En una cautivante y aguda biografía, Miguel Ángel: una vida épica (Taurus, 2021), Martin Gayford revela los muchos rasgos contradictorios del artista del Renacimiento. Comenta el profesor en el University College de Dublín, Philip Cottrell, experto en el período.
Por Philip Cottrell. Traducción: Patricio Tapia
Heinrich Wölfflin, el historiador de arte del siglo XIX, memorablemente comparó el progreso de Miguel Ángel a través del arte del Renacimiento italiano con el torrente de una montaña poderosa. Arrastrando todo lo que se le pusiera por delante de manera implacable, la influencia de Miguel Ángel fue a la vez fertilizadora y destructiva: demostró ser una inspiración para muchos artistas, pero podía abrumar hasta la ruina a aquellos que buscaban copiarlo o rivalizar con él.
Sus mecenas también lo encontraban virtualmente imposible de controlar, y esto es decir algo, ya que Miguel Ángel pasó su carrera excepcionalmente larga en gran parte ligado a una sucesión de papas. Estos incluían a los padrinos de los Medici, León X y Clemente VII, y dos de los clérigos más beligerantes que ascendieron al trono de San Pedro, Julio II y Pablo III. Parafraseando al satírico Pietro Aretino, los gobernantes pueden ir y venir, pero sólo hubo un Miguel Ángel.
Sin embargo, como ilustra la atractiva biografía de Martin Gayford, hubo varios Miguel Ángel. El genio heroico e insurgente que, como afirmó Giorgio Vasari, “rompió las ligaduras y cadenas” de la tradición artística es solamente una de las figuras que surgen. También está el avaro cascarrabias que no se cree en deuda con nadie y desconfía enloquecidamente de la generosidad de cualquiera; el espinoso fanático del control, celoso del éxito de los rivales; el delirante esnob dinástico que desea “restaurar” a su familia a la elevada posición social de la que en realidad nunca había disfrutado; el capataz que se ablandaba hasta la más tierna generosidad cuando un ayudante caía enfermo. Y, en mayor contraste con el cliché de la terribilità del artista, está el Miguel Ángel como un tonto enamorado: el escritor de sonetos que sugieren un corazón tan delicado que estaba en constante peligro de ser abrumado por ardientes enamoramientos por jóvenes hermosos.
El más contradictorio de todos es el Miguel Ángel como asceta tosco, acostumbrado a la repugnante costumbre de pegarse tiras de piel de perro en las piernas durante el invierno, pero que también tiene tal ojo para la alta costura que es capaz de elegir un vestido elegante para una sobrina adolescente. Finalmente, en la vejez, al escribirle a su sufrido pero devoto sobrino, Leonardo, Miguel Ángel se presenta como un Polonio malhumorado pasado por Ebenezer Scrooge. Pero es en esta correspondencia tardía que Miguel Ángel también se muestra más conmovedor y comprensivo, clamando contra un cuerpo que falla y que lo ha dejado padeciendo “lumbago, roto, reventado” y con una dolorosa incapacidad para orinar. (Miguel Ángel murió a la casi inaudita edad de 88 años y su muerte fue acelerada por los cálculos renales).
El agudo y perceptivo retrato de Gayford del carácter de su biografiado es tal que, a pesar de que Miguel Ángel claramente nunca fue fácil compañía, siempre atrae la simpatía del lector. Esto se debe a la sensibilidad del autor hacia un elemento sorprendente entre las muchas facetas contradictorias del carácter de Miguel Ángel: una inseguridad profundamente arraigada e inversamente proporcional a la escala de sus logros.
Aquí es necesario referirse al gran fracaso de la increíble carrera de Miguel Ángel, la “tragedia” de la tumba del Papa Julio II: un proyecto interminable y nunca debidamente realizado que fue un lastre constante alrededor del cuello de Miguel Ángel. Ponía es escena públicamente el agudo miedo del artista de que nunca podría terminar las cosas de forma correcta o alcanzar su potencial (una acusación que Miguel Ángel también, reveladoramente, lanzó a su odiado rival Leonardo da Vinci de la manera más pública y reprobatoria).
Otra preocupación interminable fue la misión declarada de Miguel Ángel de restaurar el honor de su apellido, ya que los Buonarotti habían atravesado tiempos difíciles. Sin embargo, esto venía de un hombre cuyo padre no ocultó cuánto deploraba la elección de una carrera por su hijo como impropia de un hombre de su posición.
También indicativa de la preocupación ansiosa de Miguel Ángel por lo que el mundo pensaba de él era su sensibilidad a su propia fealdad. Es conmovedor e irónico que, cuando era joven, a este “supremo experto en belleza masculina” le aplastara la cara y le rompiera la nariz un apuesto y exaltado rival, Pietro Torrigiano. Miguel Ángel lució la cara de un boxeador golpeado por el resto de su vida.
Esto fue quizá agua para el molino de Miguel Ángel en la búsqueda de una conceptualización artística de la forma humana que buscaba su restauración a un estado ideal, divino, que trascendiera los accidentes de la existencia física y de la casualidad. Pero, se pregunta Gayford, ¿qué le hizo a su propia autoestima? Una gran pelea con un socio cercano y de confianza, Luigi del Riccio, aparentemente fue provocada por una discusión sobre el poco halagador y preciso retrato de perfil de Miguel Ángel, que en 1546 le hizo Giulio Bonasone (un ángulo desafortunado si alguna vez hubo uno).
A pesar del grandioso aspecto “épico” de su título, el libro es más fuerte con tales temas personales más pequeños, lo que no quiere decir que las narraciones hercúleas que involucran la creación del David y el techo de la Capilla Sixtina no estén bien manejadas.
Los turbulentos acontecimientos políticos que formaron el trasfondo de la carrera de Miguel Ángel, como el Saco de Roma y el Sitio de Florencia, también se transmiten de manera emocionante. El alcance geográfico puede no ser especialmente grande, ya que la acción se centra necesariamente en estas ciudades, pero, al igual que con las composiciones figurativas de Miguel Ángel, una gran cantidad de aspectos tiene lugar dentro de un espacio relativamente comprimido.
Miguel Ángel era cuidadoso con su persona y se asustaba fácilmente. Tenía poco de la bravuconería de su seguidor más joven, Benvenuto Cellini (cuya autobiografía fanfarrona es a menudo citada por Gayford), y es durante los episodios que tratan de los eventos más turbulentos de la vida de Miguel Ángel que el propio artista aparece en su momento más cobarde y desvalido.
Otro aspecto indicativo de lo bien que funciona el libro en términos de su manejo íntimo de la vida de Miguel Ángel es la destreza con la que responde a su biografiado en el modo epistolar o poético. De hecho, el Miguel Ángel literario (particularmente sus últimas tendencias rabelaisianas como poeta y corresponsal) está a veces mucho más vívidamente representado aquí que en los pasajes que buscan resumir su personalidad artística.
Esto también tiene relación con la única falla notable del libro en lo que respecta a una visión completa del artista: a menudo se echa en falta un aliviador contexto histórico-artístico. Los enfrentamientos potencialmente memorables con rivales como Leonardo y Tiziano resultan un poco planos: el estimulante choque de las concepciones neoplatónica y aristotélica de la misión del artista, representadas por los diseños hechos por Miguel Ángel y por Leonardo de los frescos de la batalla florentina, no se transmite satisfactoriamente.
Gayford tampoco logra extraer matices dramáticos del encuentro en Roma entre Tiziano y Miguel Ángel en 1546. Los dos pesos pesados se encontraron frente a la Dánae de Tiziano, y la atmósfera debe haber crepitado por la tensión. Sin embargo, Gayford parece aceptar al pie de la letra el relato de Vasari sobre la respuesta tensa y obtusa de Miguel Ángel a la pintura de Tiziano. Este último tomó prestada, de manera traviesa, la pose de la escultura la Noche de Miguel Ángel para lo que fue una de sus interpretaciones más seguras en el menos miguelangelesco de los temas: el desnudo erótico femenino. Tiziano posiblemente pretendía que su obra fuera un presuntuoso tutorial sobre cómo pintar figuras que tienen una verdadera presencia viva, que parecen respirar, transpirar e irradiar calor. Todo lo que ve Gayford es lo que aparentemente vio Miguel Ángel: una pierna izquierda mal dibujada.
A pesar de esta falta ocasional de acabado histórico-artístico, se podría sostener que, incluso con más de 700 páginas, este libro bien ilustrado tiene más que suficiente para organizar hábilmente la riqueza del material de fuentes que revela mucho de la vida y obra de Miguel Ángel. En esto, proporciona una visión general, valiosa y satisfactoria, del progreso personal y profesional del más prometeico de los artistas.
Artículo aparecido en The Irish Times 01-02-2014.