hay un cielo con nubosidad parcial y alcanza a llegar un poquito de brisa marina desde atrás y el costado del escenario de la bebida alcohólica, perfecto para los sonidos que venían.
Brian Wilson está viejo. No queda claro si se metió más o menos cosas que sus compañeros de generación que actualmente dan conciertos de tres horas non stop, pero Brian ya no está para esos trotes. Se presenta junto a una numerosa banda que incluye al también ex Beach Boy fundador, Al Jardine y su hijo que ayuda a Brian entrando en las partes de altos y falsetes con un timbre que suena escalofriantemente (en el buen sentido) Beach Boys.
Brian no se levanta del piano en todo el concierto. Ni siquiera le alcanza para adoptar una actitud frente al instrumento y la mayor parte del tiempo se le ve recto con ambos brazos colgando a peso muerto. «Thank you ladies and gentlemen», dice entrañablemente al final de sus canciones y sabes que no te puedes quejar, porque Brian podría haberse quedado tranquilamente en la casa bajo un chal viendo al símil gringo de Alfredo Lamadrid, pero no, estaba ahí dispuesto a hacerte parte de un momento histórico.
Empezó flojo eso sí. Mal sonido e interpretaciones que no terminaban de tomar cuerpo por parte de varios miembros de la banda, que fue entrando en calor a medida que avanzaba el show. Toda la primera parte fue el Pet Sounds de punta a punta. Inevitable no emocionarse con sus sonidos y melodías emblemáticas, semillas del rock conceptual, que recibieron el entusiasmo del público que entendía lo que estaba sucediendo ahí y lo agradecía. Ejecutado el emblemático álbum, no escatimaron en repasar casi sin pausa, los principales éxitos de los Beach Boys partiendo con la estremecedora “Good Vibrations” e incluyendo más adelante “California Girls” y “Surfin’ U.S.A.”, donde era especialmente divertido ver cómo el público cantaba no uniformemente, sino que tomando cada cual al azar alguna de las voces o falsetes del tema en cuestión, dando cuerpo a algo así como un gran coro improvisado Beach Boys.
Muy buen sabor después de tanta nostalgia y las melodías del viejo Wilson seguirían sonando en mi cabeza hasta mucho después de terminado el festival.
Sycamore Age
Cerca tenía el concierto de los Deerhunter que estaba por empezar, pero ya tenía ganas de apartarme un poco de los grandes escenarios e ir a ver qué estaba pasando por los que no tenían auspiciador. Un vistazo rápido al programa y llegué al escenario PrimaveraPro, donde tocaba la banda italiana Sycamore Age. Hay dos tipos de bandas chicas: las que les pasan un escenario chico y les queda grande y las que por performance y sonido parecen apenas caber en él. De este último tipo son estos seis músicos que con dos discos a su haber, logran atrapar rápidamente con sus melodías entre psicodélicas, ceremoniales y oníricas. Matizan sus cánticos con todo tipo de ruidos que parecen ir sacando de cualquier parte del escenario: percusiones, violín, bronces y una voz que conjuga perfectamente como un instrumento más. Definitivamente se apoderan del lugar donde tocan y te sacan de dónde estés para llevarte a dar un paseo por su territorio. Muy bien, suban sus numeritos de «escuchados» en el Spotify.
Drive Like Jehu
En el más que digno escenario Primavera, frente a una audiencia suficiente y atenta, estaban de regreso los veteranos (no tanto tampoco) de Drive Like Jehu, con una potencia y sonido post-hardcore por los que parecían no haber pasado los años. Cantos rabiosos, riffs poderosos y una actitud sobria y medida, de esa capaz de rugir sin cambiar el semblante, sin que eso signifique falta de actitud o carácter. O sea, pleno dominio de su estilo que no dio pie a la deriva en su presentación, aunque para ser justos, tampoco sorprendieron ni llevaron el asunto mucho más allá de lo preciso, lo que es respetable, pero si no eres un seguidor del estilo o devoto de estos becerros de oro, no era difícil que todo se hiciera un poco plano. Se les ve en forma, aunque no sé si tan entusiasmados. Con estos nunca se sabe si seguirán juntos o se volverán a diluir para dedicarse cada cuál a sus asuntos.
PJ Harvey
Una de las cimas del festival, de la vida, de la luna, el sol y el gato.
La entrada de los músicos fue en formato de pequeña marcha militar, con PJ Harvey confundida entre ellos tocando el saxo y dando la base para comenzar con “Chain of keys”, con una interpretación tan soberbia, sonado tan pero tan bien (y eso que yo no estaba ni cerca) que para quedar hipnotizado no hacían falta gritos, ni juego de luces, ni contorneos en el escenario… todo era simple y contundente música, que hacía que se te pusieran los pelos de punta con cada pasaje. Polly había tomado el cielo nocturno de Barcelona y lo había transformado en el techo de su propio anfiteatro ¿Estábamos al aire libre? Se supone que sí, pero había que mirar para arriba de vez en cuando para volver a comprobarlo, es que sonaba mejor que la mayoría de conciertos que uno escucha en recintos cerrados o de buena acústica. Bru-tal.
La banda está de gira dando a conocer el último trabajo de Harvey llamado The Hope Six Demolition Project, que es una crítica a la guerra, la política y el capitalismo, basada en los viajes y documentación que hizo la compositora junto a un amigo fotógrafo por Kosovo, Afganistán y Washington. Todo el peso del concepto detrás de este trabajo se sentía en ese concierto, desde la actitud de la cantante, pasando por una disposición bastante atípica de la banda en el escenario, donde primaban las percusiones y los vientos, todo solemne, oscuro, directo, implacable.
Desde la segunda canción quedó fija la proyección de una especie de muro gris detrás de los músicos (¿Capitalismo? ¿Guerras? ¿Políticos? ¿The Wall?) y siguieron 4 severas canciones del nuevo álbum, cuál más contundente que la otra, hasta que dio un giro en el repertorio con “Let England Shake”, donde el público recién soltó algunos «whuuuu!» aún contenidos por la cátedra que seguía en pie.
Iban 40 minutos y PJ Harvey no había dirigido ninguna palabra al público, ni siquiera había sonreído y sin embargo la conexión era total. Fuera lo que fuera que estuviera transmitiendo su show, nos tenía pasmados, conteniendo el aliento literalmente, como si estuviéramos frente a un fenómeno natural. Nadie cantaba, nadie decía nada, ni siquiera me acuerdo que alguien levantara su teléfono para registrar, pero todos estaban metidos hasta la médula en fuera lo que fuera que estuviera pasando ahí en frente. Una delicia.
Previo al concierto había escuchado algunas veces el nuevo disco, que no me parecía mal pero la verdad tampoco me prendía demasiado, pero queda comprobado que su interpretación en vivo lleva cada tema a un nuevo nivel e invita a revisitar el álbum. Música que pasa por la crítica, el contenido, la estética, pero que sobre todo nunca deja de ser pura y simple música, en todo su esplendor.
Sigur Rós
Logro conseguir buena ubicación. Mucha gente (en este más que en ningún otro) sentada en el piso. Me pongo justo detrás de un grupo grande lo que aseguraba unos metros de más cuando se levantaran. Viejo truco conciertístico. Me habían re contra insistido que estuviera a una distancia decente para poder meterme en el concierto. En el escenario una especie de andamiaje dirigido hacia un punto de fuga daba pocas pistas de cómo se podría distribuir el trío islandés. En vez de una musiquita ambiente para acompañar la previa, percibo una leve frecuencia que viene del escenario. ¿Idea mía o es a propósito? ¿Será para provocar algún efecto? ¿Me siento más relajado? Podía ser. Todos sabemos que los islandeses son raros. Sus políticos dimiten cuando se ven involucrados en casos de corrupción.
Empiezan puntuales y oscuros. Primero la música. Luego el andamiaje se enciende, vemos una reja y tras de esta una gran pantalla que proyecta imágenes etéreas. Entre reja y pantalla aparecen las siluetas de Jónsi, Orri y George y ni las cámaras pueden darnos pistas de sus rasgos que se fusionan con el sonido entre luces y efectos de humo. Están probando nuevas canciones en esta gira, pero eso importa poco a la larga, ya que su presentación es como un solo y gran tema que, definitivamente, no se vive como un concierto convencional, todo parece más bien una especie de misa de alguna religión extinta.
La recomendación de pillar buen sitio se confirma. Su espectáculo funciona de forma integral. Los andamios con sus luces que salen y entran de su punto de fuga, combinados con la pantalla, provocan interesantes efectos 3D, que complementan a la perfección lo que el trío está proponiendo en escena. Después del primer tema pasan al frente del escenario y continúan su ceremonia con las aclamadas “Starálfur” y “Saeglópur”, para luego continuar con su dosis de mantra-progresivo con canciones cuyo nombre desafían cualquier configuración de teclado.
Su trabajo gana mucho en vivo, cobra fuerza, emotividad y potencia. Susurra apoteosis y grita calma. Podríamos estar alcanzando la gloria máxima como especie o podría estar desmoronándose el mundo alrededor y en ambos casos, la música de Sigur Rós sería la banda sonora perfecta.
La performance de Jónsi merece mención aparte. Es el alma de la experiencia haciéndose uno con su guitarra y su arco. Qué luces, qué humo, qué efecto tresdé… solo él y el sonido son suficientes para sacudirte y arrullarte en partes iguales. Pero aunque es el centro de todo a diferencia de otros front-man, Jónsi no transmite un rol mesiánico. Se le percibe sencillo, humilde, a merced de la música, como si de alguna manera hubiese conseguido que la naturaleza le confiara sus plegarias a cambio que él las canalizara.
El público goza de esa quietud y somnolencia que había ido a buscar a este concierto. Una amiga incluso me confesó que por un momento se quedó dormida de pie. Como me había adelantado mi polola, nadie canta tampoco en los conciertos de Sigur Rós, porque anda a tratar de cantar islandés (debe ser curioso un concierto de ellos en su tierra) entonces reina el silencio, ese que sobre todo en festivales, cuesta encontrar y la experiencia se hace realmente única.
El concierto termina con la interpretación de “Popplagio” y con Jónsi rompiendo su arco dándole enérgicamente a las cuerdas de su guitarra. Después lanza lo que queda del arco al público y los tres Sigur dan por concluida la misa despidiéndose abrazados de su público que les devuelve un aplauso cálido, aunque todavía un poco en trance.
Chao
Justo detrás del escenario de la marca de ropa donde había tocado Sigur Rós habían puestitos de comida donde fui a restaurarme un poco. Cuando estaba en ello empezó en el mismo escenario Moderat, con una contundencia aplastante que conseguía que se perdiera la noción de escenario, sacudiendo por igual todo a la redonda. El trío alemán estaba presentando su tercer trabajo en ese idioma duro, crudo e intrincado que es la electrónica (en sus manos).
Luego deambulé un rato por lo que a esa hora ya era solo una gran fiesta de despedida de festival, con bandas como Roosevelt y Pantha du Prince haciendo bailar a todos los monkeys. Fin del Primavera Sound más sólido y ambicioso de la historia, al menos hasta ahora.