«Mientras no exista un sistema que se preocupe de la vida, no les voy a creer que se preocupan del que está por nacer».
Paulina (no es su nombre real) tiene 26 años y abortó a los 24. Al salir del colegio, fue al ginecólogo y comenzó a tomar pastillas anticonceptivas porque se sentía preparada para tener relaciones sexuales con su pololo. También, una vez al año, se hacía el papanicolau y ecografías intravaginales como control periódico. «Mis amigas siempre me preguntaban por qué era tan rigurosa con todo eso y, en realidad, lo hacía simplemente porque quería tener la certeza de que estaba sana».
Paulina tiene tres hermanas menores, una de cinco, una de doce y otra de diecisiete. Su mamá es profesora y su papá informático. Estudió en un colegio privado católico de clase media, una carrera de ciencias en la Universidad de Chile y ahora quiere comenzar un posgrado. Le gusta hacer investigaciones en laboratorios, subir el cerro San Cristóbal en bicicleta y todas las veces que ha podido ver a Pearl Jam, hace alfajores y los vende para poder comprarse la entrada.
Paulina abortó a las 7 semanas de embarazo, a través del método más popular: la Mifepristona vía oral + Misoprostol (su marca más conocida es el Misotrol) vía intravaginal. Paulina lo contó acá y, aunque le dijimos que quizás era mejor que no leyera los comentarios, confiesa que cada cierto tiempo entra y los lee. Siempre encuentra nuevos. «Lo que más me sorprende es la crueldad de algunas personas para referirse a mí. Me dicen que ojalá me muera, ojalá que nunca pueda tener hijos. Asesina. Muchos hombres y mujeres han dicho por ahí que si me gustó abrir las piernas tenía que asumir y esas cosas».
«También me llamó mucho la atención que la gente apela a qué tan acomodada he podido vivir mi vida. Lo llevan todo a un asunto de clase y, por supuesto, el debate sobre el aborto es netamente un asunto de clase, pero los comentarios vistos ahí van en la dirección opuesta. Todas las mujeres pueden abortar de forma ilegal en estos momentos en Chile, el problema es que algunas tienen una red de apoyo mejor que el resto. En mi caso, solo tuve amigos. Mi pareja prácticamente no existió en el proceso y mi familia no lo sabe».
«Otra cosa es que muchas personas creen que por haber dicho en ese relato que soy de clase media, porque estudié o qué sé yo, soy discriminadora. Y era todo lo contrario, si yo puse énfasis en esas cosas, en que tenía una vida “medianamente segura y ordenada”, es porque atribuyen los embarazos no deseados a una imagen de mujer súper nefasta, y no es así. Todas podemos quedar embarazadas. Ricas, pobres, con o sin estudios, con o sin deudas, con o sin pareja estable, con o sin familia. Y está bien que cada una de nosotras tenga el derecho a decidir qué hacer con su cuerpo, sea cual sea la vida que tenga. Porque los embarazos no son algo que te toca asumir y listo. Es planificación familiar. Son proyectos de vida a largo plazo».
Antes de hablar y después de actuar
Paulina había tomado una postura sobre el aborto mucho antes de que decidiera hacerlo. «El momento en el que formé un pensamiento sobre esto fue cuando aprendí en el colegio el proceso de gestación. Antes de los dos meses no existe un sistema nervioso, no existe feto. Es un embrión en formación. Entonces, en ese momento, pensé que todas las mujeres que no querían ser madres o que no pudieran, por cualquier motivo, debían tener el derecho a abortar ese embrión que aún no podía sentir dolor».
«La decisión de abortar no fue fácil, de hecho, creo que ninguna mujer por más a favor del aborto que esté, realmente quiere pasar por un proceso tan horrible. Y digo que es un proceso asqueroso porque no es legal. El momento de hacer el aborto en sí no es terrible. Ingieres las patillas y luego de unas horas viene una regla fuerte que te puede durar varios días, con dolor, hinchazón, sí, pero nada que no soportes. Lo horrible es lo que viene añadido por ser algo que se debe hacer callada, sin saber si te puede pasar algo, sabiendo que si sale algo mal y te pillan te vas a ir presa. Después de hacerlo, siempre pensé que si hubiese sido legal, si pudiese haber ido a un hospital a realizarlo, la angustia que sentí, todo, no hubiese existido».
—Y ¿qué fue de tu compañero? ¿Hablaron de tu aborto después de realizarlo?
—Sí, muy pocas veces. Él también siempre fue muy reservado con hablar de las cosas que pensaba o sentía en general. Yo siento que desde que supo que estaba embarazada, el quiebre se produjo entre nosotros, aunque terminamos la relación mucho tiempo después. Desde un principio, me dijo que íbamos a hacer lo que yo quisiera, pero también marcaba el énfasis en que él no podía ser padre, porque estaba terminando su carrera y no tenía cómo mantener una guagua. Igual, yo no quería ser madre, tampoco. No en ese momento. La verdad es que nunca me quedó claro cuál fue la consecuencia de este aborto para él, porque nunca quiso hablar de eso, hasta el día en que terminamos la relación y mientras discutíamos salió este tema, y me dijo que cada vez que veía un cabro chico en la calle, pensaba en lo que yo tuve que pasar.
«Creo que él nunca le pudo tomar el peso a qué significaba estar embarazada, interrumpir ese embarazo y las consecuencias sicológicas de todo para mí. Yo, obviamente, me sentía muy vulnerable y asustada porque, aunque abortes, las hormonas que tienes disparadas al máximo, durante las pocas semanas en las que estás gestando, se mantienen en tu cuerpo hasta dos meses después de abortar. Siempre me reprochaba que andaba de mal humor, llorona o cosas así. Él nunca lo entendió y, en el fondo, aunque no estamos juntos ya, espero que algún día sí lo entienda. Quizás cuando sea padre vea cómo va gestando su futura pareja o qué se yo, que en ese momento entienda lo difícil que fue tomar esa decisión y enfrentarlo sola».
El proceso
Paulina encontró el dato de las pastillas en Internet. Según ella, es fácil encontrar contactos para comprar el tratamiento de Misoprostol, pero que elegir a uno es difícil porque no sabes con qué te puedes encontrar. «Tuve la suerte de que la persona que elegí era una mujer química farmacéutica de unos 30 años. Cuando nos juntamos para que me entregara las pastillas, me dio las instrucciones detalladas de cómo tenía que hacerlo, dosis, tiempos, me explicó lo que iba a sentir, me dijo todo. Yo le pregunté por qué se dedicaba a esto y me dijo que ella sabía que era ilegal, que era peligroso, pero que quería que las mujeres tuvieran el derecho de hacerlo. De hecho, la llamé varios días después para preguntarle cosas y siempre me ayudó».
«También tuve suerte porque yo ya sabía cuál era la función química de las pastillas. Sabía que la Mifepristona bloqueaba al receptor de la progesterona y que el Misotrol trabajaba en la inducción del parto, es decir, en la producción de contracciones del útero. Yo aborté informada. Me preocupé de estudiar todo lo posible antes de hacerlo y una amiga ginecóloga, que es mayor que yo y ya ejerce, me ayudó. Lo hizo con guantes y espéculo. Primero me tomé la Mifepristona y, horas después, ella con espéculo y pinzas, puso los pedacitos de Misotrol uno a uno, en el cuello de mi útero».
Después de comenzar a sangrar, algo que indicaba que el aborto se estaba realizando, esperó un par de días y fue al hospital para que le realizaran una ecografía intravaginal y ver en qué estado se encontraba su organismo. «Tuve que decir que estaba embarazada y que había sangrado horas antes, para que me examinaran. Entré, me revisaron y el doctor de turno me dijo que había sufrido un aborto natural y que no era necesario realizar raspaje, porque mi útero estaba completamente vacío. Después me preguntó si había ido sola. Mi pololo estaba afuera esperando y lo hizo pasar. Le explicó lo mismo que a mí y yo me puse a llorar. Era una mezcla rara, entre alivio, tristeza y miedo. Mucho miedo. A pesar de que el médico me decía que estaba todo bien, yo tenía miedo de que me pasara algo grave».
«Mi pareja no decía nada, me tomó la mano delante del médico y nada más. Tenía cara de pena. Después de eso, salimos y me dijo que fuéramos a una fiesta para distraernos. En ese momento, quise salir corriendo y llorando, porque lo único que quería era que me abrazara, quedarme en la casa y descansar».
La defensa del que está por nacer
Paulina cuenta que las semanas posteriores seguía sintiéndose angustiada, pero recalca la idea de que no era por culpa o por pensar que había hecho algo malo, sino porque fue un proceso que tuvo que sobrellevar sola, con una red de apoyo mínima, porque hizo algo peligroso para su vida y ni siquiera le podía contar a su familia, que es muy conservadora.
«Mi mamá siempre me dijo que abortar nunca era una opción. A ella le costó tener hijos. Igual, poco a poco, yo le he explicado mi postura sobre que el aborto debe ser legal para todas las mujeres, aunque hayan personas que estén en desacuerdo. Nadie dice que si el aborto es legal todas deban hacerlo por obligación, por supuesto que no. Pero debe existir la opción segura para todas aquellas que sí deseen practicarlo. Habiendo abortado, sé que si fuera algo permitido y regulado, muchas mujeres podrían tomar una decisión basada en su proyecto de vida, en sus necesidades y no en el miedo».
«A mí me resulta curioso que muchos digan que defienden la vida. Vivir no es solo nacer, ¿por qué quiénes dicen que defienden la vida no defienden un sistema educacional al que puedan tener acceso todos los niños? ¿por qué no defienden un sistema de salud pública realmente social y no basado en la economía? ¿por qué no defienden un sistema de seguridad social que le permita a las mujeres decidir tener hijos sin tener que pensar solo en cómo va a poder criar a ese niño? Además de nuestras opciones personales, de proyectos, como estudiar o trabajar, por supuesto que a la hora de planear hijos hay que pensar en cómo mantenerlos y en los recursos necesarios para que se desarrollen de forma sana».
«En Chile, si no tienes plata, los niños no pueden crecer con verdaderas herramientas y es así de simple. Es horrible. El sistema te exige trabajar como burro y tirar de tu línea de crédito para poder vivir, ni siquiera hablo de lujos. Para mí, mientras no exista un sistema que se preocupe verdaderamente de la vida, no les voy a creer que se preocupan del que está por nacer».