Pablo Toro, escritor y guionista de Bala Loca: «El periodismo, incluso cuando pasa por el desprestigio, es un oficio que siempre tiene la posibilidad de recuperar su épica, si es que decide operar como contrapoder».
Lo primero que sorprende es que la televisión local —Chilevisión en este caso— haya producido una serie desbordante de verdades incómodas contra el poder. Probablemente ningún otro espacio como Bala loca transmita una visión tan destemplada y feroz, tanto contra las instituciones como contra las cúpulas del sistema político: empresarios, senadores, militares y subsecretarios; sujetos concretos que corrompen, encubren y delinquen en un sistema que parece condenado y sin remedio.
Lo segundo es la factura: el tratamiento de cine para cada escena, los cierres impactantes de cada capítulo y un guión poliédrico de ambiciones poderosas y elipsis quirúrgica. «Queremos hacer una serie HBO en Chile», contó el guionista Gonzalo Maza que le dijeron los creadores de Bala loca, David Miranda y Marcos de Aguirre, y, de momento, los cuatro capítulos emitidos han llenado de elogios a un show de televisión más efectivo desde el boca a boca que el rating.
«Esa forma de pensar, cortoplacista, errática y mandatada por el rating, es parte de lo que tiene a algunos canales por el suelo y perdiendo el respeto del público», dice Pablo Toro, escritor y uno de los guionistas de la serie, junto a Gonzalo Maza y David Miranda.
David Simon es conocido por su frase «que se joda el lector promedio», a propósito de la escasa audiencia que tuvo The Wire, y el contraste con los shows televisivos masivos, hechos para que la gente desconecte, para que cuando lleguen a casa cansados del trabajo puedan escuchar algo de fondo mientras cocinan o limpian. En esa línea, Bala loca marcó 6,7 puntos en su debut.
«Un problema es la rigurosidad de los sistemas de medición de audiencias actuales —explica Pablo Toro—, pero no creo que ese sea el verdadero problema. Se asume, más por lugar común que otra cosa, que si un programa no marca bien a la primera, no vale la pena seguir apostando por él. ¿Y por qué no? Con 6 ó 7 puntos son miles de personas viendo la serie. Y sumemos al público de Internet. No todo tiene que ser un éxito de masas, y menos lo será si no le das tiempo y rodaje. Es bueno que convivan, dentro de los canales, distintos tipos de oferta, para distintos gustos».
Bala loca busca la densidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imprevistos que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma, algo que conocimos con las series televisivas de factura HBO. Sin ir más lejos, Simon contó alguna vez que engendró The Wire como una novela filmada y que su mayor influencia fue la tragedia griega, puesto que, en su historia, también la suerte de los individuos está fijada desde antes de nacer.
El thriller muestra el tránsito de un periodista de farándula al periodismo de denuncia, potenciado por la muerte de una colega asesinada mientras reporteaba un negocio relacionado con las isapres. La serie suma diez capítulos en total y un casting de ensueño, a cargo de la actriz Manuela Martelli, con un intratable Alejandro Goic en su rol de Mauro Murillo, periodista y fundador de un medio electrónico. Su personaje es central en la medida que las sociedades actuales, donde la justicia pasa cada vez menos por las instituciones encargadas de garantizarla, generan individuos despiertos que, conocedores de esa realidad, buscan reparaciones o sanciones por sus propios medios. Es ahí cuando el personaje de Goic decide volcar su vida y arrastrar su carrera hasta un Sísifo parecido a la búsqueda de la verdad. «Veo que insistes en tu negocio de ganarte enemigos», le advierte su abogado, «ten cuidado, esto no es farándula, estos enemigos son de verdad». Entonces el periodismo —a través del medio ficticio En Guardia— se transforma en un motor que descubre los movimientos de alguien que no quiere ser descubierto y el rizoma putrefacto que lo encubre, como una forma agazapada, que sigue allí: la metástasis de un sistema que no es otro asunto que la realidad chilena. En paralelo, la historia escarba en la vida de un antihéroe, desde su esfera sexual hasta la relación con el hijo homosexual, desde el día a día en la silla de ruedas hasta la muerte del personaje de Catalina Saavedra, que recuerda a la fallecida periodista Patricia Verdugo.
Goic, que fuera de cámaras apoyó a Bachelet en segunda vuelta, debería dejar una sensación profundamente pesimista en el espectador, y, sin embargo, ocurre lo contrario. Hay, entre el protagonista y los periodistas encarnados por Trinidad González, Mario Horton, Ingrid Isensee y Manuela Oyarzún, el empresario que interpreta Alfredo Castro, y su asesora, a cargo de Fernanda Urrejola, pese al fatalismo que preside sus intenciones, personajes tan entrañables como el comisario Iturra (Pablo Schwarz), el médico interpretado por Alejandro Sieveking, el dueño del club de tiro, Roberto Farías, o el senador del PPD, Marcial Tagle. Gracias a ellos uno sale reconciliado con la especie humana; con esa sensación de que, a pesar de tener al poder en contra, o encima, la vida vale la pena de ser vivida aunque solo sea por aquellos momentos de lucidez, disfrutando la camaradería entre periodistas de oficio, mostrándose firme frente a los victimarios, y entendiendo el ramaje —complejo y difícil de justificar— montado por una coalición en dictadura y perpetuado por la siguiente en democracia.
—Apenas empezó a escribir la serie Fargo, Noah Hawley sabía como iba a terminar. ¿Cómo ocurre contigo? ¿eres de limpiar un borrador o te sale a la primera?
—No teníamos tan claro el camino, pero sí el punto de llegada. Sabíamos hacia donde queríamos llevar la historia y a Mauro Murillo hacia el final de temporada, pero los hechos específicos que lo llevan ahí fueron surgiendo en la escritura. Revisamos y reescribimos mucho. El capítulo uno tuvo más de diez borradores, con finales y arranques distintos, escenas que no quedaron y otras que cambiaron.
—¿Qué fue lo más complicado al momento de escribir Bala loca?
—Para mí, encontrar el tono de la serie, su estilo y ritmo. El tono de Murillo, su forma de hablar y de pensar. Y después, el entramado. Cada nueva pista o dato que introducíamos, tenía que ser cotejada mediante su relación con los distintos estamentos involucrados (periodistas, policía, posibles perpetradores del crimen, opinión pública) y equilibrar la información, determinar quién sabe qué cosa en qué momento, y mantener un orden mental de todo eso. Al mismo tiempo, era necesario no perderse en la lógica del entramado y tomarse el tiempo para narrar a los personajes en otras dimensiones, entrar en sus vidas, pasado, hábitos, gustos.
—David Simon contó alguna vez que sus trabajos son difíciles de vender «porque no hay zombies, ni dragones, sino que, por el contrario, son horas sobre racismo y segregación, por ejemplo, en Nueva York». ¿Cómo un producto como Bala loca, que de alguna forma interpela al poder, se inserta en un canal como Chilevisión?
—Por un lado, fue importante el trabajo de Filmosonido, que fueron capaces de presentar el proyecto de tal forma que fuera atractivo para el canal. Y también fue importante trabajar con gente dentro de CHV que estuvo desde el comienzo comprometida e interesada en jugársela por la serie, independiente del rating. Eso es muy valioso en el contexto actual de la televisión abierta, donde los canales casi no toman riesgos. He visto, en distintos canales, cómo se rechazan buenos proyectos de ficción por ser considerados «de nicho» o «poco transversales», argumentos generalmente falsos y fundamentados en estudios o «focus groups» de dudosa legitimidad, que además se han convertido en la excusa perfecta para no apostar por series locales.
—En tu libro de cuentos Hombres maravillosos y vulnerables (La Calabaza del Diablo) hay personajes como Enrique Maluenda, Iggy Pop y Don Francisco, mientras que la serie tiene varios cameos de personajes reconocibles de Chilevisión y la farándula local. ¿Cómo se explica esa decisión?
—La influencia de los medios, la tele, la música, el cine, la literatura, es tan determinante para una persona como sus relaciones personales o políticas o románticas. Por otro lado, cuando te criaste pegado a la tele y además trabajas en la tele, es posible que termines escribiendo de eso.
—¿En quién pensaron para escribir el personaje de Alejandro Goic?
—Hablamos de algunas y algunos periodistas que se foguearon en los noventa, en el periodismo de investigación. Hay varios. Tomamos algunos rasgos de personas reales, que pueden resultar familiares, pero sobre todo construimos al Murillo que queríamos nosotros. Buscábamos algunas resonancias con la realidad, pero nunca lo vimos como un personaje-homenaje.
—¿Y el de Alfredo Castro?
—Lo mismo. Queríamos que tuviera un estilo propio, pero claro, se puede reconocer a algunos empresarios del cuiquerío santiaguino en ese personaje. Coco Aldunate podría haber declarado en el caso Penta.
—Nic Pizzolatto contaba que le atraen los detectives, como personajes, porque tienen acceso a todos los estratos de la sociedad. ¿Por qué Bala loca usa a periodistas?
—Tiene que ver, en parte, con el «cuenta lo que conoces». Creo que para todos los involucrados en la creación de la historia, era más cercano el mundo y el oficio periodístico que el policial. Por otro lado, nos interesó explorar la idea de que el periodismo, incluso cuando pasa por el desprestigio, es un oficio que siempre tiene la posibilidad de recuperar su épica, si es que decide operar como contrapoder.
—Si antes, en el siglo XIX, la máxima expresión narrativa fue la novela, y luego, en el XX, el cine, hay quienes dicen que la televisión es la nueva literatura popular. ¿Estás de acuerdo?
—La comparación entre series y novelas me parece, la mayoría de las veces, gratuita. Sí, The Wire parece una novela, pero eso es The Wire. Es único. No hay nada que se le parezca, ni siquiera las otras series de David Simon. Creo que la mayoría de las buenas series de los últimos años no están escritas como novelas, sino como guiones de cine, y ni siquiera eso, porque están escritas a varias manos y abren su narrativa con criterios televisivos, no literarios, ni cinematográficos. No es lo mismo. Por mucho que exista la figura del «showrunner», el proceso de la autoría es otro. Se diluye. Es escritura colaborativa, que además depende mucho de su realización, y por lo mismo está abierta a una multiplicidad de sentidos. La novela no puede ser imitada en ese aspecto. El novelista lo maneja todo, para bien o para mal. El guionista no.
—Pablo Schwarz dijo en una entrevista que «los actores, si esperamos algo del público, estamos destinados al fracaso». ¿Estás de acuerdo?
—Estoy de acuerdo con Schwarz. No se puede esperar que los hábitos televisivos de un país cambien solo por una o dos series. Se necesita más tiempo y constancia para eso.
—Vienes de escribir para programas como La ofis, Peleles y Los 80. En todos estos años en televisión, ¿sientes que se ha empobrecido la oferta de contenidos? ¿Cuál es tu lectura?
—Es evidente que hay poco espacio y voluntad para arriesgarse con ideas nuevas, sobre todo en el género serie, menos si no se cuenta con el apoyo del CNTV. Nada va a cambiar si sale una buena serie cada dos años, deberían salir varias al año. Pero es más fácil programar una turca y salvar con unos pocos puntos, que apostar por una serie local. Sí, hay bastante pobreza de contenido, pero no estoy seguro que haya habido una época mucho mejor. Puede que ante el acceso masivo a Internet y cable, la desproporción en la calidad de las ficciones se hace más evidente, y el juicio del público se hace más duro.
—Para alguien que enganchó con Bala loca, ¿qué series o libros podrías recomendarnos?
—Todos los hombres del presidente, Network, The front page, The Killing, la cuarta y quinta temporada de The Wire, las novelas policiales de Richard Price y Dennis Lehane y James Ellroy. Las investigaciones de Alejandra Matus y María Olivia Monckeberg.