Reconstruyendo la vida de un niño durante el Holocausto

por · Julio de 2022

En el libro de Ivan Jablonka, Historia de los abuelos que no tuve (Anagrama/Libros del Zorzal, 2022) los límites entre la historia personal y la Historia con mayúscula se derrumban, dice el estudioso de la cultura francesa Robert Zaretsky, al comentar esta indagación sobre el destino de la familia de Jablonka, su padre y sus abuelos, durante la Segunda Guerra Mundial.

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Por Robert Zaretsky. 
Traducción: Patricio Tapia
  

Quizá de ningún momento en la historia moderna se ha escrito tanto como sobre la Shoah. Los historiadores y escritores de memorias, en particular, se han esforzado por recrear o volver a contar este suceso. Si bien los dos géneros son distintos, la línea divisoria entre ellos —la objetividad de un lado y la subjetividad del otro— se rompe a menudo. En el mejor de los casos, como Cuando viene el recuerdo de Saul Friedlander, esta confluencia salobre resulta brillante.

A esta selecta compañía hay que sumar ahora Historia de los abuelos que no tuve de Ivan Jablonka. Autor de varios trabajos académicos sobre el destino de los niños huérfanos en la Francia moderna, Jablonka dirige su atención en este libro luminoso y lacerante a una sola infancia: la de su padre. Resulta que Marcel Jablonka, nacido en 1940, también era un niño huérfano. Sus padres, Matès e Idesa Jablonka, murieron en Auschwitz.

¿Cómo se reconstruyen vidas pasadas que dejaron pocas huellas a su paso? En parte, por pura determinación: Jablonka rastrea archivos, recorre continentes y atraviesa generaciones para aprender sobre sus abuelos. En parte, también, gracias a una inmensa erudición: Jablonka domina no solamente las fuentes de archivo, sino también la vasta literatura secundaria sobre el Holocausto. Pero estos rasgos no bastan: también se necesita una feroz imaginación moral para arrojar luz donde han reinado por mucho tiempo las sombras.

Jablonka revela este don en casi todas las páginas de su libro. Lo hace, en primer lugar, como historiador que sondea las fuentes de estos pasados concretos. Al visitar la ciudad natal de sus abuelos, Parczew, Jablonka describe las acciones nazis que barrieron y asesinaron a más de 6.000 habitantes judíos, seguidas del pogromo de 1946 que eliminó de Parczew a los pocos judíos que quedaban. Él inspecciona, en resumen, un rincón del vasto cuadro de la destrucción de los judíos europeos.

Pero también escribe como un escritor de memorias que sondea sus propios pensamientos y emociones. Al pasar por lo que alguna vez fue la sinagoga y ahora es una tienda de reventa, Jablonka se sienta en un parque cercano. Mirando a los viejos polacos que están “sonriendo con sus bocas desdentadas”, sopesa si quizá “también presenciaron la escena [de las Aktions o ataques antisemitas] o participaron en el pogromo de 1946 como estudiantes”. Aunque esperamos un juicio reflexivo, Jablonka resiste este impulso. Se da cuenta de que estos hombres y mujeres mayores no son hoy más que “la sombra de ellos mismos, se han convertido en la otra cara de mis ancestros, siluetas etéreas errando en el tiempo”. Sin embargo, cuando sus pensamientos se vuelven hacia la moda de la cultura judía en Polonia, la ambivalencia abruma a Jablonka: “¿qué me importan ese judaísmo de turismo masivo y esas danzas folclóricas sobre el osario? ¿Y si volviera a nuestra sinagoga para echar a los mercaderes del templo?”.

Él, por supuesto, no lo hace. Tampoco, sin embargo, retrocede a una visión sentimental de la vida judía en Parczew antes de la guerra. Mientras estudia detenidamente el Yizker Bukh —una compilación de relatos personales dejados por los judíos de Parczew— le sorprende cómo uno de sus parientes lejanos, Israel Jablonka, compró y recibió cientos de libros de toda Polonia. “¡Semejante amor por el estudio!”, exclama un amigo. Pero Jablonka resiste una vez más, recordando el lado más oscuro de la comunidad, el “yugo que suponen las prohibiciones religiosas, la inanidad de las supersticiones, la hipocresía, la microsociedad donde se chismorrea, donde se espía, la mediocridad aceptada como una voluntad del Todopoderoso”.

Esta misma sociedad, sin embargo, formó dos individuos notables: Matès e Idesa Jablonka. Con pistas que obtiene del Yizker Bukh, informes policiales y conversaciones con familiares lejanos, Jablonka lentamente reconstruye sus vidas. Los Jablonka —Matès, un talabartero empobrecido, e Idesa— eran comunistas, tan en desacuerdo con su herencia judía y como con su gobierno nacional. Pero, acaso no eran estos jóvenes comunistas —se cuestiona Jablonka— también “hombres de estudio y doctrina, ortodoxos, puros” en su nueva fe como los estudiantes talmúdicos que despreciaban.

La fe marxista de su abuelo, sin embargo, lo hizo actuar en base a su indignación por las injusticias de la sociedad. Uno de esos actos, colgar pancartas rojas que denunciaban la brutalidad de la policía y el gobierno, llevó a la joven pareja a la cárcel en 1934. Liberados tres años después, en un momento en que la violencia antisemita se había vuelto común, decidieron abandonar Polonia. Incapaces de viajar a Estados Unidos y, como antisionistas, no dispuestos a ir a Palestina, cruzaron las fronteras hasta Francia. Por supuesto, no estaban solos: decenas de miles de judíos polacos siguieron el mismo itinerario. ¿No existía, después de todo, el dicho yidis: “Feliz como Dios en Francia”?

Llega la guerra, y si Dios todavía estaba feliz, no era en Francia. Sin papeles ni trabajo, y con marcados acento e identidad judías, los Jablonka, ahora con dos niños pequeños —que son el padre y la tía del autor— lucharon por sobrevivir. Gracias a un colega, el nieto descubrió el archivo llamado “fondo de Moscú”, un gran tesoro de documentos policiales de París, confiscado primero por los alemanes, luego por los rusos y finalmente devuelto a Francia. De las profundidades de dos y medio millones de documentos, emergen restos de la vida de Matès e Idesa Jablonka.

Arrestado en 1939 —cuando Francia todavía era una república— su abuelo fue llevado a la infame prisión de Fresnes, en las afueras de París. Cuando encontró el nombre de su abuelo en el registro de la prisión, Jablonka afirma: “Creo que quise ser historiador para hacer este descubrimiento algún día”. De repente, la distinción entre las historias personales y la Historia se derrumbó. Los que ejercen el poder y los que se someten, los “desconocidos cuyo nombre se oxida en el pedestal de un monumento dedicado a los muertos o en algún cementerio del interior del país” son lo mismo. Sosteniendo el papel secante del Archivo en sus manos, Jablonka sintió “un alivio indescriptible”.

Liberado de prisión varias semanas después, Matès Jablonka se unió a la Legión Extranjera. Aunque luchó valientemente en 1940, sus esfuerzos no detuvieron la invasión nazi ni le aseguraron la ciudadanía francesa. Tres años más tarde, a principios de 1943, los gendarmes franceses arrestaron a los Jablonka. Con la connivencia de vecinos gentiles, los dos niños fueron escondidos de la policía y sacados de París. Como un paleontólogo que, con un puñado de huesos, extrapola a un esqueleto completo, Jablonka reconstruyó este período con la poca evidencia que tenía a mano. Sujeto a un “contrato moral”, solamente utilizará deducciones e hipótesis donde terminan los documentos. Este método, sin embargo, es el uso de la imaginación moral por otros medios. En el archivo de Drancy de su abuela, leyó “C.0.H”. —el acrónimo de “casada, sin hijos”. Para salvar a sus hijos —el padre y la tía de Jablonka— su abuela negó su existencia. Aquí, comprende Jablonka, estaba “el milagro de su supervivencia [de su padre] y, a la vez, la herida que lo hará sangrar hasta la muerte”.

El tramo final, de Drancy a Auschwitz, sobrepasó incluso el admirable esfuerzo de Jablonka de recuerdo y reconstrucción. Tratando de concebir el destino final de sus abuelos, su imaginación llegó a un final tan implacable como Auschwitz: está con las manos vacías, “no experimento satisfacción alguna. No sé nada de sus muertes ni sé gran cosa de sus vidas”. Sin embargo, este poco es precioso. Aunque Matès e Idesa Jablonka fueron asesinados por ser judíos, su nieto sabe que “toda su vida quisieron quitarse de encima [esa identidad] para abarcar lo universal”. Su investigación, al llegar a su fin, lo libera no solamente a él, sino también a sus abuelos. Ellos eran, lo sabe, “seres irreductible y desmesuradamente hechos para la vida”.

Al final de este relato, a diferencia de su autor, no estamos con las manos vacías, sino con el corazón lleno. Este libro es, irreductible y desmesuradamente, tanto una conmovedora meditación sobre los límites del conocimiento histórico como un deslumbrante testamento para aquellos que, sin embargo, desafían esos límites.

Artículo aparecido en “Forward” 25-06-2016.

Reconstruyendo la vida de un niño durante el Holocausto

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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