Ahora que ha transcurrido un tiempo desde Un muerto equivocado, Matías Rivas por medio de Tácitas lanza Tragedias oportunas, un poemario en que se intensifica el tipo de lectura de continuidad entre el presente y el pasado.
En 1992 Matías Rivas y Patricio Fernández hicieron un trabajo para un curso de Letras de la PUC en que comparan y contrastan la poética de los goliardos (esos clérigos vagabundos y estudiantes pobres de las emergentes ciudades de la Edad Media; de vida disipada, mucho alcohol, mucha poesía) con el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo, que Carlos Gardel no alcanzó a grabar. En el texto de Rivas & Fernández (1992) se detalla la cantidad de paralelos que aparecían entre la lectura disipada y de acabo de mundo de la goliardesca con las frases o versos más punzantes del inmortal tango de 1934 («Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también», «Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador»), además de realizar un trabajo filológico sobre algunos conceptos que en Discépolo eran oscuros: ¿quiénes eran «Stavisky», «don Chicho», «la Mignon»?, ¿qué significaba la frase «herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia contra un calefón»?, ¿qué significaba la expresión «rey de bastos»?
La idea de fondo del trabajo de los dos literatos era que las circunstancias de disipación y «pachacuti» no habían variado en lo sustancial desde la Edad Media hasta el siglo XX, que el escenario de la protopicaresca medieval era análogo al torbellino de las ciudades de fines del segundo milenio. Esa línea de lectura fue continuada por ambos, tanto en sus novelas (Ferrantes, Fernández, 2001), como en sus poemas (Un muerto equivocado, Rivas, 2011). Es en este último texto, el segundo poemario de Matías Rivas, donde se encuentra uno de los poemas más sobrecogedores de la poesía chilena actual:
Mi Buda
Perdona, hijo, mis gritos insufribles,
los portazos,
la cruel injusticia de mis palabras
y el tono infame de mis arrebatos.
Sé que no hay consuelo ni piedad posible
ante mi neurosis desatada. Mi gusto por el orden
y mi fe en la voluntad son inverosímiles.
Carezco de la soltura de la que tú gozas,
de esa elasticidad con la que te estiras por el suelo.
Soy a la luz de cualquier vela un manojo de nervios retorcidos.
Te ruego que no me escuches ni me observes.
Mi paciencia es breve
y me duele la cabeza y el cuello de tanto manejar.
En las noches aprieto las mandíbulas hasta triturar mis muelas.
Disculpa mis malos modos.
Detesto mi escaso entusiasmo, mi cansancio crónico
y ese pesimismo jocoso con que amanezco.
Mi mente parece un panal de abejas con humo
y resisto gracias a las maromas
de tu madre y la piedad de mi familia.
Han tenido entereza y excesiva templanza, lo sé.
Sé que no soy un peón de porcelana.
A tu edad mis padres me daban correazos en las piernas si era necesario;
en cambio, lo que a mí me toca es aprender a escucharte
como si fueras un buda.
Ahora que ha transcurrido un tiempo desde Un muerto equivocado, Rivas por medio de Tácitas lanza Tragedias oportunas, un texto en que se intensifica ese tipo de lectura de continuidad entre el presente y el pasado. Tragedias oportunas se compone de dos secciones de poemas breves, a menudo epigramáticos, “Puertas adentro” y “Un amor romano”. En el primero, varias de las cuestiones o asuntos prefigurados en la poesía anterior de Rivas, alcanzan un mayor desarrollo. A lo largo de la primera parte asistimos a una secuencia de poemas que, tal como los «ciclos» de la narrativa cuentística estadounidense de principios del siglo XX (desde Sherwood Anderson hasta Hemingway) contiene un arco dramático general de mayor calado que los poemas individuales. En “Recién casados”, Rivas trata las relaciones amorosas o de institución matrimonial del siglo XXI: «La orilla café de la taza no sale con agua caliente / El borde tiene grabado mis labios, lo que te molesta / No sé si será posible sacar la mancha con recriminaciones (…) Me dices que escuchas cómo un niño va llorando al baño (…) Mañana, seguro, ni sentirás cuando me vaya». En “Matrimonio” sigue esta fractura de la vida cotidiana: «Una vez más no me supe contener / y empecé a decirte lo que aún no había pensado»; mientras que en “Estos últimos años”, Rivas desliza un «Sostengo mis días con la destreza mortal de los viejos». La voz lírica de estos textos parece ser un hombre hastiado por la rutina y el acoso cotidiano, que no logra encontrar en las pulsiones eróticas ágape (esto es, aquellas mediadas por el cariño) una válvula de escape al sinsentido de los días.
Pero no se trata solo de un cansancio o un agotamiento como los que ya se han hecho sentir en la lírica chilena en poemas de Millán o Lihn, tengo la impresión de que el agobio, o la naturaleza del agobio a que hace alusión permanentemente Rivas es otra cosa.
Se parece a esto, que he escrito en Facebook hace como una semana sobre “No Surprises” de Radiohead:
No surprises
Hace unos meses estaba buscando algo sobre música relacionado con las canciones de cuna («lullabies») y llegué a que esta canción de Radiohead ES una «canción de cuna». Una canción de cuna muy peculiar, donde Thom Yorke parece cantarle para consolarlo a alguien que llega a casa destrozado de la pega. Le comenté a la Carmencita que me parece que esta y otras canciones de los últimos veinte años, como “Country House” de Blur, me sonaban de algún modo a canciones de protesta. «A heart that’s full up like a landfill / A job that slowly kills you / Bruises that won’t heal // You look so tired and unhappy / Bring down the government / They don’t, they don’t speak for us / I’ll take a quiet life / A handshake of carbon monoxide». «City dweller, successful fella / Thought to himself oops I’ve got a lot of money / I’m caught in a rat race terminally / I’m a professional cynic but my heart’s not in it / I’m paying the price of living life at the limit». Y así.
La Carmencita me dijo que «no», que no eran canciones de protesta, sino que otra cosa, que no podía explicar, pero no de protesta.
Hace pocos meses el profesor Cristián González me habló del libro La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han. Un libro con una idea sencilla y penetrante: vivimos en una sociedad que ha hecho del «burnout» la norma, donde las personas nos hemos convertido en proyectos, en emprendimientos, en empresas de nosotros mismos. Por los logros, por el «ser mejores», por el rendimiento. Y nos hemos visto atrapados por el éxito a toda costa, por la persecución del bienestar. Y estamos agotados. Fundidos. En esta sociedad del cansancio no hay opresores externos, es nuestro mismo «locus de control interno» lo que nos abruma.
Y entonces es eso. Ha cambiado la manera y el tipo de opresores, ahora dentro de nosotros mismos. Por ello, la rebelión misma ha cambiado —o tiene que cambiar— de signo. Radiohead hace una «protesta introspectiva» contra esta sociedad del cansancio, y, me atrevo a decir que artistas de la escritura como Matías Rivas están tocando la misma tecla.
La sociedad del cansancio
La poesía de Matías Rivas, sobre todo en Tragedias oportunas, no es ya la poesía de un hablante lírico sensible a los fantasmas o monstruos del entorno (una tradición añosa en Chile), sino que una constatación de que el «burnout» de nuestra época ha terminado por invadirlo todo. En la poesía chilena de este estilo, los apocalipsis domésticos parecían contenidos a la falta de rigor o de cuidado de los personajes («Las velas se convirtieron en cabos. / Se terminó el papel higiénico / y el excusado está tapado / con pedazos de papel de diario», Gonzalo Millán; «Me parece llegar a la edad más ingrata, / me parece recordar el momento presente: / no eres tú la muchacha que conocí hace un año / ni te marchaste en circunstancias que prefiero olvidar», Lihn).
En Rivas, en cambio, parece emerger una conciencia de que no hay escapatoria al estado de cosas, que, como anotaba más arriba, ya nada depende del «locus de control interno». Que no hay espacio para las pequeñas o grandes epifanías que se encontraban en la lírica lihneana, y sobre todo en la teillieriana. Los seres humanos volcados por la noción de «hombres-proyecto» que iniciara en la literatura Robinson Crusoe (el primer self made man) ha llegado a un callejón sin salida de que han empezado a dar cuenta escritores en diversas partes del mundo, como Peter Handke (a menudo citado por el propio Byung-Chul Han). Rivas adelanta una sensibilidad tanática en este entendido que hace que Tragedias oportunas en su primera parte deba romperse en voces que quiebran y hacen un acople sonoro con el hablante principal. Hay en el texto la intromisión de voces de las prostitutas con que el personaje trata de evadir la muerte. “Ivonne”: «No, esto no es una agencia. / Solo que varias chicas compartimos / piso para abaratar costos». Desde esa lectura, “Puertas Adentro”, aquella primera parte, desborda la intimidad para lanzarse sobre el colectivo, en hablas en que Rivas rescata —como ha hecho largamente la tradición nacional desde Parra— las minúsculas palabras (el small talk) de los otros, tan asediados por el cansancio como el degradado protagonista.
Un espejo
Por eso, el contraste entre la manera de versificación de la primera parte con la segunda “Un amor romano” juega especularmente con la hipótesis esencial de Rivas. En “Un amor romano” parecemos tomar una máquina del tiempo para volver al los siglos menos uno y más uno en el Imperio Romano («Diles a otros que no conoces Sodoma», «Tampoco siento odio por mis amores promiscuos»). En esta segunda parte, ya sin títulos y en una progresión continua, es muy difícil no sentir que se está leyendo a alguno de los satiristas latinos. No por nada Rivas hizo su tesis de licenciatura en Marcial. Pero no se trata, sin embargo, de una poesía de inspiración antigua, como yo he solido ver en tantos esfuerzos de escritores o estudiantes de letras nacionales a lo largo de las décadas. No se trata de una impostación de una voz grecolatina, sino que de una actualización de aquellos textos, en una clave que podríamos llamar kavafiana. La escritura de Rivas huye de la impostación, de la autoconciencia, porque en el fondo su proyecto es el mismo que en 1992 cuando descubrió que los goliardos seguían vivos en nuestra época, solo que había que buscarlos entre medio del barullo de la gente. El mensaje parece ser que siempre ha habido una sociedad del cansancio y que la lucidez de la literatura y sobre todo de la poesía, para captar el lado oscuro de las cosas, ya ha dado una y otra vez con los resortes que muestran que la realidad es más tenebrosa de lo que estamos dispuestos a aceptar o tolerar.
Tragedias oportunas
Matías Rivas
Ediciones Tácitas, 2016
79 p. — Ref. $9.000