¿Por qué no explotamos antes? No lo sabemos. Pero ahora estamos aquí, lejos de esa vida e intentando otra mejor.
El tiempo se ha detenido. Desde hace más de una semana habitamos un paréntesis de esa vida que tuvimos y no queremos recuperar. En ella nos levantábamos muy temprano para desplazar nuestros cansados cuerpos al trabajo y al pago. Deprimidos nos dormíamos gracias a una pastilla, para después deprimidos despertarnos gracias a otra, y así, deprimidos y grises, seguir funcionando a causa de una más. ¿Por qué no explotamos antes? No lo sabemos. Pero ahora estamos aquí, lejos de esa vida e intentando otra mejor. Con la incertidumbre de no saber cómo calcular el futuro, pero con la certeza de haber despertado de un mal sueño al que no queremos regresar. La antigua normalidad no existe y es parte de un pasado pesadillesco. Tomarnos otra vez la pastilla sería el fracaso más absoluto.
Solo en la capital nos reunimos un millón y medio de personas a gritar nuestro alegato. El grito se unió al de las regiones y, entre cacerolas y aplausos, de pronto comenzamos a entender que no estábamos solos. Con una alegría que habíamos olvidado, decidimos decretar para largo este insolente festejo. Las pancartas reemplazaron a las banderas de antes. Cada uno y cada una levantó la suya con su propia consigna. Son tantas como tantos somos. Tantas como tantos reclamos tenemos. Tantas como tanta creatividad guardábamos escondida.
Nos salvamos juntos o nos hundimos separados / No más abusos / Hijos, tienen nuestro permiso para no rendirse / Confío más en mi dealer que en el gobierno / No más abusos / Me tienen tan endeudado que no les conviene matarme / Hasta que la dignidad sea costumbre / Fin a la dictadura del capital / Venimos por tus privilegios / No más abusos / Fin al estado de emergencia / No más AFP / No más TAG / No más ISAPRES / Son tantas huevás que no sé qué poner en el cartel / Me gustas democracia pero estás como ausente / Hasta que la dignidad sea costumbre / No más abusos / El gobierno es más falso que yo haciendo dieta / Con dos marchas más bajo cinco kilos / No más abusos / Mi mamá es la única que me entra a las ocho, milicos huevones / No más abusos / No más toque de queda No más abusos / Es ahora o nunca / Nueva constitución / Nueva constitución / Nueva constitución / No más abusos / Juntos es más fácil / No más abusos / Nos salvamos juntos o nos hundimos separados / No más abusos / Hasta que vivir valga la pena / No más abusos / No era depresión era capitalismo.
Diez días de reclamo y el cuerpo lo resiente. Horas de caminata acumuladas, de adrenalina máxima, de nerviosismo. Pero aun así cada plaza tiene su reunión. Cada colectivo, su asamblea. Todas y todos hablan por tanto tiempo que no lo hicieron. Los celulares almacenan información, el trenzado de redes se amplía. Y es tanta la noticia y el estímulo que pareciera que en este paréntesis todo sucede más rápido de lo que el cerebro puede procesar. Pero resistimos con lucidez y ánimo. No podemos decaer. Tenemos la oportunidad de hacer de esto algo más que un paréntesis. Terminar ahora el gran experimento que hace tantos años aquí se implantó y abrir por fin la jaula del laboratorio para salir todas las ratas juntas. Y aunque en la noche velamos cacerolas para defendernos de esta guerra que nos decretaron, aunque lustramos cucharas de palo y ollas de aluminio para seguir el combate que inventaron y no tenemos cómo responder, seguimos defendiendo nuestra huida de la jaula. Afuera oímos los helicópteros y los disparos. Hay algo de déja vù en todo esto. El olor a lacrimógena y humo de esa otra vida de la que escapamos. Y por cada bala que se nos ha disparado, por cada uno de nosotros que ha caído herido o muerto, más fuerte vamos a cacerolear. Más pancartas vamos a levantar. Más gritos vamos a aullar. Más creatividad vamos a enarbolar. Y no habrá melodía ni flautista que nos devuelva al mal sueño de esa jaula. No tomaremos ni una pastilla más porque ahora ya lo sabemos: no era depresión era capitalismo.