Sobre La expropiación, de Rodrigo Miranda.
Una cuenta regresiva avanza con efervescencia hacia la ruina como parodia y como antítesis del sólido comienzo que Rodrigo Miranda inaugura con La Expropiación, su primera novela. Miranda, chileno, nacido en 1974, periodista y Master en Escritura Creativa de la New York University transforma, engendra, hace estallar y expropia el ideal de la Unidad Popular valiéndose de la materia como registro utópico. A partir del edificio de la UNCTAD III, actual Centro Cultural Gabriela Mistral, desarrolla una arqueología que descubre una fantasía histórica o histórica fantasía, gestada en cuatro asentamientos: el biológico que incuba a edificio y obreros para engendrar un hombre nuevo; el orgánico, que amalgama la ruina para desintegrar el futuro; el eclosivo, que hace estallar la esperanza anulando la diferencia y el emergente, que expropia la palabra y recuerda el origen primigenio. Los cuatro capítulos que componen la novela; materiales de construcción, teatro de la ruina, el discurso del futuro y el hombre nuevo, aparecen como ejercicios constructivos y demoledores de escape frenético. «Todos se llamaban Salvador», señala Miranda y con ello instala una despiadada crítica cuya ironía no lo salva de caer en algunas descripciones repetitivas cuya pesadumbre a veces parece imitar a la mole en construcción. La novela oscila entre distintos centros gravitacionales y su lenguaje apunta a graficar ese peso con mayor o menor éxito. Lo anterior, sin embargo, no daña sus cimientos y emerge como resiliente y sólida narrativa chilena contemporánea.
Los dos primeros capítulos de La Expropiación intentan equilibrar pasado y futuro en una metáfora biológica, orgánica y erótica. Miranda inclina la balanza hacia un pasado que reinventa y se nutre de la fe socialista como abono para injertar los cuerpos de obreros en la construcción del edificio. Éstos se alimentan, copulan y viven larvaria y miméticamente los 275 días que dura la construcción de la obra. Al final, incuban, en medio de cartillas PERT, a un hombre nuevo. La ruina del futuro antecede y nutre a la genealogía utópica que resultará de este esfuerzo titánico: «la UNCTAD era la gran casa neochilena, de bases firmes y sólidas, que serviría como simiente de los otros edificios que vendrían, la línea a seguir. A la nueva arquitectura popular ningún temblor la derribaría. Eso profesaban».
La profecía socialista que ancla el relato es sacudida por Miranda en todas sus dimensiones. En eclosión narrativa, La Expropiación hace parir al hombre nuevo, se estremece de pérdida y de nostalgia pero también se ríe de si misma. La dictadura se cuela como sombra y produce anestesia, hace avanzar los despojos y cambia los nombres. Nuestro nuevo hombre; ese neo chileno edificado a partir del discurso de Allende, demuele la palabra en el siglo XXI. Miranda parece mostrar que la magnitud del edificio es inversamente proporcional al derrumbe de la utopía. En 152 páginas hace remecer los cimientos de un hito arquitectónico, para incubar una fábula grotesca que estalla en el mayor decomiso de nuestra historia: la expropiación del verbo. El hombre nuevo despierta y sale a la luz. Deambula a tientas entre las sobras del lenguaje. Siente y recuerda, pero prefiere olvidar. El hombre nuevo no puede llamarse Salvador.