Apuntes sobre Química y Nicotina, un libro en donde los escritores Maori Pérez y María José Viera-Gallo se inventan como personajes y se envían cartas de amor en la era del whatsapp.
«Palabras privadas que te dirijo en público». Así termina Eliot un poema que habla de los deleites de la relación de pareja, de amantes cuyos cuerpos huelen el uno al otro y piensan los mismos pensamientos sin necesidad de lenguaje y balbucean el mismo lenguaje sin necesidad de significado. Y señala: «Esta dedicatoria es para que la lean otros, estas son palabras privadas que te dirijo en público».
Si Química y Nicotina, de Maori Pérez y María José Viera-Gallo, es exclusivamente biográfica o no lo es, es material para pesquisas de lector policíaco. Yo, al menos, la leo desde el placer de asomarse por las ventanas descaradamente abiertas al oxígeno. Si rastreamos bien, todo texto es autobiográfico aunque retratemos un extraterrestre; y por otro lado todo es ficción si exageramos en pro del efecto o la metáfora, porque el poeta miente para mejorar la verdad como escribió Charles Tomlinson.
Señala Kim:
Siempre he confiado más en los escritores desinhibidos sexualmente que en aquellos que no nos tocan ni un pezón en sus libros. Esto simplemente porque con los segundos corres el riesgo de que sean unos narcisos o unos reprimidos (algunos, gay de closet).
Sin deseo no hay arte. En eso creo que estamos todos completamente de acuerdo, y lo podemos afirmar sin jactancia, sin alarde como en los poemas de súper-amante de Gonzalo Rojas, pero sin hacerse el loco con lo que más nos moviliza: el deseo. Y las carantoñas y arrumacos del lenguaje privado entre Química y Nicotina, entre Nick (Nicotina) y Kim (Química), entre Pico y Zorra, entre Eros y Psique, entre Nora Barnacle y Joyce, sus cartas llenas de secretos y de lenguaje privado de alcoba. Parejas, solo parejas, prosa y poema, carta y novela, también cuerpo y espíritu, si recordamos que Nick y Km inventan una especie de rezo de devoción al unísono o en tándem.
Escribir en tándem es renunciar a uno mismo, es creer en las bandas y no en los solistas, como señalaba otra Kim, la gran Kim Deal, mi animal espiritul y mi musa. La Kim del libro abdica y se entrega como esclava porque quiere vivir, de verdad, con un poeta, no relaciones charchas con un Charles Bovary simplón, no quiere un abeceocho lleno de escrúpulos ni un chileno medio: quiere vivir, quiere un poeta. «Entrégame la raja», le escribe él. «Creo que las feministas me van a matar, pero el deseo de vida de Emma Bovary es, de alguna manera, feminista», señala el personaje de Kate Winslet en Little Children. Y ese deseo implica abdicar, entregarse, jugar a la esclava, porque ella descree del cliché políticamente bienpensante de la horizontalidad de las relaciones humanas y la tolerancia y pone en su lugar un poco de acción y de capacidad negativa sin intentar reformar a su amante loco, o sea, tiene la habilidad de contemplar el mundo sin desear reconciliar los contrarios o intentar encerrarlos en un sistema racional y cerrado, sin buscar la famosas reconciliación (llegamos a una palabra incómoda: la reconciliación es, a todo esto, uno de los fracasos y tibiezas de los años noventa, es una palabra con marca registrada de la Concertación. Pero en la novela o experimento literario, Nick hace una alusión a la limosna estatal de la política de los concursos y la fondartización de la cultura y sus premios a la corrrección política y sus funcionarios cuoteados, proyecto que se inaugura con la democracia que para algunos fue una gran decepción y para otros —con mucha fe— un proyecto todavía defendible. Y digo fe porque Kim no tiene solo fe en ese proyecto —en el que algunos jamás creímos— sino que básica y principalmente tiene fe en el amor, en el de verdad, en el amor irracional, cachero, animal, alucinatorio, estrictamente poético. Lo demás no sirve, en amor no sirven los paros ni tomas que guatean: sirve una acción directa, constante y molesta contra el poder, sirven las acciones audaces y agresivas, hasta que los burócratas arrelanados y corruptos, escuchen.
Es bastante rara hoy en día, si lo piensan bien, una novela de amor, y encima amor heterosexual. «Te ofrezco fascinantes teorías acerca de ti misma», dice por ahí alguien en Two English poems. Y eso es lo que hay un poco aquí.
Kim es el nombre de las rockeras más importantes de los años noventa, años que para mi gusto esta novela homenajea o revive o continúa un poco como si nada hubiese pasado, aunque algunos ya se nos fueron: Cobain, Foster Wallace, Bolaño. Kim es también el nombre de nuestra valiente heroína. De nuestra Psique jugadísima por su Eros. Jugársela a pesar de todo, pasar por sobre los prejuicios y gritar a los cuatro vientos un amor posible, contra viento y marea.
El personaje masculino Nick postea algo sobre el sinsentido de su vida, un trabajo de mierda que estaba haciendo, y su decisión de despedirse para siempre de la literatura. Kim le comenta que ese post era mejor que cualquier novela que circulaba por ahí y que siguiera escribiendo sobre sí mismo.
Aquí hay algo que me interesa y es que las palabras que queremos leer o que llamamos literatura son las que no se pretenden literatura, las que están con un pie en la puerta de escape de la literatura: los recados y notas de la Mistral, las cartas de Joyce y Nora, algún posteo bien hecho en el muro de alguien, la literatura sin miedo tanto al prosaísmo como al lirismo, al descaro de la confesión o a las intimidades. Nick no quiere escribir más, lo que nos parece el mejor de los síntomas (al revés de la ansiedad por publicar a cada rato y lobbear y trabajarla de escritor). Podríamos hablar de cómo opera esta renuncia. Ese afán de renuncia es un tránsito por la cuerda floja que convierte a las palabras en un poema (o sea, una novela, relato, voz en off, etc, academia). Dos ejemplos: German Marín cuando su personaje deja de fingir el exitismo que su familia esperaba de él y se deja ver abiertamente como un empaquetador de un proto-mall llamado Gath y Chávez. O Chinoy, que el otro día me decía que quería salirse del asunto, que había mucho farsante, burocracia, desprecio, filisteísmo, que pronto quería dejar de cantar. Estai loco —le decía yo—, te denuncio.
Eso era con respecto al no querer escribir más o al salirse de ciertas formas cerradas de literatura. Está el gesto entonces de esta especie de contra reality, o reality-reality de ficción suprema. Acá, creo que hay una clave sobre la vergüenza y lo biográfico. Señala Kim:
Varias veces intenté convencerlo de que escribiera sobre su trastorno, que quizás ahí encontraría una historia que valía la pena contar, pero me decía, casi rogándomelo, ‘nooo, por favor’.
Ahí donde yo veía un material literario, él veía dolor. Al revés de ciertos escritores que se auspician como sufridos y se victimizan en sus novelas autobiográficas por dos episodios tristes de infancia, él jamás pensó en autoficcionarse. No quería escribir de soledad y de psiquiatras.
Sus refugios creativos los encontraba en Internet, la música chatarra, las chicas pop, los videojuegos, la meditación trascendental, la cultura japonesa.
Si escribía historias fantásticas, irreales, experimentales y a veces descabelladas, era para salvarse.
Nick medita, lee, hace deporte y escribe para sublimar su energía molesta e infinita. Si le agregamos un trabajo, sería todo perfecto, normal. Cito:
Estás solo, nadie te va ayudar y para colmo perteneces a una generación egoísta, que lo único que aprendió de la política es a hacer lobby y a deshacerse de los perdedores. ¿De verdad quieres contar miserias cotidianas que a nadie le importan y que te lean tus amigos? ¿Para qué?
Tu literatura es incorrecta, no encaja. Eres y siempre serás un lobo solitario, alguien que mira sin hambre el grupo de ovejas desde lo alto de la colina.
Bueno, pero hay que sobrevivir, no caerse. Todos los que escriben saben que se la tienen que bancar, no es papa. La literatura es un oficio rudo y lleno de alacranes y de envidias, bajezas y pateaduras en el suelo, pero también de gozo.
Me llama la atención que Kim, una rockera norteamericana, venga a pasar la parte más interesante de su vida, los cuarenta —edad en que uno recién empieza a ver las cosas con cierta claridad nada menos que a Chile, al igual que el Yakuza retirado que instala un ciber café del que nos habla un poeta por ahí, porque si alguna riqueza tiene el país es o debería ser precisamente su condición receptiva y femenina. Después de todo, es una de las cosas que hace que Kim se enamore de Nick, ambos, furiosamente heterosexuales, es esa. El sujeto ese sabe escuchar. Cito:
Y siguió de largo, mirando el suelo. Decidí quedarme. Lo espié mientras conversaba con algunos poetas. Me gustaba cómo sus párpados seguían manteniendo su vista a ras de suelo y escuchaba a sus amigos sin interrumpirlos. Hoy en día nadie escucha nada.
Escuchar al otro o al silencio del otro es un ejercicio divino de renuncia al ego, al narcisismo. Nick no cree en escribir sobre sí mismo, en lo testimonial o autobiográfico.
¡Encima se junta con poetas! Y además, la novela empieza con Kim dándole la cortada a un guionista de televisión, o sea, a la relación instrumental, utilitaria y funcional del lenguaje. Todos reconocemos al escritor Pablo Toro y uno de los mejores libros de cuentos de la narrativa actual en ese guionista, pero la literatura es un juego y el que se pica pierde. Kim lo deja para enamorarse de un hombre de verdad, medio anacrónico porque escucha música de los años 90 hoy en día, anda con un jockey de Soundgarden, del tiempo en que todavía existían las canciones con letra y las guitarras eléctricas, ambas cosas hoy en extinción.
Hasta hace muy poco en nuestro país todo era tabú, cuando se hablaba de Kim o Química. Cuando uno hablaba de medicamentos, por ejemplo, te la encargo la cara de huaso o de facho prejuicioso que ponía todo el mundo, y digo todo el mundo, incluyendo desde los militantes progresistas hasta el profe comprensivo. O sea, hablar de solución inyectable de flufenazina decanoato o de psicoanálisis o de cualquier cosa relacionada con salud mental era y es una anotación negativa imborrable en el curriculum, porque el país es una especie de colegio amilicado o de retén de pacos.
Y por eso la gente es tan sobresexuada, eso hay que agradecerle a la represión burguesa y a la santa madre iglesia. Se me vienen a la cabeza los chicos del INBA que detruyeron su mobiliario el otro día. ¿Qué haces encerrado y sin sexo, sin ver una mina en semanas? Cualquiera se vuelve loco, ¿o no? Eso no puede ser, el país tiene montaña y mar, no puedes tener encerradas a 45 personitas llenas de energía y no todos los colegios tienen la maravillosa cancha del Grange que adelgaza el río y que riegan en verano con unos aspersores cuyo chac-chac-chac me machaca la cabeza cada vez que paso por ahí. Me imagino que pagarán millonadas por esa agua. Demasiado dinero. E imagino a Nick privado de sexo por su freakés, con la performance de los chicos del INBA. Pero, ya que hablamos de destrucción, hablemos de la autodestrucción del amor. De una bomba de tiempo de tres meses como luego de la lectura del libro comprenderán.
Pero ella cree. Creer. Construir. Parchar. No ceder ante la presión del filisteísmo y avanzar en la vida desnudos y no de manera impermeable y cínica. Esa es una de las gracias y esperanzas de los noventa: nuestra obra maestra, la de cada uno de nosotros, es la vida privada transformada en ficción suprema.
Química y Nicotina
Maori Pérez y María José Viera-Gallo
Hueders, 2016
170 p. — Ref. $12.000